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3 de septiembre de 2018

¿De dónde viene el mito de que las cigüeñas traen los bebés?

No está muy claro si la literatura fue la primera en extenderlo o si fueron las leyendas populares. 

El escritor Hans Christian Andersen (1805-1875) en su cuento Las cigüeñas ya habla de cómo estos animales traen a una madre más hijos para reponer la muerte de otro. Pero hay una leyenda anterior a la conquista de América (aunque luego se extendió a ese continente) que habla de una pareja de cigüeñas que vuelven al tejado de una casa justo el día que nace un bebé. 

Otro elemento que ayuda a esta creencia es que las cigüeñas anidan cerca de chimeneas porque están calientes, y antiguamente se encendían especialmente si había recién nacidos.


23 de febrero de 2018

¿Qué son los dispensadores electrónicos de cuentos?

La idea del proyecto era promover la lectura en los viajeros y transeúntes para que se separaran de las pantallas de los móviles. 


Francia cuenta con más de 150 dispensadores electrónicos de cuentos. Estas máquinas ya llegaron a Estados Unidos y podrían expandirse por otros países.

En 2011, la empresa Short Édition con sede en Grenoble (Francia) empezó a instalar máquinas dispensadoras de cuentos en espacios públicos estratégicos, como el aeropuerto Charles de Gaulle de París.

Una peculiaridad de los Short Story Dispensers (dispensadores de historias cortas) es que no tienen pantalla.

Christophe Sibieude, cofundador y jefe de Short Édition, y el alcalde de Grenoble, Éric Piolle, son los creadores de esta modalidad.

La idea del proyecto era promover la lectura en los viajeros y transeúntes para que se separaran de las pantallas de los móviles.

“La idea nos vino frente a una máquina expendedora que contenía barras de chocolate y bebidas”, explicó Sibieude a Agence-France Presse en 2015.

“Nos dijimos que podíamos hacer lo mismo con la literatura popular de buena calidad para ocupar estos momentos improductivos”, agregó.

Hay historias de uno, tres y cinco minutos impresas en un papel largo, ecológico y libre de BPA (compuesto de muchos plásticos y aditivos).

Cuentan con obras de 6.800 autores que incluyen clásicos como Shakespeare y Virginia Woolf.

Fuente:

TeleSur

15 de diciembre de 2012

¿Podría un melocotón gigante flotar en el mar o volar por los aires arrastrado por 500 gaviotas?

James Henry Trotter es un niño pequeño que, un día, se queda huérfano cuando sus padres son devorados por un rinoceronte durante una visita al zoológico de Londres. A partir de ese fatídico momento, James tendrá que trasladarse a vivir con sus dos tías, Spiker y Sponge, malvadas y crueles hasta la médula, en lo alto de una colina al borde de los blancos acantilados de Dover.

Cuando un buen día, James se encuentra con un misterioso anciano, éste le hace entrega de unas brillantes lenguas de cocodrilo verdes con poderes mágicos con las que podrá ser feliz y poner fin a sus desdichas. Pero el pobre muchacho tropieza cuando se dirige a casa y deja caer los objetos mágicos, perdiéndolos. Sin embargo, una de las lenguas de cocodrilo va a parar al melocotonero que hay en el jardín junto a la casa y que nunca ha dado fruto alguno. A partir de entonces, comienza a brotar un melocotón que se va haciendo cada vez más y más grande, hasta alcanzar el "tamaño de una casa" (qué casualidad, algo similar le había ocurrido a nuestro amigo El Principito, ¿lo recordáis?).

La intención de las dos arpías, Spiker y Sponge, es enriquecerse con el maravilloso fruto y planean deshacerse de James, pero éste encuentra debajo del melocotón un pasadizo que conduce a su interior, el cual está hueco y habitado por una serie de pintorescos personajes: una araña, un gusano de seda, un saltamontes, entre otros. Todos ellos tratan de huir del lugar y, tras mordisquear la rama de la que cuelga el melocotón, éste se precipita al suelo y comienza a rodar por el acantilado, aplastando por el camino a las dos tías y cayendo después al mar. Comienza así un maravilloso viaje por el Atlántico. Eh, ¡alto! No tan deprisa. Detengámonos por un momento.

 Bien, ¿estamos locos o qué? Vamos a ver, reflexionemos: un melocotón gigante, por grande que sea, poseerá una densidad de melocotón y ésta es aproximadamente de 1,1 gramos por centímetro cúbico. En cambio, el agua de mar, en condiciones normales de presión y temperatura, ronda los 1,025 gramos por centímetro cúbico. Como este valor resulta inferior al de la densidad del melocotón, éste debería hundirse e irse al fondo, ¿no es cierto? Ah, no, no. Perdón por la metedura de pata. Ahora recuerdo: el melocotón estaba hueco en su interior, donde vivían los bichitos colegas de James. Si no fuese así, no habría cuento y nuestro admirado Roald Dahl, autor de este fantástico relato, cuyo título es "James y el melocotón gigante" no lo podría haber escrito allá por 1961, al menos según la versión que nos ha llegado a todos nosotros.
 
El espacio hueco dentro del melocotón hace que la densidad media de éste sea inferior a la del agua de mar, de la misma forma que los inmensos espacios vacíos que existen dentro de un barco reducen la densidad promedio del mismo, y pueda flotar, a pesar de estar construido con metales mucho más densos que el agua.

Así pues, el melocotón gigante flota. Más aún, en el año 1996, Tim Burton produjo su adaptación a la gran pantalla. En algunas escenas de la película se puede ver que, mientras el enorme melocotón se utiliza como embarcación, los extraños habitantes, junto con el pequeño James, se mueven con libertad por la porción de superficie que se mantiene a flote, prácticamente la mitad de la pieza de fruta completa. ¿Sería plausible una situación así?

Veamos, si aplicamos el conocido principio de Arquímedes e igualamos el peso del melocotón con el peso del volumen de agua que desaloja (también conocido como empuje hidrostático) se puede hallar una expresión matemática que relaciona la densidad media de aquél con la densidad del agua marina, el radio del melocotón y la altura del casquete esférico (suponiendo esférico al mismo melocotón) que asoma por encima de la superficie del océano. Si, como se aprecia en la película, suponemos que dicha altura corresponde al radio del melocotón entero (esto es, la mitad del melocotón permanece sumergida bajo el agua y la otra mitad se encuentra a flote) entonces la densidad media del melocotón debe ser de 0,512 gramos por centímetro cúbico, es decir, la mitad de la del agua de mar.

Ahora bien, por otra parte, sabemos que la masa del melocotón enterito debe poder expresarse como la suma de la masa de la porción carnosa y la masa de la cavidad hueca de su interior (despreciamos el peso de James y sus acompañantes, por razones que se harán obvias más adelante), cada una de ellas con su densidad característica (la del melocotón para la primera y la del aire para la segunda) y su radio correspondiente. Dicha expresión permite relacionar el radio del hueco interior del melocotón con las densidades de la carne de éste, la del aire (0,001217 gramos por centímetro cúbico) y la densidad media obtenida en el párrafo anterior. Así, un melocotón cuyo diámetro ascendiese a 10 metros, tendría que albergar una oquedad en su interior con un diámetro de 8,12 metros, quedando únicamente una capa de carne de melocotón de tan sólo 94 centímetros de espesor. ¡Estupendo! Todo parece encajar razonablemente en las leyes de la física. Sigamos con la narración.

Durante el periplo de nuestros protagonistas por el océano Atlántico, se ven sorprendidos por un grupo de feroces tiburones hambrientos, que comienzan a devorar con frenesí la carne dulce-salada del melocotón. En ese mismo momento, la araña, en colaboración con el gusano de seda, comienzan a confeccionar a toda prisa hilos que, una vez convenientemente sujetos al melocotón, son utilizados por una bandada de 500 gaviotas para alzarlo por los aires y ponerlos a todos a salvo de los escualos. ¿Sería posible semejante hazaña?

Bien, acudamos a la física, una vez más. Si las alas de las gaviotas son tratadas como si fuesen láminas planas, el principio de Bernoulli nos dice que la fuerza de sustentación que actúa sobre ellas depende proporcionalmente del valor de la densidad del aire, del área de la superficie de las alas y del cuadrado de la velocidad de crucero que sean capaces de mantener las gaviotas (unos 33 km/h). Esta fuerza de sustentación, una vez descontado el peso de las aves, debe superar el peso del melocotón para que resulte posible elevarlo en el aire. Si os tomáis el escaso tiempo necesario para llevar a cabo la operación que os acabo de indicar, comprobaréis fácilmente que 500 gaviotas es claramente un número insuficiente si es que desean hacerse con los más de 268.000 kg que pesa el melocotón (y ahora entenderéis por qué había despreciado el peso de James y las demás criaturas). En realidad, serían necesarias otras 1.301.372 gaviotas. A pesar de todo, la pregunta clave sigue siendo otra, para la que, por más que lo intento, no hallo solución: ¿Qué fue del hueso del melocotón?



Fuente original:
James' Giant Peach Transport across the Atlantic E. J. Watkinson, M. Walach, D. Staab and Z. Rogerson. Journal of Physics Special Topics, Vol. 11, No. 1, 2012.

Fuente:

Física en la Ciencia Ficción

31 de octubre de 2012

¿Por qué se asocian las calabazas a Halloween?

Dice la leyenda que, debido a su maldad extrema, un hombre irlandés llamado Jack no mereció un lugar ni en el cielo ni en el infierno cuando murió. Su espíritu se vio obligado a vagar por el mundo implorando la entrada en uno u otro sitio. Se manifestaba portando una calabaza hueca con una vela dentro y éste fue el símbolo más representativo desde entonces de la noche de Halloween

Otro relato, por ejemplo, sugiere que la calabaza adoptó semejante aspecto tétrico a causa de un castigo que una bruja impuso a Jack por negarse a ayudarle a preparar la sopa de Halloween. El muchacho desapareció en el interior de la calabaza y ésta adoptó rasgos semejantes al rostro humano.


Fuente:

27 de enero de 2011

¿Qué inventó Lewis Carroll?

¿Quién fue Lewis Carroll?

(Charles Lutwidge Dogson; Daresbury, Reino Unido, 1832-Guildford, id., 1898) Lógico, matemático, fotógrafo y novelista británico. Tras licenciarse en el Christ Church (1854), empezó a trabajar como docente y a colaborar en revistas cómicas y literarias, adoptando el seudónimo por el que sería universalmente conocido. En 1857 obtuvo una plaza como profesor de matemáticas, y cuatro años después fue ordenado diácono. Más información aquí.

Además de escritor y profesor de matemáticas, Lewis Carroll (seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson), el autor de Alicia en el País de las Maravillas, fue un original inventor. Entre sus creaciones más ingeniosas destaca el nictógrafo, una tabla de notas nocturna con un alfabeto propio que permitía anotar cosas en la oscuridad, por si la inspiración llegaba de noche.

Carroll también trabajó en un diseño de un juego de mesa compuesto por letras que debían organizarse para formar palabras sobre un tablero tipo ajedrez, que se considera el origen del moderno Scrabble.

Fuente:

Muy Interesante

22 de febrero de 2010

El problema de la Bella Durmiente

Lunes, 22 de febrero de 2010

El problema de la Bella Durmiente

Los filósofos y matemáticos a menudo evidencian una habilidad especial para complicar las cosas. Un buen ejemplo de esto es El problema de la Bella Durmiente, una vuelta de tuerca que convierte un cuento para niños en una pesadilla para adultos. Averigua por qué las brujas no deberían tener monedas, los príncipes ya no besan como antes y -sobre todo- cómo un par de «cerebritos» pueden encontrar una paradoja dentro de un cuento para niños. Lea ¡No tiene pierde!

Todos conocemos la clásica historia de la Bella Durmiente, que se hiere con una rueca embrujada y cae en un profundo sueño del que sólo el beso de un príncipe la podrá sacar. Seguro que el argumento te resulta familiar, porque Disney ha hecho una fortuna con él. Pero el filósofo de la ciencia Adam Elga, profesor de la Universidad de Princeton y famoso por haber creado varios puzzles difíciles de resolver, basándose en el trabajo de Arnold Zuboff (publicado como «One Self: The Logic of Experience»), le ha dado una vuelta de tuerca para convertirlo en un problema lógico de difícil solución.

Supongamos que es domingo, y que la Bella Durmiente se pincha el dedo con la rueca. En ese instante, aparece la bruja y -antes que la muchacha se duerma- arroja una moneda al aire. Si sale cara, la Bella Durmiente se despertará de la maldición el lunes y ahí se acabará la historia, sin necesidad de príncipes salvadores y sin paradojas de ninguna clase. Pero si sale cruz, también se despertará el lunes, aunque solo para volver a dormirse hasta el martes. Cuando despierte el martes estará libre de la maldición pero tendrá una pequeña secuela: gracias a las malas artes de la bruja, no se acordará si se despertó o no el lunes.

Puestas así las cosas, y con el Príncipe ausente del relato, nuestra Bella Durmiente se despierta sin saber si es lunes o martes. Dado que si despertó el lunes dicho evento fue borrado de su mente por la bruja, no tiene forma de saber en qué día se encuentra. Adam Elga asume que La Bella Durmiente es perfectamente racional y que el domingo, antes de quedar dormida, se ha enterado del plan elaborado por la bruja. Con estos datos, la niña puede asignar probabilidades al hecho de que sea lunes y al hecho de que sea martes. O, dicho de otro modo, puede asignar probabilidades al hecho de que la moneda cayera en cara o que cayera en cruz. La cuestión a resolver es: ¿qué probabilidad subjetiva debería otorgarle ella a la hipótesis de que la moneda salió cara? Existen dos formas de encarar el problema.

¿Desea conocer la respuesta? Vaya a:

ABC.es
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