- El color blanco lo produce el aire atrapado en los copos de nieve
- Es el mismo efecto que da el color blanco al pelo de los osos polares
Los copos de nieve son cristales de agua congelada alrededor de una mota de polvo.
Estas dos últimas semanas la nieve ha sido la protagonista
meteorológica en la Península Ibérica. Ha hecho tal acto de presencia
que
las estaciones de esquí han adelantado su apertura y ciudades como Alicante o Madrid se han visto teñidas de blanco. Los hay que se han preguntado
si la nieve es agua congelada por qué es blanca y no transparente como el hielo. La ciencia tiene la respuesta.
La nieve está formada por
copos, que son cristales de agua congelada
alrededor de una mota de polvo. Tienen forma de estrella de seis brazos
y cada uno está formado por alrededor de un quintillón de moléculas. Se
forman en nubes saturadas de gotas de agua cuya temperatura desciende
hasta los -12ºC. A medida que los copos se van agregando entre ellos,
queda atrapado aire. Es ese aire el que da el color blanco a la nieve.
Ese aire
dispersa la luz, es decir, la absorbe y a continuación emite en todas las direcciones
como si fueran bolas de billar. La luz es blanca porque es la suma de
todos los colores del arco iris: rojo, naranja, amarillo, verde, azul y
violeta. El aire está compuesto de moléculas de oxígeno, nitrógeno y
gases nobles y también de partículas en suspensión, como polvo, gotas y
cristales de agua y sal.
Cada uno de los elementos que conforman
el aire dispersan la luz en un color en concreto, según sus
particularidades. Es decir, cada uno tiene preferencia por algún color
de los que componen la luz que incide sobre ellos y lo separa de los
demás. Por ejemplo, el nitrógeno y el oxígeno dispersan más el color
azul y violeta, que emiten en todas las direcciones, mientras que dejan
pasar el restos de los colores en línea recta. Nosotros
vemos los rayos azules disparados en todas las direcciones.
Sin embargo, el aire encerrado en un hueco tan pequeño como es el que
queda entre los copos de nieve es distinto al que produce el cielo azul.
En esas condiciones de reclusión los colores también se dispersan pero
el ojo humano no puede apreciar la selección cromática de los distintos
elementos.
Vemos la luz mezclada de nuevo, es decir, blanca.
Este mismo efecto se produce por ejemplo, con
el pelo de los osos polares.
Su manto no es níveo, sino transparente. Es el aire atrapado entre los
pelos el que le da el color blanco al difundir la luz igual que en la
nieve.
Ese mismo aire que dota de color blanco a la nieve le confiere otra de sus características:
el efecto relajante.
Los que vivimos en la ciudad notamos con especial intensidad la calma
que trae consigo la nieve. El ambiente de la urbe se vuelve silencioso.
No es porque los coches vayan más despacio o haya menos gente paseando.
Lo que ocurre es que
la nieve amortigua el sonido. Al
aire que alojan los copos en su interior se suma el que queda atrapado
en la nieve cuajada, que esconde abundantes cavidades que esconden mucho
más aire todavía.
La monumental de los tres ochos y otras nevadas histórica
En España, las precipitaciones en forma de nieve son lo más común por
encima de los 2.500 metros. En enero y febrero se registran la mayor
parte de las nevadas. El
meteorólogo José Miguel Viñas
ha viajado de pueblo en pueblo en busca de archivos eclesiásticos y
municipales donde consultar las nevadas más memorables ocurridas en
nuestro país, que nos destaca en su libro ‘La ciencia del tiempo’ (Ed.
Almuzara). La mayor hasta ahora ha sido la “nevadona de 1888” o “la
monumental de los tres ochos”: nevó ininterrumpidamente en el norte,
sobre todo en Asturias, entre el 14 y 29 de febrero. En el pueblo de
Pajares se acumularon hasta 5 metros del meteoro. Cuando llegaron las
brigadas de salvamento acertaron a saber que había un pueblo por las
chimeneas que sobresalían. Otra nevada eterna fue la de la localidad
cántabra de Reinosa donde nevó 62 días seguidos en 1917. Una nevada
insólita fue la que cayó en Mallorca en enero de 1967, que obligó a
quitar la nieve de los tejados para evitar su hundimiento. La nevada más
copiosa de la ciudad de Madrid ocurrió en noviembre de 1904. Se acumuló
metro y medio de nieve. La última gran nevada en Barcelona tuvo lugar
el oportuno día de Navidad de 1962.
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