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3 de septiembre de 2018

¿Sabías que en la Edad Media había que pagar para ser monja?

Durante siglos, los dos únicos papeles dignos que podía desempeñar una mujer eran el de esposa, e implícitamente madre, o el de religiosa. Sus padres o tutores, las circunstancias familiares o simplemente temas económicos, determinaban que las mujeres consagrasen su vida a sus maridos o a Dios. Y ambas elecciones implicaban un desembolso económico. 

Independientemente de la condición social, la mujer que pretendiese casarse debía aportar una dote que recibiría y administraría el marido. El significado de este “pago” difiere de unos autores a otros, yendo desde los que afirman que es una especie de seguro para evitar el repudio -en este caso el marido debería devolver la dote-, hasta los que afirman que es una compensación que recibe el marido por la carga económica que suponen la esposa y los futuros hijos. Todas las versiones del porqué de la dote implican la condición de inferioridad de la mujer e incluso ser objeto de mercadeo. Asimismo, la cuantía de la dote era importante y condicionaba el poder llegar a un acuerdo entre los padres de los contrayentes, y, lógicamente, conseguir un mejor matrimonio -socialmente hablando-. Para que la carga económica no dejara temblando las arcas familiares en el momento de la boda, la República de Florencia estableció en 1425 un fondo público llamado Monte delle doti donde los padres iban haciendo aportaciones desde que sus hijas tenían cinco años para la futura dote. Mención especial en este apartado merece el Papa Urbano VII que, además de tener el triste récord de ser el que menos tiempo ha durado en el cargo –del 15 al 27 de septiembre de 1590-, tuvo el detalle de ordenar que cuando falleciese todos sus bienes fuesen donados a la asociación caritativa Archicofradía de la Anunciación para proporcionar la dote a las niñas de familias pobres.

Y como os decía al comienzo, también dedicarse a la vida religiosa tenía su coste. Aunque mucho menor que la dote, la mayoría de las órdenes también exigían una cantidad económica para aceptar a las adolescentes. La mayoría de los conventos femeninos no tenían medios propios de subsistencia y vivían de las donaciones de terceros (bienes dejados en herencia por los feligreses, donaciones “pro anima” -para salvación de las almas del donante o algún familiar-, pagos por ser enterrado en los terrenos del convento…) y las aportaciones que hacían las nuevas religiosas. De esta forma, también se evitaba que muchas criaturas fueran abandonadas a las puertas de los conventos para que las religiosas las criasen. Por tanto, y debido a este canon de inscripción, no es de extrañar que la mayoría de las monjas en la Edad Media fuesen hijas de nobles o de familias acaudaladas, y que la vida religiosa no era una opción para salir de la pobreza.

Fuente: Historias de la Historia

¿De dónde viene el mito de que las cigüeñas traen los bebés?

No está muy claro si la literatura fue la primera en extenderlo o si fueron las leyendas populares. 

El escritor Hans Christian Andersen (1805-1875) en su cuento Las cigüeñas ya habla de cómo estos animales traen a una madre más hijos para reponer la muerte de otro. Pero hay una leyenda anterior a la conquista de América (aunque luego se extendió a ese continente) que habla de una pareja de cigüeñas que vuelven al tejado de una casa justo el día que nace un bebé. 

Otro elemento que ayuda a esta creencia es que las cigüeñas anidan cerca de chimeneas porque están calientes, y antiguamente se encendían especialmente si había recién nacidos.


13 de agosto de 2018

¿Es cierto que las sandías tienen talla, como si fueran ropa?


Sí, y no son las únicas: las frutas, las hortalizas y los huevos tienen indicaciones sobre su tamaño. En el caso de las sandías, se les atribuye un número según su peso: 6, para piezas de entre 1,5 y 2,4 kilos; 5 para las de 2,5 a 3,2 kilos; 4 si pesan entre 3,3 y 4,2 kilos; y 3 si alcanzan de 4,3 a 5,5 kilos. Otro método para clasificar el tamaño de la fruta es instalar cámaras en las cintas transportadoras y que un software traduzca las medidas.

Fuente: QUO

9 de agosto de 2018

¿Es cierto que en la escritura japonesa no se separan las palabras con espacios?



Efectivamente, en la escritura japonesa tradicional se escribe de izquierda a derecha y sin espacios ni símbolos tipográficos. Combinan varias escrituras y alternan kanjis (heredada del chino) con hiragana y katakana, y es así cómo, quien conoce la combinación de varias palabras, sabe dónde empiezan unas y donde terminan otras. Por ejemplo, sabe que el verbo siempre está al final de la frase, así que ahí hay un espacio y, para la lectura, una pausa. Sin embargo, en algunos medios de comunicación actuales, así como en el manga, se empiezan a incluir algunos signos de puntuación occidentales, como los puntos y las comas.

Si deseas profundiar en el tema debes de saber que son tres los sistemas de escritura en Japón, más detalles AQUÍ

Fuente: QUO

6 de agosto de 2018

¿El cannabis tiene los mismos efectos masticado que fumado?


Cuando se inhala fumando, la sustancia que produce los efectos psicotrópicos de esta planta, el THC (delta-9-tetrahidrocanabinol), llega rápidamente al cerebro a través del torrente sanguíneo. Así que sus efectos se sienten en pocos minutos y duran hasta horas. 

Sin embargo, cuando se consume masticándolo, la cantidad de tetrahidrocanabinol que alcanza el cerebro es menor y tarda más en hacer efecto, pues se absorbe más lentamente. En cualquiera de sus formas, estudios recientes aseguran que su consumo afecta a la memoria a corto plazo.

Y además, el cannabis (y ninguno de sus derivados) puede inyectarse. Pero existen muchas otras maneras de consumirlo; así tenemos el horneado (panecillos y galletas de marihuana), acompañado de bebidas frías, en forma de pomada o por vía rectal. Más detalles AQUÍ.


25 de junio de 2018

La creencia de que un año humano equivale a siete de perro es falsa


Existe la creencia popular de que un año de vida en los perros equivale a siete humanos en términos de envejecimiento. A menudo hasta establecemos comparaciones sobre la edad de nuestros amigos peludos en base a esta equivalencia. La realidad, sin embargo, es bien distinta.

Los perros alcanzan la madurez sexual al año de vida. Si el mito fuera cierto, los seres humanos ya seríamos capaces de reproducirnos a los siete años, lo que no es para nada cierto. Eso por no mencionar que si fuera así, los seres humanos viviríamos unos 150 años de media.

La realidad es que los perros envejecen de manera muy diferente a nosotros. En el primer año de vida, un perro madura muchísimo más rápido que una persona. A partir de ahí, todo depende de la raza y sobre todo del tamaño del animal. Los perros pequeños maduran mucho más rápido al principio de sus vidas, pero después su envejecimiento se ralentiza y tienden a vivir más años que las razas grandes. Priceonomics ofrece esta tabla como referencia:


Como se aprecia en la tabla, un perro pequeño de 8 años tiene unos 48 si expresamos su edad en términos humanos. Sin embargo uno grande ya tiene 64. Esta medición es puramente indicativa, y en ningún caso puede servir como medida de la salud del animal. Hay perros que desafían las estadísticas viviendo muy por encima de la esperanza de vida que su tamaño y peso les adjudica.


¿Por qué seguimos confiando en la idea de que un año de persona equivalen a siete de perro? Es un misterio. Una inscripción de la Abadía de Wensminster que data de nada menos que 1268 establece una paridad de 9 a 1. En el siglo XVII se creía que la paridad era de 10 a 1. En algún momento de la década de los 50 surgió la idea de que la paridad era de 1 a 7, probablemente como una reducción de que la esperanza de un ser humano era de 70 años y la de un perro de 10. Se cree que pudo surgir como algún tipo de slogan o campaña de marketing, pero no existe constancia de ello. [Priceonomics vía Science Insider]

Tomado de:

Gizmodo

15 de abril de 2018

Por qué los collaguas y cabanas del Perú, deformaban las cabezas de los bebés para que tuvieran forma de cono

Hubo un tiempo en que nacer en la tierras altas o bajas del valle del Colca, en lo que hoy es el departamento de Arequipa, al sur de Perú, determinaba la forma de la cabeza de los bebés.

Entre los años 1100 y 1450, las familias de los dos grupos étnicos predominantes en esta región andina, los collaguas y cabanas, modificaban el cráneo de los recién nacidos usando vendajes con telas y hasta maderas.

Pero lejos de ser una simple cuestión estética, esta práctica tuvo consecuencias sociales y políticas a tal punto que podría haber cambiado el vínculo de estas antiguas civilizaciones con el imperio inca que llegaría a dominar la región.


"Antes de mi estudio contábamos mayormente con los reportes de los españoles de la época colonial", le dijo a BBC Mundo el antropólogo estadounidense Matthew Velasco, docente e investigador de la Universidad Cornell de Estados Unidos.

Su trabajo, publicado este mes en la revista científica Current Anthropology, develó que lo que se creía era un marcador étnico exclusivo de los collaguas fue en verdad "una práctica mucho más dinámica, que se transformó a través del tiempo", explicó Velasco.

Porque lo que en un principio servía para distinguir a los collaguas de los cabanas, terminó uniéndolos contra los invasores incas.

De dos formas

Los collaguas vivían en la zona alta del valle del Colca, hablaban aymara y se especializaban en la crianza de alpacas para extraerles la lana. 

Según documentos coloniales de la época, los collaguas vendaban los maleables cráneos de los bebés para darles una forma alargada y estrecha.

El objetivo, detallaban los cronistas españoles, era que las cabezas tuvieran una forma similar al volcán Collaguata, considerado el lugar de origen mítico de esta etnia.

Los cabanas, en cambio, hablaban quechua y cultivaban maíz en las fértiles tierras de la zona baja del valle.

Estos daban a los cráneos de los infantes una forma más achatada y amplia presionando el lado posterior de la cabeza. "Probablemente usaban placas de madera (es decir, materiales más duros) para conseguir esta forma", detalló Velasco.

Al analizar cientos de restos óseos humanos de múltiples tumbas en el valle del Colca, Velasco descubrió que antes del 1300 la mayoría de las personas no presentaban modificaciones en las cabezas. 

La práctica, observada en solo 39,2% de los cráneos, pasó a representar el 73,7% luego de dicha fecha.

Pero esto no es todo: con el paso del tiempo, la forma cónica comenzó a predominar.
Esta creciente homogeneidad en las formas de cabezas contribuyó a la creación de una nueva identidad colectiva "que pudo haber reforzado los lazos sociales entre élites durante un tiempo de mucha guerra y fragmentación social", dijo Velasco.

El artículo completo en:

BBC Ciencia

10 de abril de 2018

Describen cómo las células del pez cebra regeneran el corazón tras un infarto

  • Sus células cardiacas tienen un alto grado de plasticidad para reparar un daño

  • Los cardiomiocitos internos contribuyen a regenerar las paredes del corazón

Científicos del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares Carlos III (CNIC) y la Universidad de Berna (Suiza) han descubierto un mecanismo que ayuda a las células cardiacas del pez cebra a regenerar el corazón después de un infarto, un hallazgo que podría tener implicaciones en el abordaje de esta enfermedad en humanos.

Tras un infarto agudo de miocardio el corazón humano pierde millones de cardiomiocitos, las células que componen el músculo cardiaco, según explican los autores de este trabajo, cuyos resultados publica la revista Nature Communications.

Pero algunos animales, como el pez cebra, tienen una alta capacidad regenerativa y logran recuperarse tras un daño cardiaco con nuevos cardiomiocitos, lo que hace que se hayan convertido en un modelo muy usado en investigación como "inspiración para el desarrollo de futuras terapias regenerativas", ha explicado Héctor Sánchez-Iranzo, uno de los autores del estudio.

Durante ese proceso las células que componen el músculo cardiaco de estos peces se dividen para renovar el tejido lesionado, pero se desconoce en gran medida si todas las células contribuyen de la misma manera a la reconstrucción del músculo cardiaco.

La plasticidad celular, esa capacidad de las células de convertirse en otros tipos de células, es un proceso que se observa frecuentemente durante el desarrollo, pero nunca se ha observado durante la regeneración en un animal adulto.

Acción regeneradora de los cardiomiocitos

Por ello, en este caso los autores estudiaron dos tipos de cardiomiocitos, unos localizados en la parte más interna del corazón, las trabéculas, y otros en el exterior.

Durante el proceso de regeneración se ha asumido por norma que cada tipo celular da lugar al mismo tipo celular. Pero en la investigación del CNIC se muestra que, durante el proceso de regeneración del corazón, los cardiomiocitos trabeculares también contribuyen a la regeneración de las paredes del corazón.

En concreto, concluyen los investigadores, "indican que hay un alto grado de plasticidad en los cardiomiocitos del pez cebra y que, además, existen distintas formas de reconstruir un corazón dañado".
Fuente:

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