El mono desnudo – Desmond Morris (1967)
Primavera silenciosa – Rachel Carson (1962)
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Ciencia sencilla, ciencia divertida, ciencia fascinante...
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"Me parece que los libros me hablan; eso es porque cada vez hay más" dice con una sonrisa. "Los libros me dicen que quieren ser leídos; quieren circular de mano en mano".Guanlao comenzó su biblioteca en el año 2000, poco después de la muerte de sus padres. Quería honrar su memoria y se le ocurrió que la mejor forma de hacerlo era promover el hábito de lectura que él había heredado.
"Ví mis viejos libros de texto y se decidí compartirlos públicamente".Así que puso los libros, apenas 100, en la puerta de su casa para ver si alguien quería pedir prestado alguno. Lo hicieron. Y a la hora de devolverlos, traían otros nuevos para añadir a la colección. Así nació la biblioteca.
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"No he estado en ninguna biblioteca pública excepto en la Biblioteca Nacional de Manila, pero está tan lejos que no es posible pedir libros prestados".
"Teniendo en cuenta el nivel de renta de la población, los padres tienen otras prioridades".
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Nanie Guanlao |
"No se les hace justicia a estos libros abandonándolos en un armario o en una caja"
"Un libro debe ser utilizado y reutilizado. Tiene vida propia, tiene un mensaje"
"Como cuidador de libros te conviertes en un hombre completo"
Y es que ese olor no es más que un síntoma de la destrucción de la biblioteca: nos parece inspirador que se destruya justamente aquello que adoramos.
Lorena Gibson, una químico de la Universidad de Strathclyde, en Escocia, es la responsable de un proyecto denominado Patrimonio de olores, en el que se identifican los problemas de salud de los libros en sus etapas iniciales gracias al matiz en el olor que desprenden. Incluso están trabajando en un espectrómetro de masas portátil, una especie de nariz artificial que localiza las moléculas que causan el olor a humedad.
“Oliendo” los gases emitidos por 72 documentos antiguos de los siglos XIX y XX con una nueva técnica llamada degradómica material, un equipo de científicos británicos y eslovenos ha conseguido identificar 15 moléculas volátiles que podrían ser buenos marcadores para cuantificar a ciencia cierta el riesgo de que se degraden la celulosa, la lignina, la fibra de madera y otros componentes de los libros.
El olor de los libros antiguos es el resultado de cientos de compuestos orgánicos volátiles (VOCs, por sus siglas en inglés) liberados desde el papel al aire. El principal responsable de que una biblioteca huela como huela es la desintegración de celulosa del papel de la que están confeccionados los libros. Desde mediados del siglo XIX, cuando los fabricantes de papel empezaron a usar pasta en lugar de algodón o lino, la mayoría del papel contiene un compuesto inestable que se llama lignina (el polímero orgánico más abundante en el mundo vegetal, que desprende olor a vainilla).
De algún modo, pues, ese olor que tanto nos gusta de los libros es olor a muerto, a muerte de libro, un síntoma que debería ponernos en guardia si queremos conservar el libro en cuestión.
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