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4 de abril de 2022

PISA: Estonia es la nueva Finlandia

El pequeño país báltico ha logrado los mejores resultados académicos de Europa, según el último informe PISA. ¿Cuál es el secreto? Innovación, robótica, realidad aumentada... 

Conozcamos el revolucionario sistema educativo de los estonios desde sus propias aulas.


Cuando llegó la pandemia y el confinamiento, las escuelas no tuvieron grandes dificultades, todas las clases estaban disponibles en la Red. De hecho, los alumnos ya estaban acostumbrados a trabajar desde sus hogares durante las llamadas 'jornadas digitales'. 

La tecnología es algo omnipresente en las escuelas de Estonia, en sus pasillos descansan los robots junto a las bicicletas. La dirección ha decidido que las aptitudes digitales formen parte integral del plan de estudios. En los primeros cursos, por ejemplo, los niños aprenden matemáticas y ortografía programando robots que se desplazan de una letra o de una cifra a otra. 

Se trata de ser imaginativos si quieren atrapar la atención de unos alumnos habituados a los videojuegos y los móviles. «En las clases de Geografía, a la hora de explicar las diferencias en el clima, los alumnos usan las gafas de realidad virtual para trasladarse a Alaska o a Nigeria. En las de Historia, al tratar sobre el antiguo Egipto, pasean con ellas por el interior de una pirámide» sentencia una docente.

Además, se debe tener presente que la tecnología no es más que un medio para llegar a un fin. «Lo fundamental es lo que viene después. La experiencia de realidad virtual solo dura unos minutos; luego, los niños tienen que hacer otras cosas. Por ejemplo, un ejercicio consistía en visitar Suecia e Islandia. Los alumnos tenían que redactar unos folletos y argumentar la conveniencia de viajar allí. Lo primero es más vistoso, claro, pero los niños ya saben que solo es un primer paso en el aprendizaje». El objetivo es lograr que los alumnos tomen parte activa en su educación. «En las clases de Química hacen experimentos con realidad virtual. Mezclan líquidos y, si se produce una explosión, es tan real que hasta dan un respingo. En Biología, una aplicación permite ensamblar huesos y construir un cuerpo humano».


Los maestros monitorizan lo que cada alumno está viendo en el mundo virtual. La experiencia es tan impactante que solo los mayores de 11 años tienen acceso a las gafas con cascos, con el permiso explícito de los padres. «Porque no es ninguna tontería». El siguiente proyecto consiste en que los alumnos creen sus propios mundos de realidad virtual. «Contamos con una cámara de 360 grados para que graben sus propios vídeos». Siempre están buscando nuevas ideas para estimular al alumnado.

Según el informe PISA, Estonia tiene el mejor sistema educativo de Europa

Este diminuto estado exsoviético supera a Francia, Alemania, España, Finlandia y Reino Unido. Y también a Estados Unidos, Japón y Corea. A pesar del gasto relativamente bajo en educación, el país es de los primeros del mundo en las tres áreas de referencia con las que se elabora este informe. 

Sus escuelas también son las más igualitarias. En Estonia, la procedencia socioeconómica influye menos que en cualquier otro país, según la OCDE. Y los alumnos parecen más felices. Un estudio de la Gregson Family Foundation indica que Estonia es uno de los cinco únicos países cuyos alumnos logran excelentes resultados y, a la vez, están muy contentos con sus vidas.

Más información en ABC (España) e Infobae

14 de febrero de 2021

Neurociencia: 10 beneficios de la música relajante

Es muy posible que en ciertas ocasiones te sientas harto de estar encerrado en casa, o tenso ante un examen o sobrecargado de trabajo. Si te sientes así pues llego el momento de desconectarte. Y puedes hacerlo escuchando música.

La música, y en especial la música relajante, es un obsequio de serotonina a tu cuerpo y mente: alivia el estrés y calma molestias físicas. Además, la música siempre está a la mano por lo que podemos decir que es el analgésico más económico.

Ahora vamos a conocer diez beneficios de la música relajante:

1. Los sonidos de la naturaleza mejoran nuestra concentración

El sonido de la lluvia repiqueteando en una ventana, un río que fluye, el susurro del océano, el trino de unos pájaros… Los sonidos de la naturaleza evocan paz y tranquilidad. Y además, mejoran la concentración, sobre todo en los niños.

El proyecto BirdLife Focus Natura realizó una investigación que demostró que la música relajante, donde se incluyen sonidos de la naturaleza, mejora la concentración y rendimiento de los niños con trastorno de atención e hiperactividad.

2. Reduce la sensación de dolor

Escuchar música relajante durante los postoperatorios mejora la recuperación de los pacientes y hace de estos momentos, instantes con menor sensación de estrés. Este tipo de música produce endorfinas que reducen la sensación de dolor

En un artículo del Psychology Today se publicó que la música relajante reduce la sensación de dolor, nos proporciona endorfinas y fortalece incluso nuestra respuesta inmunitaria.

3. Mejora nuestro descanso nocturno

Escuchar música relajante con auriculares por las noches favorece el descanso, nos ayuda a desprendernos de preocupaciones y a reducir la ansiedad.

4. Mejora la función cerebral

A nuestro cerebro le apasiona la música. Aprender a tocar un instrumento musical desde pequeños potencia el desarrollo cerebral, e incluso mejora el rendimiento matemático. La música relajante nos sumerge en un estado mental propicio para mejorar nuestro razonamiento y potenciar las habilidades espacio-temporales.

Asimismo, este tipo de música mejora la interconexión entre nuestros dos hemisferios, favoreciendo una comunicación más rápida entre nuestras neuronas.

5. Tu corazón se beneficia de la música relajante

La música brinda un impacto saludable sobre nuestro corazón: reduce la presión arterial y los latidos se vuelven más regulares. Y en los hospitales los pacientes se sienten más tranquilos.

La música relajante reduce la presión arterial y la frecuencia cardíaca, los latidos se vuelven más regulares y rítmicos, se reducen las arritmias y el paciente se siente más tranquilo.


6. Más serotoninas y endorfinas

Cada persona tiene sus propios gustos musicales. Y por lo general nos gusta la música ruidosa o alegre. Pero es bueno escuchar música relajante porque produce endorfinas y serotonina que actúan como neurotransmisores, y son capaces de despertar nuestro bienestar, nuestra alegría de vivir.

7. Una alimentación más consciente

Algo tan simple como escuchar música relajante mientras comemos, nos puede ayudar a alimentarnos de una forma más consciente, equilibrada y sana. Comemos con más lentitud, quedamos saciados antes, percibimos la intensidad de cada sabor.

8. Te ayudará a meditar

Aprender a meditar no es fácil, y si llevamos un ritmo de vida intenso y rápido, pues todo se dificulta aún más. Pero aquí viene la música en nuestro auxilio. Basta con buscar un espacio adecuado, ropa cómoda, unos auriculares, y dejarnos llevar…

9. Música relajante para estudiar

La música relajante optimiza nuestros procesos cognitivos: nos concentramos más, procesamos mejor la información y retenemos los datos nuevos de forma más rápida y eficaz.

10. Con 10 o 15 segundos diarios es suficiente

Los expertos en psicología musical manifiestan que basta con escuchar cada día 10 o 15 minutos de canciones o melodías relajantes para experimentar beneficios al cabo de un par de semanas. Percibiremos mayor calma interna, una mejora en la gestión de nuestras emociones y mejor capacidad para centrar la atención en nuestro día a día.

BONUS TRACK:

¿Cuál es la canción más relajante?

Un grupo de científicos del Mind Lab Institution, un instituto especializado en experimentos de neurociencia, concluyó con un dato curioso: la canción que más relaja el ritmo cardíaco, la respiración y la actividad cerebral es la canción «Weightless», de la banda británica Marconi Union.

  ¿Necesitamos más escusas para empezar a escuchar música relajante?

10 de diciembre de 2020

El sufrimiento encoge el cerebro de los niños para siempre

Pequeños rescatados de los orfanatos de la Rumanía del dictador Ceausescu muestran alteraciones cerebrales décadas después.

Los mayores de 40 años quizá recuerden las terribles imágenes grabadas en 1990 en diversos orfanatos de Rumanía. Mostraban a niños de corta edad hacinados, desnutridos, sin higiene y totalmente desamparados. Hacía un año que la dictadura de Nicolae Ceausescu había caído con su fusilamiento. Una oleada de compasión internacional rescató a muchos de aquellos pequeños, siendo adoptados por familias occidentales. Pero, a pesar de su cariño y cuidados, aún llevan la marca de aquel sufrimiento: el volumen total de su cerebro es menor que el de otros chicos. Además, según el seguimiento a decenas de ellos, presentan un menor cociente intelectual, peor expediente académico, mayor tasa de paro y más problemas emocionales ya adultos.

La mayoría de los 100.000 niños que llegaron a estar en instituciones estatales de la Rumanía de Ceausescu no eran huérfanos. Habían sido abandonados por sus padres tras una alocada política natalista del dictador que se dio de bruces con la crisis económica de los ochenta. Con las primeras adopciones, la mayoría por parte de familias anglosajonas, los científicos vieron la oportunidad de estudiar el impacto del sufrimiento, de un ambiente adverso, en los primeros años de vida. Por estudios en ratoncitos, se sabía que en esos primeros meses del desarrollo del cerebro y, por tanto, de la personalidad, las condiciones ambientales tienen una gran influencia. Por razones éticas obvias era imposible replicar estos experimentos en pequeños humanos. De ahí, la relevancia como experimento natural de los huérfanos rumanos.

"Más de 20 años después de que acabaran aquellas condiciones, aún podemos observar diferencias en la estructura cerebral", dice la investigadora del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King's College de Londres Nuria Mackes. Junto a un grupo de científicos, entre ellos algunos que llevan siguiendo a los niños desde los 90, Mackes estudió el cerebro de 67 de los huérfanos. Habían pasado entre 3 y 31 meses de privaciones en una institución estatal rumana antes de ser adoptados por una familia inglesa. Para poder comparar, también analizaron a una veintena de adoptados pero salidos de orfanatos británicos.

Los resultados de su estudio, publicados recientemente en PNAS, muestran una reducción media del volumen total del cerebro del 8,57% aún hoy, cuando la mayoría han superado los 20 años de edad o están cerca de hacerlo.  Además, la investigación señala que el grado de reducción depende de la cantidad de sufrimiento. Por cada mes de más pasado en aquellos orfanatos, los chicos ya adultos tienen entre dos y tres centímetros cúbicos menos de masa cerebral. "Más allá del menor volumen cerebral total, también vemos cambios en el volumen y grosor de diversas áreas del cerebro", añade Mackes.Y eso que, nada más llegar a sus nuevas familias, sus condiciones materiales, emocionales y psicológicas fueron normales.

El artículo completo en: El País (España)

Más información en BBC Mundo

14 de enero de 2020

Lisa Randell: vivimos en "la época más inteligente y en la más estúpida"

Una entrevista con una de las mujeres más relevantes en el campo de la física, quien fue la primera en ocupar la cátedra de Física Teórica de las universidades de Harvard y Princeton. Para la física, el hecho de que la física avance, pero aun así existan personas que no creen en las vacunas o se declaran terraplanistas, tiene que ver con una incapacidad de la ciencia para explicar sus conceptos al común de la gente.


El diario El Espectador, de Colombia, le realizó la siguiente entrevista:

La física pasa por un buen momento. En los últimos años ha habido grandes descubrimientos, como el bosón de Higgs y las ondas gravitacionales. ¿Se siente afortunada de vivir en esta época?
Resulta gracioso, porque a pesar de todos estos descubrimientos siempre estamos interesados en lo que vendrá, en lo siguiente. El bosón de Higgs fue predicho hace 50 años. Nos interesa conocer qué hay más allá del modelo estándar de partículas. Esto no significa que los experimentos actuales no sean buenos, pero parece que necesitaremos energías mucho más altas para conocer aún más. No sabemos qué aprenderemos de los futuros experimentos. Pasarán muchos años hasta que se construya un colisionador de partículas de altas energías, si es que llega a existir. Por otro lado, las ondas gravitacionales pasan por un momento emocionante. Estamos justo al principio, es apasionante.

¿Qué significaría un colisionador de altas energías como el que quiere construir China?
Tendremos mucha suerte si se llega a construir. Hay propuestas de China y del CERN, que ha planteado la construcción de un futuro acelerador circular (FCC). Esto no significa que el actual LHC caduque, ya que pasarán muchos años antes de que el CERN lleve a cabo ese proyecto. El próximo paso no serán las altas energías, sino la etapa de alta luminosidad del LHC. Esto permitirá hacer muy buena física, pero no creo que haya nada que reemplace a las altas energías.

A pesar del conocimiento actual del universo, siguen existiendo terraplanistas. ¿Cómo se lo explica?
Sí, resulta gracioso. Además, estamos lidiando con la actual situación política en Estados Unidos… De algún modo, vivimos en la época más inteligente y en la más estúpida. No sé a qué se debe, si están asustados o no confían en la ciencia. Una de las cuestiones que me planteo al escribir libros de divulgación es por qué hay gente tan reticente a ciertas ideas. Claro que la mayoría de los que leen mis libros no son terraplanistas, pero mi intención es hacer que mis ideas se comprendan bien. Si no te dedicas a la ciencia, no tienes porque tener ciertos conocimientos. Debe haber algo más que explique por qué la gente desconfía de la ciencia, no sé qué es. Es algo que debemos abordar.

Otra de las cuestiones que la humanidad debería abordar es el cambio climático. ¿Le preocupa el futuro de la Tierra?
No me preocupa la Tierra, me preocupa la vida en la Tierra [ríe]. Nuestro planeta sobrevivirá. Creo que estamos provocando cambios muy rápidos, más de lo que podemos controlar. Es muy difícil mantener el estilo de vida actual, aunque encontremos otras fuentes de energía. Hay mucha gente que no ve naturaleza en su día a día. Yo me crié en Queens y no salía al campo, es algo que no hacía y que ahora me hace muy feliz. Creo que estamos desconectados de la naturaleza. No pensamos en las consecuencias masivas de todo esto. Hay especies que quizás ya no tengan donde ir. Si destruimos sus hábitats no van a sobrevivir.

La entrevista completa en: El Espectador (Colombia)



8 de octubre de 2019

¿Por qué el cielo se ve azul? Y cómo John Tyndall lo descubrirlo


A lo largo de la historia, a muchos los científicos les ha motivado la aspiración de comprender cómo funciona la naturaleza. 

En su forma más pura, se trata solo de eso: el deseo de entender, sin tener en cuenta cuán útiles o rentables puedan ser los descubrimientos.

Ese enfoque de la ciencia se llama "investigación impulsada por la curiosidad" o "investigación sin límites".

Uno de los mejores ejemplos de los practicantes de esta forma pura de descubrimiento es el físico irlandés John Tyndall (1820-1893).


Además de ser un erudito, Tyndall también era un romántico


Era un entusiasta montañista y pasaba mucho tiempo en los Alpes. A menudo hacía una pausa al atardecer pues las puestas de Sol alpinas y su magnífica gama de colores lo dejaban extasiado.

Fue por eso que se propuso comprenderlas y, con ello, logró inspirar a generaciones de científicos a realizar investigaciones fundamentales. 

La razón de la belleza

Su ilimitada curiosidad y su interés por la naturaleza lo llevaron a explorar una amplia gama de temas y a hacer muchos descubrimientos clave para la ciencia. 

Fue él, por ejemplo, quien demostró por primera vez que los gases en la atmósfera absorben calor en grados muy diferentes, descubriendo así la base molecular del efecto invernadero.

Para encontrar respuestas a sus diversas preguntas, inventó experimentos para los que construyó varios aparatos, algunos muy sofisticados, que requerían, además, de una profunda comprensión teórica y una tremenda destreza.

Pero cuando quiso saber por qué el cielo se ve azul en el día y rojo al atardecer, los instrumentos que usó fueron sencillos. 

Armó un simple tubo de vidrio para simular el cielo y usó una luz blanca en un extremo para simular la luz del Sol. 

Descubrió que cuando llenaba gradualmente el tubo de humo, el haz de luz parecía ser azul desde un costado pero rojo desde el otro extremo. 

A este tubo de Tyndal, hecho de una aleación de cobre, hierro, vidrio y cera, lo llaman "aparato cielo azul" en la Royal Institution donde está expuesto.

Se dio cuenta de que el color del cielo es el resultado de la luz del Sol dispersándose por las partículas en la atmósfera superior, en lo que ahora se conoce como el 'efecto Tyndall'

Otro de sus aparatos fue aún más simple.

"El cielo en una caja"

Sr trataba de un tanque de vidrio lleno de agua, al que le agregaba unas gotas de leche. 

Lo que hacía la leche era introducir algunas partículas en el líquido.

Una vez lista la sencilla receta, Tyndall encendió una luz blanca al lado de un extremo del tanque.
Inmediatamente vio que el tanque se iluminaba con diferentes colores

A Tyndall le fascinaba el experimento. En su estilo típicamente poético, lo describió como "el cielo en una caja". 

Y es que a un lado del tanque, la solución era azul. Pero a medida que viajaba hacia el otro lado, se iba tornando más amarilla, hasta volverse naranja, como el atardecer. 

Arcoíris

Tyndall sabía que la luz blanca está hecha de todos los colores del arcoíris. Y pensó que la explicación de ese fenómeno que tanto lo cautivaba era que la luz azul tenía una mayor probabilidad de rebotar y dispersar las partículas de leche en el agua.

Ahora sabemos que esto se debe a que la luz azul tiene una longitud de onda más corta que los otros colores de luz visible. Eso significa que la luz azul es la primera en dispersarse por todo el líquido.

Es por eso que la parte más cercana a la fuente de luz se ve azul. Y es por eso que el cielo es azul: porque la luz azul del Sol tiene una mayor probabilidad de dispersarse en la atmósfera.
Pero el tanque también explica los colores del atardecer. 

Lea el artículo completo en:

BBC Mundo
 

17 de septiembre de 2019

Pioneras de la ciencia (08/08): Maria Mitchell (1818-1889), la primera mujer científica en los EE.UU.


El caso de Maria Mitchell (1 de agosto de 1818 – 28 de junio de 1889) es uno de esos que nos recuerdan las muchas mentes brillantes que la ciencia habrá perdido, por el solo hecho de haber pertenecido a mujeres que carecieron de oportunidades. Mitchell es el contraejemplo: ella sí tuvo la oportunidad y la aprovechó sobradamente. Aunque fue criada en la tradicionalista Nueva Inglaterra, la igualdad entre sexos defendida por su familia le abrió la puerta a los estudios que le depararían una fulgurante carrera en astronomía.

Cuando Maria Mitchell tenía 14 años, los barcos balleneros que partían del puerto de Nantucket, la isla cercana a Massachussetts donde vivía, confiaban en su habilidad para calibrar los instrumentos de navegación que les ayudarían a orientarse durante sus semanas de travesía. La conocían y estaban seguros de su habilidad porque llevaban años viéndola acompañar a su padre, William Mitchell, un hombre instruido y versado en ciencias y astronomía que se dedicó personalmente de la educación de su hija.

Mitchell nació el 1 de agosto de 1818 en una familia cuáquera, una tradición que defiende que chicos y chicas deben ser educados igual, así que ella acudió a la escuela local y recibió una amplia formación de su padre, que incluyó muchos ratos realizando experimentos juntos. Una de sus hermanas contaba que en el salón colgaba de la lámpara una bola de cristal llena de agua que él utilizaba en sus experimentos sobre la polarización de la luz y que hacía que todas las paredes de la estancia estuviesen cubiertas de fragmentos de arco iris.

La astronomía y su estudio era una disciplina muy apreciada en la isla, que vivía de los barcos balleneros que a su vez dependían de los instrumentos astronómicos para orientarse. William Mitchell se encargaba de ajustar esos instrumentos de forma que los barcos siempre supieran dónde estaban cuando pescaban en alta mar, y su hija lo acompañaba. También hacían juntos otros experimentos. Durante un eclipse solar cuando ella tenía 13 años, calculó la longitud a la que se encontraba su casa.
A Mitchell le encantaba leer, aprender y enseñar. A los 16 años empezó a trabajar como asistente de los profesores de su anterior escuela, y a los 18 se convirtió en la primera bibliotecaria del Ateneo de Nantucket.

Era un lugar tranquilo, así que ella aprovechó parte de su tiempo allí para seguir leyendo y aprendiendo. Le interesaban muchas materias: alemán, latín, matemáticas avanzadas y mecánica celeste. Algunas tardes se organizaban en el Ateneo charlas y tertulias a las que acudían mentes progresistas para hablar de todo tipo de temas, y ella también estaba allí, aprendiendo.
Disfrutaba con su tranquilo trabajo, pero un día la casualidad se puso ante ella y todo cambió. Lo hizo en la forma de un cometa inesperado. A Mitchell le gustaba pasar las noches sobre el tejado de la casa de su familia escrutando el cielo y las estrellas con su telescopio. El 1 de octubre de 1847 estaba estudiando un segmento del cielo que ya conocía cuando se encontró en él una mancha blanca que no estaba allí antes. Bajó a contárselo a su padre, que animó a Mitchell a hacer público su descubrimiento.

Ante la negativa de ella, que temía ser menospreciada por ser mujer, William Mitchell escribió a otros astrónomos influyentes para que apoyasen el descubrimiento de su hija. William C. Bond era por entonces el director del Observatorio de Harvard, en Massachussetts, y fue quien habló a los Mitchell de la medalla a la que Maria podía aspirar. Les contó que Frederik VI, rey de Dinamarca, también era muy aficionado a la astronomía, y que había ofrecido una medalla a todo el que descubriese un nuevo cometa. El monarca había fallecido en 1839 pero su sucesor, Christian VIII, continuó otorgando estos premios.

Convencida por su padre y su colega, Mitchell se animó por fin a publicar su descubrimiento, aunque un error de ellos dos al seguir los trámites para optar a la medalla casi la dejan sin ella. Por fin, un año después de haber visto el cometa que sería bautizado con su nombre, la medalla de Maria Mitchell llegó a Nantucket.

Su descubrimiento la hizo famosa, y propició que se convirtiese en la primera mujer que formó parte de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, y fue contratada por el servicio que elaboraba el calendario náutico para seguir y consignar detalladamente los movimientos de Venus que, aunque es un planeta, servía como estrella guía para los barcos. Mucha gente venía a visitarla y quería conocerla, impresionados por la primera mujer estadounidense que había descubierto un cometa.

Gracias a sus ahorros y a un trabajo como acompañante de una chica más joven, pudo viajar por el sur de Estados Unidos y por Europa, donde visitó algunos de los observatorios más avanzados de la época, como el de Cambridge o Roma, y conoció a los astrónomos más importantes del continente, Sir George Ary, el Astrónomo Real que estableció el Meridiano de Greenwich, o el padre Secchi, el Astrónomo del Vaticano.
En 1858 Mitchell estaba de vuelta en Nantucket, y poco después, tras la muerte de su madre, se trasladó con su padre al continente. Continuó trabajando para el servicio náutico hasta que en 1865 fue contratada como profesora por Mathew Vassar para dar clase en el Vassar College, su recién inaugurada escuela para mujeres, por su habilidad científica y por ser un modelo a imitar para otras mujeres jóvenes. Ella encajó enseguida en su rol de profesora y mentora de sus alumnas, a las que animaba a no dejar que el hecho de ser mujeres las desanimase en sus empeños. “Ninguna mujer debería decir ‘Pero solo soy una mujer’. ¿Solo una mujer? ¿Y qué más se puede pedir?”.
Las llevaba a excursiones para observar eclipses y las mantenía despiertas mucho más allá de la hora fijada para estudiar con ellas el cielo y sus componentes. Era muy exigente, pero era también una de las profesoras preferidas por sus estudiantes, a las que trataba como iguales: “Somos mujeres estudiando juntas”.

Volvió a Europa unos años después, en 1873. Primero fue a Rusia, donde descubrió encantada que allí la educación de las mujeres jóvenes estaba mucho más extendida que en Estados Unidos. Allí las chicas a las que conoció hablaban de ciencias, de literatura y de política sin cortarse. En comparación, en EE. UU. el número de chicas con esos conocimientos era mucho más limitado. En el otro lado estaba el Colegio para Chicas de Glasgow, que también visitó en ese viaje, en el que solo se las enseñaba música, danza, dibujo y bordado, lo cual le resultó muy decepcionante. A su vuelta a su país, Mitchell participó en la fundación de la Asociación Americana para el Avance de las Mujeres.
En 1888, Mitchell enfermó del corazón y dejó las clases para trasladarse a la casa de su hermana, ante el disgusto y las súplicas de estudiantes y de la dirección de la escuela, que le pidieron que se quedase viviendo allí, aunque no pudiese seguir dando clase. Ella prefirió marcharse. Su sobrino, arquitecto, le construyó un pequeño observatorio en su nuevo hogar con la esperanza de que se recuperase lo suficiente como para usarlo. No fue así. Maria Mitchell murió el año siguiente.

Mitchell fue una mujer de ideas adelantadas a su tiempo. Un ejemplo curioso: renunció a vestir prendas de algodón como protesta contra la esclavitud. Pero sobre todo, fue una activa defensora de los derechos de las mujeres, impulsando el movimiento sufragista y la participación de las mujeres en la ciencia. Con ocasión de un viaje a Europa, dejó escrita su admiración por la matemática y astrónoma escocesa Mary Somerville, para quien “las horas de devoción al estudio intenso no han sido incompatibles con los deberes de esposa y madre”. Quizás esa fue la espina que se le quedó clavada, ya que Mitchell nunca se casó ni tuvo pareja, un precio que muchas mujeres científicas han debido pagar a cambio de carrera y prestigio.

Fuente: Open Mind

Mujeres con ciencia

Open Mind

13 de julio de 2019

Neuroeducación 02: Haz ejercicio ¡y mejora tu memoria!


¿Sabías que nuestro cerebro crece a medida que hacemos ejercicio? En efecto. El ejercicio fotalece las sinapsis, crea más conexiones en el cerebro y ayuda a que se formen nuevas células. En otras palabras: ¡te vuelves más inteligente!

Hacer ejercicio nos ayuda a tener mejor salud cardiovascular, lo que significa que llevas más oxígeno al cerebro y puedes despejar la mente. 

Además, un nuevo estudio descubre que para recordar algo, no hay nada mejor que hacer ejercicio 4 horas después de adquirir nuevos conocimientos. Diversos estudios apuntan a que el ejercicio, al mejorar la memoria y la atención, mejora el rendimiento académico: ¡subirán tus notas en el colegio aún más!

Y con 10 minutos de ejercicio diario es suficiente. Pero si te ejercitas 20 minutos, pues mucho mejor. Y basta con dar un paseo o hacer tai chi, sobretodo si se trata de personas mayores. 

Y si haces ejercicio al aire libre tendrás el beneficio adicional de absorber más vitamina D, pues recibirás los marvillososo rayos del Sol en todo cuerpo.

Consejos:  

Haz ejercicio mientras exploras un nuevo lugar o un nuevo ambiente. Ejercítate ante una nueva forma de hacer las cosas o al compartir ideas con otra gente. De esta forma ayudarás a que las nuevas células formen un circuito.

Si te gusta la jardineria, rapear, hacer experimentos o pintar únete a un grupo que tenga las mismas aficiones que tú en lugar de hacerlo solo. No solo obtendrás nuevos conocimientos, también conocerás a más personas. La interacción social también beneficia a tu cerebro.

Entonces: ¡a ejercitarse! y ¡a divertirse!


Leonardo Sánchez Coello
Mag. en Educación

10 de mayo de 2019

Lucy Wills, la descubridora del vital ácido fólico para las embarazadas


La científica británica investigó un factor nutricional en la levadura, conocido al principio como Factor Wills, que prevenía y revertía la anemia macrocítica.

El retrato de Lucy Wills que hay en la biblioteca del Colegio de Médicos de Edimburgo está muy lejos de transmitir la energía e inquietud que demostró como científica a lo largo de su vida. Muestra a una mujer serena en el jardín botánico al que dedicó el último cuarto de su vida, un retrato privado por el que resulta imposible adivinar que hablamos de una eminente hematóloga que practicaba el esquí de fondo, escalaba montañas e iba a trabajar en bicicleta.

Gracias a la buena educación que primero recibió y a la que más tarde pudo tener acceso, desarrolló una independencia financiera y de pensamiento que la convirtieron en una persona muy crítica con el sistema y con los comités médicos y científicos conservadores de principios del siglo pasado. Esa independencia, capacidad y ansias de conocimiento le dieron, a su vez, todo tipo de oportunidades profesionales que siempre puso al servicio de la humanidad.

Lucy Wills nació en una pequeña localidad cerca de Birmingham el 10 de mayo de 1888. Fue la tercera hija de una familia acomodada y con grandes inquietudes por los estudios científicos: su madre fue la única hija -con seis hermanos- de un conocido médico de Birmingham; su bisabuelo había participado en la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia y escribió artículos sobre meteorología y otras observaciones científicas, y su padre estaba particularmente interesado en la botánica, la zoología, la geología y las ciencias naturales en general, así como en el desarrollo de la ciencia de la fotografía.

Gracias a la lucha por la igualdad y a los logros en la consecución de derechos para las mujeres en la época victoriana, Wills fue una de las primeras generaciones de niñas que se benefició de una educación de calidad en ciencias en internados que hasta pocos años antes eran exclusivamente para varones. Asistió al Cheltenham College for Young Ladies y, años después, en 1911, obtuvo la doble licenciatura en Botánica y en Geología en el Newnham College de Cambridge University, otra institución a la vanguardia en la educación de mujeres.

El interés principal de Wills en ese momento era todavía la ciencia, no la medicina, así que después de Cambridge viajó a Sudáfrica con Margaret Hume, una compañera de estudios y amiga durante toda su vida. Hume estaba interesada en el trabajo de Sigmund Freud y Wills se contagió de ese interés hasta el punto de plantearse estudiar psiquiatría. Sin embargo, el trabajo que realizó como enfermera en Sudáfrica durante la Primera Guerra Mundial la llevó a decidirse sobre la carrera de Medicina.

De regresó a Londres, Lucy Wills ingresó en la London School of Medicine for Women, la primera escuela de medicina para mujeres de Inglaterra, y obtuvo su título universitario de médico en 1920. Comenzó a trabajar con otro amigo de Cambridge en el Departamento de Patología Química del Royal Free Hospital, y a medida que aumentaba su interés y conocimiento de la biología médica también lo hacía por el área de la hematología.

En 1928 Lucy Wills comenzó su trabajo de investigación en India para tratar de aislar los factores dietéticos que desempeñaban un papel en la llamada anemia perniciosa del embarazo. La científica estuvo en el país asiático hasta 1933, aunque algunos veranos regresaba a Inglaterra para continuar sus investigaciones en los laboratorios de Patología. En esos años, la prevalecía de muerte entre las mujeres más pobres con deficiencias nutricionales era muy alta.


La doctora Margaret Balfour, del Servicio Médico de India, le pidió que se uniera a ella en la investigación sobre la mortalidad materna y los estudios de Wills concluyeron que en el proceso estaba involucrado algún tipo de deficiencia de vitaminas. Wills también trabajó estrechamente con otros científicos como Sakuntala Talpade, Robert McCarrison y Manek Mehta para intentar encontrar un suplemento que pudiera superar la deficiencia que estaban observando.
Realizó experimentos con ratones albinos buscando suplementos que les hicieran superar las deficiencias de la anemia y también lo hizo con monos. En una ocasión, administró marmite, una pasta muy barata y comestible a base extracto de levadura, a uno de los primates que estaba dando resultados especialmente malos y sus efectos se tornaron en maravillosos.
Más adelante comenzó a tratar a mujeres embarazadas con varias sustancias y demostró que el extracto de levadura era efectivo. No pudo determinar cuál era exactamente el factor determinante, que pasó a ser conocido como el Factor Wills, y no fue hasta 1941 cuando el indispensable ácido fólico en la actualidad fue aislado en la espinaca.
Lucy Wills, la descubridora del vital ácido fólico para las embarazadas
Lucy Wills regresó a Londres en 1939 y continuó con su trabajo sobre la anemia y el efecto de la dieta en la salud y la enfermedad. Siguió con sus investigaciones como patóloga y, más tarde, fue nombrada jefa de patología hasta su jubilación en 1947. Sin embargo, nunca dejó de lado la ciencia y volvió a trabajar en Sudáfrica y en Fiji estudiando los efectos de la nutrición en la salud.
La brillante hematóloga falleció el 16 de abril de 1964, a los 75 años de edad. El obituario que el dedicó el ‘British Medical Journal’ destacó sus grandes cualidades humanas y su gran contribución a la ciencia y a la salud, especialmente en el campo de la nutrición.
Wills fue una viajera y una trabajadora incansable. Decidió no ejercer la profesión de Medicina para dedicarse a la investigación. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero a pesar de su fuerte temperamento y sus convicciones inamovibles, disfrutó de la vida con generosidad, amabilidad y gran sentido del humor. Su habilidad en el trabajo para la resolución de problemas le permitió ser amiga de todos con los que colaboró, admirándola siempre por sus grandes cualidades humanas. En los últimos años de su vida se dedicó a sus aficiones más tranquilas: jardinería, música, teatro… pero no dejó su compromiso con los demás y durante una década ejerció como edil de Trabajo en Chelsea.
Nutricionistas y hematólogos reconocen en la actualidad su gran legado, basada en la observación simple pero que supuso un hito en la historia médica y, sobre todo, en la salud de las mujeres embarazadas.

20 de marzo de 2019

5 sencillos experimentos para comprobar que la Tierra no es plana

Aunque parezca mentira, en pleno siglo XXI aún es necesario insistir en que la Tierra es redonda, algo que se sabe desde hace más de 2.000 años.


Sin embargo, algunas de las teorías de la conspiración que afirman que la Tierra es plana se siguen expandiendo.

Estos son algunas sencillas maneras de comprobar que la Tierra es redonda y rebatir las ideas de los terraplanistas. 

1. Observa un barco

Toma unos binoculares y siéntate a la orilla del mar. Cuando veas que un velero se aleja en el horizonte, notarás que primero dejas de ver el casco de la embarcación, pero aún puedes ver el mástil y la vela, hasta que por fin lo pierdes de vista. 

"Si la Tierra fuera plana, notarías que el velero se hace más pequeño a medida que se aleja, pero siempre lo verías completo", explica Michelle Thaller, astrónoma de la NASA en el portal Big Think.

Funciona igual en el sentido contrario. Si el velero se acerca, primero verás la vela y el mástil y luego el resto de la embarcación. 

2. Trepa a un árbol

Este ejemplo lo explica, Erik Frenz en el portal científico Cell. 

Imagina que estás en una vasta planicie que tiene un árbol en la mitad. 

Si la Tierra fuera plana y miras a lo lejos, verías lo mismo si estás parado en el suelo o si te subes a la copa del árbol. 

Pero, como la Tierra es redonda, si trepas el árbol podrás ver cosas que no lograbas ver desde el suelo. Cuanto más subas más podrás ver en el horizonte.

"Esto se debe a que partes de la Tierra que estaban ocultas, debido a su curvatura, ahora se revelan porque tu posición ha cambiado", explica Frenz. 

3. Mira un eclipse lunar

Durante un eclipse lunar, la Tierra pasa entre la Luna y el Sol, lo cual hace que la Tierra proyecte su sombra sobre la Luna.

Notarás que la sombra que produce es redonda. Incluso si la Tierra fuera plana pero con forma de disco, tampoco produciría este tipo de sombra. 

"La única forma que puede producir una sombra curva sin importar desde que dirección se le ponga la luz, es una esfera", explica Thaller. 

El científico Neil deGrasse Tyson se burló de los terraplanistas con este tuit que dice: "Un eclipse lunar que los terraplanistas nunca han visto": 


4. Viaja en avión

Cuando tomas un largo vuelo puedes notar dos fenómenos interesantes, que describe el sitio Popular Science. 

En un vuelo transatlántico se puede ver, la mayoría de las veces, la curvatura de la Tierra. El Concorde, por ejemplo, ofrecía una de las mejores vistas de esa curvatura.
Se estima que la curvatura de la Tierra comienza a notarse a partir de los 10 km de altitud y se hace aún más evidente a partir de los 15 km de altitud.

Otro hecho es que los aviones pueden viajar en línea relativamente recta durante mucho tiempo sin "salirse" por ninguno de los supuestos bordes del planeta, incluso pueden dar la vuelta al mundo sin hacer escalas. 

5. Mira los husos horarios

Mientras en algunas partes del mundo es de día, en otras es de noche.
Según explica Popular Science, la razón es que la Tierra es redonda y rota sobre su propio eje. Es decir, mientras el sol ilumina una parte la esfera, la otra permanece en la oscuridad.
Además, si la Tierra fuera plana, seríamos capaces de ver el Sol aun si fuera de noche, es decir, cuando el sol no está brillando sobre nosotros.
 
Popular Science explica que eso se podría comparar a lo que ocurre en un teatro, en el que el público, que está sentado en medio de la oscuridad, puede ver los reflectores del escenario aunque estos no alcancen a iluminarlos a ellos. 

Fuente: BBC Mundo
 
 Y Gizmodo nos ofrece una tercera prueba de que la tierra NO es plana: ¿Cómo puede ser que, en el mismo momento se vean estrellas distintas en el cielo de Madrid y en el cielo de Buenos Aires? Lee el artículo AQUÍ.

12 de febrero de 2019

Rutherford y Soddy: auténticos alquimistas


Rutherford, ¡esto es transmutación!
Por Dios, Soddy, no le llames transmutación. Nos cortarán la cabeza por alquimistas.

Así reaccionaron el físico neozelandés Ernest Rutherford y su discípulo inglés Frederick Soddy ante el sorprendente resultado de una serie de cuidadosos experimentos que realizaron en 1901 en la Universidad McGill de Montreal (Canadá). Llevaban tiempo intentando entender el fenómeno de la radiactividad, descubierto por Becquerel y descrito por Marie y Pierre Curie. Y por fin habían conseguido demostrar que en los materiales radiactivos los átomos se desintegran, de modo que los átomos de un elemento radiactivo se transforman en otro elemento.

Así que la transmutación, que habían buscado durante tantos siglos los alquimistas, ocurría de manera espontánea y natural. La idea era tan rompedora que Rutherford y Soddy evitaron añadirle prejuicios y hablaron de transformación en lugar de transmutación cuando en 1902 publicaron “La causa y naturaleza de la radiactividad”, que condensaba sus experimentos en la teoría de la desintegración atómica. Con ella rompieron el dogma científico de que el átomo era indivisible (que es lo que significa átomo en griego).

Ernest Rutherford (1871–1937) identificó los tres tipos principales de radiactividad: rayos alfa, rayos beta y rayos gamma. Y siguió estudiando la transmutación. Vio cómo aparecían átomos estables de plomo en medio de un mineral radiactivo de uranio. No había manera de saber cuándo se iba a transformar un átomo en concreto, pero Rutherford se fijó en que cualquier muestra (más grande o más pequeña) de un mismo elemento radiactivo tardaba exactamente el mismo tiempo en quedar reducida a la mitad. Ese tiempo, llamado semivida, convertía a los elementos radiactivos en perfectos cronómetros.
Ernest Rutherford en su laboratorio en McGill University (1905). Créditos: Wellcome Images
Conociendo esa velocidad constante con la que el uranio se transforma en plomo y midiendo la cantidad de plomo que había en una roca de pechblenda (mineral de uranio), Rutherford y su colega Boltwood calcularon en 1907 que alguna de aquellas piedras tenía al menos 1.000 millones de años: ¡Era muchísimo más vieja de lo que entonces se pensaba que era la Tierra!

Además de entender a fondo la radiactividad, Rutherford le dio su primera utilidad práctica (mucho antes que las aplicaciones médicas, bélicas o energéticas): calcular la edad de la Tierra. Por todo ello recibió el premio Nobel de Química en 1908. Aunque bien podría haber recibido dos Nobel más por sus siguientes descubrimientos:
  • Rutherford usó la radiactividad para explorar el interior de los átomos. Junto con su alumno Geiger, disparó rayos alfa contra una finísima lámina de oro y observó atónito cómo alguna de esas partículas alfa rebotaban hacia atrás. Recuperado del impacto, en 1911 dedujo que aquello solo era posible si los átomos tenían un minúsculo núcleo, con carga positiva, que concentraba casi toda su masa. Había nacido el modelo atómico de Rutherford, perfeccionado luego por su alumno Bohr: esa imagen tan familiar del átomo, con los electrones girando alrededor de ese núcleo.
  • En su laboratorio él siguió bombardeando átomos con rayos alfa, hasta que en 1919 consiguió transformar átomos de nitrógeno en oxígeno: se convirtió así en “el primer alquimista con éxito de la historia”. Aquella transmutación de nitrógeno en oxígeno fue la primera reacción nuclear artificial; y, entre sus restos, Rutherford encontró el protón, una nueva partícula subatómica con carga positiva.
Mientras tanto, Frederick Soddy (1877–1956) había seguido estudiando la desintegración natural de los elementos radiactivos y descubrió en 1913, al mismo tiempo que Kazimierz Fajans, las reglas de la transmutación: cuando un átomo emite espontáneamente una partícula alfa, retrocede dos casillas en la tabla periódica (ej: el uranio–238 se transforma en torio); cuando un átomo emite una partícula beta, avanza una casilla (ej: el carbono–14 se transforma en nitrógeno).

Siguiendo esas reglas, conocidas como la ley de Fajans-Soddy, se producen las cadenas de desintegración naturales, como la que empieza en el radiactivo uranio–238 y termina en el estable plomo, pasando por productos intermedios como el radio o el uranio-234. Y estudiando paso a paso esas cadenas, Soddy descubrió por el camino los isótopos: distintas versiones de un mismo elemento, con átomos que pesan diferente pero que tienen las mismas propiedades químicas.
Frederick Soddy en su laboratorio en la Universidad de Glasgow. Créditos: Wellcome Images
El Nobel de Química de 1921 reconoció los descubrimientos de Soddy, en los que el escritor H.G. Wells se había inspirado para escribir su novela de ciencia-ficción “La liberación mundial” (1914). Ese libro, que Wells dedicó a Soddy, anticipaba el peligro de las armas nucleares, casi 20 años antes de que Leó Szilárd concibiera la idea de reacción en cadena.

A Soddy le preocupaba mucho el uso que se hacía de los descubrimientos científicos y eso le llevó a escribir en 1926 una crítica radical de la economía occidental, analizándola mediante leyes físicas de la termodinámica. Según Soddy, el sistema confunde la riqueza con la deuda, y también fue pionero criticando el crecimiento económico basado en el uso de combustibles fósiles para obtener energía. Sus propuestas para una reforma del sistema monetario, que hoy son prácticas comunes, fueron entonces despreciadas e ignoradas por excéntricas… como si Soddy fuera un alquimista económico en busca de una piedra filosofal para transformar la deuda en riqueza.

Tomado de: Open Mind

6 de febrero de 2019

El fin del sexo reproductivo: llega la técnica que permitirá tener hijos sin la intervención del varón

Una investigación japonesa ha creado células germinales humanas a partir de sangre de mujer, de modo que quienes tengan útero podrán reproducirse sin necesidad de un varón.


«En lugar de en una cama, en el asiento trasero de un coche o bajo un letrero de no pisar la hierba, los niños serán concebidos en clínicas». El deseo y el sudor sustituidos por la frialdad del laboratorio y las batas blancas. Así ve un futuro no tan lejano Henry T. Greely, profesor de Derecho de la Universidad de Stanford, experto en bioética y autor del libro The End of Sex and the Future of Human Reproduction (2016).

¿El fin del sexo con fines reproductivos? Probablemente, sí.

El polémico caso del científico chino He Jiankui y sus presuntos bebés modificados genéticamente ha vuelto a poner sobre la mesa el estado de estas prácticas en todo el mundo. Aunque haya detenido sus experimentos, todavía en entredicho, la noticia ha coincidido en el tiempo con la intención del gobierno japónés de aprobar, a principios de 2019, un borrador de ley elaborado por expertos que no sólo permitirá la edición genética en embriones con fines científicos (no destinados a la reproducción), sino que la incentivará. 

Japón no pretende seguir los pasos de China, Reino Unido y EEUU, países en los que está permitida la manipulación genética de embriones con fines científicos, previa autorización por parte de diversos comités, sino adelantarlos por la derecha. Si finalmente sale adelante en el parlamento japonés, la ley plantea que los investigadores no necesitarán la aprobación gubernamental para llevar a cabo modificaciones en el ADN embrionario. 

La polvareda mediática por el caso Jiankui ha eclipsado otra investigación, también japonesa, que plantea una revolución en la reproducción asistida que evita la edición genética. El avance, publicado en la revista Science en septiembre, lo ha realizado un equipo liderado por el biólogo Mitinori Saitou, que ha conseguido crear células germinales humanas, el estadio anterior a un óvulo, a partir de células de la sangre de una mujer.

Todavía no se ha llegado a obtener un óvulo maduro, preparado para ser fertilizado in vitro, pero hay otros ensayos clínicos con ratones que sí han logrado células reproductoras completas. El resultado es una adorable camada de pequeños ratoncitos provenientes de células de la cola de dos ratones adultos. Lo que plantea la gametogénesis in vitro, que así se llama el proceso, es llevar la magia de la reproducción a una placa de Petri sin donación de óvulos ni de esperma.

Uno de los escenarios más extremos, si finalmente la gametogénesis in vitro llega a convertirse en una realidad, es el de un planeta en el que el hombre ya no sea necesario para la reproducción. Si ambos gametos, masculino y femenino, pueden ser obtenidos a partir de células de la piel o de la sangre, el género masculino en su totalidad sería prescindible. Lo que sigue siendo indispensable para la reproducción humana es la implantación del embrión y el útero de la mujer... de momento. Un útero artificial para ayudar al desarrollo de niños prematuros ya es una realidad, ¿llegará el día en que pueda gestar un embrión desde el principio? «Es posible», señala Henry T. Greely, «aunque yo diría que es una hipótesis lejana en el tiempo. Este órgano externo podría crearse a partir de células madre y estar conectado a máquinas que le proporcionen oxígeno, nutrientes y sangre con los niveles correctos de hormonas».

Greely lleva años estudiando las posibles alteraciones sociales, legales y éticas de unos avances de semejante magnitud. Lo primero es tener un marco temporal: «Yo diría que pasarán entre 15 y 30 años antes de que se apruebe su uso clínico, ya que garantizar que el proceso sea seguro para los bebés resultantes requerirá un estudio sustancial».

Lea el artículo completo en: El Mundo (España)

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