Los investigadores Concepción Rodríguez y Juan Carlos Izpisúa, del Instituto Salk
Desde hace décadas, los científicos conocen el secreto para
hacer que casi cualquier animal viva mucho más de lo normal. Pueden
hacer que un ratón duplique sus años de vida y que un macaco viva tres
más de lo normal. El equivalente en personas sería vivir nueve años más
y, además, con mucho menos riesgo de sufrir enfermedades asociadas al
envejecimiento: cáncer, alzhéimer, diabetes. El problema es que el
precio a pagar puede ser demasiado alto para muchos: comer menos, en
concreto quitarse en torno a un 30% de las calorías diarias.
El 26 de febrero de 2020 se publicó el estudio más detallado que se ha realizado nunca
para aclarar qué le sucede a un cuerpo cuando se somete a esta
restricción calórica. Sus resultados apuntan muchas claves de qué genes y
moléculas son culpables del envejecimiento y trazan nuevas vías para
conseguir posibles fármacos que consigan algo a priori imposible: parar el tiempo, detener el envejecimiento.
“Este
estudio muestra que el envejecimiento es un proceso reversible”,
explica el investigador Juan Carlos Izpisúa (Hellín, 1960), uno de los
autores principales del trabajo. “Hemos mostrado que determinados
cambios metabólicos que llevan a una aceleración del envejecimiento se
pueden reprogramar de una manera relativamente sencilla, reduciendo
nuestra ingesta calórica, con la finalidad no ya de extender nuestras
vidas, sino, mucho más importante, de que nuestra vejez sea más
saludable”, resalta este farmacólogo y biólogo molecular que trabaja en
el Instituto Salk (EE UU).
El trabajo ofrece el atlas
celular más detallado del envejecimiento en un mamífero y los efectos
beneficiosos de moderar la dieta. El equipo se ha servido de la nueva tecnología de análisis genético célula a célula
para analizar unas 200.000 células de nueve órganos y tejidos
diferentes de ratas. En un grupo había roedores que comían lo que
querían y en el otros animales que comían un 30% menos calorías.
Los
investigadores usaron solo ratas adultas a las que estudiaron desde los
18 a los 27 meses de edad, lo que en humanos equivaldría a un
seguimiento entre los 50 y los 70 años. Esto es importante, pues los
estudios realizados en primates han mostrado que los beneficios de comer menos son solo patentes en individuos adultos, a la mitad —más o menos— de sus vidas.
El artículo completo en: El País (España)
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