Se supone que unos 5.000 vecinos deberían estar poblando a estas alturas Arcosanti. Pero la "ciudad experimental" concebida por Paolo Soleri
en Arizona se ha quedado en los cimientos de hormigón, en medio del
silencio telúrico del desierto, apenas roto por las ubicuas campanas
metálicas diseñadas por el arquitecto italiano.
A sus 93 años, Soleri sabe que nunca llegará a ver materilizado su sueño: "No tengo planes de vivir en el futuro". El padre de la 'arcología'
(arquitectura más ecología) ideó esta insólita comunidad urbana para
5.000 habitantes en medio de la nada, como antídoto al 'sueño americano'
que empezaba a hacer agua en los años 70.
Al cabo de cuatro décadas, los vecinos de Arcosanti apenas sobrepasan
el centenar, pero el mutante 'skyline' emerge como un auténtico milagro
entre cipreses y peñascos, a tan sólo 100 kilómetros de ese espanto
suburbano llamado Phoenix.
"Solíamos estar más lejos, pero la ciudad sin límites creció hacia nosotros",
bromea Soleri. "En el último medio siglo, y gracias al automóvil, hemos
adoptado el modelo de expansión de los organismos más primarios. Las
especies más complejas, como las abejas o las termitas, eligieron vivir
hace tiempo en dimensiones compactas. ¿Por qué hemos sido tan estúpidos
los humanos?".
Soleri, que nació en Turín, se estableció en Arizona a la sombra de Frank Lloyd Wright, con quien estudió en la cercana Taliesin West.
El discípulo italiano se desmarcó pronto con sus alegatos contra el
materialismo y empezó su propia búsqueda filosófica y arquitectónica en
un laberinto cavernícola y gaudiano en las afueras de Phoenix llamado Cosanti
a secas. Allí vive todavía, en una esa especie de pionera ecoaldea en
la que, según la leyenda, se inspiró el mismísimo George Lucas para su
ciudad en el planeta desértico de Tatooine.
Soleri necesitaba sin embargo un lienzo mayor mayor para plasmar
sus ideas. Y así fue como embarcó a un puñado de seguidores en esa otra
aventura de Arcosanti, en un terreno semiárido de 16 kilómetros
cuadrados, junto a la autopista 17 y a la vera del río Agua Fría. El "laboratorio urbano" ha sido levantado con el sudor de más de 7.000 'aprendices',
venidos de 35 países, pioneros en el arte de la bioconstrucción, la
permacultura, la agricultura orgánica, la energía solar y eólica, las
'máquinas vivas' para la depuración de las aguas y otras ideas más o
menos utópicas (con perdón).
"No lo llaméis utopía; llamadlo laboratorio urbano", insiste el
maestro, que sigue manteniendo lúcidos diálogos con los curiosos que
vienen de visita fugaz, como esforzados voluntarios o simplmente a pasar
la noch. "La utopía es el 'no lugar', el ideal inalcanzable. Arcosanti existe y está arraigado en la realidad.
Es un lugar en permanente evolución, con una meta concreta: crear el
'efecto urbano' en un hábitat a la medida del hombre, pero en profunda
armonía con la naturaleza"...
Cuarenta años después, tan sólo se ha construido el 'corazón'
de hormigón de la miniciudad, apuntando al sur y en un barranco
semiárido a la vera del río Agua Fría. El edificio comunal de cuatro
pisos, el taller de cerámica, la 'piazza', el anfiteatro y la
superestructura rematada por la 'sky suite' -donde pernoctó hace poco
Francis Ford Coppola- tienen aún hoy un aire de futuro inalcanzable.
Soleri ha revisado una y otra vez su proyecto original, con
esas torres acristaladas en forma de ábside que deberían crear el
definitivo efecto urbano, compensado por los bancales donde los vecinos
cultivarían sus propios huertos y el espacio abierto del alto desierto
como referente.
"La ciudad debería ser la mejor expresión de la humanidad, el lugar donde trascienden todas nuestras limitaciones",
palabra de Soleri. "Así ha sido siempre en todas las grandes
civilizaciones, de Mesopotamia a los romanos... Lamentablemente, las
ciudades que hemos construido en el último medio siglo son una receta
para la catástrofe. El sueño americano de una casa y dos coches por
familia se está reproduciendo en todo el mundo y está destruyendo el
planeta".
La edad no ha hecho estragos en la mente lúcida y visionaria de
Soleri, que todas las semanas convoca en Arcosanti la Escuela de
Pensamiento. Más de 30 alumnos circunstanciales participan en el cuerpo a
cuerpo con el maestro, que responde así a nuestra pregunta sobre la
utopía: "No he querido caer nunca en el idealismo irrelevante...
Somos parte de la realidad, y hemos querido contribuir a ella con este
laboratorio que es como un organismo vivo, con toda su complejidad,
admitiendo sus imperfecciones y evolucionando, evolucionando
siempre...".
Mary Holdey, 63 años, una de las primeras vecinas de Arcosanti,
forcejea dialécticamente con el maestro, aunque admite que nunca ha
tenido una vida tan plena como en su casa excavada en la roca y
construida con sus propias manos bajo las directrices de Soleri.
Ed Werman, 61 años, ceramista mayor, se lamenta por la crisis que
está haciendo estragos en la población flotante (para vivir en Arcosanti
hay que trabajar en Arcosanti), pero asegura que la mera existencia del
"laboratorio urbano" -por el que pasan anualmente 50.000 visitantes- es
suficiente motivo de esperanza: "He pasado a lo largo de mi vida por
muchas comunidades intencionales, y este lugar es único en el mundo,
gracias a la visión y a la acción de Paolo. Haremos todo lo posible para mantener viva su llama cuando ya no esté con nosotros".
Fuente: