Decía Michelle Obama que Fred Astaire y Ginger Rogers tenían el mismo trabajo. Los dos bailaban, solo que ella lo hacía con tacones.
Y esta es una buena metáfora para reflejar las dificultades que viven
muchas profesionales cuando quieren prosperar en el mundo laboral.
Tampoco quiero decir que la carrera de los hombres sea un camino de
rosas pero, reconozcámoslo, la incorporación de la mujer al trabajo
retribuido es relativamente reciente. Por tanto, no es de extrañar que
social y educativamente todavía suframos algunos desafíos, que dependen
de nosotras y que tenemos (y debemos) plantarles cara para progresar. Y
no sirve solo con culpar al mundo de lo que nos ocurre o de quejarnos
que cobramos menos comparativamente, que es cierto y que hay que ponerlo
encima de la mesa. El auténtico cambio se producirá cuando seamos
nosotras las que comencemos a hacer cosas diferentes. Veamos en cuáles
podemos comenzar:
Supera del síndrome de niña buena. A muchas
nos han educado en ser buenas chicas, es decir, en buscar agradar a
todo hijo de vecino para sentirnos queridas y valoradas. Está muy bien,
se desarrolla una empatía extraordinaria, genera confianza pero,
cuidado, desde ahí se olvida algo fundamental, que es a una misma. Lo
que nosotras necesitamos tiene el mismo valor que cualquier otra
necesidad, sea la pareja, los hijos, el jefe o los compañeros. No digo
hacer todo cuanto se nos ocurra, sino tener el coraje de preguntarse
honestamente: “¿Qué es lo que yo realmente deseo, más allá de sentirme
querida por el resto?”. Solo así surge la fuerza de la determinación
para tomar decisiones.
Gana visibilidad. Hay muchos jefes que te
pueden proteger. Como hacen los pájaros, que cuidan a sus crías bajo el
ala. Ahí se está a gusto, no hay peligros, pero tampoco se vuela. Muchos
jefes que tienen esta tendencia suelen evitar dar visibilidad. Por
ello, el camino del liderazgo personal sea en una empresa o en una
familia requiere dosis de atrevimiento para salir de posiciones menos
cómodas pero mucho más enriquecedoras.
Aprender a “vender” nuestro trabajo. Esta palabra suena mal, lo sé, pero necesitamos hacernos a la idea de que necesitamos poner en valor lo que hacemos. Como dice Sheryl Sandberg,
la directora financiera de Facebook y considerada como una de las
mujeres más poderosas de Estados Unidos: “A los hombres se les contrata
por las expectativas y a las mujeres por los resultados”. Y esto no es
responsabilidad de ellos, sino de nosotras mismas. No esperemos a que
otros digan lo buenas que somos, sino tomemos nosotras la iniciativa.
Haz de tu pareja tu auténtico compañero.
Este punto no siempre es fácil. En casa puedes tener un aliado o alguien
que te ponga palos en las ruedas. Desarrollar una carrera profesional
es bien complicado si cada vez que abres la puerta de casa se inaugura
una batalla campal por el trabajo. El remedio es fácil (decirlo, que no
siempre conseguirlo): sustituir los mensajes de tú o yo, por nosotros
para que tu pareja sea tu aliado. La pareja necesita confianza y sentir
que es alguien muy importante en tu vida. Cuando te centras mucho en el
trabajo, puedes olvidarte de darle ese espacio y luego surgen los
problemas. Por supuesto, que dichos problemas pueden nacer por mil y
otros motivos, pero lo que está claro es que la vida es más fácil si la
persona que está a tu lado es un auténtico compañero, como así confirman
los datos: de las 28 mujeres que han sido CEOs de las Fortune 500, 26
están casadas, una divorciada y una soltera.
Ten un mentor en tu vida. Un mentor o mentora
es quien te comparte su experiencia de manera generosa para ayudarte.
No tiene por qué gestionarse a través de programas formales de empresa,
sino que puede ser una misma quien lo solicite a quien tenga tiempo y
ganas de aportar. Por ello, escoge a alguien con quien has tenido una
interesante conversación y tómalo como mentor o mentora para ayudarte.
Y olvídate de la culpa. Posiblemente, el sentimiento de culpa
es una de nuestras especialidades. No hablamos de la emoción que surge
por cometer un delito, sino de algo más cotidiano y sutil: por no estar a
la altura, por no ser mejor madre y profesional, por no estar más
tiempo con la pareja… en fin, un sinfín de motivos que nos hacen daño.
Pues bien, detrás de la culpa hay dos claves: expectativas de una misma
más cerca de superwoman que de otra humana y un perfeccionismo
imposible. Así pues, quitémonos la capa de superheroína que puede con el
mundo, aceptemos que somos lo que somos y divirtámonos con ello.
Fuente:
El País