Hace 75 años un maestro fue juzgado por enseñar la teoría de la evolución de Darwin. Esto iba en contra de una ley que establecía que el hombre fue creado por Dios, como dice la Biblia. Fue en los Estados Unidos y despertó la atención del mundo.
El Juicio del Mono: con este nombre se conoce el más sonado caso legal en la Historia de la batalla ideológica entre creacionismo y evolucionismo a cuenta de El origen de las especies, de Charles Darwin. También llamado Juicio de Scopes, tuvo lugar en Tennessee (Estados Unidos) en mayo de 1925.
En él, el profesor de escuela secundaria John T. Scopes fue acusado de
haber enseñado la teoría de la evolución darwinista en sus clases, lo
cual era ilegal entonces en aquel Estado sureño en virtud de una disposición educativa denominada Butler Act.
Esta norma prohibía expresamente en Tennessee "la enseñanza
de cualquier teoría que niegue la historia de la Divina Creación del
hombre tal como se encuentra explicada en la Biblia, y reemplazarla por la enseñanza de que el hombre desciende de un orden de animales inferiores".
En realidad, Darwin sostiene la ascendencia común del ser humano y de
los restantes primates, no que descendamos del mono, pero la creencia
popular en la época, convenientemente manipulada por la Iglesia y los sectores más conservadores, era que el evolucionismo afirmaba lo segundo.
El proceso atrajo una enorme atención de la prensa –que fue la que lo bautizó enseguida como "juicio del mono"–
y de la opinión pública estadounidense, máxime cuando aceptó defender
al acusado el famoso abogado Clarence Darrow. Pese al brillante alegato
final de éste, Scopes fue condenado por el Tribunal, si bien sólo a una multa simbólica y no a pena de prisión como pedía el fiscal. El juicio inspiró una célebre obra de teatro, La herencia del viento, que fue llevada al cine en 1960 con Spencer Tracy, Fredric March y Gene Kelly en el reparto.
El diario El Clarín (de Argentina) escribibió, la respectol asiguiente crónica:
John Thomas
Scopes, de 24 años, enseñaba biología en el secundario de Dayton, un
pueblito de Tennessee. A principios de julio de 1925, mientras daba
clase, dos policías entraron al aula y se pusieron contra la pared del
fondo. Scopes, perturbado, despidió a sus alumnos y los policías lo
invitaron a ir hasta la droguería del pueblo.
Allí estaba el metodista George Rappalyea, entre otros líderes locales.
—Estuvimos discutiendo y yo dije que nadie podía enseñar biología sin enseñar la evolución —comenzó Rappalyea.
—Así es —asintió Scopes.
Rappalyea
sacó un libro de los estantes de la droguería, que también funcionaba
como almacén de ramos generales. Era el tomo Biología Cívica, de Hunter.
—¿Les estuvo enseñando este libro? Scopes volvió a asentir.
—Entonces cometió un delito —le dijeron. Scopes se quedó atónito cuando los policías lo llevaron hasta la prisión local.
A
principios de 1925, los parlamentarios de Tennessee sancionaron una ley
que prohibía la enseñanza de la evolución natural, teoría desarrollada
por Charles Darwin en su libro El origen de las especies.
En otras
palabras, era delito decir que el hombre (varón y mujer) evolucionó de
especies inferiores y que el chimpancé era su pariente más cercano en la
escala zoológica. Esto, se decía, podía llevar a "perversiones
morales". La enseñanza oficial debía ser que el hombre fue creado por
Dios, como dice la Biblia.
John Scopes no podía entender su
situación. Estaba preso por enseñar ciencia, que era su trabajo. Tampoco
entendía que, con su arresto, los líderes locales buscaran atraer la
atención sobre Dayton y tentar a algún empresario a invertir en un
pueblo que cada vez tenía menos habitantes.
La Asociación de
Libertades Civiles Norteamericanas (ACLU) ofreció pagar los honorarios
del defensor y eligió a H.G. Wells, el escritor de ciencia ficción autor
de La máquina del tiempo y otros relatos fascinantes. Pero a Wells no
le interesó.
En realidad, el defensor surgió después de que se
conociera quién iba a ser el fiscal. Las autoridades del pueblo
consiguieron que William Jennings Bryan, un fundamentalista religioso,
tres veces candida to a la presidencia de los Estados Unidos, asumiera
la acusación a pesar de que no ejercía el derecho desde hacía 30 años.
Cuando
se supo de que actuaría Bryan, hubo un abogado que se propuso para la
defensa. Era Clarence Darrow, de 70 años, el abogado más famoso del
país.
William Jennings Bryan calificó al juicio de una "contienda
entre la evolución y la cristiandad", y a Darrow, como "el mayor ateo"
del país. Darrow se unió a la mesa de la defensa, según dijo, porque
quería demostrar que Bryan era un intolerante.
El 10 de julio por
la mañana, una joven de unos 20 años estaba parada en la puerta de la
Corte con un bebé en su brazo derecho y un cartel en el izquierdo que
decía: "Scopes, arderás en el infierno". Había más carteles, algunos con
la figura de un mono y la cara de Darrow. Uno de ellos permaneció
siempre en la puerta del tribunal: "Lea su Biblia todos los días".
Una
señora vestida con una camisa de volados blancos, abotonada hasta el
cuello, y una pollera larga y negra, cantaba una canción religiosa al
frente de otras 50 mujeres. Hacía un calor insufrible y casi todos se
apantallaban con diarios, cartón o abanicos. Había puestos de limonada y
comida y un olor envolvente a cebollas fritas.
Vinieron
periodistas hasta de Hong Kong. Fue la prensa la que bautizó el caso con
el nombre que lo identificaría para siempre: "El juicio del mono".
Durante
la mañana, unas 1.000 personas fueron entrando a la sala del tribunal
para ver cómo enjuciaban a Scopes. Alrededor de 300 se quedaron de pie.
El
juez John Raulston golpeó con su martillo para acallar los murmullos.
El calor era tan insoportable adentro que se permitió a los hombres
estar en camisa. Los procedimientos empezaron con una oración, bajo la
firme protesta de Darrow.
La presentación de Bryan, de inflamada
aunque aburrida oratoria, era rubricada a cada pausa por un sonoro
"amén" del público. Darrow volvió a protestar y el juez debió pedir
mesura.
El caso para la fiscalía era muy claro. Con el testimonio
de los alumnos probó que Scopes enseñaba la teoría de Charles Darwin, y
que esto constituía una violación a la ley de Tennessee. En este tramo,
Darrow sólo le preguntó a un alumno si le parecía que su profesor
enseñaba cosas perversas o malas. El chico dijo que no.
Los
científicos que la defensa propuso como testigos dirían que la ley era
injusta pues no se podía tomar a la Biblia, que es un texto religioso,
como si fuese un libro de ciencias. Pero Darrow tuvo serios problemas
cuando el juez rechazó esos testimonios por impertinentes.
Darrow
decidió entonces dar batalla en el terreno de sus oponentes y llamó como
testigo al mayor experto en la Biblia que se encontraba presente, es
decir al propio fiscal. Bryan, confiado, aceptó.
—¿Todo en la Biblia debe ser interpretado literalmente? —empezó Darrow.
—Así es.
Darrow le mostró una piedra.
—¿Qué edad cree que tiene esta piedra? La ciencia dice que millones de años.
—Tiene menos de 6.000 porque el obispo de Usher fijó la fecha de la Creación: el 23 de octubre del 4004 a.C., a las 9.
—¿Hora
del este o del oeste? —Darrow sonrió y al ver la perplejidad de Bryan
siguió:
—Déjelo, déjelo... Pero sí dígame, ¿el primer día tuvo 24 horas?
—La Biblia dice que fue un día.
—¿Un día de 24 horas, de 30 horas, de un mes, de un año, de millones de años?
—No lo sé... Mi impresión es que fueron períodos.
—Bueno, si los llama períodos, ¿podría haber abarcado mucho tiempo?
—Tal vez... Podría haber continuado millones de años —Bryan bajó los ojos y sus seguidores quedaron con la boca abierta.
Darrow
pidió un veredicto inmediato. El final fue transmitido por radio a todo
el país. En 8 minutos, el jurado declaró a Scopes culpable, lo multó
con 100 dólares y quedó libre. Era el martes 25 de julio de 1925, hace
75 años.
Darrow apeló, pues buscaba que un tribunal superior dijera que la ley antievolución era inconstitucional.
Cinco días después, el fiscal Bryan se recostó a dormir una siesta de domingo y murió. La diabetes lo había vencido.
El
14 de enero de 1927, la Corte del estado redujo la multa a un dólar y
evitó pensar el asunto en profundidad. Dijo: "No es conveniente
prolongar este caso tan extraño". La ley no se aplicó más.
Es
válido especular que tanto a Scopes como a Darrow les habría encantado
saber lo que reveló el 21 de julio de 2000 el científico Craig Venter,
del proyecto Genoma humano. Dijo que la evolución ya es una certeza
porque probaron que en el hombre hay vestigios de estructuras genéticas
de especies anteriores.
Darrow murió en 1938, a los 83 años.
Scopes enseñó ciencia toda su vida. Murió en 1970 y fue enterrado en
Louisiana según el rito católico por voluntad de su esposa y de sus dos
hijos.
Fuente:
Clarín
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