La primera parte AQUÍ.
La agricultura ecológica ha despertado en los últimos tiempos las
más variadas "iras", siendo objeto de todo tipo de calumnias. Su éxito y
múltiples apoyos han sido proporcionales a las críticas recibidas. Sin
embargo, ¿quién tiene miedo de la agricultura ecológica? ¿Por qué tanto
esfuerzo en desautorizarla?
Todas estas preguntas fueron
formuladas en un artículo anterior, donde analizábamos las mentiras
detrás de afirmaciones como "la agricultura ecológica no es más sana ni
mejor para el medio ambiente que la agricultura industrial y
transgénica”. Hoy, abordaremos otras en relación a su eficiencia, el
precio y la falsa alternativa que significa una "agricultura ecológica"
al servicio de las grandes empresas. Como decíamos entonces: ante la
calumnia, datos e información.
De la eficiencia y el precio
"La agricultura ecológica es poco eficiente y cara", dicen sus
detractores. Quienes realizan esta afirmación olvidan que es
precisamente el actual modelo de agricultura industrial el que
desperdicia anualmente un tercio de los alimentos que se producen para
consumo humano a escala mundial, unos 1.300 millones de toneladas de
comida, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO). Se trata de una agricultura de
"usar y tirar". En consecuencia, ¿quién es aquí el ineficiente? Aunque,
más allá de estas cifras, es obvio que el actual modelo de agricultura
industrial, intensiva y transgénica no satisface las necesidades
alimentarias básicas de las personas. El hambre, en un mundo donde se
produce más comida que nunca, es el mejor ejemplo, tanto en los países
del Sur como aquí.
Por su parte, la agricultura ecológica y de
proximidad se ha demostrado que garantiza mejor la seguridad alimentaria
de las personas que la agricultura industrial y permite una mayor
producción de comida especialmente en entornos desfavorables, en
palabras del relator especial de las Naciones Unidas para el derecho a
la alimentación Olivier de Schutter, apoyándose en su informe La
agroecología y el derecho a la alimentación. A partir de los datos
expuestos en este trabajo, la reconversión de tierras en países del Sur a
cultivo ecológico aumentaba su productividad hasta un 79%, en África,
en particular, la reconversión permitía un aumento del 116% de las
cosechas. Las cifras hablan por sí solas.
Si hablamos del
precio, y sobre todo lo comparamos con la calidad, una vez más la
agricultura ecológica sale en mejor posición. Tal vez no lo parezca a
primera vista, porqué hay un discurso único, que se repite y se repite y
se repite, que nos dice que lo ecológico es siempre más caro. Sin
embargo, no es así. A menudo depende de dónde y qué compremos. No es lo
mismo comprar en un supermercado ecológico o en una tienda 'gourmet' que
comprar directamente al campesino, en el mercado o a través de un grupo
o cooperativa de consumo agroecológico, en los primeros los precios
acostumbran a ser mucho más caros que en los segundos, donde su coste
puede ser igual o incluso inferior que en el comercio tradicional por un
producto de la misma calidad.
A parte, nos tendríamos que
preguntar cómo puede ser que determinados productos o alimentos en el
supermercado sean tan baratos. ¿Estamos pagando su precio real? ¿Cuál es
su calidad? ¿En qué condiciones han sido elaborados? ¿Cuántos
kilómetros han recorrido del campo a la mesa? A menudo, un precio muy
bajo esconde una serie de costes invisibles: condiciones laborales
precarias en origen y destino, mala calidad del producto, impacto
medioambiental, etc. Se trata de una serie de gastos ocultos que
acabamos socializando entre todos, porqué si la comida recorre largas
distancias y agudiza el cambio climático, con la emisión de gases de
efecto invernadero, ¿esto quién lo paga? Si comemos alimentos de baja
calidad que tienen un impacto negativo en nuestra salud, ¿quién lo
costea? En definitiva, como dice el refrán: Pan para hoy y hambre para
mañana.
Y no solo eso, ¿cuándo entramos en el 'súper', qué
compramos? Se calcula que entre un 25% y un 55% de la compra en el
supermercado es compulsiva, fruto de estímulos externos que nos instan a
comprar al margen de cualquier raciocinio. ¿Cuantas veces hemos ido al
supermercado a comprar cuatro cosas y hemos salido con el carrito a
reventar? El supermercado es una máquina de vender, no nos quepa la
menor duda, uno de los espacios más estudiados de nuestra vida
cotidiana, para que nuestra compra nunca quede al azar.
Otra
afirmación mil veces repetida es la que dice que "la agricultura
ecológica es solo para ricos", o si quien habla busca el insulto, algo
frecuente entre el sector "antiecológico", nos dirá que "la agricultura
ecológica es solo para pijos". Ya sea en un caso como en otro, quienes
afirman dichas palabras, les bien aseguro, que nunca han puesto un pie
en un grupo o cooperativa de consumo agroecológico porque sus miembros,
en general, pueden ser calificados con mucho adjetivos, pero de "ricos" y
"pijos" tienen más bien poco. Se trata de personas que apuestan por
otro modelo de agricultura y alimentación, a partir de informarse, tomar
conciencia, buscar datos contrastados sobre los impactos de aquello que
comemos en nuestra salud, en el medio ambiente, entre el campesinado.
En esta vida nos "instruyen" para pensar que "gastamos" dinero en
comida, pero ¿se trata de "gastar" o "invertir"? La educación es clave.
De aquí, que sea fundamental hacer llegar los principios, y las
verdades, de la agricultura ecológica al conjunto de la población. Comer
bien, y tener derecho a comer bien, es cosa de todos.
Una "agricultura ecológica" al servicio del capital
"La agricultura ecológica no tiene fines sociales y agudiza la huella
de carbono", dicen sus detractores. Aquí la pregunta clave es, ¿de qué
agricultura ecológica estamos hablando? Como decíamos en el artículo
anterior, una de las amenazas a la agricultura ecológica es precisamente
su cooptación, la asimilación de su práctica por parte de la industria
agroalimentaria. Y es que cada vez son más las grandes empresas del
agribusiness y los supermercados que apuestan por este modelo de
agricultura libre de pesticidas y aditivos químicos de síntesis, pero
vaciándola de cualquier atisbo de cambio social. Su objetivo es claro:
neutralizar la propuesta. Se trata de una "agricultura ecológica" al
servicio del capital, con alimentos kilométricos, escasos derechos
laborales en la producción y la comercialización. Ésta no es la
alternativa de quienes apostamos por un cambio en el modelo
agroalimentario. La agricultura ecológica, a mi entender, solo tiene
sentido desde una perspectiva social, local y campesina, como han
defendido siempre la mayoría de sus impulsores.
Por otro lado,
me sorprende que los detractores de la agricultura ecológica se
preocupen tanto por la huella de carbono y el impacto de los gases de
efecto invernadero en el medio ambiente, cuando su apuesta por una
agricultura industrial es precisamente una de las principales
responsables de los mismos. Según el informe Alimentos y cambio
climático: el eslabón olvidado de GRAIN, entre el 44% y el 55% de los
gases de efecto invernadero son provocados justamente por el conjunto
del sistema agroalimentario global, como consecuencia de sumar las
emisiones provocadas por el cambio en el uso del suelo y la
deforestación; la producción agrícola; el procesamiento, el transporte y
el empaquetado de los alimentos; y los desperdicios generados. Si a los
críticos de la agroecología tanto les inquieta el cambio climático, les
sugeriría que apostaran por una agricultura ecológica, local y
campesina.
¿Quién impone qué?
"Nos imponen la
agricultura ecológica. Yo quiero comer transgénicos, y no me dejan",
dicen algunos, aunque parezca una broma. Sin embargo, ¿quién impone qué?
La agricultura industrial sí fue resultado de una imposición, la de la
Revolución Verde, promovida desde los años 40, y en décadas posteriores,
por gobiernos como el de Estados Unidos y fundaciones como la fundación
Ford y Rockefeller, y que implicó la progresiva sustitución de un
modelo de agricultura tradicional, donde los campesinos tenían la
capacidad de decidir sobre qué y cómo conreaban, a una agricultura
industrial "adicta" al petroleo y a los fitosanitarios, que llevó a la
privatización de los bienes comunes, y en particular de las semillas.
Muchos campesinos no tuvieron elección. Hoy, vemos las consecuencias de
este modelo agrario: hambre, descampesinización, patentes sobre las
semillas, acaparamiento de tierras, etc.
Aunque la principal
imposición agraria ha sido sin lugar a dudas la del cultivo transgénico,
y la imposible coexistencia entre agricultura trasgénica y agricultura
convencional y ecológica es el mejor ejemplo. Los cultivos transgénicos a
través del aire y la polinización contaminan a otros, así funciona lo
que podríamos llamar "la dictadura transgénica". En Aragón y Catalunya,
las zonas donde más se cultiva transgénico, en concreto la variedad de
maíz MON 810 de Monsanto, la producción de maíz ecológico prácticamente
ha desaparecido debido a los múltiples casos de contaminaciones
sufridas. Las evidencias son irrefutables, y quien diga la contrario
miente.
La enumeración de frases con el único propósito de
desautorizar la agricultura ecológica podría continuar. Son tantas las
falsedades vertidas que este artículo podría tener tres, cuatro y hasta
cinco partes, pero lo dejo aquí. Espero que las informaciones y los
datos aportados puedan ser de utilidad a aquellos que frente a verdades
únicas se preguntan y cuestionan la realidad que nos imponen.
Fuente:
Rebelión
La primera parte AQUÍ.