Los canes son compañeros de cama menos molestos, según un estudio de las preferencias femeninas.
Dejar que nuestras mascotas duerman en la cama o evitarlo por todos los medios es una decisión personal que, como contamos en BuenaVida,
 no tiene contraindicaciones en lo que se refiere a la salud. Pero 
podría ser una buena idea en lo que respecta al descanso: según una 
nueva investigación, es la mejor opción cuando las alternativas son 
compartir el sueño con un gato o con la pareja. Con el debido respeto 
hacia el género humano, las mujeres que participaron en el estudio 
dejaron claro que los perros son los mejores compañeros de cama.
El trabajo, publicado en la revista Anthrozoos y liderado 
por Christy Hoffman, doctora en Conducta Animal y profesora del Cansius 
College (EE UU), ha analizado, a través de encuestas, los hábitos de 
sueño de 962 mujeres de entre 18 y 69 años. Algunas comparten su cama 
habitualmente con al menos un perro; otras lo hacen con uno o más gatos 
y, el resto, duermen con sus parejas. Las conclusiones han sido claras: las participantes prefieren dormir con sus perros antes que con sus compañeros sentimentales o con los felinos.
El motivo principal, según las respuestas de las encuestadas, es que logran descansar mejor
 si duermen en compañía de los canes. Al parecer, los perros se mueven 
menos durante la noche que las otras opciones, y eso se nota al día 
siguiente. Con ellos se tienen menos problemas para conciliar el sueño y
 las probabilidades de despertarse durante la noche disminuyen.
El estudio también apunta a que los canes adaptan mejor sus patrones 
de sueño a los de sus dueñas que los gatos: adaptan sus horas de irse a 
la cama y esto podría favorecer a tener mejores horarios. Pero la actitud de los perros no es la única razón para considerarlos como los mejores compañeros de cama.
La seguridad es el otro punto que valoraron positivamente
 las participantes. Según los resultados se sienten menos vulnerables y 
más protegidas durmiendo con un perro que con un gato o con su pareja 
porque creen que son más proclives a alertar en caso de que ocurra algún
 tipo de emergencia.
Fuente: El País (España) 
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1 de marzo de 2019
9 de enero de 2018
Robert Cornish consiguió resucitar perros, pero ¿funcionaría su método con humanos?
¿Recuerdas la curiosa película Frankenweenie?
 Tim Burton profundiza con ella en su cortometraje de 1984 con el mismo 
título y nos cuenta la historia de un niño que intenta resucitar a su querida mascota muerta.
 La película, sin duda, es una bonita fantasía, pero ¿imaginas que se 
puediese llevarse a cabo? ¿Imaginas recuperar a tu amigo fiel una vez 
que te haya dejado?
  
¿Y si te dijésemos que la historia tiene su propio Frankenweenie? Probablemente nos tomarías por locos, pero Robert E. Cornish intentó hacerlo realidad unas
 décadas antes de que Burton rodase su cortometraje. Sus experimentos, 
un tanto demenciales, fueron muy controvertidos en su época, y es que Cornish aseguraba ser capaz de resucitar a los muertos, e incluso se ofreció a hacer una demostración con seres humanos.
¿Quién fue Robert E. Cornish?
Un genio y un prodigio, así se puede describir a Cornish: un joven científico que cautivó y repulsó a la sociedad (y al gobierno) norteamericana en los años 30.
 Sin duda, es uno de los casos más extraños de la medicina occidental 
moderna. Nacido en 1894, se licenció con honores de la Universidad de 
California a los 18 años y obtuvo su doctorado a los 22. Para ganar 
prestigio, trabajó en diferentes proyectos científicos y experimentos bastante inútiles en busca de patentes. Poco a poco se convirtió en un científico respetado por la comunidad hasta que en 1931 empezó a interesarse por algo que perturbó a muchos: resucitar a los muertos.
Para probar que se podía devolver a la vida a los que ya no están entre nosotros, Cornish decidió experimentar con animales. Así, el 22 de mayo de 1934 llevó a cabo una demostración pública en la que asfixió a cinco perros (todos ellos llamados Lazarus en un guiño al personaje bíblico resucitado) con gas nitrógeno y los mantuvo muertos durante diez minutos. Después, les aplicó su técnica de resucitación. Según los periódicos de la época, los tres primeros intentos fueron un fracaso, pero los dos últimos canes revivieron y sobrevivieron durante meses. Eso sí, resucitaron con importantes daños cerebrales, alteraciones nerviosas severas, motricidad desequilibrada y ceguera.
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Una vez hecho público su experimento, la universidad canceló el proyecto ya que no toleraban el trato al que sometía a los perros con los que experimentaba. Sin embargo, esto no frenó a Cornish, que continuó su investigación en casa, esta vez con cerdos en vez de con perros dada su similitud con el ser humano.
En 1947, Cornish decidió que estaba listo para dar el salto y realizar el experimento con personas.
 Thomas McMonigle, un recluso condenado a pena de muerte en Estados 
Unidos, se ofreció como conejillo de indias. Sin embargo, el estado de 
California (donde estaba condenado) rechazó la petición ya que, si el 
experimento funcionaba, tendrían que dejar en libertad a McMonigle 
puesto que la ley no permite mantener bajo arresto a personas 
discapacitadas, fuera de sus facultades o sin voluntad.
¿En qué consistía la “milagrosa” técnica de Robert Cornish?
El método de Cornish para resucitar a los muertos era bastante sencillo. Primero, hacía circular la sangre por el cadáver gracias
 a una especie de balancín sobre el que colocaba el cuerpo y que 
oscilaba para que la sangre se bombease. A este artefacto le llamó teeterboard. Tras esto, inyectaba una solución
 de suero salino, oxígeno, adrenalina, heparina (un anticoagulante 
sacado del hígado), fibrina (una proteína coagulante) y sangre al 
cadáver. A la vez, insuflaba oxígeno a través de un tubo de goma que previamente había introducido en la garganta del animal.
Poco
 se sabe de lo que fue de Cornish después de que su morboso experimento 
se hiciese público. Por lo que parece, siguió, como muchos dirían, 
jugando a ser dios, pero ya al margen de la comunidad científica que lo 
marginó por considerarlo sensacionalista. Eso sí, aunque parezca 
extraño, algunas técnicas de reanimación o animación suspendida actuales tienen sus orígenes en este científico extravagante.
Lo que nunca sabremos es si Cornish hubiese sido capaz de resucitar a un ser humano.
Fuente:
2 de septiembre de 2013
¿A los perros y los gatos les gusta escuchar música?
De acuerdo con un estudio realizado hace unos años por Galaxie, la red de canales musicales de la radio nacional canadiense, los animales domésticos son también aficionados a la música.
 Al parecer, los perros y los gatos responden de forma diferente antes 
distintas canciones, e incluso tienen sus propios temas favoritos. 
Además, cuando se quedan solos en casa durante mucho tiempo prefieren la
 música suave de fondo al silencio absoluto. 
Ese es el motivo, dicen los expertos, por el que el 53% de los propietarios de mascotas de Canadá y Estados Unidos dejan música sonando en sus hogares cuando se marchan a trabajar. Claro que, si no quieren encontrarse con una sorpresa al volver a casa, más les vale elegir bien el hilo musical. Según una investigación realizada por científicos de la Escuela de Psicología de la Universidad de Queens, la música clásica contribuye a la relajación de los canes, disminuye sus ladridos y aumenta su tiempo de descanso. Por el contrario, cuando los perros escuchan heavy metal, sus niveles de agitación aumentan y no paran de ladrar.
Fuente:
Muy Interesante
Ese es el motivo, dicen los expertos, por el que el 53% de los propietarios de mascotas de Canadá y Estados Unidos dejan música sonando en sus hogares cuando se marchan a trabajar. Claro que, si no quieren encontrarse con una sorpresa al volver a casa, más les vale elegir bien el hilo musical. Según una investigación realizada por científicos de la Escuela de Psicología de la Universidad de Queens, la música clásica contribuye a la relajación de los canes, disminuye sus ladridos y aumenta su tiempo de descanso. Por el contrario, cuando los perros escuchan heavy metal, sus niveles de agitación aumentan y no paran de ladrar.
Fuente:
Muy Interesante
21 de marzo de 2013
¿Por qué los hámsters corren en la rueda?
iStockphoto/Thinkstock 
Los hámsters son conocidos habitualmente por ser esos simpáticos roedores que generalmente se encuentran corriendo en una rueda, aunque también son conocidas otras costumbres menos simpáticas de ellos, como que se comen a sus crías.
Estos roedores provienen de la vida salvaje y por lo tanto tienen en su información genética la necesidad de movimiento constante, relacionada con las actividades propias durante esta vida salvaje: escapar de otros animales predadores, buscar comida o excavar sus madrigueras.
Por eso, para saber por qué los hámsters corren en la rueda, basta con conocer más acerca de su vida salvaje.
Los hámsters salvajes
Como animales domésticos, los hámsters necesitan mantenerse saludables y activos, y para eso necesitan nuestra ayuda. Vivir encerrados en una jaula no es algo que resulte muy natural para estos animales curiosos y activos, que necesitan ejercicio y movimiento, por lo que les resulta muy aburrido estar en cautiverio.
iStockphoto/Thinkstock 
Los hámsters poseen la capacidad de trasladarse rápidamente debido a que esto puede ser la diferencia entre la vida y la muerte en el entorno salvaje. Los armiños, los visones, los zorros, las aves de presa, perros y gatos domésticos e inclusos los hombres pueden ser predadores de hámsters, por lo que necesitan tener agilidad y rapidez para evitar el peligro.
Buscar comida, naturalmente, es otra de las preocupaciones esenciales
 para un hámster en la vida salvaje. Para esto, los hámsters deben 
viajar varios kilómetros cada noche. Su dieta omnívora consiste en 
semillas, granos, frutas, vegetales e insectos. Cuando están en 
cautiverio, toda su comida le es servida, por lo que deben buscar otra 
forma de mantenerse en movimiento.
 
  
En la vida salvaje, en lugar de jaulas, los hámsters viven en madrigueras muy elaboradas y con distintas separaciones que sirven a distintos propósitos, ya sea para dormir o comer. Cada hoyo en el que viven los hámsters tiene varias entradas que deben ser excavadas, mientras que en la vida doméstica, los hámsters utilizan esa energía para correr en la rueda.
 
  
Se pueden implementar otras áreas para que la mascota se ejercite o realice actividades, siempre que sea un lugar seguro y cercado. Una buena opción para mantener al hámster en movimiento y ocupado en distintas actividades es disponer de un área con algunos obstáculos para que se mueva en la bola y que estos funcionen como estímulos.
Si nunca tuvieron un hámster como mascota, ahora pueden aprovechar para conseguir uno y explicarle a todo invitado su comportamiento proveniente de la vida salvaje.
Fuente:
Ojo Científico
iStockphoto/Thinkstock 
En la vida salvaje, en lugar de jaulas, los hámsters viven en madrigueras muy elaboradas y con distintas separaciones que sirven a distintos propósitos, ya sea para dormir o comer. Cada hoyo en el que viven los hámsters tiene varias entradas que deben ser excavadas, mientras que en la vida doméstica, los hámsters utilizan esa energía para correr en la rueda.
En cautiverio
Los hámsters domésticos pueden ejercitarse en una rueda sólida y sin rayos dentro de la jaula. Además, en muchas tiendas de mascotas se pueden obtener bolas rodantes que permiten que el animal se mueva fuera de la jaula. Se recomienda que el hámster no utilice la rueda por más de 15 minutos (aunque menos si es un día caluroso) y si utiliza la bola rodante conviene que sea supervisado.
iStockphoto/Thinkstock 
Se pueden implementar otras áreas para que la mascota se ejercite o realice actividades, siempre que sea un lugar seguro y cercado. Una buena opción para mantener al hámster en movimiento y ocupado en distintas actividades es disponer de un área con algunos obstáculos para que se mueva en la bola y que estos funcionen como estímulos.
Si nunca tuvieron un hámster como mascota, ahora pueden aprovechar para conseguir uno y explicarle a todo invitado su comportamiento proveniente de la vida salvaje.
Fuente:
Ojo Científico
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