Los estudios más recientes de las sustancias químicas del cerebro y el desarrollo social sugieren que necesitamos reconsiderar nuestra definición de maternidad.
Antes y después de conocer a su nieto por primera vez, Sarah Blaffer Hrdy escupió en un vial. Dos semanas después, cuando su marido llegó para conocer al recién nacido, le pidió que hiciera lo mismo.
Más adelante, las pruebas de laboratorio revelaron que los niveles de Hrdy de una sustancia química cerebral denominada oxitocina se habían disparado un 63 por ciento aquella tarde. Los de la saliva de su marido mostraban un ascenso de un 26 por ciento tras su encuentro inicial, pero varios días después, también aumentaron hasta el 63 por ciento.
«En el resultado final no había diferencias entre mi marido y yo, solo que a él le hizo falta pasar un poco más de tiempo con su nieto para alcanzarlos», afirma. La respetada antropóloga, ahora profesora emérita de la Universidad de California, Davis, ha escrito exhaustivamente sobre la ciencia de la maternidad humana.
«Todos los mamíferos hembra tienen respuestas maternales o “instintos”, pero esto no significa, como se suele asumir, que toda madre que dé a luz esté preparada automáticamente para cuidar de su descendencia», afirma Hrdy. «Más bien, las hormonas gestacionales preparan a las madres para responder a los estímulos de su bebé y, tras el parto, poco a poco, va respondiendo a las señales».
No es solo el caso de las mujeres que dan a luz físicamente: Hrdy y su marido son abuelos, pero a ella no le resulta en absoluto sorprendente que ambos registraran aumentos similares de oxitocina, una hormona asociada con los vínculos maternales. Según ella, tanto las madres que dan a luz como las madres que adoptan deberían considerarse «madres biológicas», basándose en los cambios que tienen lugar en sus cuerpos cuando se convierten en madres.
«Ambas experimentan transformaciones neuroendocrinológicas similares, incluso en ausencia del parto o la lactancia», afirma Hrdy.
El trabajo de Hrdy da testimonio de los muchos matices de la maternidad posibles en humanos. En las sociedades occidentales, quién se convierte en madre —y quién quiere ser madre— es diferente en la actualidad respecto a hace unas décadas. Las mujeres están retrasando cuándo y cuántos hijos tienen, o viven felizmente sin descendencia. Cada vez se acepta más a los padres del mismo sexo. Y a principios de año, una mujer transgénero se convirtió en la primera en amamantar a su bebé.
Aunque cada uno tiene una idea propia de qué es ser madre, la ciencia puede desvelar por qué cada tipo de madre se comporta de una forma determinada.
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¿Es adoptar una cría un acto de
bondad o de idiotez? Si se lo tomara desde una perspectiva puramente
evolucionista, parecería ser lo segundo.
Uno de los lugares más impactantes para presenciar la adopción en el reino animal es la isla Año Nuevo, ubicada a menos de un kilómetro de la rocosa costa de California. Esta isla es la anfitriona anual de la temporada de reproducción de cientos de elefantes marinos del norte.
Desde 1976, la bióloga marina Marianne Riedman y su colega Burney Le Boeuf han estudiado la adopción entre las focas y por qué sucede.
Los investigadores contaron un total de 572 cachorros huérfanos durante el transcurso de cuatro temporadas de reproducción consecutivas. Riedman se refirió a los adoptados como "crías ajenas".
Curiosamente, algunas focas eran más propensas que otras a volverse padres adoptivos. Por un lado, todos los padres adoptivos eran hembras.
Eso puede que no sea sorprendente, tal vez porque la motivación de los huérfanos en busca de cuidados es su necesidad de amamantamiento.
Sin embargo, entre las hembras, la madre sustituta más común era aquella que perdió a su propio cachorro. ¿Por qué será esto? Una razón posible es que adoptar ayudaría a las hembras a reproducirse en el futuro.
Amamantar con regularidad puede inducir la ovulación, lo cual volvería a la madre más apta para dar a luz a su propia cría en la temporada siguiente. La evidencia que respalda esta explicación no es muy firme, pero al menos la hipótesis es lógica.
En busca de un nido ajeno
Otra posibilidad es que el comportamiento y la psiquis de las madres estén preparadas para cuidar de sus cachorros inmediatamente luego del nacimiento. Entonces, al carecer de su propia cría, la motivación de brindar cuidados maternales se vuelca hacia los cachorros con los que no tienen parentesco. El biólogo George C. Williams llama a este fenómeno "función reproductiva despistada".Otra forma común de adopción tiene lugar cuando una hembra que jamás ha dado a luz cuida de una cría con la que no tiene parentesco. Riedman especula que dichas hembras pueden obtener experiencia maternal para incrementar sus habilidades como madre. Entonces, después de todo, adoptar tal vez tenga sus beneficios.
Las crías de elefante marino tampoco son las únicas en tener padres adoptivos. De hecho, esto es muy común entre las aves. Muchos polluelos abandonan intencionalmente el nido en que nacieron en busca de adopción temporal o completa.
Este "cambio de nido" fue visto en aves marinas como la gaviota y el charrán o golondrina de mar, así como en las cigüeñas, las aves de rapiña y ciertas especies de garzas.
Tomemos por ejemplo a la cigüeña blanca. En una temporada de reproducción, los biólogos de la Universidad de Córdoba, España, observaron el cambio de nidos en un 40% de las camadas, a lo largo de tres colonias distintas de cigüeñas blancas.
El hecho de que los polluelos busquen nuevos aposentos tiene sentido, ya que se beneficiarían de períodos más prolongados de cuidados parentales.
Si se mudaran a nidos con menos polluelos o polluelos más jóvenes que en su antiguo hogar, entonces podrían recibir más alimento al ganarle fácilmente la competencia a sus hermanos adoptivos pequeños.
Entonces, ¿por qué permitirían los padres adoptivos al intruso en sus nidos, especialmente en detrimento de sus propias crías? Podría ser que la evolución simplemente no les ha otorgado a los padres la capacidad de distinguir entre sus polluelos y los extraños.
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BBC Ciencia