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27 de octubre de 2011

Sobrepoblación: Un pisito en El Cairo

Especial: Demografía

Uno de cada cinco egipcios vive bajo el umbral de la pobreza. Um Mohamed relata cómo es su vida en un pequeño piso de Al Qarafa ('la ciudad de los muertos') una árida llanura sita en el este de la capital egipcia, la megalópolis que habitan más de 20 millones de almas. «Vivimos felices. Tenemos parabólica, teléfono, internet…», dice, desde un patio con vistas a decenas de tumbas.



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Um Mohamed, en la azotea de su casa en 'la ciudad de los muertos' de El Cairo. | F.C.

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Ali Husein, en la cocina habilitada en el panteón donde vive y mostrando el salón de su vivienda. | F.C.

Las cuatro paredes que guardan los sueños de Um Mohamed custodian también el descanso eterno de Ibrahim Pasha, el hijo del comandante albanés que emancipó a Egipto de la tutela otomana. Ajenos a las hazañas bélicas de su inquilino decimonónico, la joven de 30 años y su marido han convertido el panteón en el hogar que soporta las batallas cotidianas de sus hijos: los seis y tres años de Mohamed y Sef y los 10 meses de la pequeña Yumena.

«Vivimos felices. Tenemos parabólica, teléfono, internet…», enumera la mujer desde un patio con vistas a decenas de tumbas. Su vivienda se levanta en Al Qarafa ('la ciudad de los muertos', en árabe coloquial egipcio), una árida llanura sita en el este de El Cairo, la megalópolis que habitan más de 20 millones de almas. Entre lápidas y viviendas funerarias, unos cinco millones de vivos mantienen tiendas de comestibles, talleres mecánicos y lavanderías o sencillamente sobreviven.

Las estadísticas indican que uno de cada cinco egipcios vive bajo el umbral de la pobreza. Pero el salvaje crecimiento económico y el aumento de la inflación condenan a muchos otros descendientes de la tierra de los faraones a una vida mísera. A unos kilómetros de lujosas urbanizaciones y guetos para ricos, los panteones de un cementerio son los únicos metros hábiles para miles de familias como la de Um Mohamed.

«Existen muchas diferencias entre clases aunque algunos ricos son buenos», puntualiza la joven que, antes de casarse a los 23 años, sirvió en la vivienda de «unos señores pudientes» por un jornal de 20 libras (poco más de 2 euros). Desde el primer embarazo, es su marido quien para traer ingresos a casa completa su sueldo de funcionario —apenas 50 euros hasta hace unos meses— recorriendo las tardes cairotas a bordo de un taxi. Aunque Um Mohamed maldice a «la crisis económica» por su precaria existencia, jamás ha gozado de los beneficios de los tiempos de bonanza.

Impermeable a las penurias y su desaliento, la treintañera se despereza al amanecer. «Me levanto a las seis de la mañana. Visto a mi hijo mayor y tomamos un autobús hasta el colegio. Durante la mañana cocino y luego vuelvo a recogerle», relata mientras sus ojos grandes y expresivos miran el reloj. «En un rato debo ir a la escuela», agrega quien presume de ser «buena cocinera», especializada en macarrones al horno o ‘sambusek’ (una especie de empanadilla).

Como el cubículo de techos altos y escasa ventilación y luz en el que viven, el menú familiar desconoce el lujo. Contadas veces al mes compran carne —el kilo está a 10 euros, justifica la mujer— y la dieta es una sucesión de verduras, arroz, pasta, pan y queso. Um Mohamed, enfundada en una larga túnica negra, es una romántica aficionada a las películas de viejas emperatrices y a los cuentos de hadas. «Pero también a las series y películas de acción extranjeras», matiza y esboza una sonrisa pícara que ilumina un rostro envuelto en un ‘hiyab’ (pañuelo islámico). Sin embargo, el rey de sus pasiones catódicas son las ‘musalsalat’, los culebrones que suelen acaparar la parrilla egipcia durante el Ramadán, un mes de ayuno, perdón y reconciliación interior para los musulmanes.

«Las egipcias trabajamos más que ellos pero estamos en casa. Somos respetables. No vamos por ahí buscando…», explica sentada en un sillón harapiento que comparte con su padre Ali Husein, un hombre de 60 años cuya figura dócil y callada parece confundirse con la realidad funeraria que le rodea. «Es mi hija mayor. Tengo otra chica y un varón de 23 años. Ella es buena y fiel. Está en las buenas y las malas», confiesa Ali. Entre bromas, su primogénita le recuerda las trabas que puso a su matrimonio. «Es que él no había hecho el servicio militar y tú solo estabas empezando la vida», le replica un débil hilo de voz.

Ali recibe al periodista arrastrando su cuerpo por las estancias del panteón. En cuestión de segundos, abre y cierra puertas; agasaja al invitado con un vaso de té; vierte unas cucharadas de azúcar en el cuenco; guarda la ropa apilada sobre uno de los camastros y ofrece unas chancletas ajadas para recorrer el interior. Ningún lugar permanece sin desvelar. Orgulloso de un lugar que habitaron sus antepasados, el hombre ataviado con una galabiya (una tradicional y holgada túnica) ejercita también la hospitalidad pulsando el interruptor que acciona las aspas de un ventilador colgado en el techo.

«Lo único que deseo es que el futuro de mis hijos y nietos sea mejor», declara el padre. Y Um Mohamed, que sólo completó la educación obligatoria, asiente. «Yo me privo de muchas cosas para que mis hijos lleguen a ser alguien en la vida», afirma antes de describir sus renuncias. «Míreme. Mis vestidos no son de buena calidad. Y ver el mar una vez al año son nuestras únicas vacaciones. Vamos al amanecer y regresamos por la tarde en minibús», responde. Las furgonetas que la familia suele usar para alcanzar la playa o desplazarse por la enloquecida jungla cairota son conocidas entre los egipcios como «los diablos del asfalto».

La madre de Mohamed, Sef y Yumena confía en el fruto lento de sus sacrificios: «Quiero que mis hijos sean ingenieros, oficiales de las Fuerzas Armadas o policías… pero no abogados porque son unos buitres y carecen de misericordia». Puestos a fantasear, el otro sueño de quien ha transitado sin éxito por los irritantes pasillos de la burocracia es un techo nuevo y luminoso: «Con un salón, un comedor espacioso, un dormitorio individual para la niña y otra pieza para los dos varones…»

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Panorámica de Al Qarafa. | F.C.

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Dos niños juegan en 'la ciudad de los muertos'. | F.C.

Fuente:

El Mundo (España)

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