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1 de marzo de 2019

Procrastinar puede ser bueno

Por Eparquio Delgado

Dejar para mañana lo que podemos hacer hoy es tan común como ocasionalmente peligroso. Sin embargo, también puede ser el indicador de alerta al someternos a un ritmo demasiado exigente.


QUE LEVANTE la mano quien no aplaza de vez en cuando tareas desagradables, difíciles o aburridas mientras dedica el tiempo a otras menos “importantes”. Procrastinar, un verbo que se ha puesto de moda en los últimos años y que se refiere a “dejar para mañana lo que se podría hacer hoy”, es básicamente el nombre que damos a un tipo de conducta de elección. Hablamos de procrastinación cuando alguien opta por hacer aquello que resulta más gratificante o menos aversivo y retrasa otras tareas más fastidiosas.

Aunque algunos autores pretenden diferenciar la procrastinación de la pereza —procurando probablemente no poner a la defensiva a sus lectores—, lo cierto es que hablamos de lo mismo: una negligencia o descuido en las cosas que estamos obligados a hacer. El procrastinador o perezoso no cumple sus tareas, ve mermada su productividad y en última instancia deja de ser un “ciudadano útil” y un “ser humano efectivo”, como nos explica John Perry, profesor de filosofía en Stanford y creador de uno de tantos métodos contra este mal. Para escapar del pecado capital de la pereza, los católicos suelen acudir a la iglesia y ponerse en manos de Dios por mediación del sacerdote. Para escapar de la procrastinación, un pecado mortal en la era de la eficiencia, tenemos que ponernos en manos de supuestos expertos.

Los estudios sobre la procrastinación se caracterizan por abordar el fenómeno en relación con características personales del individuo y buscan establecer qué tienen en común las personas que aplazan sus ­tareas “importantes”. Desde esta perspectiva, se concibe la procrastinación como un rasgo estable e interno del individuo, que se relaciona con especificidades de su personalidad, determinado funcionamiento cerebral y la acción de ciertos genes. Gracias a estos estudios sabemos que guarda relación con altos niveles de impulsividad y bajos de autodisciplina, cierta incapacidad para regular los estados de ánimo y las emociones, problemas en la función ejecutiva y otras tantas conclusiones curiosas.

Los supuestos expertos, entre los que se cuentan psicólogos, psiquiatras, coaches, neurofisiólogos, especialistas en management y toda clase de vendedores de consejos, suelen citar los resultados de estos estudios con el fin de dar una apariencia de cientificidad a la autoayuda que nos ofrecen en todos los formatos posibles: libros, conferencias motivacionales, programas de radio, blogs personales, revistas de divulgación científica —sí, ahí también hay autoayuda—, ­podcasts y aplicaciones para móviles. Cabría suponer que si todos ellos se apoyan en los mismos estudios científicos, las estrategias deberían ser también las mismas; sin embargo, encontramos tantas supuestas soluciones como pretendidos expertos: identifica claramente tus objetivos, busca apoyo social, bloquea las distracciones, reestructura tus ­cogniciones, perdónate, reconoce el estrés, utiliza la procrastinación a tu favor, distribuye bien tus tareas, haz de tu pasión una vocación… Todo un arsenal de alternativas para evitar caer en el terrible pecado de la improductividad.

Esta forma de abordar el asunto es bastante limitada cuando se trata de encontrar razonamientos psicológicos útiles. ¿Cómo se explica que una persona aplace ciertas tareas y no otras? ¿Y que demore una misma tarea en un momento dado pero no en otro? No se puede entender por qué una persona procrastina sin conocer el contexto en el que se produce esa conducta y la historia de la persona en relación a las tareas que pretende abordar. Proponer soluciones sin realizar un análisis funcional de la conducta es soplar para ver si suena la flauta, que es precisamente lo que hacen charlatanes y vendedores de autoayuda. Y, claro, a veces hay suerte, la flauta suena y el burro se cree músico, como en la fábula de Tomás de Iriarte.

Pero podríamos hacernos otra pregunta: ¿Por qué es necesariamente un problema procrastinar? ¿Por qué tenemos que ser productivos, “ciudadanos útiles”, “seres humanos efectivos”? Detrás de la asepsia de los “expertos” y las decenas de estudios, lo que encontramos es la eficacia erigida como valor y norma a seguir, de manera que toda desviación se convierte en una patología o un pecado, dependiendo de quién sea el juez. Procrastinar puede ser en ocasiones un problema, pero también puede ser un indicador de que necesitamos parar, de que nos vemos empujados a requerimientos que exceden nuestra capacidad de afrontarlos, de que estamos sometidos a un ritmo excesivamente severo. El derecho a procrastinar se convierte en una exigencia revolucionaria en tiempos de hiperactividad productiva. Frente a los expertos de la eficacia, reivindicamos con Lafargue el derecho a la pereza. 

Fuente: El País (España)



31 de agosto de 2018

Jo Boaler: "Nos han estado enseñando mal las matemáticas durante todo este tiempo"

¿Eres una de las muchas personas en el mundo cuyos recuerdos relacionados con las matemáticas son estresantes exámenes y angustiantes e interminables tareas?
De ser así, no tienes por qué sentirte culpable al respecto.

Investigaciones recientes realizadas en la Universidad de Stanford, en California, Estados Unidos, señalan que no todo es nuestra culpa.

De hecho, es todo lo contrario. 

Estudios de comportamiento efectuados en miles de niños y adolescentes estadounidenses, pero también británicos, indican que fueron precisamente esas extenuantes tareas y pruebas de varias horas las que condicionaron nuestras capacidades de desarrollar nuestras habilidades matemáticas.

Es posible que nuestras dificultades relacionadas con álgebra y trigonometría tuvieron su origen mucho tiempo atrás, cuando recién dábamos nuestros primeros pasos en la aritmética.

¿Qué tienen de malo los exámenes?

Jo Boaler, profesora de matemática de la Universidad de Stanford, sostiene que la actual enseñanza de esta rama tiene mucho de procedimientos y cálculos, pero muy poco de entendimiento.

Por ello, la investigadora tiene en la mira a dos de los grandes culpables de nuestros problemas actuales (y de nuestros tormentos pasados): los exámenes y las tareas.

Lea el artículo completo en:

BBC Mundo

7 de noviembre de 2016

España: Con tareas desde los cinco años

Las tareas escolares cada vez empiezan antes y su conveniencia divide a la comunidad educativa.

Almudena, de cinco años, rellena las fichas con las letras del abecedario con la ayuda de su madre. PACO PUENTES / Vídeo: Campaña 'Los deberes justos' de Eva Bailén para Change.org

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Alberto va con sus deberes a todas partes. Los lleva a casa de la abuela los fines de semana cuando toda la familia come junta. No quiere dejarlos sin hacer. Su madre, Reyes, está preocupada porque su colegio “mete mucha caña” a los niños.  Alberto tiene cinco años, está en el último curso de Educación Infantil y dedica una hora y media cada tarde a rellenar fichas con las letras del abecedario en mayúsculas. Su colegio, un público de un barrio de Sevilla, no es una excepción, según Reyes, que intentó cambiar al niño pero se encontró en todos los de alrededor fichas y tareas para casa. Tampoco encontró apoyo en otras familias: “Al resto de padres no les parece mal, inculcan competitividad a sus hijos desde pequeños”. La división entre los que quieren tareas para sus hijos y quienes prefieren que no empiecen tan pronto es una muestra más del amplio debate abierto en España entorno a los deberes, que ha llevado a la confederación de padres de la pública a convocar una huelga de tareas escolares para el próximo noviembre.

En el colegio público El Vetón, en Majada de Tiétar (Cáceres), hay familias que le reclaman tareas para que sus hijos de cinco años las hagan en casa. “Creen que es como un deporte: Si corro todos los días, ganaré la maratón. Pero no es así. Cada uno tiene su proceso madurativo. Si el niño te pide herramientas para leer, dale todo, pero los procesos mecánicos son un error”, explica Jorge Torres, maestro de Infantil en ese centro, con 11 años de experiencia.

Almudena, también con cinco años, resopla cuando llegan los fines de semana y las fichas. Le toca la letra i. María José, su madre, cree que el trabajo “no es excesivo” pero admite que a su niña nunca le apetece: “Nos ponemos juntas los domingos por la mañana”. La que le preocupa es la otra hija, Ana María, que acaba de entrar en 1º de la ESO a los 11 años en un instituto de Sevilla después de pasarse los dos últimos cursos “sin parar de hacer deberes cada tarde hasta la hora de cenar”.

Hace más de un año que el debate sobre la conveniencia de los deberes va y viene en España. En 2015, una madre, Eva Bailén, inició una recogida de firmas para pedir su “racionalización” después de ver cómo a su hijo mediano se le iba la infancia sin un respiro para jugar. Su campaña sigue abierta y ha impulsado intentos de regulación desde distintas comunidades autónomas. Casi al mismo tiempo, la confederación de asociaciones de familias de la escuela pública, la CEAPA (con 12.000 asociaciones), empezó a reivindicar que estas tareas desaparezcan definitivamente de la vida de los niños.

 Hacer deberes antes de empezar la enseñanza obligatoria, como le pasa al pequeño Alberto y en menor medida a Almudena, sigue siendo excepcional. Pero las primeras quejas han hecho que la CEAPA alerte de una “primarización” de la enseñanza en la guardería, en la que se empuja a los menores a que salgan “sabiendo ya leer y escribir en lugar de respetar su forma de aprender desde el juego”, explica su presidente, José Luis Pazos. Los datos preliminares de una encuesta a 1.748 familias que acaban de presentar muestran como el 6,84% de los encuestados que solo tienen hijos en Infantil estiman que sus niños llevan una hora diaria de tarea a casa. Pero el debate está abierto sobre todo en Primaria y se extiende a las etapas de secundaria donde hay niños, como la hija mayor de María José, que no levantan la cabeza del libro en toda la tarde.

El artículo completo en El País (de España)
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