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21 de febrero de 2020

Juegos para enseñar a los alumnos a hablar en público



Actividades para realizar cpon alumnbos de 4° grado de primaria en adelante.

El discurso del rey

Los jugadores, en grupos de 7 personas, se colocarán en círculo y uno de ellos empezará la ronda a modo de pregonero diciendo en voz alta “El rey manda que…”. El siguiente le contestará completando la frase: “Los lunes se coman siempre patatas fritas”, por ejemplo.

El turno pasará al siguiente jugador teniendo en cuenta las agujas del reloj y, entonces, tendrá que repetir lo dicho hasta el momento y añadir un elemento nuevo al discurso. Por ejemplo: “El rey manda que los lunes se coman siempre patatas fritas y los cortesanos vistan con bañador.”

El siguiente jugador repetirá nuevamente la frase completa y añadirá un nuevo ingrediente: “El rey manda que los lunes se coman siempre patatas fritas, los cortesanos vistan con bañador y los sapos lleven vestido”. Así, los turnos irán pasando sucesivamente entre los participante hasta llegar nuevamente al pregonero, el jugador que inició la ronda. Este tendrá que colocarse sobre la mesa, aclarar su garganta, poner pose de paje y, a modo de discurso real, proclamar con voz firme y clara lo que se ha ido repitiendo.

“Lo que no sabías de…”

Los participantes irán caminando por la clase mientras que suena la música y, cuando se detenga, se situarán frente a la persona que se encontraba más cerca. Entonces, deberán responder al oído de este compañero las cuatro preguntas que el docente pronunciará en voz alta.

Por ejemplo, podéis escoger entre estas o inventar otras: ¿Cuál es tu color favorito?; explícale a tu compañero un día en que pasaste mucho miedo; dile a tu compañero cómo se llama tu mascota y por qué le pusisteis ese nombre; ¿qué película te llevarías siempre a una isla desierta y por qué?; ¿cuál es el sitio más bonito que has visitado de vacaciones?; ¿qué comida detestas?; si pudieses viajar a un sitio ahora mismo, ¿dónde irías?

A partir de las respuestas obtenidas, el compañero tendrá un minuto para explicar al resto de la clase los descubrimientos que ha hecho sobre su amigo. Entonces, podrá hacer una sencilla presentación oral o, si se atreve, inventar un rap, un trabalenguas o una adivinanza.

Lo más importante de esta actividad no es que el alumno realice un discurso muy elaborado; sino que se atreva a situarse frente a la clase, a romper esa barrera, y explicar algo que, al no ser una historia en primera persona, no le debería dar tanta vergüenza.

El pozo de los miedos

Antes de hablar en público, son los miedos y sensaciones negativas florecen en nuestro cuerpo, y es bueno ser consciente para poder gestionarlas y ponerles solución. Durante este ejercicio, pediremos a nuestros alumnos que se sitúen en parejas y escriban en papelitos todas las emociones desagradables que sienten cuando han de salir a hablar frente a alguien.

A continuación, les diremos que rompan con todas su fuerza esos papeles, los pisen, los arruguen, los destrocen… y los lancen a un pozo imaginario (habremos marcado en el suelo de la clase con tiza una circunferencia) donde caen y ya no pueden salir. Seguidamente, les diremos que cierren los ojos e imaginen que han que hacer una exposición importante. Esta vez la harán genial, tan bien que saldrán muy contentos de ella. Además el público les aplaudirá y sentirán cómo su pecho se llegan de orgullo. Ya nada tiene que ver con los miedos e inseguridades de antes, son una persona nueva.

Fuente:  Educación 3.0.

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2 de mayo de 2018

Oratoria: hazte más inspirador con las claves de Obama

Obama es uno de los grandes oradores de la historia y todos podemos aplicar cuatro de sus claves para que nuestras presentaciones en público sean más inspiradoras y efectivas. 

Seguramente alguna vez habrás tenido que hacer alguna presentación en público. Puede que tengas que remontarte a la época del colegio o puede que sea más reciente, delante de compañeros o de alguien a quien quieres proponerle una idea. La capacidad de hablar en público se puede mejorar si se sabe cómo y para ello, te sugiero apoyarte en algunas de las claves que ha utilizado el presidente Obama, uno de los grandes oradores de los últimos tiempos. Veamos cuáles.

Habla en clave de nosotros (no solo yo, yo y solo yo)

Cuando presentas tienes dos opciones: decir a la audiencia que ellos pueden conseguirlo o bien, que tú vas a conseguirlo por ellos. Son dos estrategias diferentes y dos invitaciones distintas. En el primer caso, la audiencia toma un papel protagonista para movilizarse y para trabajar en equipo. En la segunda, tú quedas como salvador y el resto, espera. Obama optó por la primera y muy probablemente, en la mayor parte de las ocasiones, sea tu mejor estrategia: hacer sentir que quien te escucha puede cambiar, que está en sus manos. “Yes, we can” (“sí, nosotros podemos”) fue el mensaje que le hizo famoso y que ha sido de inspiración para más de uno. Y en su discurso de despedida trasladó la misma idea: “os pido que creáis, no en mi capacidad de hacer cambios, sino en vuestra propia capacidad”.

Por tanto, si quieres movilizar a las personas para un fin y para que trabajen en equipo, habla en términos de nosotros. Si te pones tú de ejemplo, podrán admirarte, podrán votarte (si aspiras a presidente de algo), pero ten por seguro, que también esperarán que seas tú quien le saques del problema… y la parte de las dificultades son más fáciles si se trabaja en equipo.

Convence con la razón y con la emoción.

Una buena presentación en público requiere de una buena presentación. Y las buenas preparaciones son aquellas que llegan al mayor número de personas posibles tanto a los analíticos como a los emocionales, como hemos hablado en otras ocasiones. Si solo das datos, datos… podrás llegar solo a los primeros y si lo que dices tiene sobre todo mucha carga emocional, los analíticos se mostrarán escépticos. Por ello, combina análisis y emoción sin renunciar a ninguna de las dos. Un ejemplo de Obama fue su discurso en Newtown (Connecticut) después de que un tirador asesinara a 20 niños en un colegio. Expresó con dureza su rechazo a las armas y al mismo tiempo, se conmovió en público.

Sorprende positivamente
 
Es poco habitual que un equipo esté entusiasmado a la hora de escuchar a alguien. Normalmente, quien habla tiene que ganarse al público, aunque sea a los compañeros que asisten por rutina a una reunión. Una manera de ganarte su atención es cuando les sorprendes positivamente, con una broma o con un guiño a su trabajo. Así hizo Obama cuando en su primer discurso en Cuba habló en español y mencionó a un poeta cubano; o cuando terminó su discurso en la iglesia histórica de Charleston (Carolina del Sur) con una canción que unió a todos los oyentes.

Convence con lo que eres, no solo con lo que dices

Y no olvides algo. Como demostró Albert Mehrabian, profesor de UCLA, en una charla solo recordamos el 7 por ciento de las palabras, mientras que el resto son emociones o lenguaje no verbal de quien habló. Por ello, para hacer una buena presentación es fundamental trabajar también los miedos personales. Los discursos de Obama no son solo palabras, sino su elegancia, su templanza a la hora de hablar y la confianza que genera. Y todo ello, puedes trabajarlo revisando hasta qué punto te sientes seguro con lo que estás diciendo, entrenando el texto de lo que vas a decir y revisando los puntos que no acabas de tener claro. Con un trabajo personal previo harás una presentación con mayor confianza en ti mismo y tendrás más impacto positivo en quien te escucha.

Fuente:

El País (España)

Cinco claves para hablar bien en público (y disfrutarlo)

Si quieres hablar bien en público, tendrás que pensar bien en privado.

Decía el escritor Mark Twain que hay dos tipos de oradores, los que se ponen nerviosos y los que mienten. Y los nervios van a variar dependiendo de lo que tengamos que contar o de quiénes nos escuchen. Muchas veces nos toca hablar en público en una reunión de trabajo, en la junta de vecinos o en el brindis de la boda de nuestro mejor amigo. Y aunque no nos lo enseñaran en el colegio o hayamos tenido una mala experiencia, hablar en público se puede entrenar si se sabe cómo. Mónica Galán, en su libro Método Bravo, nos enseña los cinco pasos para conseguirlo y aplicarlo en nuestro día a día.

El primer paso es la bienvenida. Necesitamos invertir tiempo para un buen comienzo. Deberíamos huir como la pólvora de expresiones típicas como “bueno”, “pues…” o dar una palmada, que solo demuestran que estamos hechos un flan. La propuesta de Mónica es comenzar con alguna de estas ideas: contar una historia que enganche a la audiencia, aportar un dato o un hecho sorprendente, o hacer una pregunta que despierte la atención, como por ejemplo: “¿Cuántos de nosotros querríamos ganar más dinero?”. Si empezamos haciendo una mención a todas las personalidades presentes (clásico de los discursos institucionales), las personas desconectan desde el primer minuto.

El reconocimiento es la segunda clave para una buena presentación y este ha de ser de varios tipos, el primero el reconocimiento a ti como orador. Si han leído previamente tu currículum quizá no haga falta, pero si no, puedes contar alguna experiencia derivada de tu trayectoria o tu experiencia. No obstante, hay que tener cuidado en este punto con no resultar excesivamente pretencioso (esta sugerencia no tendría sentido en Estados Unidos, puesto que son diametralmente opuestos a nosotros en esto). Otro reconocimiento que se ha de hacer es a la audiencia por su tiempo y su atención. Curiosamente, las gracias se han de dar después del punto anterior y no antes… aunque pensemos que somos descorteses.

La tercera clave que nos ayuda a hablar en público es la autoridad, y esta se consigue con las palabras y con el lenguaje no verbal. La mejor manera de reducir los nervios es estudiando lo que se va a explicar. Pero las emociones y nuestra personalidad se perciben cuando hablamos delante de otras personas. Nuestras inseguridades o dudas se expresan con gestos, de los cuales no siempre somos conscientes. Por eso, a la hora de prepararnos para algo importante, también necesitamos trabajar en la seguridad en nosotros mismos. Mónica Galán lo resume del siguiente modo: si quieres hablar bien en público, tendrás que pensar bien en privado.

El valor es otro de los elementos esenciales que necesitamos trabajar. Debemos aportar algo a las personas que nos escuchan, porque el tiempo es preciado pero la atención, mucho más. Para conseguir enganchar, una recomendación es narrar historias. Así aprendimos de pequeños y seguimos haciéndolo como adultos, o como dicen James Carville y Paul Begala, dos relaciones públicas de la Casa Blanca: “Si no comunicas con historias, no comunicas. Los hechos hablan, pero las historias vencen”.

Y por último, la ovación, que significa un cierre inolvidable. Aquí existen varias posibilidades: un cierre emocional con una historia en primera persona; una repetición de un primer mensaje como en el famoso discurso de Martin Luther King “I have a dream” (tengo un sueño). También podemos cerrar con un proverbio o una cita famosa… Es decir, necesitamos terminar con un mensaje que quede en la mente de quien lo escucha.

Hablar en público puede ser maravilloso si uno se siente preparado y pone en práctica varias herramientas. La buena noticia es que se puede entrenar y adaptar a la personalidad de cada uno, porque, como dijo Voltaire, “todos los estilos son buenos, menos el aburrido”.

Fuente:

El Páis (España)

26 de abril de 2016

La retórica de la ciencia

Fue Platón el que introdujo el término “retórica” para describir la capacidad de persuadir a otros, concretamente en el contexto público y político. La comparaba negativamente con el conocimiento buscado por los filósofos.

Los pensadores clásicos posteriores, especialmente Aristóteles, Cicerón y Quintiliano, presentaron varios tratamientos sistemáticos de la retórica en los que ésta aparecía dividida en tres clases: deliberativa (o política), enfocada al futuro y que busca convencer a la gente con fines políticos; forense (o jurídica), enfocada al pasado y que busca convencer a la gente de los méritos o deméritos de las acciones de un individuo; y la epideíctica (o demostrativa) enfocada al presente y que se usa en acontecimientos públicos.

Ninguna de estas formas de la retórica tiene que ver con la forma en que se presentaba el conocimiento de los filósofos que, basado en en principios evidentes por sí mismos, no necesitaba de artificios.

En la Edad Media la retórica ocupó de forma natural su espacio en las nuevas universidades y floreció en el Renacimiento cuando humanistas como Pierre de la Rameé la promocionaban como un arte práctico esencial en la política, la religión y la ley. Si bien en alguna ocasión alabaron la utilidad de la elocuencia en alguna ocasión, los filósofos, incluidos los filósofos naturales, siguieron encontrando la retórica como inferior al conocimiento que era su objetivo.

En el siglo XVII los fundadores de la Royal Society of London, expresaron su intención de basarse solo en la experiencia y no en las capacidades de persuasión de las autoridades en su lema, Nullius in verba, tomado de una cita de Horacio, Nullius addictus iurare in verba magistri, que podría traducirse como “no me vi obligado a jurar por las palabras de maestro alguno”. Insistieron explícitamente en la necesidad de emplear lenguaje llano y sencillo y en evitar los artificios engañosos de la retórica en las comunicaciones que se hiciesen a la Society. Hoy día, y continuando esta práctica, los científicos se precian de decir lo que piensan de la forma menos adornada que sea posible.

A partir de mediados de los años setenta del siglo XX, sin embargo, historiadores, filósofos, especialistas en análisis del discurso y en comunicación, además de teóricos de la literatura, comenzaron a producir una cantidad de significativa de artículos y libros sobre la retórica de la ciencia y, en algún momento, fue activa una asociación profesional en Estados Unidos de especialistas en el asunto.

La aparición de la retórica de la ciencia se debió a tres cambios en el clima intelectual centrados en respectivamente en la historia de la ciencia, la filosofía de la ciencia y las humanidades en general.
En la historia de la ciencia el foco pasó de los mecanismos de funcionamiento de la ciencia a su contexto cultural . Una de las cosas que descubrieron es que hasta bien entrado el siglo XIX (y mucho más tiempo en muchos países) los filósofos naturales y los científicos, como personas educadas que eran, aprendieron los preceptos de la retórica de Quintiliano y Cicerón, entre otros, como parte de su formación general.

En la filosofía de la ciencia muchos académicos, impresionados por los argumentos de Duhem, decidieron que las teorías científicas no podían ser declaradas verdaderas o falsas basándose en la experiencia. De aquí dedujeron que, dada la inevitable falta de adecuación de las pruebas, los científicos tenían que tener otras razones para dar el salto a la creencia o tener otras tácticas para hacer que otros dieran el salto también. Algunos filósofos han explorado la posibilidad de que sea la retórica la que permita dar ese salto.

Conferencia de prensa en la que se presentaba una bacteria que crecía empleando arsénico en vez de fósforo. Muchas técnicas de la retórica en uso. Fue un bluf desde el minuto uno.
Conferencia de prensa en la que se presentaba una bacteria que crecía empleando arsénico en vez de fósforo. Muchas técnicas de la retórica en uso en un marco científico. Fue un bluf desde el minuto uno.
En las humanidades en general muchos intelectuales han adoptado la posición “lingüística”, lo que viene a ser creer que el lenguaje da forma de tal manera a nuestra visión del mundo que no podemos ir más allá de él. Consideran ingenua la creencia confiada de los científicos de que el lenguaje simplemente denota hechos del mundo real. El lenguaje construye, constituye o crea el mundo. Para estos intelectuales demostrar que esta generalización aplica incluso al lenguaje científico es un espléndido proyecto (no parece importarles mucho que sea incoherente por ser auto-referente).

A la vez que se daban estas tendencias intelectuales las exigencias académicas del sistema universitario estadounidense empujan a los profesores a enseñar y escribir sobre la retórica de la ciencia. Encontraron que era algo muy práctico para hacer atractivos los cursos de humanidades para los estudiantes de ciencias, para cumplir con las directrices curriculares que obligaban a enseñar cómo escribir y para argumentar la necesidad de cursos obligatorios que aumentasen la matriculación en los departamentos de humanidades.

A partir de finales de siglo los estudios de la retórica de la ciencia tratan todo tipo de cuestiones, basten algunas para ilustrar esta variedad: las actitudes hacia el lenguaje entre los miembros de la Royal Society; el lenguaje como “tecnología literaria”; el uso de elegías de los miembros difuntos de la Académie des Sciences de París para crear una imagen pública del carácter científico; la retórica como autopersuasión en los cuadernos de Darwin; la estructura del artículo científico moderno; disparidades entre las narraciones del descubrimiento de la doble hélice entre la publicación original de Watson y Crick y la autobiografía de Watson; el método científico como retórica, etc., etc.

Muchos de estos textos tienen poco que ver, sin embargo, con la retórica en el sentido clásico. Por el contrario, son posicionamientos en los debates entre la ciencia y el relativismo, en las llamadas Science Wars. Los no relativistas no tienen inconveniente en aceptar el argumento de que la persuasión tiene un lugar en la ciencia como lo tiene en la política, ya que los científicos saben que tienen que presentar sus descubrimientos de la forma más convincente posible si quieren que sus pares los acepten. Eso sí, no aceptan en absoluto que la ciencia sea retórica. Los relativistas, sin embargo, insisten en que los propios “hechos” están consensuados, construidos y establecidos por la persuasión. Para los relativistas los afanes de la ciencia se reducen a una serie de batallas retóricas.

Este post ha sido realizado por César Tomé López (@EDocet) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.

Fuente:

Cultura Científica

21 de septiembre de 2012

Cómo dar un discurso con todos los aciertos de Bill Clinton

El expresidente estadounidense hizo gala de sus mejores habilidades de orador en la última Convención Demócrata. ¿Qué puede aprender un CEO de su actuación?



El discurso del apodado “Comback Kid” de la política estadounidense fue visto 200,000 veces más que la aparición de Barack Obama en la Convención Demócrata celebrada a principios de setiembre. YouTube probablemente continúa registrando más visitas para Bill Clinton en estos momentos.

¿Qué hizo del expresidente de Estados Unidos el gran orador que demostró ser en este evento? Luisa García, socia y CEO para la Región Andina de Llorente & Cuenca, rescató diez pasos a seguir para repetir todos los aciertos de su ponencia para la revista G de Gestión:

1. Cuente una historia. Un discurso no puede ser una sucesión de hechos o ideas, sino elaborarse en una narrativa que contenga personajes y genere interés a través de momentos de intriga y lecciones aprendidas. Cuando Clinton dijo “tengo un candidato en mente para nominar a presidente”, fue un equivalente de “érase una vez…”.

2. Genere imágenes mentales. Nombres, apellidos y caras son la clave del contexto en un discurso. Los números deben ser ejemplos y deben aterrizarse en comparaciones.

3. No sea brillante. O al menos no intente parecer que se esfuerza en serlo. Hable en el mismo idioma que su público, no exaspere con palabras del “habla culta”.

4. Emociónese con su historia. Si va a dar buenas noticias, sonría. Las buenas vibras se transmiten al auditorio si son genuinas. Una buena señal de hacer esto bien es terminar cansado al finalizar un discurso.

5. Salte sobre los obstáculos. Elimine las palabras que no puede pronunciar bien. Tache frases del discurso que le causen molestia. Si se atasca, siga sin temor: la audiencia comprende más de lo que sospecha.

6. Gesticule. Use las manos para reforzar puntos clave y llamar la atención. Encuentre su propio estilo no verbal, así como el dedo índice de Clinton, que es prácticamente una marca registrada.

7. Siéntase cómodo. Familiarícese con el escenario, el podio y haga una prueba de sonido. Cambie las luces que le fastidien la vista. Si se siente como en casa, el público lo hará también.

8. Tenga picos de entonación. Hay voces con efectos somníferos. Juegue con la velocidad de su discurso y hable más despacio cuando quiera enfatizar puntos clave. Las pausas siempre son estratégicas.

9. Haga suyo el discurso. Como dice la expresión inglesa, own it. Si no le ha agregado un tono personal a su ponencia, la audiencia sentirá que no son sus palabras.

10. Invoque a la acción. La mejor manera de conectarse con la audiencia es pedirle algo. “¿Cuál es tu llamada a la acción? ¿Qué esperas de mí? Dímelo. Implícame. Déjame ayudarte”, señaló García.

Fuente:

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