¿Y si te dijésemos que la historia tiene su propio Frankenweenie? Probablemente nos tomarías por locos, pero Robert E. Cornish intentó hacerlo realidad unas
décadas antes de que Burton rodase su cortometraje. Sus experimentos,
un tanto demenciales, fueron muy controvertidos en su época, y es que Cornish aseguraba ser capaz de resucitar a los muertos, e incluso se ofreció a hacer una demostración con seres humanos.
¿Quién fue Robert E. Cornish?
Un genio y un prodigio, así se puede describir a Cornish: un joven científico que cautivó y repulsó a la sociedad (y al gobierno) norteamericana en los años 30.
Sin duda, es uno de los casos más extraños de la medicina occidental
moderna. Nacido en 1894, se licenció con honores de la Universidad de
California a los 18 años y obtuvo su doctorado a los 22. Para ganar
prestigio, trabajó en diferentes proyectos científicos y experimentos bastante inútiles en busca de patentes. Poco a poco se convirtió en un científico respetado por la comunidad hasta que en 1931 empezó a interesarse por algo que perturbó a muchos: resucitar a los muertos.
Para probar que se podía devolver a la vida a los que ya no están entre nosotros, Cornish decidió experimentar con animales. Así, el 22 de mayo de 1934 llevó a cabo una demostración pública en la que asfixió a cinco perros (todos ellos llamados Lazarus en un guiño al personaje bíblico resucitado) con gas nitrógeno y los mantuvo muertos durante diez minutos. Después, les aplicó su técnica de resucitación. Según los periódicos de la época, los tres primeros intentos fueron un fracaso, pero los dos últimos canes revivieron y sobrevivieron durante meses. Eso sí, resucitaron con importantes daños cerebrales, alteraciones nerviosas severas, motricidad desequilibrada y ceguera.
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Una vez hecho público su experimento, la universidad canceló el proyecto ya que no toleraban el trato al que sometía a los perros con los que experimentaba. Sin embargo, esto no frenó a Cornish, que continuó su investigación en casa, esta vez con cerdos en vez de con perros dada su similitud con el ser humano.
En 1947, Cornish decidió que estaba listo para dar el salto y realizar el experimento con personas.
Thomas McMonigle, un recluso condenado a pena de muerte en Estados
Unidos, se ofreció como conejillo de indias. Sin embargo, el estado de
California (donde estaba condenado) rechazó la petición ya que, si el
experimento funcionaba, tendrían que dejar en libertad a McMonigle
puesto que la ley no permite mantener bajo arresto a personas
discapacitadas, fuera de sus facultades o sin voluntad.
¿En qué consistía la “milagrosa” técnica de Robert Cornish?
El método de Cornish para resucitar a los muertos era bastante sencillo. Primero, hacía circular la sangre por el cadáver gracias
a una especie de balancín sobre el que colocaba el cuerpo y que
oscilaba para que la sangre se bombease. A este artefacto le llamó teeterboard. Tras esto, inyectaba una solución
de suero salino, oxígeno, adrenalina, heparina (un anticoagulante
sacado del hígado), fibrina (una proteína coagulante) y sangre al
cadáver. A la vez, insuflaba oxígeno a través de un tubo de goma que previamente había introducido en la garganta del animal.
Poco
se sabe de lo que fue de Cornish después de que su morboso experimento
se hiciese público. Por lo que parece, siguió, como muchos dirían,
jugando a ser dios, pero ya al margen de la comunidad científica que lo
marginó por considerarlo sensacionalista. Eso sí, aunque parezca
extraño, algunas técnicas de reanimación o animación suspendida actuales tienen sus orígenes en este científico extravagante.
Lo que nunca sabremos es si Cornish hubiese sido capaz de resucitar a un ser humano.
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