Latest Posts:

10 de enero de 2020

Lima es la tercera ciudad del mundo con más tráfico vehicular

En el 2017 nuestra capital estaba en el puesto 9, es decir, en un año subió 6 posiciones entre las urbes más congestionadas en el 2018. Solo Mumbai (India) y Bogotá (Colombia) la superan.


En un año, nuestra capital pasó del noveno puesto a ser la tercera ciudad del mundo con más congestión vehicular, según un estudio de monitoreo holandés por GPS. Mientras los limeños registran 58% de tiempo extra en cada viaje en promedio.

Es probable que este informe sea leído por muchos a bordo de buses, taxis, combis o autos particulares detenidos en el tráfico. La congestión vehicular está consumiendo nuestro tiempo: en los últimos 10 años, las horas punta casi se han duplicado, pasando de 5 a 9 durante todo el día, según una investigación publicada en marzo de 2019.

Anteriormente existían cinco horas de tráfico críticas, repartidas en tres intervalos del día: de 7 a.m. y 9 a.m. (ida al trabajo o centro de estudios), 1 p.m. y 2 p.m. (almuerzo) y 6 p.m. a 8 p.m. (regreso a casa). Hoy esas horas punta se han ampliado haciendo que hayan personas que pasen hasta 6 horas al día en el transporte público. De hecho, el 58,5% de la población económicamente activa (PEA) de Lima y el Callao utiliza hasta 60 minutos para llegar a su centro de trabajo, es decir, hasta dos horas al día, contando el regreso a casa, según según un estudio de la central de inteligencia de negocios DataImágenes.

Pero la carga vehicular en Lima ha empeorado preocupantemente entre el 2017 y el 2018. Un estudio elaborado por la compañía de GPS holandesa TomTom coloca a Lima en el tercer lugar con mayor congestión, entre 403 ciudades de 56 países del mundo.

Lea el artículo completo en: El Comercio (Perú) 

9 de enero de 2020

Perú ya cuenta con Banco de Germoplasma de Vid

Viabilidad genética del germoplasma de vid servirá para conservación, distribución y uso sostenible de material genético.


Un banco nacional de germoplasma de vid donde se conservan 110 cultivares, fue desarrollado por el Ministerio de Agricultura y Riego (MINAGRI), a través del Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA) en la Estación Experimental Agraria Chincha, en la región Ica.

El proyecto denominado “Conformación del Banco Nacional de Germoplasma de Vid (Vitis sp), para la Producción Sostenible del Cultivo en la costa del Perú” incluyó la exploración, recolección y estudio de material genético en siete valles vitivinícolas: Ica, Lima, Arequipa, Moquegua, Tacna, Cajamarca y Áncash.

El investigador Leandro Aybar Peve quien lideró el estudio, destacó que con el Banco Nacional de Germoplasma de Vid, el productor vitivinícola nacional ya puede contar con material genético de calidad para mejorar y elevar su producción. 

Además, le permitirá a nuestro país poder desarrollar programas de conservación de la vid y sus diferentes variedades, distribuir material genético de calidad y promover su uso sostenible.

Tomado de: Gestión (Perú)

De los supersoldados a los superobreros

La automatización ya no afecta solo a industrias específicas, como la militar. Distintos sectores están dando un giro transformador de la mano de los robots. En algunos casos, se han empezado a utilizar máquinas capaces de trabajar codo a codo con los humanos. En otros, se prueban dispositivos que permiten aliviar tareas pesadas, como estos exoesqueletos, testados por unos operarios de Ford en Almussaffes (Valencia). ¿Hasta qué punto esta oleada tecnológica alcanza al sector de la construcción?


Los primeros avances se registraron ya en los años 80 gracias al impulso de Japón, como señala el profesor de la Universidad Politécnica de Madrid, Ernesto Gambao. El país asiático se ha convertido en una referencia puntera en este ámbito, con resultados casi de ciencia ficción. Un ejemplo reciente es este prototipo de humanoide obrero presentado en 2018, que puede ejecutar tareas como coger una tabla colocada en horizontal, ponerla en vertical y luego llevarla hacia una pared y fijarla con un taladro. Mide 182 cm y pesa 101 kilos, emula los movimientos humanos y está dotado de visión tridimensional, según sus desarrolladores del National Institute of Advanced Industrial Science and Technology.

Algunas de las empresas de construcción más grandes del país nipón, como Shimizu, llevan años investigando cómo implementar robots en sus procesos de producción. El año pasado, la compañía anunció que ya estaba testando un sistema que prevé el uso de tres robots capaces de realizar, bajo las instrucciones de un trabajador enviadas a través de una tablet, acciones como transportar horizontalmente materiales, soldar columnas y fijar paneles en techos y suelos, todo en un espacio compartido con los obreros. La empresa agregó que algunas pruebas ya se estaban realizando durante la construcción de un edificio en Osaka y que preveía extenderlas a distintas obras en Tokyo.



El HRP-5P, el robot obrero de la construcción, es un prototipo humanoide diseñado en Japón para realizar trabajos pesados de forma autónoma. Credito: AIST.

El artículo completo en: Canal Innovación

6 de enero de 2020

¿Quiéres conocer el lenguaje de las nubes?

¿Sabías que las nubes de agua, de momento, solo existen en el planeta Tierra?

Otros planetas también presentan nubes, pero son nubes diferentes: Venus, por ejemplo, está cubierto de densas nubes de dióxido de carbono que ocultan su superficie; y Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno tienen nubes compuestas por hidrógeno y helio.

Formadas por diminutas partículas de agua líquida y hielo, las nubes de la Tierra se generan cuando el vapor que emana de ríos y mares se enfría y se condensa al llegar a las capas más altas y frías de la atmósfera. A partir de ahí, su forma y su historia toma caminos muy diferentes:

El químico inglés Luke Howard (1772–1864), a comienzos del siglo XIX, fue el primero en clasificar las nubes. Considerado el padre de la meteorología, dividió las nubes en cuatro grandes categorías (cirriformes, estratiformes, nimbiformes y cumuliformes) y arrancó una carrera científica para aprender a leerlas, usando su variada y sugerente apariencia para predecir qué cambios meteorológicos.

Cirriformes: rizos de cabello que tapizan el cielo

Con forma de cabellos rizados, pero compuestos por cristales de hielo, los cirros son las nubes más representativas de esta categoría. Pueden tapizar el cielo entre los 5 y los 15 kilómetros de altura. Son nubes altas, claras, tenues y delicadas que frecuentemente anuncian un cambio meteorólogico a peor, en general precipitaciones y bajadas de temperatura en las 24 horas siguientes a su aparición.


 

Cuando la luz interacciona con los cristales de hielo que forman los cirros, pueden producirse fenómenos ópticos tan insólitos como el parhelio, la aparición simultánea de imágenes del Sol reflejadas en las nubes, y el halo, cerco de color pálido alrededor de los discos del Sol o de la Luna.

Estratiformes: cama de nubes

Son nubes amplias y de contornos difusos que se desarrollan de forma horizontal, por lo que se extienden como si fueran una cama o capa. Dentro de esta categoría están, en función de su altura, los estratos, los altostratos, los cirrostratos y los nimbostratos. Estas últimas, a diferencia de las anteriores, también tienen desarrollo vertical e impiden totalmente el paso de la luz solar, por lo que son nubes muy oscuras. Los nimboestratos siempre producen precipitaciones que suelen ser continuas y no muy intensas.



Hasta bien entrado el siglo XX, la formación de las nubes se entendía como una fase avanzada de la niebla y se consideraba a la nube como una niebla a mayor altura. El astrónomo francés Camille Flammarion (1842–1925), en su tratado La Atmósfera, afirma que «aún cuando no hay diferencia esencial entre las nieblas y las nubes (… ). La primera es inmóvil, la segunda móvil». En la actualidad, se considera a la niebla un tipo nuboso de base sobre el suelo, o cercana a él, con poco desarrollo vertical y forma parte de las nubes del género estratiforme.

Nimbiformes: los yunques de la tormenta

Del latín nimbos, que significa tormenta, este tipo de nubes es el que genera la mayoría de precipitaciones. En esta categoría están los cumulonimbos, la nube más grande y poderosa que se puede contemplar y que hasta los aviones deben evitar. La “reina de las nubes” tiene fuertes corrientes en su interior con vientos impredecibles, que desplazan violentamente el aire de arriba a abajo y de abajo a arriba. Estas nubes suelen generar lluvias intensas y tormentas eléctricas, asociadas a granizo, mangas de agua y tornados. El agua que contiene un cumulonimbo medio podría llenar 7 piscinas olímpicas.


 

Con una base situada sobre los 1.000 metros de altura, la cima de los cumulonimbos puede alcanzar los 20 kilómetros. Su desarrollo vertical solo se interrumpe cuando llega a la tropopausa, el límite superior de la troposfera, la capa más interna de la atmósfera que va desde el suelo hasta la estratosfera. Los cumulonimbos totalmente desarrollados tienen forma de yunque.

Cumuliformes: montañas de algodón

Son nubes aisladas con forma de montaña o cúpula de algodón, que tienen un contorno bien definido y muestran una gran variedad de tamaños y espesores. Los cúmulos, las nubes más características de esta categoría, aparecen sobre todo en épocas calurosas del año y pueden ocupar un espacio que va entre los 500 y los 6.000 metros de altura. Con un importante desarrollo vertical, pueden generarse aisladamente o asociadas a otras en hileras o en grupos. Según los factores atmosféricos que las rodeen, como la humedad, los cúmulos pueden dar lugar a cumulonimbos.


 

Poco después de la II Guerra Mundial comenzó a teorizarse sobre la idea de lo que hoy se conoce como “siembra de nubes”. Este proceso consiste en utilizar yoduro de plata, hielo seco o dióxido de carbono congelado para condensar de forma artificial el vapor. Estas sustancias se asocian con las moléculas de agua y favorecen su precipitación. Lo habitual es rociarlas sobre nubes cumuliformes desde avionetas o cohetes. En febrero de 2018, por primera vez, un grupo de investigadores de la Universidad de Wyoming (EE.UU) logró sembrar nubes para generar nieve y monitorizar todo el proceso, desde la formación de los cristales de hielo en la atmósfera hasta su precipitación.

Estratocúmuliformes: globos en capas

Además de las cuatro categorías originales de Luke Howard, el actual sistema internacional de clasificación de nubes reconoce una quinta división, las estratocúmuliformes. Son nubes globulares que pueden desarrollarse en capas. En esta categoría están, de menor a mayor altura, los estratocúmulos, los altocúmulos y los cirrocúmulos. Un estratocúmulo es una nube baja grande de formas redondeadas, mientras que los altocúmulos y los cirrocúmulos son como estratocúmulus pequeños distribuidos en grupos y alineados.


A partir de altocúmulos se pueden formar algunas de las nubes más raras y extravagantes. Las lenticulares, por ejemplo, tienen forma de platillo volante y se suelen formar en zonas montañosas. Las mammatus, asociadas a tornados, presentan aspecto de bolsas que cuelgan, como la ubre de una vaca, de la parte inferior de la nube.

Bajas, medias y altas

En 1956, la Organización Meteorológica Mundial publicó el Atlas Internacional de las Nubes, en el que definieron las 10 formas básicas que acabamos de revisar, a partir de la clasificación de Howard y en función de la altura que alcanzan en el cielo. Así, las nubes bajas, que se encuentran por debajo de los 2.000 metros, son los estratos y los estratocúmulos.



Las nubes medias son las que se generan entre los 2.000 y los 7.000 metros, aquí se encuentra los altoestratos, los altocúmulos y los nimbostratos.

Las nubes altas, que se forman por encima de los 6.000 metros, son los cirros, los cirrocúmulus y los cirrostratos. Los dos últimos tipos son los cúmulos y los cumulonimbos, con su imponente desarrollo vertical que las sitúa desde nubes bajas a altas.

Muchas formas y tamaños para un espectáculo de pase diario que flota, prodigioso, sobre nuestras cabezas.

Cortesía de: Open Mind

El ser humano comenzó a usar ropa hace 170.000 años


Estudiando el ADN de los piojos, un científico descubrió que el hombre empezó a usar ropa hace 170 mil años y subsistió cerca de 800 mil años sin vello corporal y sin ropa.


Un nuevo estudio en el que se ha rastreado la evolución de los piojos demuestra que los humanos modernos comenzaron a usar ropa hace unos 170.000 años. Esta nueva tecnología les permitió tiempo después marcharse de África y emigrar con éxito a otras partes del mundo.

El investigador principal, David Reed, del Museo de Historia Natural de Florida, en el campus de la Universidad de Florida, estudia los piojos de los humanos modernos para conocer mejor la evolución humana y los patrones de migración. En su último estudio, que ha durado cinco años, utilizó la secuenciación de ADN para calcular cuándo los piojos de la ropa comenzaron a divergir genéticamente de los piojos del cabello humano.

Los datos con los que ha trabajado Reed muestran que los humanos modernos comenzaron a usar ropa unos 70.000 años antes de emigrar hacia zonas de climas más fríos, en latitudes más altas, un proceso éste último que se inició hace unos 100.000 años. Determinar con este grado de exactitud cuándo comenzó el Ser Humano a llevar ropa sería prácticamente imposible disponiendo sólo de datos arqueológicos, porque la ropa de tanto tiempo atrás difícilmente puede conservarse hasta nuestros días en los yacimientos arqueológicos.

El estudio también muestra que el Ser Humano comenzó a usar ropa mucho después de perder el pelaje de su cuerpo, lo cual, según investigaciones previas, sucedió hace alrededor de un millón de años. Esto significa que el Ser Humano pasó una cantidad considerable de tiempo sin pelaje corporal ni ropa.

El motivo de estudiar a los piojos en el marco de la arqueología y la paleontología es que, a diferencia de la mayoría de los otros parásitos, su notable especialización en las especies que parasitan los hace mantener una estrecha relación de coevolución con éstas, hasta el punto de que estudiarlos permite a los científicos obtener datos importantes sobre los cambios evolutivos en el animal parasitado basándose en los cambios detectados en el parásito.

En un estudio de los piojos de la ropa dirigido en 2003 por Mark Stoneking, un genetista del Instituto Max Planck de Leipzig, Alemania, se llegó a la conclusión de que los seres humanos comenzaron a usar ropa hace unos 107.000 años. Pero la investigación de Reed incluye nuevos datos, así como métodos de cálculo más adecuados para este tipo de trabajo.

El nuevo resultado de este estudio es una fecha inesperadamente antigua para el inicio del uso de la ropa, bastante anterior a lo inferible a partir de los indicios arqueológicos disponibles. Sin embargo, esa fecha tiene su lógica, ya que significa que los primeros humanos modernos probablemente comenzaron a usar ropa de forma habitual para protegerse del frío cuando se enfrentaron por primera vez a las duras condiciones de una Edad de Hielo.

Los seres humanos modernos surgieron hace unos 200.000 años. Y la fecha planteada por el estudio sugiere que los humanos comenzaron a usar ropa en la penúltima era glacial, la primera con la que se toparon.

La ropa, junto con el fuego y las herramientas para cazar constituyen las tres tecnologías fundamentales en la evolución epigenética del hombre en sus albores.
 
Fuentes:

Noticias de la Ciencia

Pijama Surf 

Los humanos ya cocinaban papas hace 170.000 años

Rizomas tostados hallados en Lebombo (Sudáfrica) muestran cómo los 'sapiens' cocinaban vegetales que les ayudaron en su expansión.


El hallazgo de una serie de tallos tostados prueba que los humanos ya cocinaban plantas hace al menos 170.000 años. Las muestras serían rizomas o tubérculos de una especie de patata. Aunque se pueden comer crudos, multiplican su aporte nutricional una vez cocinados. Para las autoras del descubrimiento, los restos chamuscados de la fotografía debieron ser parte fundamental del desarrollo de la dieta humana y de la propia evolución de la especie.

"Se trata de las partes subterráneas de plantas comestibles más antiguas halladas en el mundo", afirma la investigadora del Instituto de Estudios de la Evolución de la Universidad de Witwatersrand (Johannesburgo, Sudáfrica) y principal autora de la investigación, Lyn Wadley. La observación al microscopio y su comparación con varias especies actuales ha permitido a Wadley y sus colegas determinar que 55 de las muestras analizadas serían rizomas de Hypoxis angustifolia, planta que pertenece al género de las patatas africanas. "Aún se comen hoy en muchas zonas rurales de África cocinándolas sobre las ascuas de una hoguera", añade. De hecho, los restos encontrados en una cueva de la cordillera de Lebombo, en el nordeste de Sudáfrica, estaban entre las cenizas de un fuego.
Gracias a varias técnicas de datación y a su posición en el estrato, las autoras del estudio estiman que los tallos fueron asados hace unos 170.000 años, con un margen de error de unos pocos miles de años. "Se han hallado semillas aún más antiguas en otros yacimientos", aclara Wadley. "Pero la relevancia de los rizomas de Hypoxis es que son ricos en almidón (como las patatas) y altamente nutritivos", añade la veterana arqueóloga.

El almidón es el carbohidrato de reserva de la mayoría de los vegetales y en el intestino humano tiene un papel que resulta vital. Como recuerda la investigadora sudafricana, la carne de caza africana es muy magra y escasa en grasas, en especial en la temporada seca. "Las proteínas de la carne magra no pueden ser metabolizadas por los humanos si no intervienen los carbohidratos o las grasas", dice. Así que la incorporación de los azúcares de los rizomas de H. angustifolia habría permitido a los primeros Homo sapiens procesar las proteínas y obtener una dieta más equilibrada.

Lyn apunta un detalle en apariencia menor: "Una vez cocinados, son más fáciles de pelar y la fibra se descompone, haciendo que los rizomas sean más digeribles. Esos beneficios debieron ser relevantes para los mayores del grupo y para los más pequeños". Sobre este hecho argumenta: "Al ser los miembros más vulnerables, no formarían parte de las salidas a recolectar, debiendo esperar en la cueva. El hecho de que la comida fuera transportada hasta el hogar y luego cocinada aporta información extra sobre la conducta social y cómo compartían hace 170.000 años".

Las autoras de la investigación, publicada en Science, aportan otro elemento en sus conclusiones. Los humanos necesitan un mínimo de 100 gramos de carbohidratos al día para que su órgano estrella, el cerebro, funcione de forma óptima. Con estos rizomas podrían cubrir sus necesidades. "Por los huesos de animales que hemos encontrado, sabemos que los habitantes de la cueva también comían carne", comenta Lyn y añade: "Los Homo sapiens tienen cerebros grandes y exigentes [en energía], pero intestinos pequeños (comparados con homininos anteriores). La única manera de mantener esta relación era que comieran comida de gran calidad". Lyn también recuerda que la Hypoxis angustifolia se da en casi toda África, así que bien pudo ser un sostén en la expansión humana por el continente y más allá.
 
Con información de: El País (España)
google.com, pub-7451761037085740, DIRECT, f08c47fec0942fa0