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10 de marzo de 2020

Comer poco alarga la vida

Una investigación aporta la descripción más detallada de los beneficios de la restricción calórica para frenar el envejecimiento.

Los investigadores Concepción Rodríguez y Juan Carlos Izpisúa, del Instituto Salk

Desde hace décadas, los científicos conocen el secreto para hacer que casi cualquier animal viva mucho más de lo normal. Pueden hacer que un ratón duplique sus años de vida y que un macaco viva tres más de lo normal. El equivalente en personas sería vivir nueve años más y, además, con mucho menos riesgo de sufrir enfermedades asociadas al envejecimiento: cáncer, alzhéimer, diabetes. El problema es que el precio a pagar puede ser demasiado alto para muchos: comer menos, en concreto quitarse en torno a un 30% de las calorías diarias.

El 26 de febrero de 2020 se publicó el estudio más detallado que se ha realizado nunca para aclarar qué le sucede a un cuerpo cuando se somete a esta restricción calórica. Sus resultados apuntan muchas claves de qué genes y moléculas son culpables del envejecimiento y trazan nuevas vías para conseguir posibles fármacos que consigan algo a priori imposible: parar el tiempo, detener el envejecimiento.

“Este estudio muestra que el envejecimiento es un proceso reversible”, explica el investigador Juan Carlos Izpisúa (Hellín, 1960), uno de los autores principales del trabajo. “Hemos mostrado que determinados cambios metabólicos que llevan a una aceleración del envejecimiento se pueden reprogramar de una manera relativamente sencilla, reduciendo nuestra ingesta calórica, con la finalidad no ya de extender nuestras vidas, sino, mucho más importante, de que nuestra vejez sea más saludable”, resalta este farmacólogo y biólogo molecular que trabaja en el Instituto Salk (EE UU).
El trabajo ofrece el atlas celular más detallado del envejecimiento en un mamífero y los efectos beneficiosos de moderar la dieta. El equipo se ha servido de la nueva tecnología de análisis genético célula a célula para analizar unas 200.000 células de nueve órganos y tejidos diferentes de ratas. En un grupo había roedores que comían lo que querían y en el otros animales que comían un 30% menos calorías.

Los investigadores usaron solo ratas adultas a las que estudiaron desde los 18 a los 27 meses de edad, lo que en humanos equivaldría a un seguimiento entre los 50 y los 70 años. Esto es importante, pues los estudios realizados en primates han mostrado que los beneficios de comer menos son solo patentes en individuos adultos, a la mitad —más o menos— de sus vidas.

Los resultados, publicados este jueves en Cell, aportan un catálogo completo de todos los cambios que suceden con la edad y la dieta tanto dentro de cada célula como en la comunicación entre estas.

El artículo completo en: El País (España)

También puede leer unh resumen en Vitónica


11 de diciembre de 2018

Elizabeth Blackburn: “Vivir en barrios inseguros y con pocas zonas verdes eleva el riesgo de enfermarse”

La Premio Nobel de Medicina cree que las políticas sociales son cruciales para mejorar la salud de los ciudadanos


La bioquímica australiana pide más recursos para la investigación para conocer mejor la biología del cáncer y poder combatirlo

La premio Nobel de Medicina 2009, Elizabeth Blackburn (1948, Hobart, Australia), recaló recientemente en Madrid por el Día Mundial de la Investigación contra el Cáncer, gracias al Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), La Sexta y Fundación Axa. En una conversación con los medios, antes de presentar su conferencia Resolviendo las paradojas entre la biología de los telómeros y el cáncer, la bioquímica australiana, que fue premiada por descubrir la telomerasa, una enzima que replica y alarga los telómeros –estructuras que protegen los cromosomas y cuyo acortamiento está vinculado con el envejecimiento y el riesgo de padecer enfermedades, entre ellas cáncer–, advirtió sobre la influencia del estilo de vida, el estrés crónico y las malas condiciones sociales en el deterioro de los telómeros y, por tanto, de la salud.

De ahí que destacó la importancia de contar con políticas públicas –tener un buen sistema educativo o una buena planificación urbanística– que favorezcan la calidad de vida de los ciudadanos. Y dio un toque de atención: “La financiación nunca es suficiente, debemos seguir invirtiendo en investigación; cuanto más sepamos sobre la biología del cáncer, mejor preparados estaremos para atacarlo”.

Pregunta: Algunos estudios han demostrado que tener telómeros largos reduce, en ciertos casos, el riesgo de padecer enfermedades, cáncer incluido, aunque otras investigaciones apuntan, paradójicamente, que influye en la aparición de tumores.

Respuesta: Los estudios en poblaciones grandes indican que, efectivamente, de media, unos telómeros largos reducen los riesgos de mortalidad, pero en investigaciones recientes de genética se ha observado que, si se mantienen activos los telómeros y la telomerasa está muy presente, hay un mayor peligro de padecer algunos tipos de cáncer, como los melanomas, gliomas o algún tipo de tumor de pulmón. Lo que supone, en efecto, un dilema.

¿En qué porcentaje pueden ayudar los telómeros largos a prevenir el cáncer?

Se necesita más investigación para poder contestar de forma más precisa. Hay que determinar qué tipo de cáncer se ve afectado por los telómeros y quién es más propenso a padecerlo. Por un lado, tenemos el cáncer desde un punto de vista de salud pública y, por el otro, desde los individuos concretos. Hay que combinar las mediciones de los telómeros con otros estudios genómicos, epigenéticos o clínicos para comprender más la biología del cáncer. Y hoy tenemos mayores probabilidades de entenderlo gracias a la tecnología. Pero como nos encontramos aún en el inicio de esta investigación y no puedo dar un porcentaje preciso, pongo un ejemplo de un estudio que se ha hecho en enfermos de cáncer de vejiga en Texas, con 440 pacientes. En el momento del diagnóstico se realizaron dos pruebas: una extracción de sangre para medir los telómeros de las células de los glóbulos blancos, que se clasificaron en un rango de mayor a menor longitud; por otro lado, se hizo un estudio en una escala de 32 puntos, de mayor a menor, para saber el estado de regresión en el que se encontraban estos pacientes. Una vez terminado, se formuló la siguiente pregunta: ¿qué tipo de personas presentó un mayor riesgo de fallecer? Se observó que si tenían telómeros cortos pero no sufrían depresión, no había mucha diferencia. Si tenían depresión, pero tenían los telómeros largos, tampoco. Sin embargo, cuando se daba el caso de telómeros cortos y depresión, había más posibilidades de morir, ya que tenían una media de supervivencia de 30 meses en comparación con la media de 200 meses si solo se daba una de las condiciones.


¿Se ha utilizado la inhibición de la telomerasa en alguna terapia contra el cáncer?

Sabemos que hay tipos de cánceres diferentes y alrededor del 80%-90% de ellos está en etapa avanzada. Estas ratios registran, además, una gran actividad de telomerasa, lo que sugiere que podríamos tratar el cáncer si se inhibiese esta enzima. Sin embargo, ensayos clínicos en fases tempranas en marcha evidencian que esto es difícil, porque las células madre de nuestro cuerpo, que son las que envían después la información al resto, necesitan telomerasa natural para funcionar. Por tanto, si la inhibiésemos en las células con cáncer, a lo mejor también la estaríamos inhibiendo en las células normales. Es un enfoque que debemos tener en cuenta ahora que hay mayores conocimientos de la biología, ya que no se ha explorado lo suficiente, y que no deberíamos descartar en el tratamiento contra el cáncer al igual que en el de otros medicamentos.

¿Qué relación hay entre los telómeros, el estrés crónico y el cáncer, un tema de abordaje en su conferencia?

Todavía hay un gran desconocimiento en este campo, necesitamos investigar más, aunque su conocimiento es mayor respecto a las enfermedades cardiovasculares. Lo que puedo decir es que existe dependencia, es decir, cuanto más nivel de estrés, más cortos serán nuestros telómeros y tendremos más riesgos de sufrir enfermedades cardiovasculares. Lo recomendable es introducir cambios en nuestro estilo de vida: en la dieta, la gestión del estrés, hacer ejercicio, pero también en las condiciones sociales, porque se ha determinado estadísticamente que afecta a la longitud de los telómeros. Estudios en niños que han estado expuestos a una gran violencia de pequeños, demuestran unos telómeros más cortos de mayores. La exposición a eventos traumáticos, el bajo nivel educativo o vivir en un barrio inseguro, con pocos espacios verdes y accesibilidad, está relacionado con el acortamiento de los telómeros y aumenta las posibilidades de sufrir enfermedades. Las políticas sociales y de urbanismo pueden intervenir, su implicación es clave, se pueden cuantificar sus efectos.

¿Cuál es el riesgo-beneficio de intervenir artificialmente los telómeros vía fármacos o suplementos?

Estamos aún en una etapa muy temprana de la investigación como para poder recomendar el empleo de fármacos para alargar los telómeros, porque no sabemos el riesgo que conlleva y dado que el cáncer tarda muchos años en desarrollarse. Es verdad que en algunas enfermedades raras extremas, donde se ha visto que los telómeros son muy cortos, sí es posible justificar el empleo de fármacos para su tratamiento. Pero solo en estos extremos. 

Entonces, ¿qué recomienda para mantener los telómeros largos?

Los cambios en nuestro estilo de vida marcan la diferencia, como he dicho: realizar ejercicio, tener una dieta mediterránea sana, consumir menos azúcar y refrescos azucarados –un mal hábito en EE UU– y dejar de fumar. Además, tener unos buenos patrones de sueño, relaciones sociales y controlar el estrés, modificar nuestra reacción ante estas situaciones, porque la ansiedad crónica está asociada a unos telómeros más cortos y, por tanto, el riesgo de padecer cáncer es mayor.


4 de julio de 2018

Juan Carlos Izpisúa: “Hemos alargado la vida de animales y nada indica que no se podrá hacer en humanos”

El investigador español habla de avances que pueden retrasar el envejecimiento o producir órganos en animales para trasplantes.


Javier Sampedro contó en este periódico que hace unos años a Juan Carlos Izpisúa (Hellín, Albacete, 1960) le diagnosticaron una enfermedad renal grave, una que afecta a sus dos riñones y puede costarle la vida. Su reacción ayuda a compartir la fe que transmite el investigador del Instituto Salk de la Jolla en California (EE UU) cuando habla de lo que hace en su laboratorio, hazañas que parecen de ciencia ficción, pero son solo ligeramente futuristas. Tras asimilar la noticia, abrió una línea de investigación renal en sus laboratorios de medicina regenerativa y en 2013, presentó unos minirriñones construidos a partir de células madre humanas. El trabajo fue incluido por la revista Science entre los más destacados del año.

En un estudio más reciente, mostró cómo había modificado la expresión génica de ratones enfermos doblando su esperanza de vida. El tipo de tratamiento no actuaba sobre la mutación causante de la dolencia sino que modificaba una serie de marcas químicas que se acumulan sobre el genoma. Izpisúa cree que estos tratamientos epigenéticos (del griego epi, sobre, porque van por encima de los genes) son una llave para combatir el envejecimiento y prolongar el número de años que podremos vivir con salud. “Hemos prolongado la vida de animales con cambios epigenéticos y no hay nada que me indique que no se podrá hacer en humanos”, afirma.

Si todas estas promesas se hacen realidad, el impacto social será inmenso y el investigador cree que los políticos no parecen conscientes de esta revolución que ya se está gestando. “Todo esto se debe regular, pero nuestros gobernantes desconocen hasta los experimentos que estamos haciendo. ¿Cómo van a poder regular? Deberían tener un poquitín más de interés en saber qué es lo que están haciendo los científicos para apoyarlo, regularlo y que se beneficie toda la sociedad y no solo unos pocos”, remacha poco antes de dar una conferencia en Madrid con motivo del 350 aniversario de la farmacéutica Merck.

Lea el artículo completo en:

El País Ciencia
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