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27 de agosto de 2012

¿Cómo averiguó el faraón Psamético quiénes fueron los primeros habitantes del mundo?


Hoy en día, y después de múltiples estudios y diversas teorías, y según los distintos descubrimientos, podemos datar la edad de la Tierra en algo más de 4.500 millones de años y, según los hallazgos en Herto (Etiopía), los primeros homo sapiens aparecieron hace unos 150.000 años pero el faraón Psamético decidió averiguar quiénes fueron los primeros habitantes o, mejor dicho, qué pueblo fue el primero que habitó la tierra con una técnica, como mínimo, original.


Relieve en la tumba de Psamético en Tebas

Psamético I fue el fundador y primer faraón Saita (XXVI dinastía) que reinó Egipto entre el 664 y el 610 a.C. Consiguió la independencia respecto del Imperio asirio y su pueblo conoció la prosperidad durante su largo reinado. Los tiempos de paz llevaron al faraón a darle más esplendor y pedigrí a su pueblo… creyendo que su pueblo era el más antiguo del mundo, quiso demostrarlo empíricamente. Para ello, preparó un experimento que demostraría cuál fue la primera lengua y, por tanto, el primer pueblo en habitar el mundo.

Según nos cuenta Heródoto, ordenó entregar dos recién nacidos a un pastor para que los criase sin contacto con otros humanos y con la prohibición de hablarles. Así, sin ninguna influencia y sin oír ninguna lengua, las primeras palabras que pronunciasen de forma natural, superada la etapa de los primeros sonidos ininteligibles, indicarían la lengua primigenia y los que la hablasen serían los primeros pobladores. Tras dos años de experimento, el pastor pidió audiencia con el faraón… habían dicho su primera palabra al tiempo que extendían sus brazos como pidiendo algo:
Becós, becós
Como ni el pastor y ni el faraón conocían el significado de aquella palabra, se convocó un comité de sabios para que pudiese determinar su significado y a qué lengua pertenecía. Tras varios días de reuniones se determinó que la palabra significaba pan y que era una palabra frigia. Por tanto, y muy a pesar del faraón y los egipcios que se consideraban el pueblo más antiguo, se determinó que los frigios, que ocupaban la mayor parte de la península de Anatolia en la actual Turquía, eran el pueblo más antiguo.

Fuentes: Cuéntame una historia – Carlos Goñi, Los egipcios (Heródoto)

Tomado de:

Historias de la Historia

14 de julio de 2012

Nueva evidencia sobre el origen de los primeros americanos


 Nuevas evidencias sobre el origen de los primeros americanos

Indígena

Los primeros habitantes de América llegaron desde Asia en tres oleadas distintas hace 15.000 años o más y no en una como sostenían hasta ahora algunas teorías.

Los hallazgos de la mayor investigación genética de nativos americanos realizada hasta el momento fueron publicados en la revista Nature
El equipo internacional de investigadores analizó datos de 52 grupos indígenas de América -desde Canadá hasta Tierra del Fuego- y 17 de Siberia, y estudió más de 300.000 variaciones de sus ADN, conocidas como polimorfismos de nucleótido simple (SNP, por sus siglas en inglés).
Esto les permitió examinar los patrones de similitudes y diferencias genéticas entre los grupos de población.
"Durante años se ha discutido si la ocupación de América ocurrió en una o varias oleadas procedentes de Siberia", dijo el profesor Andrés Ruiz-Linares de la University College London (UCL), coautor de la investigación.

"Pero nuestra investigación resuelve el debate: los indígenas americanos no provienen de una sola migración".

Linajes asiáticos

Niño indígena

La segunda y tercera oleada generaron impacto principalmente en las poblaciones del Ártico.

Según el estudio, la mayoría de las tribus descienden de la primera oleada a la que han denominado los "primeros americanos".

La segunda y tercera oleada se limitaron a Norteamérica y solo generaron impacto en las poblaciones del Ártico, cuyas lenguas pertenecen a la familia esquimo-aleutianas y a los chipewyan canadienses.

Estas poblaciones, sin embargo, heredaron la mayor parte de su genoma (la secuencia de ADN contenida en los núcleos de las células) de la primera migración.

Quienes hablan esquimo-aleutiano obtuvieron más del 50% de su ADN de los primeros americanos, mientras que los chipewyan obtuvieron alrededor del 90%.

Eso significa que las tres olas terminaron mezclándose.

"Hay por lo menos tres linajes en los indígenas americanos," dijo el coautor David Reich, profesor de genética de la Harvard Medical School. "La cepa asiática de la que provienen los primeros americanos es la más antigua, mientras que los linajes que otorgaron parte de su ADN a los esquimales-aleutianos y a los chipewyan canadienses están más estrechamente relacionados con las poblaciones actuales de Asia Oriental".

Pruebas de ADN mitocondrial -la información genética en las mitocondrias que dan energía a las células- apoyan la teoría de que la descendencia solo proviene de un grupo fundador de colonizadores, que cruzaron de Siberia a América a través del puente terrestre de Beringia.

Este puente natural apareció durante la última Edad de Hielo, cuando los niveles del mar eran más bajos y permitió a los cazadores explorar los dos continentes. Durante la última glaciación, volvió a desaparecer.

De norte a sur

Mapa

La migración de tres etapas había sido propuesta anteriormente, basada en una polémica interpretación de las relaciones del lenguaje y las características físicas de los dientes de los grupos de indígenas americanos.

El equipo también encontró que una vez que se encontraban en el continente americano, las personas se movieron hacia el sur, a lo largo de una ruta que bordeó la costa y que luego se dispersaron por el camino.

Después, hubo poco flujo genético entre los grupos de indígenas americanos, especialmente en América del Sur.

Dos excepciones notables a esta dispersión también fueron descubiertas por el estudio. En primer lugar, los hablantes de lenguas chibchas en América Central tienen ancestros del norte y el sur de América, lo que refleja que la población del sur regresó al norte en algún momento.

En segundo lugar, los hablantes de la lengua naukanski y chukchi -en la costa norte de Siberia- poseen ADN de los "primeros americanos". Por lo tanto, se considera que los hablantes esquimal-aleutianos emigraron de vuelta a Asia, llevando sus genes nativoamericanos.

El análisis del equipo se complicó debido a la afluencia en el hemisferio de los inmigrantes europeos y africanos desde 1492 y a los 500 años de mezcla genética que le siguieron.

Para solucionar esto, los autores desarrollaron métodos que les permitieron concentrarse en las secciones de los genomas de los pueblos indígenas que eran de origen completamente americano.

Fuente:

BBC Ciencia


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27 de abril de 2012

Un planeta saturado por la población y el consumo


Una calle atestada de gente en India. | Ap

Una calle atestada de gente en India. | Ap

  • La Royal Society alerta contra los efectos de la sobrepoblación
  • 22 expertos participan en el informe auspiciado por el biólogo John Sulston
  • Advierten del riesgo de un 'futuro inhóspito y con crecientes desigualdades'

El aumento de la población en los países en desarrollo y las pautas actuales de consumo en las naciones ricas pueden arrastrar al planeta al caos ambiental y económico. A esa conclusión han llegado 22 científicos, dirigidos por el biólogo y Premio Nobel John Sulston y bajo los auspicios de la Royal Society de Londres.

Durante 21 meses, los expertos han estudiado a fondo las actuales tendencias sociales, económicas y ambientales y han intentado vislumbrar qué futuro le espera a la humanidad en los próximos 100 años. El pronóstico es más bien sombrío.

"La población nunca nunca ha sido tan alta, los niveles de consumo no tienen precedentes y los cambios que se están produciendo en el medio ambiente son muy vastos", advierte el informe 'People and the Planet' de la Royal Society.

"Podemos elegir entre un nuevo equilibrio de los recursos y unas pautas más igualitarias de consumo", aseguran los expertos. "O podemos elegir no hacer nada y caer en una espiral económica y ambiental, que puede llevar al planeta a un futuro inhóspito y con grandes desigualdades".

En su primera pare, los científicos alertan sobre la presión del crecimiento de la población de aquí al 2050, "el equivalente a una nueva ciudad de un millón de habitantes cada cinco días". El informe asume que, partiendo de los 7.000 millones de personas que hay ahora, de aquí a mediados de siglo habrá 2.300 millones nuevos de habitantes (la población combinada de China e India actualmente).

Situación límite

Los autores no se pronuncian por cuál sería la "población sostenible" del planeta, aunque advierten que las actuales pautas de consumo pondrían los recursos en una situación límite por encima de los 9.000 millones de habitantes. "La presión sobre un planeta finito nos va a obligar a cambiar radicalmente la actividad humana", vaticina Jules Pretty, uno de los 22 expertos que han participado en el informe.

"En términos materiales, va a ser necesario que los países desarrollados moderen el consumo y tomen medidas drásticas para disminuir sus emisiones de CO2", recalca Pretty. "Pero va a ser también necesario sacar de la pobreza a los 1.300 millones de habitantes que viven con menos de 1,25 dólares al día. Es vital que los países en desarrollo controlen su población, y va a ser también necesaria una mejor redistribución de la riqueza. Es inconcebible un mundo en el futuro con las desigualdades que tenemos hoy en día".

Según los expertos, el mayor reto de aquí al 2050 no va a estar en Asia sino en Africa. "La población va a aumentar en el continente en 2.000 millones este siglo", advierte Ekliya Zulu, al frente de la Unión para el estudio de la Población en Africa. "Tenemos que lograr reducir la fertilidad por debajo del 2,1, y ahora estamos en el 4,7. Cuando se ralentiza el crecimiento de la población, las mujeres tienen más poder y eso significa más dinero para los que menos tienen y más posibilidades para educación".

Los esfuerzos para controlar la población en los países en desarrollo (32 de ellos en Africa) han de ir acompañados en cualquier caso de un esfuerzo sostenible para cambiar las pautas de consumo en los países ricos, de acuerdo con la Royal Society, que apremia a los gobiernos a tomar "acciones urgentes" para garantizar un futuro sostenible.

Fuente:

El Mundo Ciencia

22 de marzo de 2012

¿Cuánta agua necesita América Latina y el Perú diariamente?

Especial: Día del Agua

File image of a person holding bottles of water.   REUTERS/Darren Staples/file Foto: Reuters



Unos 3.000 litros de agua se requieren para producir suficientes alimentos que satisfagan las necesidades diarias de una persona, destacó hoy un informe de la FAO regional en el Día Mundial del Agua.

"Si queremos alimentar a una población creciente, es fundamental producir más alimentos utilizando menos agua, reducir el desperdicio y las pérdidas y avanzar hacia una alimentación más sostenible", señaló Alan Bojanic, representante de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) para América Latina y el Caribe.

Bojanic aseguró que la agricultura utiliza hoy el 70 % de toda el agua que se extrae de acuíferos, ríos y lagos, comparado con un 20 % por parte de la industria y un 10 % es utilizado para usos domésticos.

"Hoy en día hay más de 7 mil millones de personas que alimentar en el planeta y se prevé que esta cifra llegará a 9 mil millones en 2050", enfatizó.

Afirmó que aunque América Latina es una región rica en recursos hídricos, ya que recibe casi el 30 % de la precipitación mundial y posee una cantidad de agua por habitante muy por encima del promedio mundial (28.000 metros cúbicos por habitante al año), su distribución es muy desigual y su disponibilidad está sujeta a numerosas presiones.Enlace

Bojanic sostuvo que ante la creciente escasez de agua en algunas regiones requiere mejorar la eficiencia de su uso para la producción de alimentos, implementando técnicas para mejorar el riego y mantener la humedad de los suelos, la retención y almacenamiento del agua.

Frente al cambio climático, Bojanic afirmó que se requiere de una agricultura "climáticamente inteligente", que incremente de manera sostenible la productividad mediante la adopción de prácticas de adaptación, una mejor gestión de los riesgos climáticos en la producción de alimentos además de la identificación y reducción de vulnerabilidades a eventos extremos.

Fuente:

Terra Noticias


9 de diciembre de 2011

Así se ven 7 mil millones de personas distribuidas en el mundo

Dencity

Si alguna vez te preguntaste cómo lucen poco más de 7 mil millones de habitantes en la Tierra, Brian Merchant de Fathom Information Design tiene una respuesta al crear esta infografía. Con datos recopilados del Centro Internacional de Ciencias de la Tierra (CIESIN) Brian diseñó “Dencity”, que muestra la densidad de población y cómo podría impactar en el uso de bienes y servicios.

Pero, ¿qué significan los círculos? Si la forma es más grande y en colores oscuros significa que hay una menor densidad de población pero si los círculos son más pequeños y de colores más claros, hay mayor población por kilómetro cuadrado.

El pasado 31 de octubre de 2011 alcanzamos los siete mil millones de habitantes según las estimaciones de la ONU, un crecimiento exponencial que se manifiesta principalmente en los países en vías de desarrollo. Algunas de las zonas más densamente pobladas se ubican en Beijing, Tokio, la Costa Este de Estados Unidos, Ciudad de México, Karachi y Dehli.

Ahora podrás decir con orgullo “soy uno en siete mil millones y contando” y por otro lado, es para ponerse a pensar acerca de los retos que conlleva, desde la sustentabilidad, el medio ambiente así como el cambio climático.

Brian vende la infografía en un poster de 61×91 centímetros para que decores tu habitación, el problema es que el envío está limitado a aquellos que viven en Estados Unidos.

Fuente:

FayerWayer

27 de octubre de 2011

La batalla diaria en la sobrepoplabada Paris

Especial: Demografía

El día a día en la ciudad más poblada —y una de las más caras— de Europa no es fácil. Julie y Alan viven en el distrito número 11. Son de los pocos que aún no se han exiliado a la cada vez más concurrida periferia. Los precios desorbitados de los alquileres y el ritmo de vida en el corazón de la 'ville' han empujado a los parisinos al exilio campestre.


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Cada mañana Julie, parisina de 30 años, enciende su portátil aún con las huellas de las sábanas marcadas sobre su rostro. Tiene suerte. Su 'puesta a punto' antes de afrontar la batalla diaria dura exactamente lo que tarda en saltar de la cama a la mesa y prepararse un té. Al contrario que la mayoría de los vecinos de París, ella no tiene que meterse en el pozo suburbano para llegar a su trabajo. Desde que creó su propia agencia de comunicación se ahorra las horas de atascos, empujones y apretones matutinos. «Lo mejor que tiene trabajar por tu cuenta es poder coger el metro a horas fuera de las punta», explica.

Julie Mayer es un punto en la enrevesada madeja de más de dos millones de cabezas que habitan la corona de la capital francesa, una cifra que se eleva a más de 10 millones si en el cálculo se incluye la región. París es la ciudad más densa de Europa. Sus calles son un hervidero de abrigos ajetreados que van de casa al trabajo, del trabajo a casa.

Alan, compañero de Julie desde hace tres años, sí padece la marabunta diaria, aunque siempre que el tiempo acompaña huye del metro y va a pie a trabajar porque así puede disfrutar de la arquitectura parisina, una de las cosas que más le gusta de la ciudad. «Lo peor es la mala educación. La gente que no respecta las reglas, como los ciclistas que van por las zonas de peatones o los que se salta las colas», se lamenta, resignado, este escocés de 32 años.

Vivir en la ciudad más poblada de Europa no es fácil. Julie lo resume en una frase: «París es una batalla diaria». Hace poco más que un año que la pareja se mudó a un apartamento de dos habitaciones en el distrito número 11 para poder tener un poco más de espacio. Un lujo al alcance de pocos en una ciudad donde la opción para la mayoría no pasa de los 40 metros cuadrados.

Ellos son de los pocos que aún no se han exiliado a la cada vez más concurrida periferia. Los precios desorbitados de los alquileres y el ritmo de vida en el corazón de la 'ville' han empujado a los parisinos al exilio campestre. Todavía ligados a la urbe, Julie y Alan no tardarán en unirse a sus compatriotas. «No me imagino criando a mis hijos en una ciudad tan caótica», explica la joven.

Durante la semana, desplazamientos y obligaciones consumen las horas de vida. Es durante el fin de semana cuando parisina y escocés pueden disfrutar de sus aficiones y casi siempre este paréntesis pasa por huir de París, rumbo a Escocia, donde vive la familia de Alan. En la capital francesa, donde la temperatura media ronda los 10 grados y apenas asoma el sol, sus opciones de ocio se limitan a ir al cine o a ver una exposición. Si Julie es más callejera, Alan prefiere refugiarse en la intimidad de casa para leer. Su pequeño placer es pasarse la tarde entera del domingo devorando novelas. «Es lo que no puedo hacer durante la semana», explica el joven.

Además de ser la más poblada, París cuenta con el dudoso honor de ser también una de las ciudades más caras de Europa. Por eso, la vida social se hace a menudo de puertas para dentro. La cocina es un valor importante en la cultura francesa y también en este reducto francés que comparte la pareja en el barrio de Oberkampf. Amantes de la cocina, las veladas domésticas con amigos son un clásico en casa de Julie y Alan.

«Cuando el tiempo lo permite salimos al patio común. Los parisinos buscamos salidas al estrés de la ciudad, una bocanada de aire fresco», dice Julie, que apunta que esto explica el afán de nuestros vecinos por el universo bio. «El francés siente que ha perdido todo el contacto con la naturaleza, con el origen de lo que come. En ese tipo de alimentación encontramos esta conexión con la tierra que ya no tenemos», explica Mayer.

Sabe de lo que habla, pues desde hace años esta periodista trabaja como asesora en temas de salud y alimentación. Con la creación de su agencia de comunicación hace un año su sueño está casi cumplido. Ahora sólo le queda volar. «Me gustaría trabajar en el extranjero, aplicar todo lo que sé en otros países», explica. Más conservador, Alan asegura que sólo se irá si le garantizan un puesto similar en el banco donde trabaja. «¡Vivir en Asia con el sueldo de expatriado es un auténtico lujo», le advierte su pareja.

Hace dos meses que a su familia se ha unido Cooper, un 'cachorro' de año y medio, y acaban de saber que pronto serán uno más. Francia es uno de los países europeos con la tasa de natalidad más elevada y cada año 830.000 nuevos ciudadanos ayudan a colmar el casi desbordado vaso francés. Según datos del Instituto de Estadística, la mujer francesa se convierte en madre a los 30 años y tiene una media de 2 hijos.

Julie no es una excepción al perfil. A sus 31 años afronta el reto «feliz». «Siempre he pensado que un hijo no tiene por qué impedirte hacer tus proyectos, así que sigo con mi idea de vivir en Asia». Alan ve el momento para salir de la urbe y «tener por fin un jardín». La llegada de un nuevo miembro al clan Mayer-Guetier les da aún más alas para volar de esta ciudad, «maravillosa pero asfixiante a la vez».

Fuente:


El Mundo (España)

Sobrepoblación: Un pisito en El Cairo

Especial: Demografía

Uno de cada cinco egipcios vive bajo el umbral de la pobreza. Um Mohamed relata cómo es su vida en un pequeño piso de Al Qarafa ('la ciudad de los muertos') una árida llanura sita en el este de la capital egipcia, la megalópolis que habitan más de 20 millones de almas. «Vivimos felices. Tenemos parabólica, teléfono, internet…», dice, desde un patio con vistas a decenas de tumbas.



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Um Mohamed, en la azotea de su casa en 'la ciudad de los muertos' de El Cairo. | F.C.

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Ali Husein, en la cocina habilitada en el panteón donde vive y mostrando el salón de su vivienda. | F.C.

Las cuatro paredes que guardan los sueños de Um Mohamed custodian también el descanso eterno de Ibrahim Pasha, el hijo del comandante albanés que emancipó a Egipto de la tutela otomana. Ajenos a las hazañas bélicas de su inquilino decimonónico, la joven de 30 años y su marido han convertido el panteón en el hogar que soporta las batallas cotidianas de sus hijos: los seis y tres años de Mohamed y Sef y los 10 meses de la pequeña Yumena.

«Vivimos felices. Tenemos parabólica, teléfono, internet…», enumera la mujer desde un patio con vistas a decenas de tumbas. Su vivienda se levanta en Al Qarafa ('la ciudad de los muertos', en árabe coloquial egipcio), una árida llanura sita en el este de El Cairo, la megalópolis que habitan más de 20 millones de almas. Entre lápidas y viviendas funerarias, unos cinco millones de vivos mantienen tiendas de comestibles, talleres mecánicos y lavanderías o sencillamente sobreviven.

Las estadísticas indican que uno de cada cinco egipcios vive bajo el umbral de la pobreza. Pero el salvaje crecimiento económico y el aumento de la inflación condenan a muchos otros descendientes de la tierra de los faraones a una vida mísera. A unos kilómetros de lujosas urbanizaciones y guetos para ricos, los panteones de un cementerio son los únicos metros hábiles para miles de familias como la de Um Mohamed.

«Existen muchas diferencias entre clases aunque algunos ricos son buenos», puntualiza la joven que, antes de casarse a los 23 años, sirvió en la vivienda de «unos señores pudientes» por un jornal de 20 libras (poco más de 2 euros). Desde el primer embarazo, es su marido quien para traer ingresos a casa completa su sueldo de funcionario —apenas 50 euros hasta hace unos meses— recorriendo las tardes cairotas a bordo de un taxi. Aunque Um Mohamed maldice a «la crisis económica» por su precaria existencia, jamás ha gozado de los beneficios de los tiempos de bonanza.

Impermeable a las penurias y su desaliento, la treintañera se despereza al amanecer. «Me levanto a las seis de la mañana. Visto a mi hijo mayor y tomamos un autobús hasta el colegio. Durante la mañana cocino y luego vuelvo a recogerle», relata mientras sus ojos grandes y expresivos miran el reloj. «En un rato debo ir a la escuela», agrega quien presume de ser «buena cocinera», especializada en macarrones al horno o ‘sambusek’ (una especie de empanadilla).

Como el cubículo de techos altos y escasa ventilación y luz en el que viven, el menú familiar desconoce el lujo. Contadas veces al mes compran carne —el kilo está a 10 euros, justifica la mujer— y la dieta es una sucesión de verduras, arroz, pasta, pan y queso. Um Mohamed, enfundada en una larga túnica negra, es una romántica aficionada a las películas de viejas emperatrices y a los cuentos de hadas. «Pero también a las series y películas de acción extranjeras», matiza y esboza una sonrisa pícara que ilumina un rostro envuelto en un ‘hiyab’ (pañuelo islámico). Sin embargo, el rey de sus pasiones catódicas son las ‘musalsalat’, los culebrones que suelen acaparar la parrilla egipcia durante el Ramadán, un mes de ayuno, perdón y reconciliación interior para los musulmanes.

«Las egipcias trabajamos más que ellos pero estamos en casa. Somos respetables. No vamos por ahí buscando…», explica sentada en un sillón harapiento que comparte con su padre Ali Husein, un hombre de 60 años cuya figura dócil y callada parece confundirse con la realidad funeraria que le rodea. «Es mi hija mayor. Tengo otra chica y un varón de 23 años. Ella es buena y fiel. Está en las buenas y las malas», confiesa Ali. Entre bromas, su primogénita le recuerda las trabas que puso a su matrimonio. «Es que él no había hecho el servicio militar y tú solo estabas empezando la vida», le replica un débil hilo de voz.

Ali recibe al periodista arrastrando su cuerpo por las estancias del panteón. En cuestión de segundos, abre y cierra puertas; agasaja al invitado con un vaso de té; vierte unas cucharadas de azúcar en el cuenco; guarda la ropa apilada sobre uno de los camastros y ofrece unas chancletas ajadas para recorrer el interior. Ningún lugar permanece sin desvelar. Orgulloso de un lugar que habitaron sus antepasados, el hombre ataviado con una galabiya (una tradicional y holgada túnica) ejercita también la hospitalidad pulsando el interruptor que acciona las aspas de un ventilador colgado en el techo.

«Lo único que deseo es que el futuro de mis hijos y nietos sea mejor», declara el padre. Y Um Mohamed, que sólo completó la educación obligatoria, asiente. «Yo me privo de muchas cosas para que mis hijos lleguen a ser alguien en la vida», afirma antes de describir sus renuncias. «Míreme. Mis vestidos no son de buena calidad. Y ver el mar una vez al año son nuestras únicas vacaciones. Vamos al amanecer y regresamos por la tarde en minibús», responde. Las furgonetas que la familia suele usar para alcanzar la playa o desplazarse por la enloquecida jungla cairota son conocidas entre los egipcios como «los diablos del asfalto».

La madre de Mohamed, Sef y Yumena confía en el fruto lento de sus sacrificios: «Quiero que mis hijos sean ingenieros, oficiales de las Fuerzas Armadas o policías… pero no abogados porque son unos buitres y carecen de misericordia». Puestos a fantasear, el otro sueño de quien ha transitado sin éxito por los irritantes pasillos de la burocracia es un techo nuevo y luminoso: «Con un salón, un comedor espacioso, un dormitorio individual para la niña y otra pieza para los dos varones…»

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Panorámica de Al Qarafa. | F.C.

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Dos niños juegan en 'la ciudad de los muertos'. | F.C.

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El Mundo (España)

La sobrepoblada NY: Una habitación por 800 $

Especial: Demografía


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Wendy y Roger, en el campus de Columbia. | E.S

Nueva York no es sólo Manhattan, por mucho que se empeñen las películas. El núcleo urbano que integran Nueva York y Newark 'engulle' a cerca de 20 millones de personas. Esta ciudad, cara y abrasiva, recibe cada año cientos de miles de extranjeros. Pisos caros, muchas horas de trabajo, pocas vacaciones... Y casi todo el que llega se quiere quedar.

No es el nombre que aparece en su pasaporte, pero aquí todos la llaman Wendy. Es china y acaba de llegar a Nueva York para estudiar ingeniería electrónica en la Universidad de Columbia. «Me encanta este lugar», explica sonriente, «siempre hay muchas cosas que hacer y muchos parques. Y me gusta tener las últimas novedades tecnológicas al alcance de la mano».

Wendy nació en una localidad de la provincia china de Sichuan y acaba de cumplir 23 años. Su padre forma parte de la burocracia gubernamental y su madre tiene un empleo en una firma financiera. «Aquí vivo con otros seis estudiantes en un piso alquilado», explica, «llevo aquí sólo unas semanas pero ya he hecho muchos amigos. Muchos son americanos pero también algunos turcos».

Wendy es un ejemplo de la ductilidad de esta ciudad, que cada año recibe a cientos de miles de estudiantes extranjeros. Columbia es la universidad más prestigiosa de Nueva York y sus responsables presumen de acoger a jóvenes de 140 países distintos. Algunos llegan con una beca Fulbright bajo el brazo. Otros como Wendy están aquí gracias al esfuerzo de sus padres y a la generosidad de la universidad. «Columbia es una escuela muy conocida y por eso quería estudiar aquí», explica Wendy, «todos los profesores son excelentes y el entorno es magnífico para estudiar».

Wendy está en el campus porque tiene una reunión. Le acompaña su novio Roger. Un chino que también es natural de la provincia de Sichuan pero al que ha conocido aquí estudiando ingeniería electrónica. Roger tiene 23 años y tiene un perfil muy similar. Su padre trabaja para el Gobierno chino y su madre para una aseguradora. Él también aspira a terminar sus estudios en Nueva York y a trabajar quizá después en una firma estadounidense. «Siempre sentí la llamada del sueño americano», explica Roger, «Nueva York es mi ciudad favorita y me encantaría trabajar aquí cuando termine la carrera. No tengo prisa por volver a China».

A Roger le encanta la ciudad por sus conciertos y porque siempre hay algo que hacer. Pero responde con recelo a las preguntas y se asegura de la identidad del reportero. Quizá por el reflejo de una persona que ha vivido en un país sometido al control dictatorial. Él y Wendy llevan gafas con monturas caras y sendas sudaderas de Abercrombie. A priori no parece que tengan problemas de dinero. En estos dos meses han tenido tiempo de salir de compras por la ciudad.

Nueva York es una ciudad atractiva pero poco propicia para los estudiantes. Una habitación en un piso compartido roza los 800 dólares sin incluir el gas, la conexión a Internet y la televisión por cable. El espacio es muy reducido. Los pisos casi nunca tienen lavadora y sus inquilinos se someten a la tortura de hacer la colada en las máquinas comunitarias de los sótanos del edificio. Quienes viven en Manhattan no suelen tener coche, pero el transporte no es muy de fiar. Sobre todo los fines de semana. El abono semanal cuesta 29 dólares: unos 20 euros al cambio actual. Los taxis son más accesibles que en ciudades como París o Londres. Pero al precio hay que añadirle siempre los impuestos y la propina.

Nueva York es una ciudad abrasiva cuyos habitantes trabajan muchas horas y casi nunca tienen vacaciones. Un detalle que compensan su intensa vida cultural y sus espacios verdes. Los supermercados exponen fuera sus frutas y verduras. Los letreros están en inglés y en español. El metro está lleno de Kindles y en los Starbucks es difícil ver un ordenador que no sea de Apple.

Ni Roger ni Wendy tienen hermanos. Al fin y al cabo, los dos nacieron en 1988. Nueve años después de que el Gobierno chino instaurara su política de un solo hijo, que ha ayudado a contener el crecimiento de la población. Según estudios independientes, el Gobierno ha aplicado la política con mano de hierro en las zonas urbanas y ha logrado que un 87% de las mujeres casadas usen métodos anticonceptivos. Y no uno cualquiera sino aquél que les recomiendan los responsables de natalidad. «Por ahora me gustaría quedarme aquí en Estados Unidos», dice Wendy sobre el futuro, «trabajar en una firma informática aquí o en California y quizá luego volver a mi país».

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