Los planes de estudios tienden cada vez más hacia lo práctico y relegan otras materias clásicas
Los especialistas defienden su trascendencia para formar conciencias críticas y reflexivas
En lo más íntimo, cada español debe esconder un reformador de la
enseñanza. Eso explicaría por qué cuando un español es nombrado ministro
de Educación, va y la reforma. Desde 1978, cuando se aprobó la
Constitución, se han aprobado seis leyes orgánicas. Alguna nació y murió
sin rozar siquiera la vida de los escolares (la de 2002). Otras duraron un lustro, tiempo para acompañar escasamente a una promoción.
También el actual ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert
tiene su idea para la escuela. De lo diseñado se confirma un rumbo que
sí han compartido los sucesivos Gobiernos, junto a la hiperactividad
legisladora (reveladora de que la educación nunca ha sido política de
Estado): el refuerzo de una visión pragmática de la enseñanza, de su
aproximación a las exigencias del mundo real, de encauzar cuanto antes a
los alumnos hacia aquello que les facilitará el acceso a un empleo. Y
el griego, por más que le espante al reciente premio Nacional de las
Letras, el helenista Francisco Rodríguez-Adrados
(“si no se tiene esa base se desdeña uno de los aspectos esenciales y
ejemplares para aprender a razonar”), no se ve como una catapulta hacia
el futuro.
Quienes defienden las humanidades suelen mirar al espíritu. Quienes
propugnan pegarse a lo práctico miran al mercado de trabajo. Un
bipartidismo casi perfecto. “Lo que nos estamos jugando no es un
problema de que salgan más o menos eruditos, sino que salgan personas
más libres”, advierte Víctor García de la Concha,
actual director del Instituto Cervantes y antes de la Real Academia
Española. “Se ha pensado que lo más útil es lo inmediatamente práctico, y
no se consideran las ciencias del espíritu que es lo que configura al
hombre”, agrega.
La reforma de Wert prima la lengua, las matemáticas y el inglés
“Sin entender modelos matemáticos sencillos, lo que estos pueden
predecir y lo que no, los supuestos que requieren, la confianza que
merecen, es prácticamente imposible participar activamente en campos
aparentemente tan poco matemáticos como la biología, la economía, las
finanzas, la contabilidad, la sociología, la ciencia climática, la
ciencia política, la medicina o el marketing”, defendía con vehemencia
en un artículo publicado en este periódico Luis Garicano, catedrático de Economía y Estrategia de la London School of Economics.
A grandes rasgos, la reforma de Wert contentará más a Garicano que a
García de la Concha. El tronco sobre el que pivotará la enseñanza serán
las matemáticas, la lengua y el inglés. Se revalorizan los idiomas
(novedoso campo de las humanidades muy apreciado por el mercado) y se
minimizan las clásicas, que cotizan cada vez más a la baja. Saber latín
no es un pilar elemental de la formación. No digamos griego. En el
anteproyecto, el latín aparece por vez primera en el currículo en 4º de
la ESO, pero será solo opcional para aquellos alumnos que elijan el
bloque de enseñanzas académicas para el Bachillerato. Filosofía, otra
clásica de las Humanidades, será también una asignatura específica a
elegir.
En el Bachillerato, Filosofía (1º) e Historia de España (2º) son
troncales, y el latín se limita a los estudiantes de Humanidades. El
griego es optativo en dos ramas. Junto a otros barridos, Wert también ha
suprimido la Economía —lo que podría hacer pensar que corre contra los
tiempos—, pero la ha sustituido con una materia de título pragmático:
Iniciación a la Actividad Emprendedora y Empresarial.
García de la Concha: “Nos jugamos que salgan personas más o menos libres”
Para Charo Macías, profesora de Inglés en secundaria desde hace 28
años, el viento de los tiempos sopla a su favor: el inglés es capital,
aunque su enseñanza siga dando pie a extrañas contradicciones, como el
hecho de que la evaluación en Selectividad se limite a una prueba
escrita y no se contemple un examen oral. A pesar de dedicarse a una
materia en alza, Macías, acaso porque su formación original fue la
Historia, lamenta el arrinconamiento de las Humanidades. “En estos años
han sufrido una devaluación, vaivenes continuos y poca reflexión. Es una
devaluación que cala en el alumnado, que siente cierta presión para
estudiar contenidos que los padres y la sociedad consideran útiles. Ha
calado tan hondo que se preguntan para qué sirve estudiar Literatura o
Filosofía y las Humanidades van contra el pragmatismo de la enseñanza”,
reflexiona. Considera que por el camino de las reformas educativas se ha
caído algo sustancial: “El objetivo de contribuir a la formación
integral de la persona”. “Falta una conciencia del individuo sobre sí
mismo, se pierde la capacidad de reflexión y de crítica”, añade.
En las aulas está ganando la batalla el partido de lo útil, aunque no se trata de un endemismo español. En opinión de Ricardo García Cárcel,
catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de
Barcelona, “el mundo humanístico está devaluado a escala universal, no
solo es un problema de España”. Y añade con rotundidad: “Para nosotros
el alumno ideal es el latinoamericano, que está enormemente interesado
por la Historia, ávido por saber. El nuestro es apático, más maleado por
la influencia del entorno y nuestro mundo de fantasmas políticos”.
Ha de concederse a quienes legislan que el problema reside en
priorizar. La entrada de nuevos conocimientos implica el arrinconamiento
de otros. La jornada escolar es finita, aunque a veces la sociedad no
parezca darse cuenta. “En cuanto surge un problema social, ya sea vial o
sexual, se empieza a decir que hay que enseñarlo en el colegio. Eso me
horroriza, porque no todo tiene que estar ahí”, advierte Charo Macías.
Los defensores de las humanidades miran al espíritu. Los que propugnan lo práctico, al mercado de trabajo
Contra la sobrecarga lectiva se pronuncia también Antonio Cabrales, catedrático de Economía de la Carlos III:
“Comparados con otros países, nuestros chicos dan ahora más horas de
clase que la media de los países de la OCDE, pero dan menos horas de
Lengua y Matemáticas. Yo me centraría en estas asignaturas
instrumentales en exclusiva. Eso es lo que hay que proteger. En el resto
tener unos mínimos y a partir de ahí permitir que los estudiantes se
construyan un currículum más flexible”.
Cabrales, además, no se arredra a la hora de denunciar presiones
interesadas para mantener unas materias determinadas por los colectivos
de profesionales que las imparten. Ya sean latinistas, historiadores o
economistas. “Cada pequeño grupúsculo considera que su materia es más
importante que las demás. En estas críticas influyen quienes defienden
intereses particulares, pero el Gobierno tiene que defender el interés
general”, subraya.
Sin embargo, el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova,
disiente, aunque concede que las protestas pueden parecer corporativas
—en su gremio se movilizaron cuando trascendió que la primera intentona
de Wert era convertir la Historia Contemporánea en una asignatura
optativa para determinados bachilleratos—. “La historia es una poderosa
herramienta de búsqueda e interpretación, sobre las causas de los
hechos, pero también sobre el cambio y la continuidad.
La historia no
trata sobre el pasado muerto, sino que es una disciplina dinámica, que
plantea constantemente nuevas preguntas y que resulta muy molesta a
quienes quieren simplificar las cosas y no les gusta explorar en
profundidad la condición humana”, señala. Y añade: “Uno puede conmemorar
el bicentenario de la guerra de la independencia, pero si es sobre la
dictadura de Franco, entonces sale a la luz el famoso argumento de que
es mejor no remover el pasado. La historia reciente, no la actual, es
incómoda. En realidad, cuando se aplican los instrumentos críticos, como
decía Edward H. Carr, toda historia es historia contemporánea. Por eso
es mejor relegar la historia obligatoria a las instituciones medievales o
a la España de Viriato”.
Más allá del informe PISA,
que constata un nivel insuficiente en comprensión lectora, competencia
matemática y competencia científica entre los escolares españoles, ¿hay
evidencias de la influencia de las asignaturas?
Ricardo García Cárcel cree que hay un deterioro del conocimiento histórico
No, según el economista Antonio Cabrales. Cuando los profesores de
Economía alentaron la protesta por la supresión de su asignatura del
Bachillerato —reconvertida en algo de título imposible, la ya citada
Iniciación a la Actividad...—, el catedrático de la Carlos III decidió
hacer unas pesquisas. “Me puse a buscar la evidencia del impacto de las
asignaturas. Se dice que es un desastre que quiten esto o aquello, pero
no sabemos si es más importante tener latín, historia o física. No hay
evidencias. Nadie se ha preocupado hasta ahora de evaluar la importancia
de las materias”, explica.
De lo que sí tiene evidencias Ricardo García Cárcel, tras cuatro
décadas de enseñanza de Historia en la Universidad Autónoma de
Barcelona, es del deterioro del conocimiento histórico con el que llegan
sus nuevos alumnos. Da un ejemplo ilustrativo: “Tienen dificultades
para ubicar cronológicamente a Felipe II”. Su pesimista diagnóstico se
debe sobre todo a la situación de su especialidad en los programas
educativos.
“Tenemos algunos alumnos muy politizados, impregnados de
discursos nacionalistas. En mi ámbito veo que no solo ignoran la
historia de España, sino también la historia de Cataluña. La reducen a
símbolos, a una historia de buenos y malos. Conocen por ejemplo la
figura de Companys en su aspecto simbólico de mártir, pero apenas saben
la historia de la Segunda República o la Guerra Civil”, plantea.
Víctor García de la Concha recurre a algo tan poco científico como un poeta, Pedro Salinas,
para apoyar una de sus impresiones, que tampoco es literatura de la
evidencia, pero sí fineza de oído: “Muchos muchachos apenas articulan
una frase, eso significa un empobrecimiento del ciudadano y, al final,
de la sociedad. Muchos muchachos son, como decía Salinas, ‘tullidos de
la expresión”.
Fuente:
El País Sociedad