Un estudio con moscas de la fruta muestra que las jóvenes deciden qué machos son más atractivos viendo con quién copulan las mayores y esos hábitos se mantienen durante generaciones.
Hace siglo y medio, Charles Darwin expulsó a la humanidad del centro
de la creación y aseguró que nuestro linaje se hundía en la profundidad
del tiempo y entroncaba con el origen de la vida. En el pasado, a más o
menos distancia, compartíamos ancestros con todos los seres de la
Tierra, desde la reina de Inglaterra a una babosa repugnante. Esa idea
fue recibida con indignación y sigue resultando humillante para muchos
que continúan agarrándose a cualquier resquicio que permita elevarse
sobre el resto de animales.
Uno de esos resquicios es la cultura, nuestra capacidad para recibir
lo que han aprendido nuestros antecesores sobre el mundo, aportar
nuestra propia experiencia y transmitirlo a la siguiente generación.
Aunque la capacidad colectiva para construir bombas atómicas o sinfonías
como la de Wagner sean motivos suficientes para considerar especial a
nuestra especie, muchos herederos de Darwin sugieren que incluso la
cultura es algo compartido con el resto de animales.
Desde hace tiempo, se han observado comportamientos que podrían
considerarse parte de una cultura en animales como los monos o los
delfines. En Brasil, por ejemplo, se han encontrado monos silbadores
que llevan más de siete siglos utilizando piedras como herramienta para
abrir anacardos y transmitiendo la técnica de viejos a jóvenes. Entre las orcas,
un ejemplo de la diversidad cultural en animales de la misma especie se
encuentra cerca del estrecho de Gibraltar, donde conviven dos grupos
con hábitos muy diferentes. Uno de ellos caza atunes sin prestar
atención a los humanos que faenan en esas aguas mientras el otro los
sigue para robar los atunes que atrapan los pescadores de palangre.
Este tipo de comportamientos no se reduce a animales con
inteligencias reconocidas por nosotros, los primates más abundantes del
planeta. Esta semana, un equipo de homínidos de la Universidad de
Toulouse III y el CNRS, en Francia, ha mostrado que las moscas también
pueden tener algo parecido a una cultura. Quienes han estudiado con
detenimiento a las moscas de la fruta (Drosophila melanogaster)
saben que pueden copiar las preferencias sexuales de sus prójimos
viéndoles copular. Sin embargo, definir ese comportamiento como cultural
con criterios científicos es complicado.
Para decidir si es posible, los autores, que publican sus resultados en la revista Science,
fijaron cinco criterios que se debían cumplir para considerar cultural
el comportamiento de las moscas. Tenía que aprenderse de forma social,
observando a sus congéneres, los jóvenes debían copiar a los mayores y
se tenía que memorizar a largo plazo. Además, el rasgo decisivo tenía
que ser una característica general, como el color, y no una
característica exclusiva del propio individuo y, por último, los
individuos tenían que adquirir el comportamiento más común entre su
grupo.
Las moscas cumplieron todos los requisitos. Las jóvenes,
cuando veían a las mayores copular con machos rosados adquirían una
preferencia por el sexo con los individuos de ese color y rechazaban a
los verdes. Si el experimento se realizaba invirtiendo el color de los
machos con los que aprendían a copular las moscas, la preferencia
posterior cambiaba. Y cuanto más consenso hubiese por un determinado
color, más radical era la inclinación por ese color en las observadoras.
Aunque pueda parecer un rasgo caprichoso, según explica Etienne
Danchin, investigador del CNRS y coautor del trabajo, al cabo de un
tiempo, “el color de un macho, que no está vinculado con su adaptación
al entorno, se convierte en una característica que hace que tenga más
probabilidades de pasar sus genes a la siguiente generación”. Al ver la
preferencia de las moscas mayores, las jóvenes aprenden que los
individuos de un color determinado tendrán más posibilidades de copular y
reproducirse. Una madre siempre quiere lo mejor para su cría y para
tener un hijo verde lo mejor es tener sexo con una mosca verde.
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