Frente a ser decapitado con una guillotina, surge un problema propuesto por algunos médicos: la muerte podría no ser inmediata y la cabeza dividida del cuerpo continúa viviendo un cierto tiempo, ya que no está muerta, sino moribunda.
Es más, se piensa que las personas ejecutadas en la guillotina durante la Revolución Francesa, “disfrutaban” de un tiempo en el que comprobaban cómo los asistentes a la ejecución les vituperaban cuando el verdugo alzaba su cabeza para mostrarla al público… Eran sólo unos segundos, que es el tiempo que tarda el cerebro en perder su aporte sanguíneo.
El fisiólogo Paul Loye (1861–1890), no faltaba a ningún ajusticiamiento capital de guillotina que tuviese lugar en París y a veces también presenciaba algunas ejecuciones de provincias. Llegó a escribir un libro con sus observaciones al que tituló “La mort par décapitation” (“Loye: Death by Decapitation”).
En él anotó el hecho de que el procesado, frecuentemente sufría un síncope antes del momento fatal y cuando el verdugo le decapitaba, estaba ya prácticamente muerto. La ansiedad, la angustia o la emoción solía ocasionarles un shock.
Las entrevistas que se realizaron a verdugos confirmaron esta circunstancia. Por ejemplo, Brand, un ejecutor de Berlín, sostenía que de cada diez criminales ejecutados por él, apenas uno llegaba más o menos íntegro al castigo. Los otros estaban ya casi muertos cuando les ponía la mano encima. Eran como una masa sin vida, fuerzas o sensibilidad. Deibler, un ejecutor de París narraba casi lo mismo. El verdadero dolor no lo notaban al ser guillotinados, sino en los momentos anteriores a su muerte. Más bien se trataba de un dolor moral.
Los líderes de la Revolución Francesa aprobaron la guillotina por recomendación de la Academia de Cirugía para efectuar las ejecuciones capitales. La Academia aconsejó el instrumento inventado por un médico, el Doctor Joseph Ignace Guillotin, por su forma rápida y limpia de ejecutar. Los técnicos aseguraban que el dolor duraba escasas fracciones de segundo, el tiempo que tardaba la cuchilla en seccionar la cabeza.
El Doctor Joseph Ignace Guillotin.
El famoso médico-legista Paul Brouardel decía que “la decapitación es la manera de suplicio que elimina de manera más eficiente, los dolores que resultan de la aplicación de la pena e incluso, los que en otras formas de pena de muerte, surgen de la falta de precisión y habilidad del verdugo”.
El doctor Paul Brouardel.
El francés Paul Loye, aparte de los comentarios sobre varios individuos castigados con la sentencia de muerte, desarrolló pruebas con animales. De esta manera pudo conocer más sobre el ahogamiento, el trituramiento de miembros con la rueda, el estrangulamiento, el despedazamiento y la quema en la hoguera. Uno de los ejemplos acerca de vivir sin cabeza, correspondería a los patos, que poseen más capacidad para poder vivir sin cabeza que los pollos. Eso forma parte de la sabiduría popular; si cortamos la cabeza a un pato, este saldrá corriendo, golpeándose con todo porque no puede ver nada, pero correrá y aguantará al menos un par de horas sin problema alguno.
Ya durante la Revolución francesa, se extendió la idea de que la cabeza podía seguir pensando y padeciendo una vez seccionada del cuerpo. El conocido anatómico alemán Doctor Samuel Thomas von Sömmerring señalaba que “la decapitación sólo se encontraba en países distinguidos por la estupidez y la brutalidad de sus leyes”. Estimaba que la cabeza separada del cuerpo, mantenía unos segundos (o una hora ¿quién sabe?) la sensibilidad y pensamiento. Se podían analizar movimientos espontáneos en las cabezas. El Profesor de Anatomía Doctor Sue, relataba que no sólo la cabeza, sino el cuerpo, mostraba signos de sufrimiento tras la decapitación. Desde el año 1794 surgió una acalorada discusión entre los médicos, iniciada por el Doctor Soemmering en Alemania y el francés Doctor Oelsner, quienes se preguntaban si la muerte se producía coincidiendo con el acto de la decapitación.
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