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30 de julio de 2013

Un astro para medir el tiempo e impulsar la inteligencia


Imagen de la Luna durante su perigeo, el momento en el que está más próxima a la Tierra. | Efe

La Luna es el objeto astronómico que más ha hecho pensar, imaginar, sufrir y deleitarse a nuestra especie desde sus mismos orígenes, incluso desde antes de que nos convirtiéramos en los actuales 'Homo sapiens'. Su imponente presencia en el firmamento nocturno y la regularidad cíclica de sus fases han ayudado a la humanidad a ahondar en dos de sus más importantes éxitos evolutivos: la capacidad de medir y dominar el tiempo y la ambición de trascender los estímulos sensitivos para intentar explicar el mundo con la mente.

Contra la monotonía del ciclo solar del día y la noche, al que estamos ya acostumbrados desde antes de nacer gracias a la acción en nuestro cuerpo de ciertas hormonas, las fases de la Luna debieron suponer un auténtico reto para el primer sapiens que miró con curiosidad el cielo. Entender que, tras los ligeros cambios que se observan cada noche en el astro, subyace un patrón, y que, por tanto, la mente humana es capaz de adelantarse a ellos y predecirlos, fue sin duda uno de los más grandes hallazgos de la historia. Quizás, incluso, fuese el primero de ellos: había nacido el tiempo para nosotros, y con él la posibilidad de dividir las estaciones, los trabajos, los periodos de caza y siembra... La vida ya no sería nunca más un continuo fluir hacia ninguna parte, sino una sucesión más o menos organizada de tareas, eventos, etapas que concluyen y nuevos retos por venir. Todo bajo aquel preciso e inclemente reloj que fue la Luna para las primeras sociedades humanas, marcando sin cesar el paso de los días, los meses, los años.

Las lenguas indoeuropeas contienen un amplísimo registro etimológico de esta relación entre la Luna y la medida del tiempo. La raíz más antigua que se conoce es el término indo-ario ‘me’, que significa ‘luna’ y del que se derivan las palabras en sánscrito ‘mas’ (luna), ‘masas’ (mes), ‘mati’ (medida) y ‘ma’ (tiempo). En el griego antiguo, la Luna pasa a ser ‘mene’; el mes, ‘men’; la medida, ‘metron’. Por eso hoy usamos palabras como ‘mensurable’ o ‘menstruación’, un ciclo que casualmente coincide con el lunar y, por tanto, con el mes de los calendarios lunares (en los solares, que son posteriores, la duración del mes está ligeramente ampliada para hacer coincidir al año con el ciclo de las cuatro estaciones).

Platón. | E.M.

Platón. | E.M.

Estas raíces aún se conservan, de un modo u otro, en todas las lenguas indoeuropeas. Distintos idiomas de Europa usan las palabras ‘mane’ (danés), ‘maan’ (holandés), ‘mond’ (alemán) u otras similares para referirse a nuestro satélite. En inglés aún se dice ‘moon’ (luna), ‘month’ (mes), ‘measure’ (medida)... En castellano, todos estos términos también mantienen su raíz sánscrita, excepto ‘luna’, que, al igual que en italiano, francés o ruso, proviene del latín. Pero también en esta lengua había una estrechísima relación entre la medición del tiempo y el satélite terrestre. En la Roma clásica, el máximo sacerdote tenía la labor de subir a la colina Capitolina y anunciar (en latín, calare) el comienzo del nuevo mes cuando veía aparecer la Luna nueva. Por ello, el primer día del mes recibía el nombre de calenda, y de ahí deriva nuestra palabra 'calendario'

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El Mundo Ciencia

29 de diciembre de 2012

¿Se están perdiendo los valores? ¿Qué valores?

No hay día en que se oiga en un medio de comunicación la letanía “se están perdiendo los valores” o “los jóvenes de hoy ya no respetan nada”, un mantra que todo el mundo parece aceptar y que sirve, entonces, para introducir toda clase de falacias estadísticas: como que los jóvenes de ahora son más violentos que los de antes, o que la sociedad en general está sumida en decadencia moral. 

Basta con echar un ojo a los índices de homicidios de cualquier país civilizado para comprobar que las personas tienden, cada vez menos, a matar al prójimo. Si bien es cierto que en 1960 hubo un repunte brutal de homicidios en Estados Unidos y Europa, la curva, en general, siempre ha sido descendente. 

Los jóvenes de antes, pues, eran más violentos y faltos de empatía que los de ahora. Y, bueno, siempre han existido voces que hablaban de la decadencia moral, sobre todo de las nuevas generaciones: Aristóteles decía “Los jóvenes de hoy no tienen control y están siempre de mal humor. Han perdido el respeto a los mayores, no saben lo que es la educación y carecen de toda moral.” Platón abundaba en ello: “¿Qué está ocurriendo con nuestros jóvenes? Faltan al respeto a sus mayores, desobedecen a sus padres. Desdeñan la ley. Se rebelan en las calles inflamados de ideas descabelladas. Su moral está decayendo. ¿Qué va a ser de ellos?”. Incluso podemos ir 4.800 años atrás en el tiempo y leer las siguientes inscripciones de una tablilla asiria: “En estos últimos tiempos, nuestra tierra está degenerando. Hay señales de que el mundo está llegado rápidamente a su fin. El cohecho y la corrupción son comunes”.

A esto se suma la dificultad que implica definir qué son los valores. Si asumiéramos esta supuesta pérdida de valores, ¿a qué valores nos estaríamos refiriendo? Tal vez se estén sustituyendo unos valores por otros, ¿sabemos a ciencia cierta que los de antaño eran mejores que los de hogaño? Si partimos de la base de que los valores correctos no deben sustituirse por otros valores, ¿entonces habría existido alguna clase de evolución en los valores vigentes de cualquier época? ¿Dejar de tratar a los negros o a las mujeres como infrahumanos no supuso la pérdida de determinados valores?

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Xakata Ciencia

3 de diciembre de 2012

No hay música sin ciencia

No se puede ver ni palpar, sin embargo, se siente. La música es una de las manifestaciones artísticas más universales y, a la vez, uno de los rasgos más singulares, junto con el habla, del ser humano. Pero el lenguaje musical tiene, también, mucho en común con otro lenguaje que la inteligencia ha inventado para describir la realidad: la ciencia. Ésta habla de espectros, frecuencias, resonancias, vibraciones y análisis armónico. No es una simple coincidencia, no hay música sin física.

El sonido es un fenómeno físico originado por la vibración de los cuerpos y que se trasmite por el aire en forma de ondas. El efecto estético de un sonido depende de la relación lógica y pautada de sus vibraciones. Es decir, que en el fenómeno musical existe una esencia matemática. Y si consideramos la música como una sensación auditiva cuyo propósito es invocar emociones, disciplinas como la fisiología, la psicología, la bioquímica y las neurociencias tienen mucho que decir.

Un Sistema Solar polifónico

La correspondencia entre la música y la ciencia se conoce desde hace mucho tiempo. Probablemente, hacia el siglo VI a.C., en Mesopotamia ya advirtieran las relaciones numéricas entre longitudes de cuerdas. Pero fue en la Grecia antigua cuando se trazaron las diferentes escaleras armónicas basadas en las proporciones numéricas. Para los pitagóricos el Universo era armonía y número. Las notas musicales se correspondían con los cuerpos celestes. Los planetas emitían tonos según las proporciones aritméticas de sus órbitas alrededor de la Tierra. Y los sonidos de cada esfera se combinaban produciendo una sincronía sonora: la "música de las esferas".

Esta armonía celestial fue descrita por muchos pensadores como Platón, que en La República, relata el mito de Er, un guerrero que en su muerte temporal ve el Universo y describe las órbitas de los planetas. "Encima de cada uno de los círculos iba una Sirena que daba también vueltas y lanzaba una voz siempre del mismo tono; y de todas las voces, que eran ocho, se formaba un acorde". También Cicerón, en El Sueño de Escipión, explica el fenómeno: "Es el sonido que se produce por el impulso y movimiento de las órbitas, compuesto de intervalos desiguales, pero armonizados (...) Porque tan grandes movimientos no podrían causarse con silencio, y hace la naturaleza que los extremos suenen, unos, graves, y otros, agudos".

La tradición que consideraba al Universo como un gran instrumento musical se prolongará durante la Edad Media y hasta el siglo XVII, cuando aparece la figura de Johannes Kepler. El astrónomo alemán intentó comprender las leyes del movimiento planetario y consideró que éstas debían cumplir las leyes pitagóricas de la armonía. En su libro Harmonices Mundi (1619) ilustra el orden del Universo según los sonidos producidos por las velocidades angulares de cada planeta. Cuanto más rápido era el movimiento, más agudo era el sonido que emitía.

Asumida esta creencia, Kepler escribió seis melodías, cada una correspondiente a un planeta diferente, e instó a los músicos de su época a asimilar su descubrimiento. Escribió: "el movimiento celeste no es otra cosa que una continua canción para varias voces, para ser percibida por el intelecto, no por el oído; una música que, a través de sus discordantes tensiones, a través de sus síncopas y cadencias, progresa hacia cierta predesignada cadencia para seis voces y, mientras tanto, deja sus marcas en el inmensurable flujo del tiempo".

Las estrellas se hacen oír

Las primeras evidencias de música originada en un cuerpo celeste, tal como habían imaginado los pitagóricos primero y Kepler más tarde, no se encontraron hasta hace varias décadas. Las estrellas no emiten melodías armoniosas, pero sí que están sometidas a perturbaciones que provocan una respuesta en forma de ondas. No podemos escuchar el sonido emitido por una estrella, ya que las ondas de sonido necesitan un medio por el que propagarse y el Universo está prácticamente vacío, aunque podemos observar cómo vibra. Y éste es el ámbito de estudio de la sismología solar, un campo de la astrofísica que, desde 1979, investiga en detalle la estructura interna invisible del Sol.

Como un complejo instrumento musical, nuestro astro oscila creando tipos de ondas (modos propios de oscilación) que se propagan por su interior y se reflejan en la superficie deformándola ligeramente, del mismo modo que las olas del mar. Observando esta alteración se pueden descubrir las frecuencias de las ondas que se propagan desde su núcleo y deducir, al igual que en una ecografía, las características físicas y los movimientos que se prolongan en el interior.

Que nuestro astro tenga ritmo no es una cualidad única, sino que cada estrella, como cada instrumento musical, posee su propio sonido. Actualmente, un astrofísico del IAC, Garik Israelian, ha convertido esta propiedad de los objetos celestes en un proyecto musical. "Detecto las ondas, las convierto en sonidos en el ordenador y, como resultado, obtengo una serie de notas precisas", describe. Con él colabora Brian May, otro astrofísico aunque más conocido como guitarrista y compositor del grupo Queen.

Y el Sol es, también, la repuesta a uno de los misterios que la ciencia llevaba años persiguiendo: el excelso sonido del violín Stradivarius. La última teoría sostiene que el secreto está en el "Mínimo de Maunder", un periodo de escasa actividad solar que entre los siglos XVII y XVIII, cuando se elaboraron los citados violines, provocó un acusado cambio climático. La temperatura en Europa descendió, en lo que se llamó la "Pequeña Edad de Hielo", causando un lento crecimiento en los árboles y dotando a la madera de unas singulares cualidades sonoras.

Con la música a otra parte

Para Leibniz, "la música es un ejercicio de aritmética secreta y el que se entrega a ella ignora que maneja números". Y Bertrand Russell consideraba que "el matemático puro, como el músico, es creador libre de su mundo de belleza ordenada". Descartes (Compendio musical), Galileo (Discurso), Mersenne (Armonía Universal), D’Alembert (la solución de la ecuación de ondas) y Euler (Nueva teoría musical), son algunos de los matemáticos que se han preocupado por la elaboración de teorías musicales. Si bien, también se conocen muchos compositores que han aplicado a sus creaciones principios de lógica y probabilidad matemática, como Debussy, Boulez, Messiaen, Varese, Stockhausen o Xenakis, precursores de la música electrónica actual.

Pero la música no solamente ha seducido a los matemáticos. Científicos de muchas disciplinas han recogido sus teorías en composiciones musicales. Como Clark Maxwell, descubridor de la existencia de las ondas electromagnéticas, que compuso una canción titulada "Rigid Body Sings" para explicar de forma cómica la ley de colisión entre los cuerpos rígidos, o el físico Georges Gamow, que en uno de sus libros sobre su simpático personaje de ficción Mr. Tompkins incluyó tres arias para ser cantadas por tres eminentes cosmólogos, Abbé George Lemaître, Fred Hoyle y él mismo, que explicaban diferentes teorías de la creación del Universo.

En contra de la creencia popular, emoción y razón se originan en el cerebro y están relacionadas. Por ello, han prosperado nuevos campos de estudio, en especial, desde las neurociencias, que analizan la conexión entre el sonido, la emoción y el pensamiento. Y aunque hace 20 años pocos creían que pudiera aportar nada, actualmente es un ámbito de gran interés académico y múltiples aplicaciones, sobre todo, terapéuticas.

Hoy sabemos, que la música y el lenguaje tienen un origen común, ya que en el ámbito neurológico han evolucionado juntas en los últimos dos millones de años. También conocemos que la música estimula la zona del cerebro que registra el placer, un mecanismo básico para la supervivencia. Y que no todos escuchamos del mismo modo: gracias a imágenes obtenidas por Resonancia Magnética Funcional, se ha observado que la actividad cerebral en un músico es diferente de la de una persona sin formación musical.

Resumiendo, la música es el arte de combinar sonidos armónicamente con el propósito de producir sensaciones. Pero la armonía no es sólo un elemento esencial de la música, sino que ha sido invocada frecuentemente por la ciencia para describir y comprender el mundo. Muchos científicos han confiado en la armonía del Universo y algunos músicos han utilizado la lógica y el cálculo en sus creaciones. La música integra con la ciencia un campo general del pensamiento que nos distingue como humanos. Preguntarnos por ella, es preguntarnos por nosotros mismos.

Fuente:

Ccaos y Ciencia

3 de agosto de 2011

Clases sociales, Inteligencia y Evolución (primera parte)

Sthepen Jay Gould escribió “La Falsa Medida del Hombre” en 1981,donde realiza un amplio estudio sobre las diferencias entre las jerarquías sociales y como las clases superiores han buscado, a lo largo del tiempo, excusas para perpetuarse en los peldaños superiores de la jerarquía, son los inteligentes.

Sthephen Jay Gould se doctorò en paleontología en 1967 en la Universidad de Columbia, estudiando los fósiles de caracol de la época del Pleistoceno. Su contribución al conocimiento de la teoría de la evolución es una de las más importantes y polémicas. A lo largo de su vida escribió más de 20 libros, 100 comentarios a publicaciones, cerca de 500 trabajos científicos y 300 artículos en Natural History, revista mensual en la que publicó ininterrumpidamente durante más de veinticinco años. Recibió más de cuarenta grados honoríficos, además de haber sido presidente de la AAAS, de la Paleontologicac Society.

Alineación al centro

Gould puede considerarse como un intelectual, pues su campo de conocimiento no solo incluía la paleontología y la biología evolutiva sino también la historia de la ciencia, el arte, la ciencia política e incluso beisbol. Una de sus pasiones era difundir el conocimiento científico al público no especializado. Varios de sus libros como El pulgar del Panda, La falsa medida del hombre, La vida maravillosa fueron premiados.

Fue un científico polémico, sus trabajos de investigación podían ser apreciados o criticados, pero nunca fueron ignorados. Podría considerarse a Gould como el sucesor de Darwin. Amplió, junto con su colega Niles Eldredge el concepto de evolución, con su teoría del equilibrio punteado.

La teoría del equilibrio punteado cuestiona el concepto de evolución como un proceso gradual y continuo, tal como puede esperarse de la teoría de Darwin. Gould y Eldredge proponen un modelo en que la evolución puede producirse a saltos. Llegan a esta conclusión después de analizar los registros fósiles que muestran a menudo unas sustituciones bruscas de especies o explosiones evolutivas en periodos concretos, como la conocida explosión cámbrica.

La explicación es sencilla. Por alguna circunstancia se produce una pequeña variación genética que afecte al organismo, pero no a su capacidad de reproducción, al cabo del tiempo la población permanece estable hasta otro cambio. De esta manera la selección natural queda en un segundo plano y es la modificación del genoma la clave de la evolución. Es la teoría del equilibrio punteado, la evolución es la adaptación a los ambientes cambiantes, no significa progreso.

Resumiendo, la evolución no es lineal y progresiva, sino abrupta. Existen grandes períodos de equilibrio donde evolutivamente no sucede nada, las especies no cambian. Pero de repente (a escala geológica millones de años) se producen cambios rápidos y sustanciales, las puntas del cambio evolutivo.

Esta manera de considerar la evolución como un cambio a saltos y no como un proceso gradual le hizo enemistarse con los representantes de la sociobiologia, el creacionismo y la teoría del diseño inteligente. Y es que Gould era consciente que cualquier actividad humana ocurre dentro de un contexto social y por tanto las influencias culturales repercuten en el trabajo científico.

Para comprender los misterios del mundo en que vivimos es necesario que la investigación científica se adentre en el campo de la historia de la ciencia. Pues evaluar las causas que permitieron que la historia siguiera un camino y no otro nos ayuda a comprender que preguntas tenemos que hacer y que respuestas buscamos.

Stephen Jay Gould escribió por primera vez “La falsa medida del hombre” en 1981 como respuesta al auge del determinismo biológico. Gould analiza y critica las distintas formas que a lo largo del tiempo se han utilizado para medir la inteligencia. Y como estas medidas se han utilizado para justificar de forma científica los derechos de la clase dirigente para perpetuarse en su escala social dominante.

S.J.Gould a lo largo de todo el libro muestra una gran preocupación por los desastres a que han conducido las falsedades argumentadas en clave científica. Se propone desenmascarar estas falacias de la ciencia utilizada con propósitos injustos, dice textualmente hablando del determinismo biológico:

“Pasamos una sola vez por este mundo. Pocas tragedias pueden ser más vastas que la atrofia de la vida; pocas injusticias, más profundas que la de negar una oportunidad de competir, o incluso de esperar, mediante la imposición de un límite externo, que se intenta hacer pasar por interno”

Desde muy antiguo se ha intentado mantener una sociedad jerarquizada, los justos y sabios formando la clase dominante y dirigente. Los mendigos e ignorantes en la clase más baja. Gould empieza contando como Sócrates propone una sociedad construida artificialmente y ex profeso según la condición impuesta a sus ciudadanos por la clase gobernante. Esta sociedad se dividiría en tres clases: clase mandataria, clase ayudante y clase obrera. La condición de pertenencia a cada clase será debida a la educación y cada clase recibirá una educación diferente desde la infancia.

Platón en “La República”, escrito en forma de dialogo entre Sócrates y otros personajes, discute la organización del Estado ideal. Sócrates aconseja que se diga a los ciudadanos que Dios ha dado a cada uno una forma diferente, a los que tienen la capacidad de mandar, les ha puesto oro; a los ayudantes plata; a los obreros bronce y hierro. Gould considera que no hay mucha diferencia entre este cuento sobre metales al cuento actual del determinismo biológico sobre genes.

“Los metales han sido reemplazados por los genes (aunque conservemos algún vestigio etimológico del cuento de Platón en el uso de la palabra “temple” para designar la dignidad de la persona. Pero la argumentación básica sigue siendo la misma: los papeles sociales y económicos de las personas son un reflejo fiel de su constitución innata. Sin embargo, un aspecto de la estrategia intelectual ha variado. Sócrates sabía que estaba mintiendo.”

Gould, consciente de la importancia de la historia cultural, quiere desmitificar a la ciencia como una empresa objetiva.

“Lo que pienso es, más bien, que la ciencia debe entenderse como un fenómeno social, como una empresa valiente, humana, y no como la obra de unos robots programados para recoger información pura.”

En este aspecto, el científico se encuentra influenciado por su cultura. Dentro de un contexto cultural, el científico hace preguntas y encuentra respuestas. Las condiciones culturales impondrán inconscientemente la forma de hacer las preguntas y esta condiciona la forma de obtener las respuestas. De esta manera Gould exculpa a los científicos que se han equivocado, lo han hecho con la mejor voluntad científica, pero desconociendo sus propios intereses que han sido condicionados por su educación cultural.

Según Gould se comenten dos graves errores o mentiras, la reificación y la gradación.

Reificación: tendencia a convertir los conceptos abstractos en entidades reales.

Gradación: tendencia a ordenar la variación compleja en una escala gradual lineal ascendente.

La aplicación de estas mentiras ha conducido al extremo de aplicar un único criterio para medir uno de los parámetros más difundidos de nuestra especie, la inteligencia. Se mide utilizando el denominado test o coeficiente de inteligencia (CI). Así pues, la inteligencia deja de ser una laboriosa complejidad cerebral y pasa a ser solamente lo que mide el test de inteligencia. Gould lo considera un reduccionismo absurdo.

Estas falacias han sido propagadas por diferentes científicos que creían firmemente en ellas como verdades empíricas. Incluso le dieron nombre, poligenia. Consideran que las diferentes razas humanas han sido creadas por separado.

Louis Agassiz (1807-1873) consideraba que los negros deben ser adiestrados para el trabajo manual y los blancos para el intelectual. Samuel George Morton (1799-1851) quería demostrar la jerarquía entre las razas basándose en la característica física del cerebro, sobretodo en su tamaño. Para ello midió el tamaño del cráneo de diferentes tipos, como caucásicos, americanos, judíos, asiáticos y africano. Curiosamente obtuvo un valor alto para el caucásico respecto todos los demás.

Stephen Jay Gould demuestra que estos resultados son fruto de errores de medición y cálculos estadísticos. Gould lo disculpa parcialmente, diciendo que Morton estaba culturalmente condicionado a obtener y creer en este resultado. La subjetividad cultural del científico falsea el resultado objetivamente científico.

En la segunda mitad del siglo XIX el afán científico por obtener resultados numéricos a partir de la experimentación condujo a creer que los resultados obtenidos a partir de mediciones rigurosas eran incuestionables. Uno de los primeros en realizar extensas mediadas fue Francis Galton (1822-1911), primo de Darwin, padre de la eugenesia y precursor de la estadística moderna. Creía firmemente que con suficiente empeño e inventiva, todo podía medirse y cuantificarse para un fin científico. Aprovechando la Exposición Internacional de 1884, instalo un laboratorio en la exposición donde por poco dinero se efectuaban mediciones del cráneo y tests a las personas que pasaban por allí. El laboratorio se hizo famoso y atrajo a muchas personas. Naciendo de esta manera lo que podríamos considerar una fiebre científica en la medida del cráneo. Llegando hasta nuestros días como determinismo biológico. Así defienden que las jerarquías sociales existentes entre los grupos más y menos favorecidos obedecen a los dictados de la naturaleza; la estratificación social constituye un reflejo de la evolución biológica.

Una o mentiras más difundidas es el de la relación de la inteligencia con el tamaño del cerebro. Su impulsor fue el cranometrista Paul Broca (1824-1880), profesor de cirugía clínica en la facultad de medicina. En 1859 fundó la Sociedad Antropológica de París, dando una gran importancia al tamaño del cerebro en el estudio de la antropología, decía:

“En general, el cerebro es más grande en los adultos que en los ancianos, en los hombres que en las mujeres, en los hombres eminentes que en los de talento mediocre, en las razas superiores que en las razas inferiores…A igualdad de condiciones, existe una relación significativa entre el desarrollo de la inteligencia y el volumen del cerebro.”

Mucho tiempo ha pasado desde entonces y con el auge del determinismo los argumentos craneométricos perdieron gran parte de su prestigio en el siglo XX. Pero fue solamente para pasar a otro argumento igualmente peligroso, las pruebas de inteligencia.

En 1970 el antropólogo surafricano P.V.Tobias denunciaba el mito según el cual el tamaño del cerebro tenía alguna relación con la inteligencia. Y por tanto la clasificación de los grupos humanos en este sentido carecía de sentido. En definitiva nunca se ha demostrado la existencia de tales diferencias independientemente del tamaño del cuerpo y de otros factores distorsionantes.

El concepto de evolución transformo el pensamiento humano a lo largo del siglo XIX, se usó y se abuso de la teoría de la evolución. Los creacionistas como Agassiz y Morton y los evolucionistas como Broca y Galton encontraron datos en el tamaño del cerebro para establecer distinciones entre los grupos humanos. Para finalmente darles una apariencia científica utilizando o mejor dicho mal utilizando la evolución darwinista.

Gould cita otros dos argumentos en la utilización indebida de la teoría de la evolución. El primero es el de la recapitulación, a menudo resumido en la frase poco inteligible de “la ontogenia recapitula la filogenia”. El segundo es la hipótesis acerca del carácter biológico de la conducta criminal. Ambas teorías buscan signos morfológicos que caractericen a diferentes grupos humanos para obtener la justificación científica para la discriminación de los marginados e indeseables. La clase dominante adquiere otra vez un mecanismo para su perpetuación en lo alto de la pirámide social.

El zoólogo alemán Ernst Haeckel utilizando la teoría biológica creacionista sugirió que el desarrollo embrionario de las formas superiores podía servir de guía para deducir el árbol de la vida. Creía que a lo largo de su formación embriológica cada individuo pasa por todos los estadios evolutivos de sus antepasados. Es decir, cada individuo en su creación embriológica escala su propio árbol genealógico. Así, las hendiduras branquiales que se observan en el embrión humano al comienzo de su desarrollo, representan el estadio adulto de un pez, en un estadio superior la aparición de una cola revela la existencia de un antepasado reptil o mamífero.

Esta idea se propago hacia otras disciplinas, ejerciendo una influencia decisiva. Tanto es así, que Sigmund Freud la utilizo en su teoría del psicoanálisis. El concepto parricida de Edipo en los niños pequeños debía corresponder a un episodio real protagonizado por unos antepasados adultos.

Pero donde más se aplico la recapitulación fue en la distinción entre negros y blancos. Los negros adultos, las mujeres y los blancos de las clases inferiores eran como los niños blancos varones de las clases superiores. La recapitulación se convirtió en una idea fundamental para la teoría del determinismo biológico. Tesis que permitía justificar el imperialismo.

El segundo argumento fue ampliamente desarrollado por Lombroso en su teoría del hombre criminal. Como medico que era, desarrollo la antropología criminal a partir de observar las diferencias anatómicas que podrían distinguir a los criminales de los locos. Creyó ver que los cráneos de los criminales se parecían a los de los simios, así pues, los criminales eran seres humanos que aun poseían caracteres ancestrales hereditarios que los hacían comportarse como un mono o un salvaje y en nuestra civilización moderna su conducta se considera criminal.

Según este concepto el crimen tiene raíces biológicas, los criminales pertenecen a un estadio evolutivo inferior al hombre blanco respetable. Incluso se llegó a relacionar la epilepsia con la criminalidad. Causando una gran consternación entre los epilépticos, al ser considerados gente moralmente reprochable.

Fuente:

Abcienciade

16 de mayo de 2010

El color no existe

Domingo, 16 de mayo de 2010

El color no existe

Por mucho que filósofos y pensadores de todas las épocas de la historia hayan elucubrado sobre cuánto hay de verdad en lo que vemos y cuánto hay de construcción mental, lo cierto es que empezamos a desentrañar esas cuestiones cuando la ciencia empírica aplicó su microscopio escudriñador.



Basta de filosofías, el color no existe en la naturaleza. O, al menos, no existe en la naturaleza tal y como pensamos que existe. La luz visible está constituida por una longitud de onda que varía continuamente, sin ningún color intrínseco en ella.

La visión del color es impuesta sobre esta longitud de onda por los conos, las células fotosensibles de la retina, y las neuronas que los conectan al cerebro.

Si os apetece, podéis iniciar este viaje a través de un audio, el capítulo 6 de la novela podcast Las gafas de Platón, que yo mismo intento leer, y que contiene un fragmento dedicado a este descubrimiento:

24 de marzo de 2008

Introducción a la Psicología (I)

Serie_Ciencias Sociales_2 (a)

Empezamos una nueva serie de ponencias. Esta vez tratamos sobre el complejo y fascinante campo de la psicología. El tratamiento del tema se dará a través del estudio de la historia de esta ciencia, y, de manera paralela, se explicarán los aportes de la humnidad a la construcción de esta ciencia.

Esta historia empieza, como muchas de las historias, en Grecia. Conoceremos como Hipías enseñaba mnemotécnia y como Hipócrates realiza el primer estudio sobre la personalidad de los humanos. También veremos como Platón se adelanta a las corrientes de la psicología social y ambientalista. También veremos como Aristóteles escribe la primera historia de la psicología.

Esta serie se inspira en "Psicología para Principiantes" de Ricardo Bur, [2a reimpr.]. 192 páginas. Buenos Aires. Era Naciente, 2005. Una escueta, pero objetiva e interesante, narración de los principales psicólogos a lo largo de la historia, y de su influencia para la ciencia.




Contenido:

¿Qué es la Psicología?
Pitágoras
Hipócrates
Los sofistas
Mnemotecnia
Socrates
Platón
Aristóteles
La escolástica
Los silogismos

Se despide, hasta una nueva oportunidad, su amigo:

Leonardo Sánchez Coello
Profesor de Educación Primaria
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