Latest Posts:

Mostrando las entradas con la etiqueta valores. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta valores. Mostrar todas las entradas

13 de septiembre de 2013

¿Cómo ser feliz en pleno siglo XXI?


Una vida activa parece ser uno de los secretos de la felicidad.

De acuerdo con estudios de diferentes partes del mundo, recopilados por la Base de Datos Mundial de la Felicidad, en Rotterdam, el secreto de la felicidad está en nuestras manos y no en los lugares en los que solemos buscarla.

El profesor Ruut Veenhoven, director de dicha base de datos y profesor emérito de las condiciones sociales para la felicidad humana de la Universidad Erasmus en Rotterdam, señala que su propio estudio encontró una ligera correlación negativa entre el número de veces que los participantes en el estudio espontáneamente relacionaron "objetivos" y "felicidad".
"Aunque generalmente se asume que las metas son necesarias para llevar una vida feliz, la evidencia no es concluyente. La razón parece ser que la gente infeliz está más consciente de sus propios objetivos porque buscan mejorar sus vidas".
Los diez países "más felices"
De acuerdo con la Base de Datos de la Felicidad, estos son los primeros países que muestran "satisfacción con la vida":

  1. Costa Rica
  2. Dinamarca
  3. Islandia
  4. Suiza
  5. Noruega
  6. Finlandia
  7. México
  8. Suecia
  9. Canadá
  10. Panamá
Pese a que hay una correlación positiva entre darle un sentido a la vida y ser feliz, los estudios indican que no es una condición necesaria para ser feliz. De hecho, los estudios señalan que una vida activa tiene la correlación más fuerte con la felicidad.

"Para llevar una vida feliz, una vida satisfactoria, necesitas estar activo", le dice Veenhoven a la BBC. "Participar (en actividades) es más importante que saber por qué lo estamos haciendo".

clic Lea: Una aplicación para medir la felicidad

Pero las mejores noticias que ofrece la Base de Datos Mundial de la Felicidad es que está en nuestras manos el ser más felices y no depende sólo de cambios externos como, por ejemplo, tener más dinero.

"La investigación ha mostrado que podemos hacernos más felices a nosotros mismos porque la felicidad cambia con el paso del tiempo", señala el profesor Veenhoven, "y esos cambios no están sólo relacionados con mejores circunstancias sino con una mejor manera de lidiar con la vida. La gente mayor tiende a ser más sabia y, por esa razón, más feliz".

¿Qué debemos hacer para ser más felices?

Una pareja besándose

Relaciones amorosas de larga duración surten efectos positivos en algunas personas.

Es una pregunta muy ambiciosa y muy subjetiva, pero estudios recopilados por la base de datos señalan que las personas tienden a ser más felices si:
  • Están en una relación de largo plazo
  • Están activamente envueltos en política
  • Son activos en el trabajo y en su tiempo libre
  • Salen a cenar
  • Tienen amistades cercanas (aunque la felicidad no aumenta en relación con el número de amigos que se tienen)
Hay algunos hallazgos sorprendentes:
  • La gente que toma alcohol con moderación es más feliz que la gente que no toma en lo absoluto
  • Los hombres tienden a ser más felices en una sociedad en la que las mujeres disfrutan de mayor igualdad
  • Ser considerado atractivo físicamente aumenta la felicidad en los hombres mucho más que lo hace en las mujeres
  • Tiendes a ser más feliz si piensas que eres atractivo o atractiva, independientemente de si objetivamente lo eres
  • Tener hijos reduce los niveles de felicidad, pero tu felicidad aumenta cuando crecen y abandonan el hogar
  • Lea el artículo completo en BBC Sociedad

18 de abril de 2013

También se puede aprender a mentir...

Científicos de la Universidad de Northwestern (EE UU) demostraron en un estudio reciente que se puede aprender a decir una mentira de tal modo que parezca idéntica a la verdad.

Normalmente, las personas tardan más tiempo y comenten más errores cuando cuentan una mentira que cuando dicen la verdad. Esto sucede, en esencia, porque en su cabeza están manejando dos respuestas que se contradicen entre sí, y tratando de suprimir la opción más honesta. Sin embargo, con la práctica adecuada las diferencias reconocibles pueden desaparecer. Xiaoqing Hu y sus colegas pusieron a prueba un sistema de "entrenamiento de mentirosos" en el que una serie de sujetos aprendían a aumentar la velocidad de respuesta cuando el contenido de sus palabras era incierto. Tras practicar y repetir en sus mentes varias la mentira, comprobaron que a partir de cierto punto los individuos no cometían errores al contarla, y respondían a idéntica velocidad mintiendo que cuando lo que decían era cierto.

El nuevo hallazgo debería ser tenido en cuenta por la policía cuando se comete un delito. "En la vida real, suele transcurrir un tiempo entre que se produce un crimen y se interroga a los sospechosos, suficiente para preparar y practicar mentiras", advierte Hu. 


Fuente:

Muy Interesante

21 de marzo de 2013

Diez grandes frases sobre qué es la felicidad (y cómo alcanzarla)

"La felicidad frecuentemente se cuela por una puerta que no sabias que estaba abierta". John Barrymore.

‎"La felicidad se alcanza cuando, lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía". Gandhi.

"La felicidad es íntima, no exterior; y por lo tanto no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos". Henry Van Dyke.

"La felicidad es darse cuenta de que nada es demasiado importante”. Antonio Gala.

"Cuanto más feliz soy, más compadezco a los reyes". Voltaire.

"Una mesa, una silla, un plato de fruta y un violín, ¿qué más necesita un hombre para ser feliz?" Albert Einstein.

"La felicidad es tener una gran familia, cariñosa, diligente, que se preocupe por uno y que esté unida; pero que viva en otra ciudad". George Burns.

"La felicidad es sencillamente buena salud y mala memoria". Albert Schweitzer.

"La felicidad no es algo que experimentas; es algo que recuerdas". Oscar Levant.

"La felicidad compensa en altura lo que le falta en longitud". Robert Frost.

Fuente:

Muy Interesante

19 de marzo de 2013

Evolución y sociabilidad (2)

Todos los epifenómenos en el mundo animal tienen una explicación causal y, por lo tanto, lógica y científica. En el proceso evolutivo, se dan las condiciones de cambio endógenas y exógenas, que sometidas a la presión selectiva, acaban conformando y dando la variedad y la diversidad orgánica. Pequeñas modificaciones en la adaptación, pequeños cambios genéticos, pueden desembocar en comportamientos que acaban siendo adquisiciones de gran importancia.

El paso de la no sociabilidad como propiedad adaptativa, a la sociabilidad y el incremento constate de la misma en los primates, tiene una importancia única. Para mí, este es el motor de cambio, cómo pre-adaptaciones son seleccionadas y producen efectos exponenciales de cambio.

Cooperación

La sociabilidad es un fenómeno necesario para la adaptación de miles de especies en el mundo y constituye, junto a la simbiosis, una estructura evolutiva de carácter cooperador única. Como respuesta a un medio hostil o a la competencia extra-específica, representa un logro evolutivo sin el que la humanización no existiría.

Así pues, cómo la emergencia de la sociabilidad en el mundo animal ha marcado el posterior funcionamiento de diferentes especies, debe ser analizado con profundidad para poder entender la importancia, una vez más, de este comportamiento compartido por distintos órdenes y géneros.

Un hecho muy humano

En mi opinión, la manera cómo se ha socializado esta emergencia ha sido lo que ha producido el efecto de adquisición humana admirable. Además, también es importante la forma cómo se ha extendido en el espacio, seguramente a través de prueba y error, flujo y reflujo. Pero lo más importante es cuál ha sido el factor que ha convertido este comportamiento en un hecho muy humano y humanizado.

Con mucha probabilidad, en las sabanas africanas, el comportamiento social se acelera como consecuencia de la necesidad de defensa en el territorio. La construcción de nidos por primates, como mantenía el profesor Sabaté Pi,  también nos puede ayudar a entender la necesidad de construcción de un espacio de protección que cuando se hace más permanente puede hacer arraigar un grupo en un territorio. Los humanos lo empezamos a hacer desde el origen del género.

El primatòleg Jordi Sabaté i Pi

El primatòleg Jordi Sabaté i Pi en un acte d'homenatge organitzat per l'IPHES (Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social) i entitats de La Sagrera

La protección del grupo como respuesta colectiva y la competencia con otros gruposnos dan la clave para poder entender que en un momento determinado existe una presión para que la especialización de las relaciones entre los homínidos de una banda dé un salto exponencial y todo cambie. Yo lo llamaría socialización inteligente y estaría relacionada con el crecimiento del cerebro.

Por lo tanto, soy de la opinión, una vez más, que capacidad técnica y la socialización de ésta cambia la relación de las bandas, primero entre ellos y después con respecto al propio medio, hace ya 1,8 millones de años. El aumento del cerebro es una consecuencia de la evolución integrada y la retroalimentación entre los genes y la conducta gastronómica y social.

Fuente:

Sapiens (El Mundo)

15 de marzo de 2013

¿La moral laica es mejor que la moral religiosa? (y II)


Tal y como os adelantaba en la anterior entrega de este artículo, a medida que la religión ha ido perdiendo influencia a la hora de inculcar códigos morales, las sociedades se han vuelto más morales (en el sentido de que discuten mejor sus códigos morales, los adaptan más fácilmente a la realidad social y los inculcan con menos presión coactiva).

Sobre este tema profundiza Patricia S. Churchland en su libro El cerebro moral, que inicia narrando una anécdota personal acerca de cómo le explicaron en el colegio lo que era un juicio de Dios:
La idea básica era sencilla: gracias a la intervención de Dios, la inocencia se revelaría por sí sola, ya que el ladrón acusado se hundiría en el fondo del lago, o el adúltero acusado no se quemaría en el poste. (Para las brujas, en cambio, el suplicio era menos “benévolo”: si la mujer acusada de brujería se ahogaba obtenía la presunción de inocencia; si salía a flote, entonces se la consideraba culpable, y por ello la arrastraban hasta una hoguera.) Como disponemos de tiempo, mi amiga y yo diseñamos un plan. Ella me acusaría falsamente de haberle robado el monedero, y luego colocaría mi mano sobre la estufa a ver si se quemaba. Ambas esperábamos que me quemara, y así fue. Por tanto, si el resultado del experimento era tan elocuente, ¿cómo es posible que tantas personas confiaran en el juicio de Dios como sistema para administrar justicia?
En otras palabras: procurar bienestar a una sociedad no puede basarse en una lista tosca e irrevocable de deberes y prohibiciones, sino en una mezcla de sabiduría, buena voluntad, capacidad de negociación, conocimiento histórico y nuevos descubrimientos científicos.
Como la propia Churchland afirma más adelante en El cerebro moral:
Sin duda, teniendo en cuenta los distintos contextos y las diversas culturas, el modo particular en que se articulan dichos valores adoptará diferentes formas y matices, incluso en los casos en los que se compartan las mismas necesidades sociales subyacentes. Según esta hipótesis, los valores son más fundamentales que las normas. Las diversas leyes que rigen la vida social, reforzadas por un sistema de recompensa y castigo, pueden con el tiempo articularse e incluso modificarse tras una larga deliberación, o pueden seguir siendo un conocimiento implícito sobre lo que “nos parece correcto”.
La primera vez que se instauró de forma global e influyente un progreso cognitivo lo suficientemente estable como para adquirir el conocimiento más objetivo sobre la naturaleza, incluido el prójimo, ocurrió aproximadamente en la época de la revolución científica, y aún está en marcha.

Dicha revolución no sólo ha introducido mejoras en el ámbito del conocimiento científico, sino también en el de la tecnología, las instituciones políticas, los valores morales, el arte y todos los aspectos del bienestar humano.

Tal y como explica David Deutsch, profesor visitante en el Departamento de Física Atómica del Centro de Computación Cuántica en el Clarendon Laboratory de la Universidad de Oxford, en su libro El comienzo del infinito, una especie de segunda parte de su influyente La estructura de la realidad:
Hay efectivamente una diferencia objetiva entre una explicación falsa y una explicación verdadera, entre el fracaso crónico a la hora de resolver el problema y la solución del mismo, y también entre el bien y el mal, lo feo y lo hermoso, el sufrimiento y el hecho de poder aliviarlo (o sea, entre el estancamiento y el progreso en el sentido más amplio de la expresión). En este libro sostengo que todo progreso, tanto teórico como práctico, es el resultado de una actividad humana simple: la búsqueda de lo que yo llamo buenas explicaciones. Aunque esta búsqueda es específicamente humana, su efectividad es también un hecho fundamental acerca de la realidad al nivel más impersonal y cósmico, por cuando se ajusta a las leyes universales de la naturaleza, que son, efectivamente, buenas explicaciones.

Fuente:

Xakata Ciencia

¿La moral laica es mejor que la moral religiosa? (I)

moral

A menudo se suele espantar al pueblo aseverando que sin religión, sin códigos morales inculcados por lo ultraterreno, el ser humano caería en la depravación, el crimen y el “todo vale”. Los códigos morales religiosos, pues, abogan por unos principios indiscutibles de bondad, por unos valores que deben propagarse incluso aplicando la fuerza punitiva.

Dejando a un lado incluso la idea de que los valores son siempre discutibles (podéis leer más al respecto en ¿Se están perdiendo los valores?), lo irónico es que existen pruebas bastante sólidas que indican que los pueblos son morales con independencia de sus creencias religiosas.

A todo esto se suma que los códigos morales religiosos no sólo contienen sentencias profundamente inmorales a la luz de la moralidad contemporánea sino que su inculcación no se basaba tanto en la argumentación racional como en el aplicar dolor, tortura y sufrimiento infinito en quienes incumplieran sus mandatos indiscutibles.


Este divorcio entre cómo entendía la sociedad laica y la sociedad religiosa la compasión hacia el prójimo (aunque el prójimo no cumpla las leyes morales o incluso pertenezca a otro credo religioso), empezó a ser patente a finales del siglo XVIII.

Entonces, ya el abogado inglés William Eden abominaba de los castigos crueles en los criminales. Pero quizá uno de los personajes más influyentes en la época al respecto fue el economista y científico social milanés Cesare Beccaria gracias a su libro de 1764 De los delitos y las penas. Un libro del que bebieron Voltaire, Diderot, Thomas Jefferson y John Adams.

balanza

La tesis central del libro fue que la justicia debería otorgar el máximo de felicidad en el mayor número de personas, y que el castigo sólo era legítimo si se usaba para disuadir a las personas de causar a otras personas más daño del que ellas mismas han sido objeto: “Si se decreta un castigo igual para dos delitos que perjudican a la sociedad en grados distintos, nada disuadirá a los hombres de cometer el más grave tan a menudo como sea posible al gozar de mayores ventajas”.

No se discute aquí si la visión jurídica y moral de Beccaria es científicamente plausible o si se atenía a las evidencias, sino que resultaba irónicamente más compasiva, empática y profunda que los códigos morales articulados hasta el momento, incluidos los de procedencia religiosa.

Tanto es así que el libro de Beccaria fue incluido en el Índice de Libros Prohibidos y criticado por el erudito jurídico y religioso Pierre-François Muyart de Vouglans, tal y como explica Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro:
Muyart se burlaba de la sensibilidad lacrimógena de Beccaria, lo acusaba de socavar de forma imprudente un sistema que había resistido la prueba del tiempo, y defendía que los castigos duros eran necesarios para contrarrestar la depravación innata del hombre, iniciada con el pecado original. Sin embargo, las ideas de Beccaria salieron victoriosas, y en el espacio de pocas décadas se abolió la tortura punitiva en todos los países occidentales.
En definitiva, hubo un salto moral cualitativo: ya no se consideraba al infractor de la moral como un impío sino como una persona normal que había cometido un desliz o que había sido encaminada a cometerlo. Y lo más importante: este cambio moral e intelectual laico pasó de valorar moralmente las almas a valorar las vidas terrenales:
La doctrina del carácter sagrado del alma suena vagamente a elevación del espíritu, pero en realidad es algo muy maligno. Reduce la vida en la Tierra a sólo una fase temporal por la que pasan las personas, una fracción infinitesimal de su existencia. La muerte se convierte en un mero rito de iniciación, como la pubertad o la crisis de los 40. A la gradual sustitución de vidas por almas como un locus de valor moral ayudó el ascenso del escepticismo y la razón. Nadie puede negar la diferencia entre la vida y la muerte o la existencia del sufrimiento, pero para tener creencias sobre lo que pasa en un alma inmortal tras separarse del cuerpo hace falta adoctrinamiento.
Los datos procedentes de la biología evolutiva, la neurociencia y la genética, además, proponen al ser humano como un ser social que, en condiciones de escasa conflictividad y recursos suficientes para todos, resulta esencialmente moral y justo (e incluso altruista, o egoísta cooperador, como prefiramos denominarlo). Los valores morales son, pues, universales, y no importa si existe religión o no de por medio, sino si procura un contexto social donde se promuevan de una forma fundamentalmente no coactiva. Por ejemplo: ¿Dónde hay más confianza entre las personas? En los lugares donde hay más ingresos y la calle está más limpia o ¿Cuáles son los países con más homicidios del mundo?

De hecho, si los valores morales han progresado es precisamente porque la religión ha ido perdiendo progresivamente prerrogativas a la hora de inculcar sus códigos morales (así como su modo de inculcarlos), tal y como explicaremos en la próxima entrega de este artículo.
Tomado de Xakata Ciencia

14 de marzo de 2013

¿Existe la proteína de la felicidad?

¿Qué nos hace felices? ¿La familia? ¿Los amigos? ¿El dinero? ¿El amor? Según científicos de la Universidad de California (UCLA), al menos a nivel químico todo está en manos de un péptido que actúa como neurotransmisor y que recibe el nombre de hipocretina. Tal y como publican los investigadores en Nature Communications, la concentración de este péptido aumenta cuando nos sentimos felices mientras que disminuye cuando nos encontramos tristes y abatidos.

Los experimentos llevados a cabo midiendo los niveles de hipocretina en ocho pacientes mientras veían la televisión, interactuaban con otros sujetos, comían, etc. mostraron que los niveles de hipocretina eran máximos cuando se experimentaban emociones positivas, así como en interacciones sociales y en situaciones que suscitaban enfado. Además, este péptido siempre se asociaba con el estado de vigilia. Por otro lado, los científicos aseguran haber comprobado que, en su ausencia, "dejamos de buscar la sensación de placer". "Anormalidades en la activación de este sistema podrían contribuir a diversos trastornos psiquiátricos", concluye Jerome Siegel, coautor del estudio.

Actualmente se usan antagonistas de la hipocretina como píldoras para dormir, lo que, según se desprende del nuevo trabajo, además de cambiar los patrones de sueño podría alterar negativamente el estado de ánimo. De hecho, Siegel y sus colegas están convencidos que administrar directamente hipocretina a humanos podría mejorar el estado de ánimo y los niveles de alerta. Dicho de otro modo, esta proteína podría convertirse en la "píldora de la felicidad".


Fuente:

Muy Interesante

28 de enero de 2013

Las raíces evolutivas del 'buen samaritano'



El policía que salvó a una mujer de ser arrollada por el metro. | EFE.

El policía que salvó a una mujer de ser arrollada por el metro. | EFE.

El pasado martes por la noche, cuando un hombre saltó a las vías del metro de Madrid sin pensarlo dos veces para rescatar a una mujer que había caído accidentalmente, los modelos mentales que ven al hombre como una especie con tendencia a la maldad y el egoísmo se pusieron en entredicho una vez más.

Desde que éramos bien pequeños, en la 2 de TVE han predominado los documentales de animales en los que se trasladaba una imagen de la naturaleza cruel, donde impera la ley del más fuerte y todos compiten contra todos. Manadas que se ven forzadas a abandonar a crías heridas, violencia entre especies, batallas incesantes por obtener el poder y un largo etcétera, forman parte del imaginario colectivo sobre las motivaciones e instintos que imperan en el Reino Animal. Afortunadamente, cada vez son más los científicos que se ven atraídos por el otro lado de la moneda, es decir, por comportamientos prosociales como son el altruismo, la cooperación o el auxilio.

Cada vez que una persona pone en peligro su supervivencia para salvar a otra con quien no comparte parentesco ni gen alguno, está desafiando una de las leyes con más vigencia en el mundo de la ciencia: la Teoría de la Evolución de Charles Darwin y la Selección por Parentesco, elaborada por William Hamilton y Maynard Smith. De manera resumida, éstas vienen a decir que los seres vivos sólo somos altruistas con otros si compartimos genes con ellos o si esto incrementa nuestra capacidad de adaptación. Pero estas teorías tienen algunos matices importantes que aún no hemos sido capaces de aclarar de manera satisfactoria.

Cada vez poseemos más pruebas de que el impulso que nos hace correr riesgos por desconocidos e incluso miembros de otras especies es algo relativamente frecuente en los seres humanos, pero también en otros animales.

Hace unos años, un niño cayó al foso de los gorilas en un zoo de Chicago. Antes de que los machos se abalanzaran sobre él con dudosas intenciones, una hembra corrió a toda prisa y agarrando al niño con sus brazos, consiguió ponerle a salvo. Después le llevó hasta el lugar desde donde los cuidadores tenían acceso a la instalación, pudiendo así salvar al pequeño.


Lea el artículo completo en:

El Mundo Ciencia

29 de diciembre de 2012

¿Se están perdiendo los valores? ¿Qué valores?

No hay día en que se oiga en un medio de comunicación la letanía “se están perdiendo los valores” o “los jóvenes de hoy ya no respetan nada”, un mantra que todo el mundo parece aceptar y que sirve, entonces, para introducir toda clase de falacias estadísticas: como que los jóvenes de ahora son más violentos que los de antes, o que la sociedad en general está sumida en decadencia moral. 

Basta con echar un ojo a los índices de homicidios de cualquier país civilizado para comprobar que las personas tienden, cada vez menos, a matar al prójimo. Si bien es cierto que en 1960 hubo un repunte brutal de homicidios en Estados Unidos y Europa, la curva, en general, siempre ha sido descendente. 

Los jóvenes de antes, pues, eran más violentos y faltos de empatía que los de ahora. Y, bueno, siempre han existido voces que hablaban de la decadencia moral, sobre todo de las nuevas generaciones: Aristóteles decía “Los jóvenes de hoy no tienen control y están siempre de mal humor. Han perdido el respeto a los mayores, no saben lo que es la educación y carecen de toda moral.” Platón abundaba en ello: “¿Qué está ocurriendo con nuestros jóvenes? Faltan al respeto a sus mayores, desobedecen a sus padres. Desdeñan la ley. Se rebelan en las calles inflamados de ideas descabelladas. Su moral está decayendo. ¿Qué va a ser de ellos?”. Incluso podemos ir 4.800 años atrás en el tiempo y leer las siguientes inscripciones de una tablilla asiria: “En estos últimos tiempos, nuestra tierra está degenerando. Hay señales de que el mundo está llegado rápidamente a su fin. El cohecho y la corrupción son comunes”.

A esto se suma la dificultad que implica definir qué son los valores. Si asumiéramos esta supuesta pérdida de valores, ¿a qué valores nos estaríamos refiriendo? Tal vez se estén sustituyendo unos valores por otros, ¿sabemos a ciencia cierta que los de antaño eran mejores que los de hogaño? Si partimos de la base de que los valores correctos no deben sustituirse por otros valores, ¿entonces habría existido alguna clase de evolución en los valores vigentes de cualquier época? ¿Dejar de tratar a los negros o a las mujeres como infrahumanos no supuso la pérdida de determinados valores?

Lea el artículo completo en:

Xakata Ciencia

13 de diciembre de 2012

El test que mide la felicidad en quince minutos

 risa-saludInvestigadores de la Universidad Autónoma de Madrid han diseñado un “test de la felicidad” óptimo para evaluar el bienestar subjetivo de grandes muestras de población y para ser utilizado como indicador del progreso de las sociedades .

Se trata de una versión abreviada del Day Reconstruction Method (DRM), un test desarrollado por el premio Nobel de Economía Daniel Kahneman que evalúa el estado afectivo de las personas. El nuevo instrumento, dado a conocer en la revista internacional PLOS ONE, permite cuantificar la cantidad de tiempo que las personas pasan sintiéndose bien y sintiéndose mal a lo largo de un día, así como identificar cuáles son las actividades que más disfrutan y cuáles las que les producen más emociones negativas. El test fue validado en Jodhpur, al noroeste de India, con una muestra de 1.560 adultos.

La principal ventaja del nuevo instrumento radica en su tiempo de aplicación. Mientras que el DRM precisa 45 minutos, el nuevo test solo requiere 15 minutos, es decir, una tercera parte. Además, su aplicación no exige el uso de complejas tecnologías y no supone una interferencia en la vida de las personas, a diferencia de otros instrumentos desarrollados previamente.

Tras el diseño y validación de este test, para el que los científicos españoles han contado con la colaboración de la Organización Mundial de la Salud, aseguran podrá ser utilizado como un indicador del progreso social más allá de variables económicas como el PIB (Producto Interior Bruto), que ofrecen una visión demasiado limitada. Además, señalan sus creadores, podrá servir para comparar el bienestar en relación con otras variables —por ejemplo, la salud—, pudiendo así ofrecer indicaciones para el desarrollo de políticas públicas que mejoren el bienestar de las personas.

Fuente:

Muy Interesante

Lo que no me hace feliz es que en la web de Muy Interesante NO PROPORCIONAN UN ENLACE PARA EL TEST.

6 de diciembre de 2012

¿Dónde hay más confianza entre las personas? En los lugares donde las calles están más limpias

Cuando viajamos a un lugar remoto, o no tan remoto, enseguida nos damos cuenta de que en el lugar rezuma mayor o menor grado de confianza y civismo que en nuestro lugar de nacimiento.

A mí me pasó personalmente con mi primer viaje a Suiza: fueron tantos los ejemplos de confianza mutua que vi a mi alrededor (desde bicicletas sin cadena hasta huchas de dinero sin vigilancia de ningún perdidas en la montaña a fin de adquirir zumo de una mesa) que, en fin, llegué a pensar que los suizos eran programados de algún modo secreto desde el nacimiento.

Las razones que subyacen en un comportamiento más o menos agradable y confiado en una sociedad humana son difíciles de descifrar. Sin embargo, sí es posible saber dónde hay más confianza por norma general si descubrimos el efecto secundario de esa confianza: mayores ingresos económicos. 


Es decir, que cuanta más confianza haya entre las personas de una sociedad, más próspera será la misma. Ello no nos dice de dónde viene esa confianza, pero al menos podemos saber que existe de manera bastante irrefutable.


Según el experto Matt Ridley, en su libro El optimista racional, a propósito de la medición de confianza de una sociedad:
Esto puede ser medido con una combinación de cuestionarios y experimentos; dejar la cartera en la calle y observar si es devuelta, por ejemplo, o preguntar a las personas, en su lengua natal: “Por lo general, ¿dirías que se puede confiar en la mayoría de las personas, que hay que tener mucho cuidado cuando se trata con personas?
En función de estas medidas, puede afirmarse que Noruega es un país donde rebosa la confianza y la transparencia tanto a nivel político como a nivel social (el 65 % de los noruegos confían los unos en los otros), y Noruega es un país rico. Perú, por el contrario, es un país pobre, en comparación, y en él sólo el 5 % confían en el prójimo.

Paul Zak es más taxativo: “Un 15 % de incremento en la proporción de personas en un país que piensan que los demás son dignos de confianza incrementa el ingreso de cada persona en un 1 % anual cada año subsecuente”.

La razón, obviamente, no es que los noruegos sean mejores que los peruanos, sino que la sociedad noruega está mejor diseñada para generar sistemas de confianza que la sociedad peruana.
Los países más prósperos económicamente también reducen los efectos de la llamada teoría de las Ventanas Rotas, es decir, la que postula que en un lugar se producirán más comportamientos incívicos o ilegales por el simple hecho de que el mobiliario público esté más descuidado: ventanas rotas, papeles por el suelo, mala iluminación, suciedad, etc.

Para probar cuán importante es la conservación del mobiliario público, tres investigadores publicaron un experimento muy curioso en la revista Science. Escogieron un callejón de Groninga, en Holanda, un lugar a todas luces donde podemos confiar más en el prójimo y donde los ciudadanos se destacan por su civismo.
En ese callejón, la gente aparcaba la bicicleta y pegaba un flyer en el manillar. Más tarde, el usuario tenía que despegar el flyer antes de volver a montarse en la bici, pero los investigadores habían eliminado todas las papeleras, así que sólo cabía una de las siguientes dos opciones: o te llevabas el flyer a casa o lo tirabas al suelo.
El psicólogo Steven Pinker explica así el experimento en su libro Los ángeles que llevamos dentro:
Encima de las bicicletas había un visible letrero que prohibía las pintadas y un muro que los experimentadores habían llenado de grafitis (la situación experimental) o habían dejado intacto (la situación de control). Cuando los ciclistas estaban frente a los grafitis, el doble de ellos arrojaban el flyer al suelo (exactamente lo previsto por la teoría de las Ventanas Rotas). En otros estudios, las personas tiraban más basura cuando veían carritos de la compra no retornados y desparramados por ahí, o cuando oían trifulcas a lo lejos. No se producían sólo infracciones inofensivas como tirar basura.
Es decir, que un entorno ordenado fomenta un sentido de la responsabilidad debido no tanto a la disuasión (la policía de Groninga raramente multa a quienes arrojan basura) como a la señalización de una norma social: éste es el tipo de sitio donde la gente obedece las reglas.


Fuente:

Diario del Viajero

1 de diciembre de 2012

¡Miénteme! O el efecto Lake Wobegon

A todos nos gustan las personas honestas y sinceras. Sin embargo, todos somos deshonestos y mentirosos, al menos en determinados instantes. Todos, en suma, estamos atrapados en el efecto Lake Wobegon.


Lake Wobegon es una población de mentira del estado de Minnesota en la que, según se dice, “todas las mujeres son fuertes, todos los hombres son guapos y todos los niños están por encima de la media.

Es decir, que tendemos a sobrestimar nuestras facultades y capacidades, atribuimos al infortunio el haber suspendido un examen o haber sufrido un accidente de tráfico, pero nos atribuimos los méritos de haber sacado una buena nota académica.

En un sondeo llevado a cabo sobre 829.000 bachilleres por el College Board estadounidense, una organización dedicada a la realización de Pruebas de Aptitud Académica (SAT), sacó una clara conclusión: el 0 % de los encuestados se consideraba por debajo de la media en relación con su “capacidad para llevarse bien con los demás.”

Es lo que los psicólogos sociales llaman sesgo egoísta. También hay otras conductas parecidas que refuerzan el efecto Lake Wobegon: el optimismo ilusorio, la autojustificación o el sesgo endogrupal, es decir, que sobrestimamos las capacidades de nuestro grupo, país, equipo, etc.

Este particular funcionamiento de nuestro cerebro, a todas luces subjetivo y con escaso arraigo en lo real, nos protege de la depresión, mitiga el estrés y mantiene nuestras esperanzas. Es decir, que parece positivo que nos mintamos, es mentalmente sano. ¡Miénteme!

Pero no todo parece tan sencillo. Si bien es emocionalmente atractiva la mentira, puede no serlo tanto si pretendemos construir sociedades más justas y desarrolladas, tal y como señala el psicólogo social David G. Myers en Este libro le hará más inteligente a propósito de los beneficios de los sesgos mentales:
todos esos beneficios se producen a costa de la discordia marital, del boqueo de las negociaciones, de la condescendencia fundada en prejuicios, del endiosamiento nacional y de la guerra. El hecho de cobrar conciencia del sesgo egoísta no nos aboca a adoptar posturas próximas a la falsa modestia, sino a un tipo de humildad que constata tanto nuestros auténticos talentos y virtudes como los méritos de los demás.
Podéis leer más ejemplos sobre el efecto Wobegon en ¿Por qué creemos que somos mejores que los demás, sobre todo al volante de nuestro coche? (y II)

Fuente:

FayerWayer

17 de noviembre de 2012

El instinto altruista de los primates humanos

Protesta contra los desahucios en Alicante. | Efe
Protesta contra los desahucios en Alicante. | Efe
La idea de que el hombre es un ser egoísta por naturaleza es un modelo mental que ha resurgido con fuerza en la sociedad desde que comenzó la crisis y también un debate clásico de la filosofía. Fenómenos como la corrupción, los despilfarros, las prácticas bancarias de dudosa ética, además de los desahucios y otros embargos, han fijado aún más esta idea en la mente de los españoles.

Aún siendo esto cierto, sucede que, de manera paralela, todos los días se producen movimientos sociales en dirección contraria, basados en la cooperación, el altruismo o el sentido de la justicia. Estos, desafortunadamente, pasan inadvertidos antes nuestros ojos en la mayor parte de las ocasiones.

En unos experimentos dirigidos por los psicólogos Michael Tomasello y Felix Warneken, del Instituto Max Planck, quisieron a poner a prueba la tesis del filósofo Thomas Hobbes, quien creía que el hombre es malo por naturaleza y gracias al Estado reprime su impulso egoísta. Para ello, escogieron a varios niños menores de 15 meses de edad, que por encontrarse en una fase prelingüística no estarían socializados formalmente.

En una sala, un investigador anónimo fingía necesitar ayuda en varias condiciones, como no poder abrir un armario, perder una cucharita de café o dejar caer accidentalmente una pinza de la ropa. Seguidamente, se registraba el comportamiento de los niños. Más del 95% ayudaban en al menos una de las pruebas de manera espontánea, sin recibir ningún tipo de orden o instrucción.




Estos datos, junto a resultados idénticos con los chimpancés, llevaron a estos dos científicos a concluir que los seres humanos poseemos una tendencia innata al altruismo ya presente en nuestro ancestro común, hace millones de años. Sin embargo, a partir de los tres años los niños comenzaban a ser selectivos sobre a quién ayudar y a quién no.

Cuando se les permitía elegir entre dos perfiles de personas que necesitaban ayuda, una que era altruista con otras personas y otra que había sido egoísta, los niños siempre se decantaban por ayudar al altruista. Esta excepción es fundamental, ya que seguir siendo altruista en un ambiente rodeado de explotadores pone en riesgo la supervivencia de cualquier animal. La generosidad generaba más generosidad en los pequeños. Además, lo pasaban bien ayudando a otros, ya que cuando se les recompensaba por hacerlo, perdían el interés, como sabemos que ocurre cuando se les premia por jugar.

En los últimos años, estamos siendo testigos de iniciativas de las que se destilan grandes dosis de altruismo y empatía hacia aquellos que peor lo están pasando. Acontecimientos dramáticos, como los suicidios por desahucio o los millones de personas sin empleo, han estimulado una de las grandes capacidades del ser humano: la empatía o capacidad de ponerse en el lugar del otro. Son muchas las acciones llevadas a cabo por diversas asociaciones que prestan ayuda gratuita y en los últimos días el gobierno trabaja para reducir la presión a los deudores. Pero los primates no humanos también se sacrifican por sus compañeros.



En un experimento, se colocaba a un macaco separado de otros en su jaula. Cada vez que el individuo aislado comía, el grupo vecino recibía una pequeña descarga eléctrica. Los resultados demostraron que el mono prefería quedarse sin comer varios días antes que ver a los compañeros sufrir. Estos percibían el sufrimiento ajeno y llevaban a cabo grandes esfuerzos personales por evitar el dolor de los compañeros.

El miércoles pasado, se ha producido la novena huelga general desde el comienzo de la democracia en España. En una entrevista con el primatólogo Frans de Waal, realizada por el redactor jefe de Ciencia de EL MUNDO, Pablo Jáuregui, este científico aseguró que los primates se niegan a cooperar si perciben que se está cometiendo una injusticia, por lo que se podría decir que también hacen huelga.
El experimento del que se obtuvieron estos resultados, llevado a cabo por Sara Brosnan y dirigido por el propio De Waal, en el Instituto Yerkes, consistía en intercambiar una serie de fichas de plástico por pienso con parejas de monos capuchinos. Cuando ambos se habían acostumbrado este intercambio, a uno de ellos se le daba una uva (alimento que les gusta más) mientras que al otro se le continuaba ofreciendo pienso, lo que generaba una situación de injusticia. Desde ese mismo instante, el capuchino que había sido víctima y había aceptado hasta ese momento el pienso, se negaba a continuar los intercambios con el investigador y prefería quedarse sin nada antes que aceptar un trato que consideraba injusto.





El sentido de la justicia y la moral, son mecanismos desarrollados por algunas especies de animales, que hemos encontrado en la cooperación la clave a nuestra supervivencia. Su función es evitar que los costes de la vida en grupo superen a los beneficios, limitando los excesos que algunos individuos puedan cometer. Una estrategia que regula las distintas relaciones sociales, permitiendo que estas sean viables a largo plazo.

Ésta sería la razón del desarrollo de una moral primitiva hace ya millones de años, mucho antes de que los primeros humanos poblaran la tierra. Gracias a estas reglas básicas sobre la vida colectiva, hoy seguimos viviendo en grupos cooperativos y no somos seres solitarios, como sucede en otras especies de animales.

A pesar de todos estos casos e investigaciones sobre la importancia de los comportamientos prosociales, el ser humano continúa magnificando los acontecimientos negativos y se olvida muy rápido de los positivos. Somos verdaderos expertos detectando fallos y carencias. Esta dificultad se debe a que hace millones de años habitábamos entornos donde esta actitud era muy útil para evitar peligros que amenazaban nuestra supervivencia. Los grupos en los que vivíamos eran muy pequeños y era muy adaptativo desconfiar de bandas vecinas.

Pero ocurre que esta mirada paranoica, no es útil por más tiempo en las sociedades del siglo XXI, donde nos necesitamos los unos a los otros más que nunca desde los orígenes de nuestra especie. Por muchas noticias negativas que aparezcan en televisión, la cooperación, el altruismo y la moral, forman parte de lo más profundo de nuestro cableado humano. Iniciativas sociales, como el apoyo a los desfavorecidos, el banco de alimentos o la plataforma 'Stop desahucios', son algunas evidencias de que los primates humanos, además de ser individualistas, también poseemos tendencias muy poderosas que nos impulsan a ayudar a otros de manera desinteresada.

Fuente:

30 de septiembre de 2012

El primer impulso humano es la cooperación



Cuando la gente tiene que tomar una decisión al instante, su primer impulso es hacia la cooperación.

¿Son los seres humanos intrínsecamente generosos o egoístas? Un estudio reciente ha encontrado que cuando la gente tiene que tomar una decisión inmediata, su primer impulso es la cooperación, lo que indica que la generosidad es innata. Sólo cuando tienen más tiempo para considerar su elección se comportan de manera más egoísta. La investigación está publicada en la revista Nature
(David G. Rand, Joshua D. Greene y Martin A. Nowak, Spontaneous giving and calculated greed).

En el estudio, los investigadores realizaron varias pruebas en las que cada participante de un pequeño grupo recibieron dinero y luego tuvieron que decidir cuánto invertir en un fondo grupal compartido. Cuanto más tiempo tenía la gente que elegir la cantidad a donar, menos se daba. Incluso los sujetos que debían tomar una decisión dentro de los 10 segundos siguientes dieron más que otros que debían esperar los mismos 10 segundos antes de decidir.


Debido a que las decisiones rápidas se basan en la intuición, los investigadores concluyeron que la generosidad es una respuesta humana intuitiva. Pero cuando tenemos más tiempo, podemos razonar con más método y tomar una decisión más egoísta.


El que esta cooperación intuitiva sea genéticamente cableada o una construcción cultural, no quita que la próxima vez que lleve a cabo un evento para recaudar fondos tenga a mano un buen cronómetro.

Fuente:

5 de marzo de 2012

Seres humanos: ¿Nacemos para "competir" o para "compartir"?

El pasado 5 de noviembre fui invitado a realizar una ponencia para la organización TEDx Zaragoza 2012, sobre la relación entre el comportamiento animal y la felicidad. Aunque muchos no vean la conexión a primera vista, lo cierto es que las conclusiones que extraemos sobre las motivaciones que mueven a las personas y animales en el día a día, acaban influyendo en cómo interactuamos unos con otros.

Científicos y filósofos han malinterpretado durante siglos la verdadera naturaleza de los animales humanos y no humanos, trasladando una imagen egoísta y violenta de nosotros que se puede resumir en los términos «ley de la selva» o «ley del más fuerte». Desde esta posición, es difícil generar y mantener relaciones satisfactorias con otros primates; condición esta, según los expertos en psicología positiva, que influye directamente en la felicidad de las personas. Si pensamos que el hombre es malo por naturaleza, cada vez que alguien se acerque a nosotros, siempre dudaremos de si están tratando de aprovecharse o lo hacen desinteresadamente.

De hecho, los principios económicos del sistema en el que vivimos, parten de esta asunción negativa del hombre, según la cual, todos buscamos siempre maximizar nuestros beneficios, incluso si es a costa de los demás. Ahora sabemos gracias a los experimentos con primates que no es así. Existen poderosas fuerzas dentro de cada uno de nosotros que nos impulsan a la cooperación y el altruismo. No se trata de negar la existencia del egoísmo y la competición, sólo de lanzar el mensaje de que hemos centrado la atención en comportamientos negativos por demasiado tiempo y estos son solo una pequeña parte de la historia. Y esta http://www.blogger.com/img/blank.gifes, sin duda, an idea worth spreading, es decir, una idea que merece la pena difundir.





Tomado de:

Somos Primates

22 de febrero de 2012

Ciencia revierte supuesto de que seres humanos son naturalmente competitivos

¿La humanidad es una comunidad de seres agresivos y brutalmente competitivos? No, responde cada vez más la investigación biológica, destacando la tendencia natural de los humanos y los animales superiores a la cooperación y la asistencia mutua.

"Los seres humanos tienen una gran cantidad de tendencias pro-sociales", dijo Frans de Waal, biólogo de la estadounidense Universidad de Emory, en la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS), que finalizó el lunes en Vancouver, oeste de Canadá.

Una nueva investigación sobre los animales superiores, que abarca desde primates y elefantes hasta ratones, muestra que comportamientos como la cooperación tienen una base biológica, dijo De Waal, autor de "The Age of Empathy: Nature's Lessons for a Kinder Society" (La Era de la Empatía: Lecciones de la naturaleza para una sociedad más amable).

Hasta hace sólo 12 años, la opinión generalizada entre los científicos era que los humanos eran esencialmente "desagradables", pero con el tiempo desarrollaron una capa, aunque fina, de moralidad, dijo Waal dijo a los científicos y periodistas de 50 países reunidos en el foro, uno de los más importantes a nivel mundial.

Pero los niños humanos, y la mayoría de los animales superiores, tienen una "moralidad" en un sentido científico, porque necesitan cooperar unos con otros para reproducirse y transmitir sus genes, dijo.

Las investigaciones han refutado la visión dominante desde el siglo XIX, típica de la argumentación del biólogo Thomas Henry Huxley, de que la moralidad no está en la naturaleza sino que es algo creado por los seres humanos, dijo De Waal.

Y las afirmaciones comunes de que esta dura visión fue promovida por Charles Darwin, el llamado padre de la evolución, también están equivocadas, dijo.

"Darwin fue mucho más inteligente que la mayoría de sus seguidores", dijo De Waal, citando "El Origen del Hombre", la obra del científico británico que señala que los animales que desarrollan "instintos sociales bien marcados, inevitablemente adquirirán un sentido moral o conciencia".

De Waal mostró videos de laboratorio que revelan la angustia de un mono al que se le negó una recompensa que recibió otro mono, y de una rata dejando de comer chocolate con el fin de ayudar a otra rata a escapar de una trampa.

Esta investigación muestra que los animales naturalmente tienen tendencias pro-sociales de "reciprocidad, equidad, empatía y consuelo", dijo De Waal, un biólogo holandés en la Universidad de Emory en Atlanta, Georgia (sureste de Estados Unidos).

"La moralidad humana es impensable sin la empatía", señaló.

Preguntado sobre si la aceptación generalizada de la empatía como algo natural cambiará la intensa competencia en la que se basan el sistema económico y político capitalista, de Waal bromeó: "Yo sólo soy un observador de los monos".

Pero dijo a los periodistas que la investigación también señala que los animales solo muestran empatía a los animales con los que están familiarizados en su "grupo", e indicó que la comptencia es una tendencia natural de los hombres en un mundo globalizado.

La "moralidad" se desarrolló entre los humanos de pequeñas comunidades, dijo, y agregó: "Es un desafío ... es experimental para la especie humana aplicar al mundo entero un sistema destinado a grupos" pequeños.

Fuente:

Informe21

9 de diciembre de 2011

Las ratas son solidarias con sus compañeras

Las ratas de laboratorio son solidarias con sus compañeras, según revela un estudio publicado esta semana en 'Science', que demuestra que también son capaces de desarrollar empatía con sus pares.

La empatía ha sido con frecuencia considerada como propia de los primates, pero, según revela este estudio realizado por Inbal Ben-Ami Bartal, profesora del departamento de Psicología de la Universidad de Chicago, también las ratas pueden ponerse en el lugar del otro.

Bartal y su equipo analizaron el comportamiento de una rata cuando estaba sola en su jaula con un contenedor vacío y su reacción cuando colocaron en el contenedor otra rata o un objeto cualquiera.

La rata actuó de forma más agitada cuando su compañera estaba encerrada que cuando estaba sola en la jaula, lo que asocian a un "contagio emocional" por la inquietud de la rata encerrada.

La empatía es un fenómeno observado en hombres y algunos animales cuando ven a algún otro sujeto sufrir miedo, estrés o dolor, pero que hasta ahora no estaba claro que sucediera en roedores. Según el estudio, tras varias sesiones, la mayoría de las ratas aprendieron rápidamente a abrir el contenedor en el que estaba encerrada su compañera y liberarla.

El hecho de que las ratas fueran capaces de liberar a sus compañeras indica que reconocieron la angustia de la otra y además fueron capaces de mantener la suficiente calma como para abrir la reja, en vez de quedarse estáticas o correr alrededor, explican.

Por el contrario, las ratas no abrieron contenedores que estaban vacíos o que contenían otros objetos.

Los investigadores destacan que, aun cuando las ratas libres tuvieron acceso a un poco de chocolate como señuelo, que podrían haber comido ellas solas, primero liberaron a sus compañeras atrapadas y compartieron el chocolate con ellas.

Según Bartal, el contagio emocional es la forma más simple de la empatía, pero esta respuesta muestra una expresión más compleja de empatía, ya que "la rata no tiene otra acción para hacer esto, más que acabar con la angustia de las ratas atrapadas", indicó.

Los autores subrayan que hubo una mayor proporción de ratas hembra que abrieron la puerta a la rata atrapada que los machos, enfatizando que las hembras son más empáticas que los machos.

Aunque el comportamiento empático se había observado de manera anecdótica en los primates no humanos y en alguna especie salvaje, esta es la primera vez que se ve en ratas de laboratorio, lo que indica que el origen de esta conducta pro-social podría darse en el árbol evolutivo antes de lo que se pensaba.

Fuente:

El Mundo Ciencia

7 de diciembre de 2011

Los bebés prefieren a los "vengadores"



Métete por un instante en la mente de un bebé y mira el vídeo. El pato trata de abrir la caja pero el elefante de la derecha se lo impide. Es un chungo, y como tal lo interpreta el bebé. Esto ya se sabía. Pero ¿qué pasa si a continuación el que pide ayuda es el elefante chungo? Pues que a partir de ocho meses de edad ponemos la situación en contexto y nos parece bien que se castigue al que se ha portado mal. Es decir, que la idea de "venganza justiciera" despierta a temprana edad. En otras palabras, llevamos un Charles Bronson dentro.

Para ver con más calma los vídeos y los ejemplos, sigue leyendo en: Los bebés prefieren a los "vengadores" (lainformacion.com)

Fuente:

Fogonazos

20 de septiembre de 2011

A ver, a ver... ¿Preferimos el dinero o la felicidad?



Si os dieran la opción de elegir entre aceptar un trabajo bien pagado con un razonable horario laboral o bien un trabajo muy bien remunerado pero con muchísimas más horas de trabajo, ¿qué aceptaríais? Según un nuevo estudio realizado por la Universidad de Cornell (New York), la mayoría de las personas optan por esta segunda opción.

“Se podría pensar en la felicidad como el fin último que persiguen las personas, pero en realidad, la gente piensa en objetivos como la salud, la felicidad familiar o la condición social”, afirma Alex Rees-Jones, un estudiante de doctorado de la Universidad de Cornell en el campo de la economía y co-autor del artículo que saldrá publicado en el próximo número de la revista American Economic Review. Otros co-autores de este estudio son los profesores Dan Benjamin y Ori Heffetz de Cornell y el profesor Miles Kimball de la Universidad de Michigan.

“Hemos descubierto que las personas buscan un equilibrio entre la felicidad y otras cosas”, afirma Rees-Jones. “Por ejemplo, muchas personas decían explícitamente en las secciones de respuesta libre que serían más felices de una manera, pero que su familia lo sería aún más con mejores condiciones económicas”. También señalaron que a veces prefieren optar por un trabajo que proporcione menos felicidad para ellos si consideran que puede generar un estatus social más alto o una mayor sensación de control.

El estudio consistió en una encuesta realizada a mas de 2.600 participantes, en las que se consideraban diferentes escenarios. Entre las posibilidades estaba elegir un trabajo de $80.000 anuales, con un horario de trabajo razonable y siete horas y medias de sueño cada noche, o un trabajo de $140.000, con largas horas de trabajo y sólo seis horas de sueño diario.

En promedio, hay diferencias sistemáticas entre lo que la gente escoge y lo que piensa que le haría más felices. En el caso de este estudio, las personas fueron más propensas a elegir el trabajo mejor remunerado.

Tras terminar la encuesta, a los participantes se les preguntó si pensaban que sus respuestas habían sido erróneas y sólo un 7% afirmó que estaba cometiendo un error. Según los autores del estudio, esto indica que muchos están dispuestos a seguir un sacrificio de la felicidad en favor de otros objetivos importantes, por lo que parece indicar que la máxima felicidad no se percibe en su propio interés.

Vía | Cornell University

Tomado de:

Xakata Ciencia

18 de mayo de 2011

El lado oscuro de la felicidad

¿Quién dice que ser feliz es siempre bueno? Un estudio publicado en la revista Perspectives on Psychological Science revela que la felicidad tiene también una lado oscuro, que no debería concebirse como una cosa universalmente buena, y que en algunos casos puede incluso hacernos sentir mal.

Hay multitud de libros que nos dicen cómo podemos lograr ser felices. Pero establecer la felicidad como objetivo vital puede ser una mala idea, según la investigadora June Gruber, de la Universidad de Yale (EE UU), que asegura que la gente que se esfuerza por alcanzar este sentimiento como meta puede terminar sintiéndose mucho peor de lo que empezó. De hecho, un estudio previo realizado por Iris Mauss, de la Universidad de Denver, y sus colegas encontró que la gente que lee un artículo publicado en un periódico ensalzando la importancia de la felicidad se siente peor tras ver una película "feliz" o cómica que quienes leen un artículo que no habla de ser felices. La clave, aseguran, es la decepción que se produce cuando quienes persiguen la sensación de felicidad no se sienten mejor haciendo ciertas cosas.

Por otro lado, estudios recientes revelan que sentirnos “demasiado” felices nos hace pensar de manera menos creativa, además de tender a asumir más riesgos (conducir rápido, gastar los ahorros…). Por otra parte, ser felices a cambio de no tener una dosis mínima de emociones negativas -que juegan un papel importante en la vida- también es peligroso. El miedo nos impide asumir riesgos innecesarios, y la culpa nos recuerda que debemos portarnos bien con los demás. En definitiva, la mejor forma de sentirse felices es dejar de preocuparse por la felicidad e invertir la energía en mantener los lazos sociales que tenemos con otras personas. “El resto vendrá solo”, afirma Gruber.


Fuente:

Muy Interesante
google.com, pub-7451761037085740, DIRECT, f08c47fec0942fa0