Imagen de la Luna durante su perigeo, el momento en el que está más próxima a la Tierra. | Efe
La Luna es el objeto astronómico que más ha hecho pensar, imaginar, sufrir y deleitarse a nuestra especie desde sus mismos orígenes, incluso desde antes de que nos convirtiéramos en los actuales 'Homo sapiens'. Su imponente presencia en el firmamento nocturno y la regularidad cíclica de sus fases han ayudado a la humanidad a ahondar en dos de sus más importantes éxitos evolutivos: la capacidad de medir y dominar el tiempo y la ambición de trascender los estímulos sensitivos para intentar explicar el mundo con la mente.
Contra la monotonía del ciclo solar del día y la noche, al que estamos ya acostumbrados desde antes de nacer gracias a la acción en nuestro cuerpo de ciertas hormonas, las fases de la Luna debieron suponer un auténtico reto para el primer sapiens que miró con curiosidad el cielo. Entender que, tras los ligeros cambios que se observan cada noche en el astro, subyace un patrón, y que, por tanto, la mente humana es capaz de adelantarse a ellos y predecirlos, fue sin duda uno de los más grandes hallazgos de la historia. Quizás, incluso, fuese el primero de ellos: había nacido el tiempo para nosotros, y con él la posibilidad de dividir las estaciones, los trabajos, los periodos de caza y siembra... La vida ya no sería nunca más un continuo fluir hacia ninguna parte, sino una sucesión más o menos organizada de tareas, eventos, etapas que concluyen y nuevos retos por venir. Todo bajo aquel preciso e inclemente reloj que fue la Luna para las primeras sociedades humanas, marcando sin cesar el paso de los días, los meses, los años.
Las lenguas indoeuropeas contienen un amplísimo registro etimológico de esta relación entre la Luna y la medida del tiempo. La raíz más antigua que se conoce es el término indo-ario ‘me’, que significa ‘luna’ y del que se derivan las palabras en sánscrito ‘mas’ (luna), ‘masas’ (mes), ‘mati’ (medida) y ‘ma’ (tiempo). En el griego antiguo, la Luna pasa a ser ‘mene’; el mes, ‘men’; la medida, ‘metron’. Por eso hoy usamos palabras como ‘mensurable’ o ‘menstruación’, un ciclo que casualmente coincide con el lunar y, por tanto, con el mes de los calendarios lunares (en los solares, que son posteriores, la duración del mes está ligeramente ampliada para hacer coincidir al año con el ciclo de las cuatro estaciones).
Platón. | E.M.
Estas raíces aún se conservan, de un modo u otro, en todas las lenguas indoeuropeas. Distintos idiomas de Europa usan las palabras ‘mane’ (danés), ‘maan’ (holandés), ‘mond’ (alemán) u otras similares para referirse a nuestro satélite. En inglés aún se dice ‘moon’ (luna), ‘month’ (mes), ‘measure’ (medida)... En castellano, todos estos términos también mantienen su raíz sánscrita, excepto ‘luna’, que, al igual que en italiano, francés o ruso, proviene del latín. Pero también en esta lengua había una estrechísima relación entre la medición del tiempo y el satélite terrestre. En la Roma clásica, el máximo sacerdote tenía la labor de subir a la colina Capitolina y anunciar (en latín, calare) el comienzo del nuevo mes cuando veía aparecer la Luna nueva. Por ello, el primer día del mes recibía el nombre de calenda, y de ahí deriva nuestra palabra 'calendario'
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