22 de marzo de 2013
Un jubilado concibe un ladrillo antisísmico al observar una obra
Andrés Villamarín Mora era uno más dentro del nutrido grupo de 
los jubilados que acostumbran a observar y comentar el progreso de las 
obras en nuestros pueblos y ciudades. Hasta que se encendió una bombilla
 en su cabeza, y el madrileño decidió ir un paso más allá de las simples
 glosas. Descontento con el tiempo que tardaban los obreros en colocar 
cada ladrillo cuando levantaban un edificio, resolvió inventar un nuevo tipo. 
 
  
 
 
  
 
 
 
No
 se lo dijo a nadie. Se encerró varias horas al día en su cochera 
durante más de un año hasta que obtuvo un prototipo con el que estaba 
satisfecho. ¡Eureka!. No sólo había logrado reducir los tiempos de 
colocación de las piezas en más de un 75%, sino que su ladrillo contaba también con propiedades a prueba de terremotos.
“Bueno,
 los mayores nos fijamos más en los detalles, cuando trabajas no prestas
 atención a las cosas de la vida… y entonces, paseando tranquilamente 
por la zona del nuevo Aranjuez, mirando las obras, me fijé en que
 tardaban 30 segundos en colocar un ladrillo, con cuerdas, con niveles, y
 me pareció un disparate”, explica a Teknautas el madrileño de 72 años, de profesión técnico en inyección de aluminio y jubilado desde los 65.
“Empecé
 a pensar, a pensar y a pensar cómo podía hacerse más sencillo y más 
rápido. Desde 2007, me tiré por lo menos un año pensando, dibujándolo y 
proyectándolo. Primero lo dibujé y luego hice un molde de madera para 
fabricar ocho prototipos de hormigón y probar cómo podían colocarse de 
todas las maneras”, apunta Andrés Villamarín.
“Según
 lo iba proyectando -continúa el madrileño-, y cuando lo vi en la mano, 
empecé a pensar que sería un ladrillo fantástico. Además, me di cuenta 
de que era antisísmico. En la televisión yo he visto que cuando hay un 
terremoto se ven los ladrillos sueltos, caídos. Al estar encastrados y 
formar un único cuerpo, la resistencia a ser destruidos de estos 
ladrillos es enorme”.
Andrés
 Villamarín está casado, tiene dos hijos y tres nietos. Nadie en su 
familia, salvo su hija Elena -“cuando me lo contó aluciné”, comenta 
ella-, supo nada de lo que estaba tramando en su cochera hasta que obtuvo la patente del invento,
 que consiste en un sistema de construcción en el que los ladrillos 
encajan unos sobre otros mediante varillas metálicas, dejando huecos 
libres para introducir cualquier tipo de argamasa.
“Mi
 hija me ayudó con el papeleo. Yo le iba explicando cómo era y ella lo 
iba redactando. Tardaron tres años en concedernos la patente. Cuando se 
lo conté a mi mujer, me dijo que en qué jaleos me meto”, bromea Andrés 
Villamarín.
“Es un ladrillo que supera al 
actual por mucho. Se puede fabricar con productos reciclados, conecta 
muy bien dentro de la tendencia de la ecoconstrucción y además su colocación se podría robotizar porque se encajan solos”, afirma su hija.
En cuanto a sus propiedades contra los seísmos, Elena Villamarín
 cree que “supera por mucho a los que existen, porque están los 
ladrillos ‘tipo lego’, pero éste permite argamasa y eso es 
indestructible porque se forma como si fuese una malla metálica en su 
interior”. 
Aunque
 Andrés está seguro de que su ladrillo “cambiaría la construcción por 
completo, ahorrando un tiempo enorme en cualquier obra porque apenas se 
tardan seis segundos en colocarlo”, de momento, salvo un par de 
publicaciones en revistas especializadas del sector, el invento no ha 
salido del anonimato. 
“Ya
 no se puede seguir construyendo como antiguamente. Estoy buscando a 
alguien que lo quiera fabricar. De momento, ninguna empresa constructora
 se ha puesto en contacto conmigo”, dice el madrileño. 
“En
 cuanto a su precio, no sería más caro fabricarlo, podría competir 
perfectamente porque las varillas que lleva son baratísimas y no crea 
gastos adicionales. Un arquitecto me ha dicho que en su opinión es 
extraordinario pero que quizás tendría que haberlo hecho hace 10 años”, 
lamenta.
Mientras espera la llamada
 que pueda recompensar su esfuerzo, hoy Andrés sigue caminando 
tranquilamente por el nuevo Aranjuez. Los bloques de viviendas que 
dieron origen a su idea ya están terminados, pero el madrileño sueña con
 que algún día otros edificios se alcen sobre los ladrillos que inventó 
en su garaje. "Ahora ya está todo hecho. Me dedico a pasear un rato y a 
pasar la vida. A ver quién se decide; a mí no me importaría poder echar 
una mano con mi conocimiento técnico".
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