The New Yorker
es un templo del buen periodismo que navega más o menos indemne por la
crisis económica y de talento que está asolando al sector. Incluso en momentos económicos muy duros, The New Yorker
es una revista rentable y la estrategia de Remnick es prosperar en la
edad de internet con inversiones en contenidos y distribución —web,
iPdads, etc— y continuar invirtiendo mucho en lo más importante: la
escritura, la edición, el fact checking, como siempre lo ha hecho. Su célebre facts checker,
el departamento que comprueba la veracidad y el rigor de todo lo
escrito, incluidas las comillas de los entrevistados, sigue incólume y
se extiende a la web. David Remnick es
su director desde hace 15 años. Aunque anda más cerca de los 55 que de
los 54 parece joven, apenas tiene canas, viste sin corbata. Fue
periodista del The Washington Post
y corresponsal en Moscú. Le tocó enterrar el comunismo. Al entrar en la
revista, situada en el número cuatro de Times Square, me crucé con el
nobel de literatura, Wole Soyinka,
que salía de entregar algún texto o de discutir el siguiente. Son
situaciones extraordinarias. Remnick tiene un despacho entre
rascacielos, lleno de luz, sin boato.
Todo
empezó hace semanas con un correo y una petición de entrevista. Hubo
varios intercambios sin que se concretara nada. Una mañana de finales de
julio, cuando ya me encontraba en Nueva York, le escribí un último
mensaje a la desesperada. Respondió enseguida: «¿Puedes hoy a las 2.30
pm?». No arrancó bien la reunión. Le molestó que no le advirtiera de la
presencia de un fotógrafo, pero se había estudiado mi biografía y la web
de Jot Down.
Le gusta tener controladas las situaciones. Tras unas fotos de
urgencia, solos alrededor de una mesa y unas botellas de agua, Remnick
se relajó. Nadie interrumpió durante casi 50 minutos. Sonó su teléfono
móvil, pero no lo cogió.
Todo
el mundo está hablando del final del periodismo, ¿cuál es su opinión?
¿Cree que nos acercamos a ese final o es algo que solo afectará a
algunas empresas del sector que van a desaparecer?
(Tras
una exclamación y una sonora carcajada) Bueno, resulta casi indecente
hablar con alguien que ha pasado por lo que has pasado y decir «no, el
periodismo no va a desaparecer». Pero es que realmente creo que esa es
la verdad. ¡Por supuesto que no va a desaparecer! El periodismo es una
actividad humana muy antigua y esencial. Sin él estamos perdidos,
realmente perdidos. Quizá el New York Times es imperfecto, The New Yorker
es imperfecto, las principales instituciones del sector son
radicalmente imperfectas, pero sin ellas estamos perdidos. ¿Por qué?
Porque sin periodismo no hay presión sobre el poder; esa presión
quedaría reducida a las citas electorales y en ese caso, sin periodismo,
las campañas electorales serían… aún más grises de lo que son. Creo que
eso es lo que se exige, lo que se nos exige a nosotros, los
periodistas.
Estamos
atravesando un periodo marcado por un enorme cambio tecnológico,
tectónico. Como ocurre en cada cambio económico y tecnológico las
consecuencias positivas vienen acompañadas de involuntarias
consecuencias negativas. En algunos aspectos el periodismo actual es
mejor y en otros es peor. Es evidente. Es mejor porque su distribución y
el acceso a la información son inmediatos. Si quiero leer miles de
cosas inmediatamente, puedo hacerlo. Es el tiempo del ahora.
Mis
habilidades como periodista se han visto reforzadas por la tecnología.
Cuando tú y yo éramos jóvenes y enviábamos los textos desde el terreno,
era imposible hacerlo desde el lugar exacto de un terremoto en Armenia,
desde Turkmenistán o desde cualquiera de los numerosos lugares en los
que has estado. ¡Era imposible, impensable! Tomabas notas y regresabas a
la capital, lo redactabas y… Ahora todo es… (chasquea los dedos en
señal de inmediatez). No hay excusa, no existe una excusa tecnológica
para no estar en todas partes. Podríamos seguir hablando sobre este tema
durante horas y aburrir a todo el mundo. Lo que quiero decir es que no,
no creo que estemos ante el fin del periodismo, pero evidentemente las
involuntarias consecuencias del cambio son brutales.
Por ejemplo, mi carrera empezó de la mejor forma posible: fui contratado por The Washington Post cuando aún era muy joven. Fue como una bendición. Yo tenía veintipocos años, era 1981-1982, y el Washington Post
era… ¡Deberías habernos visto! Era la era post-Watergate, ganábamos
mucho dinero y el negocio publicitario era muy rentable. Todos querían
colaborar con nosotros. Contábamos con fondos para cualquier tipo de
reportaje nacional o internacional, para todo tipo de proyectos. Ahora
mismo, rezo por su supervivencia. ¡Su supervivencia! Y es The Washington Post, no cualquier periódico provincial como The Sacramento Bee o The San Jose Mercury News. Es una institución esencial. Eres español. Todos conocemos la reputación internacional de El País. Haciendo un paralelismo con el ejemplo anterior, si nos planteamos que El País
puede estar en peligro, ¿en qué situación quedaría España en términos
de calidad informativa y de periodismo? Como he comentado anteriormente,
al final todo se reduce a la necesidad de que alguien ejerza una
presión sobre el poder.
Estamos
en medio de esta situación de incertidumbre, muchos la achacan a la
crisis. Es evidente que hemos cometido muchos errores, especialmente al
intentar comprender el funcionamiento de la información y el periodismo
en internet.
Todo
eso es cierto y es fácil de verlo desde el espejo retrovisor. Es fácil
mirar atrás y decir «deberíamos haber hecho esto o aquello», pero si lo
miras en tiempo real algunos de los llamados «errores» eran muy
complicados de identificar. Por ejemplo, todo el mundo critica a The Washington Post por no haber comprado Politico.com. Podría dar mi opinión sobre Politico y su forma de informar. Pero no estamos hablando de eso. The Washington Post
ya contaba con una página web y con una sección dedicada a la política
en la que se hicieron importantes inversiones. No creo que comprar Politico.com hubiera resuelto el problema. Comprendo perfectamente por qué Donald Graham
tomó tal decisión, aunque fuera errónea. Además, no creo que la compra
hubiera solucionado la situación. Podría haber ayudado a la publicación,
pero no habría solucionado completamente el problema de la crisis. Lo
siento, pero ¿está Politico ganando mucho dinero? ¡No! ¿Y el Huffington Post?
Tampoco. Muchas de las esas publicaciones que tienen una gran
reputación y han alcanzado éxito en internet tampoco están ganando
dinero.
Continuando
con el asunto de la relación entre el periodismo digital y en papel,
¿cómo podríamos convencer a la gente de que internet no es suficiente?
En
este punto discrepo contigo. En mi opinión internet no es más que una
herramienta, un medio de distribución. Y es un sistema radicalmente más
efectivo que la distribución de lo impreso en papel.
Pero hay gente que puede tener la impresión de estar al corriente de todo lo que pasa solo con un click.
Es que pueden: si compran productos en internet. En otras palabras, The New York Times no puede ser gratuito; no tengo problema alguno con que la gente lea The New Yorker en
internet. Tengo 54 años, tú tienes 58, y puede que lo prefiramos
impreso por las mismas razones por las que la gente prefiere aquello a
lo que está habituado. Yo prefiero un determinado tipo de bebidas,
prefiero Bob Dylan al último éxito de hip-hop, pero es
así porque tengo 54 años. Eso no tiene relevancia, solo son hábitos de
un ser humano corriente. Creo que podemos estar muy bien informados solo
con un portátil. Pero necesitas un portátil y una tarjeta de crédito,
porque todo no puede ser gratuito.
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