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13 de enero de 2018

Conoce al hombre que borraba los recuerdos y "reiniciaba" la mente humana

En 1967 un médico corona una montaña cerca de Lake Placid, en el condado de Essex (Nueva York). Nada más llegar a la cima el hombre muere por un ataque al corazón. Cuando su familia se entera de la noticia no lo duda un instante. Comienzan a quemar todos sus archivos antes de que alguien los encuentre.

Hubo un tiempo donde ese hombre creyó haber encontrado el botón para reiniciar cada mente humana. Un médico capaz de curar la locura y la esquizofrenia de nuestra mente, de borrar lo aprendido anteriormente y reconstruir la psique por completo. Se hizo tan famoso que las agencias de inteligencia de medio mundo se lo rifaban.

¿Quién no querría tener al doctor Frankenstein en casa?

Nunca más volverás a acordarte

Comienzos de la década de los 60. Se llamaba Mary C., al menos ese fue el nombre bajo el que se registró en una clínica aquejada de fuertes dolores que se habían iniciado con la menopausia. Mary probablemente se imaginó unas pocas semanas de descanso y relajación mientras era atendida de sus dolores y ansiedad, tal vez incluso con ayuda y consejos psicológicos para superar su estado.

La realidad fue que nunca pudo anticiparse a lo que realmente le estaba esperando. Nada más ingresar en la clínica Mary comenzó a recibir un tratamiento a base de dosis masivas de LSD. A continuación llegaron semanas con terapia de electroshock intensiva. En muy poco tiempo Mary no recordaba su pasado. Ni siquiera sabía su nombre. Como un zombie, la mujer deambulaba por la clínica completamente drogada, tropezando ciegamente por los pasillos del recinto y babeando en un estado casi catatónico.

La mujer pasaría más tarde a estar encerrada 35 días dentro de una cámara de privación sensorial… coronada por tres meses de sueño drogada mientras una voz grabada le hablaba y le decía las mismas frases continuamente desde los pequeños altavoces colocados en el interior de la almohada. Unas voces que no cesaban en repetirle:
La gente te quiere y te necesita Mary. Tienes que tener confianza en ti.
¿Por qué? Mary, al igual que un número incontable de personas, tuvo la desgracia de estar bajo el cuidado del Doctor Ewen Cameron, el director del Allan Memorial Clinic en Montreal (Canadá). Se había convertido en una más de los cientos de sujetos involuntarios en sus experimentos de lavado de cerebro beneficioso.

Un trabajo financiado por la propia CIA.

El Dr. Frankenstein

Nacido en Escocia en 1901 e hijo de un ministro presbiteriano, Donald Ewen Cameron se había abierto camino hasta la cima alimentado por una ambición feroz. A finales de los años cincuenta el hombre ya era uno de los psiquiatras más respetados del mundo. Un tremendo currículum donde había sido el primer presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría, así como presidente de la contraparte norteamericana psiquiátrica y canadiense. Cameron fue también miembro del tribunal de Nuremberg entre los años 1946 y 1947.

Como vemos, era una celebridad en su campo, aunque también era un hombre que siempre aspiró a un premio que se le escapaba y ansiaba tener a su alcance: el Premio Nobel. Tal fue su obsesión por dejar huella en su paso por el mundo que Cameron acabó embarcándose en un programa de experimentación que buscaba descubrir una cura para la esquizofrenia, según él y de conseguirlo, la hazaña le llevaría hasta el prestigioso trofeo. Desgraciadament, por el camino se quedarían sus pacientes, pacientes que acabaron siendo su súbditos, quisieran o no, y a menudo sin importar si tenían o no esquizofrenia.

La cura que Cameron había inventado fue un testimonio de su arrogancia. Un trabajo donde da la sensación que tomó prestado pedazos de otras terapias experimentales, aquellas que le llamaban más la intención, para construir una verdadera creación del mito de Frankenstein.

La premisa de su cura era limpiar las mentes de los pacientes esquizofrénicos, borrar sus recuerdos para luego insertar nuevas personalidades (no esquizofrénicas) en sus cerebros vacíos. El hombre describió su trabajo como un lavado de cerebro beneficioso, uno capaz de transformar a los enfermos mentales en personas nuevas y saludables.

Si hiciéramos una analogía moderna de lo que trataba su estudio, sería algo así como corregir un error de software en un equipo borrando el disco duro por completo e instalando una versión totalmente nueva del sistema operativo. Excepto, claro está, por un pequeño matiz: el cerebro humano no es un ordenador.

Y por desgracia, no puede ser simplemente borrado y formateado.

Pasos para borrar una mente humana

El primer paso era lo que llamó la limpieza de la mente. Cameron se refería a esto eufemísticamente como depattering. En esencia se trataba de despojar a las personas de las defensas de la mente y sus recuerdos utilizando la terapia de electroshock. Esta fue ampliamente utilizada durante la década de 1950, pero Cameron la aplicó de manera mucho más agresiva de lo que la mayoría de los médicos se habían atrevido hasta entonces. El hombre la administró varias veces al día, a niveles de hasta 30 veces el uso del choque normal. Literalmente se dedicó a freír el cerebro de sus pacientes. Por si esto no fuera suficiente, lo remataba con el uso de dosis masivas de drogas que alteran la mente, siendo el LSD su favorita.

Pasada esta etapa en la que podríamos considerar que le había destruido por completo la mente, la siguiente fase era reconstruirla, empezar desde cero. Cameron creía que algunos de los recuerdos del paciente volverían espontáneamente mientras el paciente se recuperaba del electroshock. De hecho y como apuntó, algunas veces lo hacían, otras no. Sea como fuere, en ese momento Cameron trabajaba para imponer patrones de pensamiento saludables en lugar de los “esquizofrénicos malsanos” como los llamaba. Y para ello usó un proceso que denominó la conducción psíquica.

Lea el artículo completo en:

Gizmodo

9 de enero de 2018

Robert Cornish consiguió resucitar perros, pero ¿funcionaría su método con humanos?

¿Recuerdas la curiosa película Frankenweenie? Tim Burton profundiza con ella en su cortometraje de 1984 con el mismo título y nos cuenta la historia de un niño que intenta resucitar a su querida mascota muerta. La película, sin duda, es una bonita fantasía, pero ¿imaginas que se puediese llevarse a cabo? ¿Imaginas recuperar a tu amigo fiel una vez que te haya dejado?

¿Y si te dijésemos que la historia tiene su propio Frankenweenie? Probablemente nos tomarías por locos, pero Robert E. Cornish intentó hacerlo realidad unas décadas antes de que Burton rodase su cortometraje. Sus experimentos, un tanto demenciales, fueron muy controvertidos en su época, y es que Cornish aseguraba ser capaz de resucitar a los muertos, e incluso se ofreció a hacer una demostración con seres humanos.

¿Quién fue Robert E. Cornish?

Un genio y un prodigio, así se puede describir a Cornish: un joven científico que cautivó y repulsó a la sociedad (y al gobierno) norteamericana en los años 30. Sin duda, es uno de los casos más extraños de la medicina occidental moderna. Nacido en 1894, se licenció con honores de la Universidad de California a los 18 años y obtuvo su doctorado a los 22. Para ganar prestigio, trabajó en diferentes proyectos científicos y experimentos bastante inútiles en busca de patentes. Poco a poco se convirtió en un científico respetado por la comunidad hasta que en 1931 empezó a interesarse por algo que perturbó a muchos: resucitar a los muertos.

Para probar que se podía devolver a la vida a los que ya no están entre nosotros, Cornish decidió experimentar con animales. Así, el 22 de mayo de 1934 llevó a cabo una demostración pública en la que asfixió a cinco perros (todos ellos llamados Lazarus en un guiño al personaje bíblico resucitado) con gas nitrógeno y los mantuvo muertos durante diez minutos. Después, les aplicó su técnica de resucitación. Según los periódicos de la época, los tres primeros intentos fueron un fracaso, pero los dos últimos canes revivieron y sobrevivieron durante meses. Eso sí, resucitaron con importantes daños cerebrales, alteraciones nerviosas severas, motricidad desequilibrada y ceguera.


  

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Una vez hecho público su experimento, la universidad canceló el proyecto ya que no toleraban el trato al que sometía a los perros con los que experimentaba. Sin embargo, esto no frenó a Cornish, que continuó su investigación en casa, esta vez con cerdos en vez de con perros dada su similitud con el ser humano.

En 1947, Cornish decidió que estaba listo para dar el salto y realizar el experimento con personas. Thomas McMonigle, un recluso condenado a pena de muerte en Estados Unidos, se ofreció como conejillo de indias. Sin embargo, el estado de California (donde estaba condenado) rechazó la petición ya que, si el experimento funcionaba, tendrían que dejar en libertad a McMonigle puesto que la ley no permite mantener bajo arresto a personas discapacitadas, fuera de sus facultades o sin voluntad.

¿En qué consistía la “milagrosa” técnica de Robert Cornish?

El método de Cornish para resucitar a los muertos era bastante sencillo. Primero, hacía circular la sangre por el cadáver gracias a una especie de balancín sobre el que colocaba el cuerpo y que oscilaba para que la sangre se bombease. A este artefacto le llamó teeterboard. Tras esto, inyectaba una solución de suero salino, oxígeno, adrenalina, heparina (un anticoagulante sacado del hígado), fibrina (una proteína coagulante) y sangre al cadáver. A la vez, insuflaba oxígeno a través de un tubo de goma que previamente había introducido en la garganta del animal.

Poco se sabe de lo que fue de Cornish después de que su morboso experimento se hiciese público. Por lo que parece, siguió, como muchos dirían, jugando a ser dios, pero ya al margen de la comunidad científica que lo marginó por considerarlo sensacionalista. Eso sí, aunque parezca extraño, algunas técnicas de reanimación o animación suspendida actuales tienen sus orígenes en este científico extravagante.
Lo que nunca sabremos es si Cornish hubiese sido capaz de resucitar a un ser humano.
Fuente:


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