Todo empezó cuando Avelino Corma (Moncófar, Castellón, 1951) empezó a
ayudar a su padre a plantar melones, patatas y tomates. El flamante Premio Príncipe de Asturias de Ciencia 2014
era entonces un niño inquieto y curioso, con muchas ganas de descubrir
el mundo. Hoy, no tiene ninguna duda de que en aquella huerta no sólo
brotaron manjares deliciosos, sino que también se sembraron las semillas
de su propia vocación científica.
«Provengo de una familia humilde de agricultores, y estoy convencido
de que mis orígenes inspiraron mi trayectoria como investigador porque
cuando estás en el campo, las preguntas surgen continuamente, todos los
días», recuerda Corma en una entrevista exclusiva con EL MUNDO. El
diálogo tiene lugar en la sede madrileña de L'Oreal, donde el sabio
valenciano ha participado en el jurado de los premios Woman in Science,
un galardón que se concede a los mejores proyectos de investigación
liderados por jóvenes científicas españolas. «Aquel contacto directo que
tuve en mi infancia con la naturaleza y los animales no sólo despertó
mi curiosidad, sino el interés por diseñar experimentos para comprobar cómo funcionaban las cosas, y también para intentar descubrir la manera de mejorarlas», asegura.
Corma recuerda cómo cuando veía a su padre sembrando semillas, se
fijó que siempre lo hacía a una determinada altura muy precisa,
dependiendo de lo que estaba plantando. «¿Por qué plantas los melones
justo ahí?», le preguntaba. Y fue así cómo empezó a recibir sus primeras
lecciones científicas sobre causas y efectos en la naturaleza: «Si lo
plantas demasiado bajo», le explicaba su padre, «cuando reguemos va a
recibir demasiada agua, y se van a pudrir las raíces. Pero si lo plantas
demasiado alto, no le va a llegar». Eran preguntas muy simples sobre
fenómenos muy sencillos, pero Corma está totalmente convencido de que en aquel microcosmos rural nació su hambre voraz por conocer, comprender, y mejorar el mundo: «Fue así cómo empecé a pensar por mí mismo y a plantearme problemas».
Una trayectoria meteórica
Esa curiosidad infantil acabó madurando hasta transformarse en una
insaciable pasión por la investigación y la experimentación en los
laboratorios de la Facultad de Química de la Universidad de Valencia,
donde hizo su Licenciatura a principios de los 70. «Me gustaba tanto la
carrera que convencí a un profesor para que me dejara las llaves del departamento, y me pasaba allí día y noche.
De hecho, en muchas asignaturas no iba a clase porque estaba todo el
tiempo metido en el laboratorio, enfrascado en mis experimentos»,
confiesa.
Tras doctorarse en la Complutense en 1976 y continuar su formación
durante dos años en la Queen's University de Kingston (Canadá), volvió a
España para incorporarse al Consejo Superior de Investigaciones
Científicas (CSIC). Pero sin duda el hito crucial de su meteórica
trayectoria fue su decisión de fundar en 1990 el Instituto de Tecnología Química (ITQ),
inicialmente en un antiguo aparcamiento de coches de la Universidad
Politécnica de Valencia (no fue hasta cuatro años después cuando Corma y
su equipo pudieron trasladarse hasta el edificio que ocupan en la
actualidad). En poco más de dos décadas, este centro se ha convertido en
una referencia de prestigio internacional que ha generado más de 150 patentes.
De éstas, unas 80 se han desarrollado directamente con compañías del
sector privado, convirtiendo al ITQ en un modelo de la transferencia de
investigación básica a la aplicación tecnológica.
Corma se ha convertido así en el científico español con más patentes licenciadas a empresas, y sus más de 900 artículos en Nature, Science y otras revistas científicas de referencia le han catapultado a la fama internacional en su campo. De hecho, es el octavo químico más citado del mundo,
y no sólo acaba de ganar su merecido Premio Príncipe de Asturias, sino
que algunos le consideran el español con más opciones de ganar el Nobel.
Cuando le preguntamos por esta posibilidad, sin embargo, Corma asegura
que no le quita el sueño: «Lo veo muy lejos y no pierdo el tiempo
pensando en eso. No es lo que me motiva».
La agricultura ecológica ha despertado en los últimos tiempos las
más variadas "iras", siendo objeto de todo tipo de calumnias. Su éxito y
múltiples apoyos han sido proporcionales a las críticas recibidas. Sin
embargo, ¿quién tiene miedo de la agricultura ecológica? ¿Por qué tanto
esfuerzo en desautorizarla?
Todas estas preguntas fueron
formuladas en un artículo anterior, donde analizábamos las mentiras
detrás de afirmaciones como "la agricultura ecológica no es más sana ni
mejor para el medio ambiente que la agricultura industrial y
transgénica”. Hoy, abordaremos otras en relación a su eficiencia, el
precio y la falsa alternativa que significa una "agricultura ecológica"
al servicio de las grandes empresas. Como decíamos entonces: ante la
calumnia, datos e información.
De la eficiencia y el precio
"La agricultura ecológica es poco eficiente y cara", dicen sus
detractores. Quienes realizan esta afirmación olvidan que es
precisamente el actual modelo de agricultura industrial el que
desperdicia anualmente un tercio de los alimentos que se producen para
consumo humano a escala mundial, unos 1.300 millones de toneladas de
comida, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO). Se trata de una agricultura de
"usar y tirar". En consecuencia, ¿quién es aquí el ineficiente? Aunque,
más allá de estas cifras, es obvio que el actual modelo de agricultura
industrial, intensiva y transgénica no satisface las necesidades
alimentarias básicas de las personas. El hambre, en un mundo donde se
produce más comida que nunca, es el mejor ejemplo, tanto en los países
del Sur como aquí.
Por su parte, la agricultura ecológica y de
proximidad se ha demostrado que garantiza mejor la seguridad alimentaria
de las personas que la agricultura industrial y permite una mayor
producción de comida especialmente en entornos desfavorables, en
palabras del relator especial de las Naciones Unidas para el derecho a
la alimentación Olivier de Schutter, apoyándose en su informe La
agroecología y el derecho a la alimentación. A partir de los datos
expuestos en este trabajo, la reconversión de tierras en países del Sur a
cultivo ecológico aumentaba su productividad hasta un 79%, en África,
en particular, la reconversión permitía un aumento del 116% de las
cosechas. Las cifras hablan por sí solas.
Si hablamos del
precio, y sobre todo lo comparamos con la calidad, una vez más la
agricultura ecológica sale en mejor posición. Tal vez no lo parezca a
primera vista, porqué hay un discurso único, que se repite y se repite y
se repite, que nos dice que lo ecológico es siempre más caro. Sin
embargo, no es así. A menudo depende de dónde y qué compremos. No es lo
mismo comprar en un supermercado ecológico o en una tienda 'gourmet' que
comprar directamente al campesino, en el mercado o a través de un grupo
o cooperativa de consumo agroecológico, en los primeros los precios
acostumbran a ser mucho más caros que en los segundos, donde su coste
puede ser igual o incluso inferior que en el comercio tradicional por un
producto de la misma calidad.
A parte, nos tendríamos que
preguntar cómo puede ser que determinados productos o alimentos en el
supermercado sean tan baratos. ¿Estamos pagando su precio real? ¿Cuál es
su calidad? ¿En qué condiciones han sido elaborados? ¿Cuántos
kilómetros han recorrido del campo a la mesa? A menudo, un precio muy
bajo esconde una serie de costes invisibles: condiciones laborales
precarias en origen y destino, mala calidad del producto, impacto
medioambiental, etc. Se trata de una serie de gastos ocultos que
acabamos socializando entre todos, porqué si la comida recorre largas
distancias y agudiza el cambio climático, con la emisión de gases de
efecto invernadero, ¿esto quién lo paga? Si comemos alimentos de baja
calidad que tienen un impacto negativo en nuestra salud, ¿quién lo
costea? En definitiva, como dice el refrán: Pan para hoy y hambre para
mañana.
Y no solo eso, ¿cuándo entramos en el 'súper', qué
compramos? Se calcula que entre un 25% y un 55% de la compra en el
supermercado es compulsiva, fruto de estímulos externos que nos instan a
comprar al margen de cualquier raciocinio. ¿Cuantas veces hemos ido al
supermercado a comprar cuatro cosas y hemos salido con el carrito a
reventar? El supermercado es una máquina de vender, no nos quepa la
menor duda, uno de los espacios más estudiados de nuestra vida
cotidiana, para que nuestra compra nunca quede al azar.
Otra
afirmación mil veces repetida es la que dice que "la agricultura
ecológica es solo para ricos", o si quien habla busca el insulto, algo
frecuente entre el sector "antiecológico", nos dirá que "la agricultura
ecológica es solo para pijos". Ya sea en un caso como en otro, quienes
afirman dichas palabras, les bien aseguro, que nunca han puesto un pie
en un grupo o cooperativa de consumo agroecológico porque sus miembros,
en general, pueden ser calificados con mucho adjetivos, pero de "ricos" y
"pijos" tienen más bien poco. Se trata de personas que apuestan por
otro modelo de agricultura y alimentación, a partir de informarse, tomar
conciencia, buscar datos contrastados sobre los impactos de aquello que
comemos en nuestra salud, en el medio ambiente, entre el campesinado.
En esta vida nos "instruyen" para pensar que "gastamos" dinero en
comida, pero ¿se trata de "gastar" o "invertir"? La educación es clave.
De aquí, que sea fundamental hacer llegar los principios, y las
verdades, de la agricultura ecológica al conjunto de la población. Comer
bien, y tener derecho a comer bien, es cosa de todos.
Una "agricultura ecológica" al servicio del capital
"La agricultura ecológica no tiene fines sociales y agudiza la huella
de carbono", dicen sus detractores. Aquí la pregunta clave es, ¿de qué
agricultura ecológica estamos hablando? Como decíamos en el artículo
anterior, una de las amenazas a la agricultura ecológica es precisamente
su cooptación, la asimilación de su práctica por parte de la industria
agroalimentaria. Y es que cada vez son más las grandes empresas del
agribusiness y los supermercados que apuestan por este modelo de
agricultura libre de pesticidas y aditivos químicos de síntesis, pero
vaciándola de cualquier atisbo de cambio social. Su objetivo es claro:
neutralizar la propuesta. Se trata de una "agricultura ecológica" al
servicio del capital, con alimentos kilométricos, escasos derechos
laborales en la producción y la comercialización. Ésta no es la
alternativa de quienes apostamos por un cambio en el modelo
agroalimentario. La agricultura ecológica, a mi entender, solo tiene
sentido desde una perspectiva social, local y campesina, como han
defendido siempre la mayoría de sus impulsores.
Por otro lado,
me sorprende que los detractores de la agricultura ecológica se
preocupen tanto por la huella de carbono y el impacto de los gases de
efecto invernadero en el medio ambiente, cuando su apuesta por una
agricultura industrial es precisamente una de las principales
responsables de los mismos. Según el informe Alimentos y cambio
climático: el eslabón olvidado de GRAIN, entre el 44% y el 55% de los
gases de efecto invernadero son provocados justamente por el conjunto
del sistema agroalimentario global, como consecuencia de sumar las
emisiones provocadas por el cambio en el uso del suelo y la
deforestación; la producción agrícola; el procesamiento, el transporte y
el empaquetado de los alimentos; y los desperdicios generados. Si a los
críticos de la agroecología tanto les inquieta el cambio climático, les
sugeriría que apostaran por una agricultura ecológica, local y
campesina.
¿Quién impone qué?
"Nos imponen la
agricultura ecológica. Yo quiero comer transgénicos, y no me dejan",
dicen algunos, aunque parezca una broma. Sin embargo, ¿quién impone qué?
La agricultura industrial sí fue resultado de una imposición, la de la
Revolución Verde, promovida desde los años 40, y en décadas posteriores,
por gobiernos como el de Estados Unidos y fundaciones como la fundación
Ford y Rockefeller, y que implicó la progresiva sustitución de un
modelo de agricultura tradicional, donde los campesinos tenían la
capacidad de decidir sobre qué y cómo conreaban, a una agricultura
industrial "adicta" al petroleo y a los fitosanitarios, que llevó a la
privatización de los bienes comunes, y en particular de las semillas.
Muchos campesinos no tuvieron elección. Hoy, vemos las consecuencias de
este modelo agrario: hambre, descampesinización, patentes sobre las
semillas, acaparamiento de tierras, etc.
Aunque la principal
imposición agraria ha sido sin lugar a dudas la del cultivo transgénico,
y la imposible coexistencia entre agricultura trasgénica y agricultura
convencional y ecológica es el mejor ejemplo. Los cultivos transgénicos a
través del aire y la polinización contaminan a otros, así funciona lo
que podríamos llamar "la dictadura transgénica". En Aragón y Catalunya,
las zonas donde más se cultiva transgénico, en concreto la variedad de
maíz MON 810 de Monsanto, la producción de maíz ecológico prácticamente
ha desaparecido debido a los múltiples casos de contaminaciones
sufridas. Las evidencias son irrefutables, y quien diga la contrario
miente.
La enumeración de frases con el único propósito de
desautorizar la agricultura ecológica podría continuar. Son tantas las
falsedades vertidas que este artículo podría tener tres, cuatro y hasta
cinco partes, pero lo dejo aquí. Espero que las informaciones y los
datos aportados puedan ser de utilidad a aquellos que frente a verdades
únicas se preguntan y cuestionan la realidad que nos imponen.
La agricultura ecológica pone muy nerviosos a algunos. Así lo
constatan, en los últimos tiempos, la multiplicación de artículos,
entrevistas, libros que tiene por único objetivo desprestigiar su
trabajo, desinformar acerca de su práctica y desacreditar sus
principios. Se trata de discursos plagados de falsedades que,
vestidos de una supuesta independencia científica para legitimarse,
nos cuentan las "maldades" de un modelo de agricultura y
alimentación que suma progresivamente más apoyos. Sin embargo, ¿por
qué tanto esfuerzo en desautorizar dicha práctica? ¿Quién tiene
miedo de la agricultura ecológica?
Cuando una alternativa cuaja socialmente dos son las estrategias
para neutralizarla: la cooptación y la estigmatización. La
agricultura ecológica es torpedeada por ambas. Por un lado, cada vez
son más las grandes empresas y los supermercados que producen y
comercializan estos productos para dar cobertura a un floreciente
nicho de mercado y "limpiarse" la imagen, a pesar de que sus
prácticas no tienen nada que ver con lo que defiende este modelo. Su
objetivo: cooptar, comprar, subsumir e integrar esta alternativa en
el modelo agroindustrial dominante, vaciándola de contenido real.
Por otro lado, la estrategia del "miedo": estigmatizar, mentir y
desinformar acerca de la misma, confundir a la opinión pública, para
así desautorizar este modelo alternativo.
Y, ¿si alzas la voz en su defensa? Insultos y descalificaciones. Si
un científico se posiciona en contra de la agricultura industrial y
transgénica, es tachado de "ideológico". Como si defender este tipo
de agricultura no respondiera a una determinada ideología, la de
aquellos que se sitúan en la órbita de las multinacionales
agroalimentarias y biotecnológicas, y que a menudo cobran de las
mismas. Si un "no científico" la crítica, entonces, su problema es
que no sabe, que es un ignorante. Según estos parece que solo los
científicos, y en particular aquellos que defienden sus mismos
postulados, pueden tener una posición válida al respeto. Una actitud
muy respetuosa con la diferencia. Otra práctica habitual es
calificar a quien crítica de "magufo", sinónimo despectivo, según la
jerga de esta "elite científica", de anticientífico. Se ve que
defender una ciencia al servicio de lo público y lo colectivo
implica estar en contra de la misma. Una argumentación de locos.
Veamos, a continuación, alguna de las afirmaciones más repetidos
para descalificar y desinformar sobre la agricultura ecológica, y
que ampliaremos en siguientes artículos. Porque hay quienes creen
que repetir mentiras sirve para construir una "verdad". Ante la
calumnia, datos e información. El peligro de los agrotóxicos
"La agricultura ecológica no es más sana ni mejor para el medio
ambiente", dicen. Nos quieren hacer creer que una agricultura
industrial, intensiva, que usa sistemáticamente productos químicos
de síntesis en su producción, es igual a una agricultura ecológica
que prescinde de los mismos. Increíble. Si las prácticas
agroecológicas emergen es precisamente como respuesta a un modelo de
agricultura que contamina la tierra y nuestros cuerpos.
Desde hace años, la retirada y prohibición de fitosanitarios,
agrotóxicos, utilizados en la agricultura convencional ha sido una
constante, después de demostrarse su impacto negativo en la salud
del campesinado y los consumidores y en el medio ambiente. Quizá el
caso más conocido sea el del DDT, un insecticida utilizado para el
control de plagas desde los años 40 y que debido a su alta toxicidad
ambiental y humana y escasa o nula biodegradabilidad fue prohibido
en muchos países. En el año 1972, la Agencia de Protección Ambiental
de Estados Unidos vetó su uso al considerarlo un "cancerígeno
potencial para las personas". Otras agencias internacionales como el
Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la Agencia
Internacional de Investigación en Cáncer, entre otras, han
denunciado también dichos efectos. Aún así, quienes mantienen la
afirmación inicial -aquí rebatida- se muestran todavía, y aunque
pueda sorprender, partidarios del DDT, y lo siguen defendiendo, a
pesar de todas las evidencias.
Sin embargo, el DDT no es un caso aislado. Cada año, productos
químicos de síntesis utilizados en la agricultura industrial son
retirados del mercado por la Comisión Europea. Sin ir más lejos, en
el 2012 el Tribunal de Gran Instancia de Lyon concluyó que la
intoxicación del campesino Paul François y las consiguientes
secuelas en su salud fueron debidas al uso y manipulación del
herbicida Lasso de Monsanto, que no informaba ni de la correcta
utilización del producto ni de sus riesgos sanitarios. La misma
Organización de las Naciones Unides sobre Agricultura y Alimentación
(FAO) sentenciaba en el artículo Control of
water pollution from agriculture, en el año 1996, que el uso
de pesticidas en la agricultura tenía efectos negativos en varios
niveles: 1) En los sistemas acuáticos, ya que su alta toxicidad y la
persistencia de químicos degradaba las aguas. 2) En la salud humana,
pues la inhalación, la ingestión y el contacto con la piel de dichos
productos químicos incidía en el número de casos de cáncer,
deformidades congénitas, deficiencias en el sistema inmunitario,
mortalidad pulmonar. 3) En el medio ambiente, con la muerte de
organismos, generación de cánceres, tumores y lesiones en animales,
a través de la inhibición reproductiva, y la disrupción endocrina,
entre otros. ¿Qué fitosanitarios serán prohibidos mañana? Imposible
saberlo. ¿Hasta cuando permitiremos seguir siendo cobayas? El artículo completo en REBELIÓN La segunda parte AQUÍ.
Las altas presiones de los últimos días han sacado a relucir el
"sucio secreto" de Londres, con los niveles de dióxido de nitrógeno
(NO2) más altos de todas la capitales europeas, superiores incluso a los
de Pekín. El récord se ha registrado en Oxford Street, con 135
microgramos por metro cúbico: cuatro veces más de los 40 microgramos
recomendados por la Unión Europea (un límite superado habitualmente por otras siete ciudades británicas).
Las mediciones realizadas recientemente por expertos del Kings
College a las puertas de los famosos grandes almacenes Selfridges han
disparado las alarmas. El otro punto "negro" de la geografía londinense
en Marylebone Road, entre el Museo de Cera de Madame Tussaud y el museo
de Sherlock Holmes, donde se han medido niveles de hasta 94 microgramos
de NO2 por metro cúbico.
En contraste, Pekín registró el año pasado una concentración de 56
microgramos de NO2 por metro cúbico, según datos del Ministerio de
Protección del Medio Ambiente. La contaminación causada por las partículas en suspensión (otro subproducto de los procesos de combustión del tráfico) es sin embargo tres veces mayor en China.
En cualquier caso, los datos de Oxford Street, una calle con circulación restringida y dentro del perímetro del "peaje de congestión"
londinense, han creado estupor entre los expertos. La circulación
incesante de "black cabs" y de autobuses de dos pisos son la principal
causa.
"Los motores diésel son los principales causantes del empeoramiento
de la calidad del aire en Londres", sostiene David Carslaw, investigador
del Kings College. "Que tengamos noticia, los niveles registrados este
año en Oxford Street son los más altos de los que tenemos constancia en la larga historia de la contaminación en Londres".
El "smog" fue parte inconfundible del paisaje en el ciudad del
Támeses desde la revolución industrial hasta mediados del siglo XX. En
1952, la nube contaminante conocida como el Gran Smog provocó 4.000 muertes y sirvió para impulsar la primera ley del "aire limpio" de las grandes ciudades europeas.
Se estima que el efecto combinado del N02 y las partículas en
suspensión pudieron causar la muerte de 3.389 personas afectadas con
enfermedades respiratorias en el 2010, según la agencia estatal Public
Health England. En abril pasado, la ciudad decretó la alerta sanitaria por la alta contaminación
(nivel 8, de un máximo de 10), suspendió las al aire libre en los
colegios como medida preventiva y previno a las personas mayores y con
problemas de asma que se quedaran en sus casas.
Utilizando una placa Arduino y un marco plástico impreso en 3D.
Clay
Haight es un joven de apenas 13 años poseedor de un gran ingenio y
curiosidad, por lo que siempre anda buscando la manera de inventar
nuevos artefactos o reparar artículos electrónicos dañados. Así, se ha
encargado de armar sus propias gafas Google Glass, utilizando materiales muy económicos para imitar la funcionalidad del artefacto de realidad aumentada. Y es que Haight tomó una placa o mini-PC Arduino Esplora, añadiendo una pantalla LCD Arduino y un marco plástico fabricado con la impresora 3D casera Printrbot Simple, la cual compró él mismo con sus ahorros a su corta edad de 13 años. ¿El resultado? Un par de gafas inteligentes capaces de reconocer instrucciones a través de la voz, como apuntes para el calendario o indicaciones en aplicaciones de mapas como Google Glass.
Son bastante cómodas. De hecho, las uso mientras estoy en mi casa y le digo la temperatura a mis padres sólo por diversión.
Con estas palabras Clay Haight muestra orgullo por su invento, uno de
los tantos que ha fabricado gracias a su afición por la tecnología que
lo ha llevado a coleccionar muchas placas estilo Arduino, además de su
propia impresora 3D y otra clase de sensores que le permiten diseñar sus
gadgets personalizados, pese a que todavía es muy joven.
Dos nuevos informes muestran que para el año 2040 no habrá agua suficiente para saciar la sed de la población mundial y mantener las soluciones de energía y electricidad actuales si seguimos haciendo lo que hacemos hoy.
La investigación, realizada por la Universidad de Aarhus en Dinamarca, la Escuela de Derecho de Vermont y la CNA Corporation en EE.UU. y publicada en Phys.org, destaca el choque de las necesidades de la competencia entre el agua potable y la demanda energética que podría dar lugar a una grave crisis ya en las próximas décadas.
En la mayoría de los países la electricidad es la principal fuente de consumo de agua debido a que las plantas de energía necesitan ciclos de refrigeración para poder funcionar. Los únicos sistemas de energía que no requieren ciclos de refrigeración son sistemas de energía eólica y solar, con lo cual las principales recomendaciones emitidas por el equipo son las de reemplazar con estos a los viejos sistemas de energía.
La investigación también hizo un sorprendente hallazgo de que la mayoría de los sistemas de energía ni siquiera registran la cantidad de agua que se utiliza para mantener los sistemas en marcha. "Es un gran problema que el sector eléctrico no se dé cuenta de la cantidad de agua que realmente consume", comenta el profesor Benjamin Sovacool, de la universidad danesa.
Los resultados de las nuevas investigaciones muestran que en 2020 aproximadamente el 30-40% del mundo sufrirá escasez de agua y el cambio climático podría incluso empeorarlo. "Esto significa que tendremos que decidir dónde gastar nuestra agua en el futuro. ¿Queremos gastarla en mantener las plantas de energía en marcha o como agua potable? No tenemos suficiente agua para hacer las dos cosas", advierte el investigador.