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20 de diciembre de 2018

2018: libros para regalar en esta navidad


Si tenemos claro que alguien es un ávido lector, regalar un libro es un arma de doble filo: puede ser un acierto clamoroso si damos con su temática y autores favoritos, o un chasco absoluto si erramos en la elección. No podemos ayudarte a conocer al destinatario de tu regalo, pero sí que podemos darte ideas en forma de qué libros pienso regalar durante esta Navidad 2018 (y que, obviamente, desearía que me regalen). Ah, y no te olvides de envolver tus regalos en papel de periódicos.

Breves respuestas a las grandes preguntas, de Stephen Hawking


Breves

Recomendado por César Muela

'Breves respuestas a las grandes preguntas'(12,34 euros en versión eBook y 12,34 euros en Kindle) era el último libro en el que estaba trabajando Hawking antes de morir, y en él intenta responder de manera concisa a grandes preguntas como: ¿sobrevivirá la Humanidad?, ¿existe Dios?, ¿debería el ser humano colonizar otros planetas?. Aunque no descarto regalármelo a mí mismo, creo que es el detalle perfecto para alguien a quien le apasione la ciencia.

Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt


Totalitarismo

Recomendado por Antonio Sabán

En 'Los orígenes del totalitarismo' la teórica política y filósofa Hannah Arendt expone, con total claridad, los fenómenos que llevaron al ascenso del antisemitismo desde mucho antes de la Segunda Guerra Mundial. Pensamientos en principio poco extendidos y no impregnados en la política se convirtieron en catalizadores de regímenes como el nazi, desde el que no se entiende historia del siglo XX.

Además de por el gran ejercicio histórico que hace la autora, esta obra es especialmente interesante por el momento político actual, donde estamos siendo testigos de un avance claro de posiciones autoritarias y que de nuevo cuestionan principios básicos de la democracia liberal de los últimos sesenta años.

Sin duda, una lectura clave para entender cómo el mal avanza y se arraiga en una sociedad sin que durante mucho tiempo se sea consciente, y de cómo la mayoría de formas de luchar contra ello no funcionen hasta que es demasiado tarde.

El filtro burbuja, de Eli Pariser


Burbuja

Recomendado por José García

Hay un libro que siempre me gusta regalar que se llama 'El Filtro Burbuja' (9,49 euros versión Kindle y 9,99 euros en versión eBook ), escrito por Eli Pariser. Se trata de un ensayo en el que el autor analiza, entre muchas otras cosas, cómo Internet y los algoritmos deciden lo que ves y, por tanto, en cierto modo, lo que piensas. 

En pocas palabras, Pariser defiende que Internet (entendida como un conjunto de empresas que todos conocemos), en su afán por personalizar la experiencia de usuario, encierra al mismo en un bucle de retroalimentación que sesga sus puntos de vista y, por tanto, lo manipulan. Por ejemplo, Pariser defiende es que Facebook sabe lo que te gusta y, para que te quedes en su plataforma, te muestra más cosas que te gustan

Extrapolándolo a la política, si eres de izquierdas Facebook solo te mostrará cosas relacionadas con la izquierda y obviará las de derechas, por lo que tu opinión estará sesgada ya que la propia red te ha hecho dejar de tener en cuenta otros puntos de vista. Es un libro que más allá de decirte "Oye, no uses Instagram" o "Deja de ser usar Google", pretende abrir los ojos con respecto a cómo funciona Internet y los riesgos para la opinión pública que ello supone.

Agujeros negros y tiempo curvo, de Kip S. Thorne


Agujeros

Recomendado por Juan Carlos López

'Agujeros negros y tiempo curvo' (12,34 euros en versión Kindle y 12,34 euros en versión eBook) es un ensayo de mucha calidad que encantará a cualquier persona que tenga curiosidad no solo por conocer lo que sabemos acerca de los agujeros negros, sino también acerca de la naturaleza del tiempo y cómo la describe la teoría general de la relatividad de Einstein. 

Es un libro relativamente asequible, y solo algunas partes pueden resultar complicadas para los lectores que no acostumbran a leer ensayos científicos. Aun así, es una magnífica obra de divulgación en cuyas páginas merece la pena sumergirse, por poco interés que se tenga en la cosmología.

Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato, de Jaron Lanier


Redes

Recomendada por Javier Lacort

Aunque están de moda las charlas, ponencias y libros que alertan de los peligros de las redes sociales y el uso excesivo de pantallas, ni se puede negar que no tengan al menos algo de razón ni que hay obras a considerar.

'Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato' (8,54 euros en versión Kindle y 8,54 euros en versión eBook) es una de ellas: un análisis sociológico sobre la dependencia que nos generan estas redes y sobre cómo usándolas quedamos como el producto que dichas redes venden a los clientes finales, las empresas que pagan por anunciarse en ellas y difundir contenido de su interés. Seas escéptico o no, nunca viene mal una dosis de pensamiento crítico de quien cuestiona nuestros hábitos.

Vamos a comprar mentiras, de José Manuel López Nicolás


Mentiras

Recomendado por Ladyfitness

Un libro de divulgación científica sobre cómo funciona la industria de la alimentación y la cosmética, y cómo algunas veces “nos la intentan colar” a los consumidores a través de la publicidad. Imprescindible si quieres empezar a comer un poquito mejor y a cuidarte más en este nuevo año sin que te den gato por liebre.

Empatía (Serie Inteligencia Emocional), de Daniel Goleman


Empatia

Recomendado por Pedro Santamaría

Resiliencia, Mindfulness,… Harvard Business Review tiene libros interesantes relacionados con todos estos temas. Personalmente me quedo con el de Empatía (7,59 euros en versión Kindle y 7,99 euros en versión eBook). No es sencillo mostrar empatía ni tampoco se sabe a veces de forma certera qué nos puede aportar desarrollarla o saber cuándo ponerle límites. En este libro tal vez no se profundice todo lo que gustaría pero sí da claves que ayudan a su gestión. Lectura cómoda y recomendable.

Illusion Of Life: Disney Animation, de Ollie Johnston


Illusion

Recomendado por Rubén Márquez

Se podría decir que soy un enfermo de Disney, de todo lo que han aportado al mundo de la animación y cómo sus creaciones me han acompañado a lo largo de toda mi vida. Esta vendría a ser la Biblia del castillo de las ilusiones, un compendio de sus procesos de creación y sus principios básicos a la hora de dar vida a los personajes que nos han acompañado desde los años 30. Sin duda uno de los libros más recomendables sobre el mundo de la animación.

Tomado de: Xakata Ciencia

17 de julio de 2018

¿Es cierto que las mujeres hablan más que los hombres?

Los expertos no se ponen de acuerdo en este asunto, aunque la impresión general es que sí, pero no por tanta diferencia como se suele pensar. Un estudio realizado por las Universidades de Texas y Arizona entre 1998 y 2004, y publicado en 2007 por la revista Science se encargó de registrar, transcribir y contar el número de palabras pronunciadas por una muestra de 396 estudiantes, la mitad hombres y la mitad mujeres. El resultado: ellas decían diariamente una media de 16.215 palabras, y ellos, 15.669, aunque dependía por supuesto de los individuos, pues aquí sí hay diferencias abismales. Los supercharlatanes, fueran del sexo que fueran, rebasaban los 47.000 vocablos, mientras que los más taciturnos apenas llegaban a 500.

Por su parte, la psiquiatra Louann Brizendine sostiene en su libro El cerebro femenino que la mujer no sólo cuenta con mayor empatía e inteligencia emocional, sino que es superior al hombre en capacidad lingüística y de comunicación. Ellas utilizan, dice, un vocabulario más amplio -hasta tres veces más palabras- y hablan mejor y más deprisa.

Fuente:

Muy Interesante

26 de marzo de 2018

Si quieres resolver un problema con alguien, sigue estos cuatro pasos

La violencia es la expresión trágica de necesidades no satisfechas.

En ocasiones los conflictos se enquistan porque no hemos sabido ver lo que la otra persona necesita. Cuando esto ocurre, el otro se enfada o llega a tener comportamientos agresivos aunque no sepa el por qué. Sencillamente, deja de hablarnos, nos grita o actúa con cualquier otra respuesta que tenga en su catálogo habitual. En esos momentos, si decimos “no te enfades” conseguimos lo contrario, que el otro aún se cabree más. Por tanto, reconducir un conflicto requiere un modo diferente de comunicación. Así lo comprobó Marshall B. Rosenberg después de trabajar en situaciones realmente complicadas durante los años 60 en el sur de Estados Unidos. Allí reinaba la segregación racial y los actos de violencia estaban a la orden del día. Este psicólogo desarrolló una metodología denominada Comunicación No Violenta (CNV), que le permitió acercar posiciones y reducir la agresividad de ambos bandos. Y dicha metodología podemos aplicarla en nuestro día a día cuando nos enfrentamos a una discusión o a un conflicto.

La CNV parte del supuesto de que el enfado, la agresividad o la violencia, en último extremo, son expresiones de la desesperación o de la impotencia de alguien ante una necesidad no atendida. Por ello, una comunicación efectiva ha de ver más allá de las palabras, de los hechos o de las emociones (aunque algunas nos saquen de quicio). Ha de reparar en las necesidades de fondo que existen y que no están satisfechas, para conseguir una conexión sincera con el otro y con uno mismo. Y eso es lo que propone la CNV, a través de cuatro fases.

La primera fase consiste en observar la situación sin juicio, tanto lo que ocurre fuera como lo que se nos mueve dentro. Una conversación reparadora comenzaría con una exposición sin valoración. No consiste en frases que le hagan al otro sacar el escudo defensivo como, por ejemplo: “trabajas demasiado”, “eres un desastre” o “te enfadas con cualquier tontería”. La idea es comenzar con algo que no se puede cuestionar, como: “cuando te hablo de algo importante para mí y coges el móvil para consultar tu correo…”. Si ha pasado, no se puede negar.

Lea el artículo completo en:

El País (España)

3 de agosto de 2017

El sentido del humor es un comodín fantástico a la hora de educar


A la hora de valorar que hacer frente a un “mal comportamiento” de un niño o niña, invito a una primera reflexión sobre si lo ocurrido es un mal comportamiento y para quien, y después planteo no quedarnos solo en cómo intervenir para enseñarles la forma adecuada de resolver un conflicto, sino ir más allá y tratar de entender por qué se provocó y qué está detrás de un mal comportamiento.

Y digo esto porque detrás de algunas “malas” conductas lo que hay es simplemente una falta de herramientas y/o de información que hubieran permitido al niño o niña actuar de otra manera.

Otras veces, las “malas” conductas encierran emociones dolorosas a situaciones para las que no tienen otra forma de gestionar ni de expresar, ni siquiera de identificar.

Por eso, como padres, como educadores, tenemos que trabajar en las dos direcciones paralelamente: la intervención y la reflexión. Y dado que está sobradamente demostrado que el castigo no sirve para crear aprendizajes a largo plazo, no cambia las causas que provocan la conducta inapropiada y conduce a emociones negativas hacia quien lo impone, tenemos que habilitar otras maneras de enseñar a nuestros hijos a manejarse de formas más constructivas, tanto para ellos como para los demás. Esto exige, desde luego el empleo de una gran dosis de inteligencia emocional por nuestra parte y también de creatividad. Dejarnos llevar por el impulso, por el castigo cargado de impotencia, por la falta de alternativas, por la agresividad que algunas situaciones nos generan, es lo fácil, lo automático, para lo que estamos programados. Pero eso no es educar. Eso es reaccionar.

Educar requiere un máximo de paciencia, empatía y de creatividad. Requiere una intención voluntaria de desprogramarnos, requiere muchas veces una “silla de pensar” para nosotros. Un lugar donde, a solas y apartado de nuestro hijo, seamos capaces de calmarnos y recuperar un lugar de serenidad. A partir de ahí, podremos “accionar” en lugar de “reaccionar”, podremos conectarnos con la situación objetiva y valorar con suficiente distancia lo que de verdad ocurrió y hasta qué punto era tan importante. Podremos ejercer como educadores, no como parte del problema.

Así pues, este sería el primer paso ante un conflicto que nos provoca emociones intensas de ira o agresividad: no actuar. Si se trata de una agresión entre hermanos, poner a salvo al agredido y tratar de hacer lo posible por no formar parte del círculo vicioso y añadir más agresividad y tensión. Parar. Buscar nuestra silla de pensar. Conectarnos con un lugar en calma porque es indispensable recuperar el equilibrio, por precario que sea, para poder ofrecérselo a ellos.

El siguiente paso sería neutralizar también la intensa emoción que tiene tanto el agresor, como el agredido, priorizando a este último. Si se trata de otro tipo de mal comportamiento, también suele desatar emociones muy fuertes en ellos y cuando su cerebro está inundado de cortisol (hormona del estrés) no escucha, no ve, no aprende. Está literalmente borracho de negatividad y nuestras palabras serán incluso contraproducentes, aún en el caso de que remotamente sean escuchadas.

El abrazo, si se deja, el acompañamiento tranquilo y silencioso, las palabras calmadas que no buscan culpables ni respuestas, hacer un chiste, unas cosquillas, ayudan a ir recuperando un estado donde sí será posible entenderse y tal vez, aprender algo.

Una comunicación efectiva, tras un conflicto requiere pautas muy sencillas pero que solo fluyen desde un estado de ánimo sereno y con ganas de construir:
  • Pedir al niño que describa lo ocurrido y escuchar sin corregirle, sin juzgarle.
  • Si no es capaz de hacerlo (por edad, por falta de recursos lingüísticos, etc.), ayudarle a la reconstrucción de lo que ocurrió, tratando de bajar el lenguaje de forma que nos podamos entender.
  • Que intente identificar la emoción que le llevó a hacerlo y la que sintió después de haberlo hecho: “me enfadé tanto con mi hermano que le di con la caja”.
  • Reconocer la emoción y darle importancia. No queremos inhibir el sentir, sino enseñarles a identificar sus emociones para poderlas manejar. No está mal sentir cualquier cosa, es parte de la naturaleza humana y juzgarlas como malas o buenas invita a la culpa e impide su canalización.
  • Explicarle cómo nos hemos sentido nosotros frente a su mal comportamiento, con palabras certeras, llamando a cada emoción por su nombre: frustrado, enfadado, triste… Desde el “yo me he sentido”, jamás utilizaremos “me has hecho sentir”. Debes hacerte cargo de tus emociones, son tuyas, no suyas. Bastante tiene él o ella con empezar a conocerlas como para además ocuparse de las tuyas. Se supone que eres el que tiene la mayor cantidad de información.
  • Ayudarle a empatizar, buscando ejemplos muy cercanos, cotidianos, que le conecten con una emoción parecida. Sirven los dibujos animados, los cuentos, algún incidente en clase… Recordemos que para educar necesitamos altas dosis de creatividad.
  • Algunas veces, tal vez más de las que nos damos cuenta, el conflicto se puede evitar. Ello implica estar presente, estar atento, y ser capaz de adelantarse a la situación. Y aquí quiero hacer una aclaración: la profecía autocumplida.
  • Prevenir un conflicto no significa decir “cuidado porque se te va a caer el agua”, porque hay muchas más posibilidades de que se caiga después de haberlo advertido. La profecía autocumplida es una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad.
  • La prevención en este caso es evitar la situación que hará más que posible que “se le caiga el agua”: acción, no reacción.
  • Otra cosa a tener en cuenta cuando educamos es saber que nuestro cerebro tiene serias dificultades para procesar el “No”. Por tanto, tengo muchas más opciones de ser escuchado cuando enuncio frases en positivo que en negativo: “no debes pegar a tu hermano” es mucho menos eficaz que “me gustaría que cuidaras a tu hermano un poco más”… hay mil ejemplos.
  • Tener conciencia de que costará una y mil veces aprenderlo, de que parecerá que no ha servido de nada. Estamos sembrando, compañeros, estamos sembrando. Grandes dosis de paciencia, dije al principio. También para no caer en la inmediatez de algo tan difícil.
  • Reconoceremos cada éxito, pero también (o más) cada intento. Y, si es posible, haremos una “marcha atrás” donde le damos al botón que vuelve a empezar para darles la oportunidad de hacerlo de otra manera, con la nueva, con la recién aprendida.
  • El sentido del humor es un maravilloso comodín a la hora de educar. La risa desbloquea y sustituye el cortisol por endorfinas, creando un cerebro abonado para el aprendizaje, el que perdura. Solo aprendemos aquello que está asociado a una emoción. Entonces, tratemos de hacerlo en positivo.
  • Confía, confía, confía… si mandas el mensaje emocional de que no crees que será capaz de cambiar, de hacerlo mejor, no lo hará. Y lo peor, esa sensación le acompañará el resto de su vida. Te necesita para construirse. CONFÍA, con el corazón, con honestidad. Tiene todo el potencial para hacerlo, solo necesita tu mirada positiva.
  • Recuerda lo hablado o vuelve a hablarlo las veces que hagan falta, cada vez que lo necesite. Sin caer en el hastío, en el “ya te lo he dicho” o peor, en el “te lo dije”.
  • Es esencial también tomar conciencia de que esto es una carrera de fondo, de que somos padres y educadores 24 horas al día siete días a la semana y que nadie hemos aprendido en un solo ensayo. Que es más fácil enseñar a leer o a hacer un logaritmo que enseñar comunicación emocional, estrategias de aprendizaje vital, recursos para preservar y construir su autoestima, poner los andamiajes del adulto feliz y pleno que pretendemos sea algún día.
No debemos nunca olvidar que están aprendiendo cómo vivir y construyendo como ser, sin apenas recursos, inundados de estímulos y de emociones intensas. Le educación emocional le enseñara a ser quien quiera ser, en libertad, sin depender de los otros en su trayecto personal y vital.

Fuente:

El País (España)

27 de noviembre de 2014

Para tu cerebro, lo que le pasa a un ser querido te pasa a ti mismo

La neurociencia descubre que en el cerebro humano lo que le sucede a un ser querido se experimenta como si nos sucediera a nosotros mismos. 


No le pregunto a la persona herida cómo se siente,
yo mismo me transformo en esa persona herida.
-Walt Whitman, Song of Myself 


El amor, el cariño, el respeto por el otro y la amistad podrían agruparse en torno a una habilidad que poseemos los seres humanos: la empatía. Indudablemente esta capacidad empática es materia prima fundamental de nuestra existencia y, tal vez, apela al sentimiento más auténtico que una persona puede gestar. Incluso podríamos especular sobre el papel que juega la empatía en la evolución y la supervivencia de nuestra especie o, como advertía Roger Ebert, “creo que la empatía es la máxima virtud de una civilización”.
Si bien los alcances de la empatía son, creo, plenamente comprobables mediante la experiencia individual, lo cierto es que la nitidez de este fenómeno se manifiesta tangiblemente incluso a nivel neuronal. Hace unos meses, investigadores de la Universidad de Virginia concluyeron, tras una serie de experimentos con escáneres de resonancia magnética para monitorear la actividad cerebral, que cuando existe un lazo de afecto y familiaridad con otra persona, nuestro cerebro la experimenta como si fuésemos nosotros mismos. 

Lo primero que descubrieron fue que nuestro cerebro distingue tajantemente entre los extraños y aquellos a quienes ‘conocemos’. Y luego hallaron que aquellas personas que asignamos a nuestra red social se funden con nuestro sentido de ser a un nivel neuronal –fenómeno que se intensifica entre mayor es el lazo de afecto. James Coan, uno de los psicólogos involucrados en el estudio, advierte al respecto:

Notamos que, mediante la familiaridad, otras personas pasan a formar parte de nuestro propio ser [...] Nuestro yo termina por incluir a esas personas con quienes experimentamos cercanía. Esto posiblemente se debe a que los humanos necesitan de amigos y aliados con quienes puedan unir fuerzas y concebirlos de la misma manera en que se autoconciben. Y cuando las personas pasan más tiempo juntas, entonces esta similaridad se refuerza. 

El experimento consistió en escanear la actividad cerebral de 22 personas. Los voluntarios eran advertidos de que recibirían sutiles shocks  eléctricos. Ante esta amenaza, sus reacciones fueron contrastadas con aquellas en que existía la posibilidad de que un ser querido fuese a recibir el mismo tratamiento. La respuesta neuronal era casi idéntica en ambos casos, lo cual no ocurría cuando se trataba de una virtual amenaza contra un desconocido (consulta aquí el estudio completo).  

Esencialmente se diluye la frontera entre el “yo” y el “otro”. Nuestro ser pasa a incluir aquellas personas que nos son cercanas. Si un amigo está bajo amenaza, en nuestro interior ocurre lo mismo que si nosotros estuviésemos amenazados. Somos capaces de entender el dolor o la contrariedad que él puede estar atravesando, tal como podemos entender nuestro propio dolor. 

In Lak’ech (tú eres mi otro yo)
Saludo tradicional Maya
Algunas reflexiones al respecto

Al leer el estudio en cuestión, además de emocionarme, no pude evitar preguntarme qué sucede, entonces, cuando lastimamos a un ser querido. Seguramente al estar molesto con un amigo, porque a su vez nos sentimos ofendidos, nuestro cerebro es capaz de removerlo temporalmente de esa región neuroafectiva y por lo tanto podríamos infligirle un daño. Sin embargo, para que eso ocurriese primero él habría tenido que hacer lo propio, previo a incurrir en el acto que produjo nuestra reacción. Y en este sentido sólo quedaría apelar al sentimiento de autodestrucción, es decir, el concebir a alguien como un “yo mismo” no le exime de mi deseo de, en ciertas circunstancias, lastimarlo, pues ni siquiera mi propio “yo” está a salvo de mi propia destrucción. Consecuentemente, si yo dejase a un lado las prácticas autodestructivas, difícilmente lastimaría a mis seres queridos. 

La segunda reflexión que podría detonar este fenómeno es cómo podríamos llegar a ese paraíso empático en el cual realmente concibiésemos a cualquier persona, querida o no, como un propio yo. Cómo eliminar esa distinción entre aquellos a quienes me une el afecto y esas personas a quienes considero simples desconocidos. Lo anterior no para demeritar los lazos de afecto que experimento por “los míos”, sino para derramar este mismo sentimiento de forma incluyente, y así consumar una postura, asumo, impecable, en lo que respecta a la tolerancia, la comprensión, y el respeto por el otro.

En fin, supongo que nos toca, a cada uno, encontrar este tipo de respuestas, pero no por ello deja de resultar fascinante la simple idea de concebir que, más allá de la poesía o la metáfora, realmente tenemos la capacidad de fundir el yo con el otro. 

Twitter del autor: @ParadoxeParadis

Tomado de:

Pijama Surf

4 de febrero de 2014

Yo tengo razón, tú estás equivocado (o por qué somos adictos a tener razón)

Somos adictos a "tener razón", pero quedar cautivos de nuestras opiniones es un trampa


Escuchar a los demás es prueba de empatía y respeto, claves para crecer y estar en paz

La mayoría de nosotros creemos que podemos cambiar lo que los demás piensan; de otro modo, no pasaríamos tanto tiempo en la vida dándole vueltas a “qué opinan los demás de nosotros” y tratando de mejorar su juicio sobre nuestra persona. Eleanor Roosevelt dijo: “Nadie puede hacer que te sientas inferior si tú no lo permites”. Esta afirmación pone el foco de atención hacia nosotros mismos y no en los demás; por ello, quizá el único pensamiento que precisa ser cambiado es la creencia de que “los demás deberían pensar diferente”.

Querer tener razón es la enfermedad crónica de la humanidad, seguramente una de las causas que han enfrentado más a las personas, las naciones y las religiones organizadas del planeta. La posesión de las personas por sus propias ideas es siempre una causa de sufrimiento. El problema, al consistir las creencias en “posesiones mentales” no visibles, ha sido buscar la solución a nuestras diferencias tratando de cambiar a los demás antes que examinar la causa real de los conflictos (la necesidad de tener razón).

En demasiadas ocasiones comprobamos cómo querer imponer nuestras razones y opiniones a los demás nos cuesta caro. Tal vez logremos desautorizar las ideas de alguien, pero al final acabamos con una razón más y un amigo menos. ¿Vale la pena? Seguramente no. El resultado es que querer estar siempre en posesión de la verdad consume una gran cantidad de energía y tiempo que nos impide disfrutar de los demás y de la paz mental de saber que en el fondo todos tenemos nuestra propia lógica.

¿Es mejor tener razón a toda costa antes que ser feliz? Que cada uno responda esta pregunta con sinceridad.

Una creencia es algo a lo que te aferras
porque crees que es verdad”
Deepak Chopra
La perspectiva materialista o newtoniana del universo nos conduce a cosificar todo con lo que entramos en contacto, ya sea algo material o inmaterial. Incluso lo no material, como un pensamiento, acaba tomando forma y se convierte en objeto de conflicto. Así, una idea o una creencia se acaban convirtiendo en una posesión, una propiedad, algo que debe ser defendido para que no perezca.

Todo pensamiento consciente, repetido durante un tiempo, se convierte en un programa mental invisible. Con el tiempo acumulamos opiniones, creencias, que pasan a conformar lo que llamamos identidad construida o ego. Si alguien agrede esas posesiones mentales, en realidad es como si lanzara un ataque personal, porque confundimos pensamiento e identidad. No parece sensato confundir lo que somos con lo que pensamos, pero esto no lo tienen tan claro quienes se aferran a sus creencias con desesperación.
Tener opiniones es normal, también tener gustos y preferencias… pero que esas ideas y predilecciones le tengan a uno cautivo o secuestrado es una trampa. El libre pensamiento es una conquista humana, pero la libertad de opinión se convierte en una desventaja cuando las posiciones mentales impiden abrirse a nuevas perspectivas o puntos de vista que no concuerdan con las propias.

La pregunta ¿somos nuestras creencias? se responde con un rotundo no. Desde luego, tenemos convicciones, pero en esencia no somos lo que pensamos; a un nivel profundo y esencial, nuestras opiniones no pueden definirnos. Pero llegar a esta claridad no es sencillo ni rápido. De hecho, los conflictos del mundo son tanto disputas por pertenencias materiales (cosas) como por posesiones inmateriales (ideales). Cuando entendemos que tenemos una mente y la usamos, pero que no somos esta, nos liberamos de su contenido y nos autoexcluimos de cualquier conflicto y, por tanto, sufrimiento.

Lea el artículo completo en:

El País Ciencia

20 de mayo de 2013

Tres cosas que cambian en tu cerebro cuando meditas

Empatía. Cuando meditamos aumenta de manera notable la actividad neuronal en áreas del cerebro implicadas en la empatía, es decir, en la capacidad de ponernos en el lugar de los demás. Concretamente, científicos de la Universidad de Emory usaron resonancia magnética para estudiar el cerebro de personas que meditaban y comprobaron que, en comparación con quienes no lo hacían, tenían más activas las neuronas de la corteza dorsomedial prefrontal y el giro frontal inferior, dos estructuras que participan en el reconocimiento del estado emocional de las personas que nos rodean.

Aprendizaje. Según recogía hace poco un artículo de la revista Mindfulness, investigadores de la Universidad George Mason (EE UU) han demostrado que practicar meditación antes de clase ayuda a que los estudiantes universitarios se concentren mejor y retengan mejor los contenidos que imparte el profesor, por lo que recomiendan meditar durante 6 minutos antes de entrar al aula.

Conexiones. La meditación aumenta la plasticidad neuronal y mejora la coordinación entre las células del cerebro, según un reciente estudio publicado en la revista PLOS One basado en resonancia magnética cerebral con espectroscopia, una técnica que permite medir sustancias químicas en una determinada región del cerebro. Los autores del trabajo identificaron un incremento significativo de la conectividad a nivel de las fibras de la sustancia blanca, que comunican ciertas estructuras profundas, como el tálamo, con la corteza parietal superior izquierda, la parte del cerebro que controla la consciencia de uno mismo. Además, los experimentos revelaron que el mioinositol está aumentado en el cíngulo posterior de los meditadores. Este cambio neuroquímico podría ayudar a regular la respuesta inmune y reducir la ansiedad y la depresión, según los investigadores.

Fuente:

Muy Interesante

9 de diciembre de 2011

Las ratas son solidarias con sus compañeras

Las ratas de laboratorio son solidarias con sus compañeras, según revela un estudio publicado esta semana en 'Science', que demuestra que también son capaces de desarrollar empatía con sus pares.

La empatía ha sido con frecuencia considerada como propia de los primates, pero, según revela este estudio realizado por Inbal Ben-Ami Bartal, profesora del departamento de Psicología de la Universidad de Chicago, también las ratas pueden ponerse en el lugar del otro.

Bartal y su equipo analizaron el comportamiento de una rata cuando estaba sola en su jaula con un contenedor vacío y su reacción cuando colocaron en el contenedor otra rata o un objeto cualquiera.

La rata actuó de forma más agitada cuando su compañera estaba encerrada que cuando estaba sola en la jaula, lo que asocian a un "contagio emocional" por la inquietud de la rata encerrada.

La empatía es un fenómeno observado en hombres y algunos animales cuando ven a algún otro sujeto sufrir miedo, estrés o dolor, pero que hasta ahora no estaba claro que sucediera en roedores. Según el estudio, tras varias sesiones, la mayoría de las ratas aprendieron rápidamente a abrir el contenedor en el que estaba encerrada su compañera y liberarla.

El hecho de que las ratas fueran capaces de liberar a sus compañeras indica que reconocieron la angustia de la otra y además fueron capaces de mantener la suficiente calma como para abrir la reja, en vez de quedarse estáticas o correr alrededor, explican.

Por el contrario, las ratas no abrieron contenedores que estaban vacíos o que contenían otros objetos.

Los investigadores destacan que, aun cuando las ratas libres tuvieron acceso a un poco de chocolate como señuelo, que podrían haber comido ellas solas, primero liberaron a sus compañeras atrapadas y compartieron el chocolate con ellas.

Según Bartal, el contagio emocional es la forma más simple de la empatía, pero esta respuesta muestra una expresión más compleja de empatía, ya que "la rata no tiene otra acción para hacer esto, más que acabar con la angustia de las ratas atrapadas", indicó.

Los autores subrayan que hubo una mayor proporción de ratas hembra que abrieron la puerta a la rata atrapada que los machos, enfatizando que las hembras son más empáticas que los machos.

Aunque el comportamiento empático se había observado de manera anecdótica en los primates no humanos y en alguna especie salvaje, esta es la primera vez que se ve en ratas de laboratorio, lo que indica que el origen de esta conducta pro-social podría darse en el árbol evolutivo antes de lo que se pensaba.

Fuente:

El Mundo Ciencia

30 de noviembre de 2011

Imitar el acento de otra persona nos ayuda a entenderla

Según un reciente estudio publicado en la revista Psychological Science, cuando dos personas hablan tienden a modificar su modo de hablar para acercarse. “Incuso imitan la postura corporal del sujeto que tienen delante, por ejemplo el modo de cruzar los brazos”, explica Patti Adank, investigadora de la Universidad de Manchester y coautora del trabajo. Pero además, Adank ha comprobado que cuando imitamos el acento de las personas con quienes hablamos mejora mucho la comprensión del mensaje. Según la investigadora, aunque no solemos llegar al extremo de imitar totalmente un acento en nuestras interacciones cotidianas con otras personas, porque podría ser interpretado como burla, nuestro cerebro inconscientemente modula la voz para que se parezca más a la de nuestros interlocutores.

Los resultados coinciden con los aportados por otro estudio de la Universidad de California, dado a conocer en la revista Attention, Perception, & Psychophysics el año pasado, que sugería que, de manera inconsciente, imitamos el modo de hablar de aquellos con quienes conversamos incluso si en lugar de escucharlos solo les leemos los labios. “Esta imitación no intencionada puede servir como 'pegamento' social, ayudándonos a empatizar con los demás”, concluía Lawrence Rosenblum, coautor del trabajo.

Fuente:

Muy Interesante

19 de abril de 2010

Registran por vez primera la actividad de neuronas espejo en humanos


Martes, 20 de abril de 2010

Registran por vez primera la actividad de neuronas espejo en humanos

Estas neuronas nos permiten empatizar, y su conocimiento podría ser clave para tratar el autismo

Científicos de la UCLA han conseguido registrar, por vez primera, la actividad de unas neuronas conocidas como “neuronas espejo” en cerebros humanos, utilizando electrodos intracraneales. Así, se ha descubierto que este tipo de células están en más áreas del cerebro de lo que se creía y que, dentro de su grupo, existen subconjuntos de neuronas espejo que se regulan para evitar que imitemos automáticamente las acciones de otros o para permitir que diferenciemos nuestros actos de los de los demás. Los científicos esperan, por último, que la comprensión profunda del funcionamiento de las neuronas espejo ayude a tratar ciertos trastornos, como el autismo.

Neuronas espejo. Fuente: UCLA.

Un equipo de científicos de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) ha conseguido registrar, por vez primera, la actividad de las neuronas espejo en cerebros humanos.

Estas neuronas tienen la peculiaridad de activarse cuando realizamos una acción concreta pero, también, cuando vemos a otras personas realizar una acción.

Así, las neuronas espejo “reflejan” la actividad ajena, permitiéndonos ciertas habilidades cognitivas sociales, como la empatía (capacidad de ponerse en el lugar de otro) o la capacidad de imitación.

Algunos científicos consideran que el hallazgo de las neuronas espejo constituye uno de los más importantes descubrimientos de las neurociencias en la última década.

Registradas, por fin

El problema principal que hasta ahora había habido con este tipo de neuronas es que no se habían conseguido pruebas directas de su existencia, sino únicamente sospechas o evidencias indirectas, publica la UCLA en un comunicado.

En la presente investigación, dirigida por Itzhak Fried, profesor de neurocirugía de dicha universidad, se ha conseguido por vez primera un registro directo de la actividad de las neuronas espejo en el cerebro humano.

Los investigadores registraron la actividad tanto de células neuronales individuales como de múltiples células, y no sólo en las regiones motoras del cerebro donde se creía que las neuronas espejo estaban alojadas, sino también en otras áreas cerebrales relacionadas con la visión y la memoria.

Electrodos intracraneales

Los científicos explican en un artículo aparecido en la revista Current Biology que se recopilaron datos directamente de los cerebros de 21 pacientes que estaban siendo atendidos en el Ronald Reagan UCLA Medical Center por sufrir un tipo de epilepsia intratable.

Lea el artículo completo en:

Tendencias 21
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