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28 de abril de 2010

El 28 de abril de 1686 Isaac Newton publica el primer volumen de los Principia

Miércoles, 28 de abril de 2010

El 28 de abril de 1686 Isaac Newton publica el primer volumen de los Principia



En 1686 vio la luz la primera parte de una obra que marcaría un punto de inflexión en la historia de la ciencia: los Philosophiæ naturalis principia matemática, o Principios matemáticos de la filosofía natural de Isaac Newton (1643-1727). La obra, que publicó de forma completa al año siguiente, contiene los fundamentos de la física y la astronomía, y en ella Newton formula sus famosas tres leyes del movimiento. Gracias a su intuición de que las leyes que gobiernan el movimiento en la Tierra y en los cuerpos celestes son las mismas, Newton pudo formular la ley de gravitación universal.

Fuente:

Plataformas SINC

¿Un nuevo planeta gigante en el Sistema Solar?

Miércoles, 28 de abril de 2010

¿Un nuevo planeta gigante en el Sistema Solar?



Un grupo de físicos y astrónomos, liderados por John J. Matese, de la Universidad de Louisiana, acaba de publicar un estudio en el que apunta la inquietante posibilidad de que en las fronteras de nuestro Sistema Solar exista un planeta gigante desconocido, con una masa entre una y cuatro veces la de Júpiter.

El enorme compañero del Sol se encontraría en las zonas exteriores de la nube de Oort, a cerca de un año luz de distancia de nosotros, la extensa región esférica de escombros que rodea el Sistema Solar y de la que proceden la mayor parte de los cometas conocidos.

Fue precisamente realizando un análisis dinámico y estadístico de esa remota región cuando los investigadores se encontraron con una serie de anomalías que podrían explicarse con la presencia de un gran cuerpo planetario, con una masa que podría llegar a multiplicar por cuatro la de Júpiter, el gigante de nuestro sistema.

Para darse una idea de las dimensiones de este cuerpo aún no observado, baste decir que Júpiter tiene una masa 318 veces superior a la de la Tierra (ver imagen), y dos veces y media superior a la suma de todos los planetas del Sistema Solar.

La posibilidad de la existencia de un cuerpo similar en nuestro vecindario inmediato ya fue apuntada por este mismo científico en 1999. Sin embargo, tal y como expone en su estudio, desde entonces la base de datos de cometas conocidos se ha duplicado, lo que permite realizar análisis mucho más precisos.

Según los cálculos de Matese, las anomalías detectadas en la distribución de la población de cometas en la zona externa de la Nube de Oort sugiere que por lo menos un 20% de ellos está sufriendo los efectos del tirón gravitatorio de un cuerpo enorme.

Para evitar cualquier tipo de confusión, Matese especifica que no se está refiriendo en absoluto a la hipótesis de Némesis, propuesta en 1984 y según la que existiría una pequeña y oscura estrella (quizá una enana marrón) acompañando al Sol, sino a un mundo desconocido hasta ahora y que nada tiene que ver con las hipótesis catastrofistas alrededor de esa hipotética compañera.

"Un obeto así -escribe Matese- sería incapaz de crear tormentas de cometas. Para ayudar a mitigar la confusión popular con el modelo de Némesis, usaremos el nombre sugerido recientemente por Kirkpatrick y Wright (2010), Tycho (en mitología, la hermana buena de Némesis), para referirnos a este nuevo e hipotético compañero.

En su artículo, Matese asegura que, usando el recientemente lanzado (2009) satélite WISE (Wide-field Infrared Survey Explorer), sería relativamente fácil detectar el nuevo planeta y despejar así las dudas que sobre su existencia aún tiene la comunidad científica.

Fuente:

Blogs de ABC.es

27 de abril de 2010

¡En Argentina no hay psicólogos!


Miércoles, 28 de abril de 2010

¡En Argentina no hay psicólogos!

Increible, pero cierto... (ojo, no es un sarcasmo de Conocer Ciencia)

Hace un par de años dedicamos todo un programa a "El mito de Freud". Les dejo con la versión en Power Point:



Ahora si los dejo con el artículo:

La Argentina tiene 50.000 licenciados en psicología, 38.000 de los cuales trabajan en Buenos Aires. (Eso de que trabajan es un eufemismo: en realidad, no hacen sino escuchar mucho y hablar un poco.) Dicho de otro modo: el país tiene 150 profesionales por cada 100.000 habitantes, y la Capital Federal tiene unos 800. Esto es más que cualquier otro país latinoamericano.

La psicología es la tercera carrera en popularidad en la Universidad de Buenos Aires. El país tiene varias facultades de psicología; de hecho, superan a las de ciencias. Y en ellas se enseña exclusivamente psicoanálisis: nada de psicología experimental; en particular, nada de psicobiología. Que es como si las facultades de ciencias sólo enseñaran física aristotélica, alquimia y biología medieval.

¿A qué se debe semejante hipertrofia y unilateralidad?




Supongo que a dos motivos: a que la profesión rinde y a que la psicología criolla, copia de la vienesa o de la parisiense, es fácil de aprender y de enseñar. En efecto: esta seudopsicología no involucra razonamientos rigurosos ni trabajos de laboratorio. Sus practicantes no prosperarían en derecho, veterinaria ni ningún otro campo serio, en los que las pruebas valen más que las fábulas y las anécdotas. El psicomacaneo es la única carrera íntegramente hablada, en la que basta creer lo que dicen algunos libros cuya lectura está al alcance de cualquiera que sepa leer en castellano.

No sólo no requieren conocimiento médico alguno, sino que exigen ignorar la medicina moderna, que sabe que los procesos mentales son cerebrales y que el cerebro está íntimamente conectado con los sistemas endocrino e inmune.

Por este motivo, en el campo de marras hay tantos licenciados y ningún doctor: porque todo doctorado serio supone investigación original, y los psicoanalistas no investigan. Ni siquiera leen revistas científicas. En particular, no estudian el cerebro, que es como si los cardiólogos ignoraran el corazón y se limitaran a tomar el pulso.

No fue siempre así. En efecto: en 1898, Horacio G. Piñero fundó el primer laboratorio latinoamericano de psicología. Pocos años después, José Ingenieros y unos pocos médicos más hicieron psiquiatría. (En aquella época, no había casos intermedios entre la sanidad y la locura.) Además, hubo algunos neurobiólogos, tales como el profesor Christofredo Jakob. Esos pioneros no hicieron investigaciones psicológicas, pero al menos no macanearon. Ingenieros fue el primer sudamericano que popularizó la psicología fisiológica.

El descalabro comenzó en la década de 1930, con la difusión, en los quioscos de subte, de algunas obras de Freud que se vendían por monedas. Al mismo tiempo, abrieron sus consultorios los primeros psicoanalistas porteños, tales como Arminda Aberastury y su hermano Federico. (Yo fui amigo de Federico poco antes de que enloqueciera, e incluso presencié una sesión con una pareja de pacientes suyos.)

La noche psicoanalítica, que cayó en Buenos Aires hacia 1935, persiste aún hoy, mucho después de haber clareado en Nueva York y otras grandes urbes. Alguien tendría que averiguar por qué no se han avistado complejos de Edipo en Arroyo del Medio ni en otras poblaciones rurales. ¿Será el aire puro o más bien el bajo ingreso de sus inocentes habitantes, que aún no saben que la manera más barata de lidiar con problemas personales es confesarse con un psicochamán?

Lea el artículo completo en:

La Nación (de Argentina)

Lea en los Archivos de Conocer Ciencia:

Francia: Freud es acusado de charlatán

En Venus no se ve el cielo


Martes, 27 de abril de 2010

En Venus no se ve el cielo

Descubrimientos de la sonda europea que lleva cuatro año estudiando el planeta infernal


Venus es un planeta infernal. Así lo está descubriendo la sonda Venus Express, que estudia diariamente el planeta gemelo de la Tierra. Lo primero que vemos al mirar Venus desde el espacio es un manto homogéneo de nubes. Esto le hace resplandecer inusitadamente en el cielo nocturno, y le da una gran belleza y brillo, como una gema. Pero esta capa continua de decenas de kilómetros de espesor está compuesta de nubes de letal ácido sulfúrico, corrosivo y capaz de atravesar tejidos en segundos. Y hace que en Venus no haya días soleados ni cielo azul. Ni siquiera se ve el cielo.


La superficie de Venus es asimismo asfixiante. La atmósfera es de dióxido de carbono (CO2) y, por tanto, irrespirable. Si mirásemos al horizonte veríamos un paisaje desolado, yermo, anaranjado, sin paleta de colores. Y estamos a 500 grados centígrados. Muchos metales en la superficie se licuarían, como el plomo. Moverse ofrece una extraordinaria dificultad, porque la presión es de 90 bares (90 veces la presión atmosférica de la Tierra), una auténtica olla a presión.

La sonda Venus Express (VEX), de la Agencia Europea del Espacio (ESA), es la primera sonda europea que orbita alrededor de Venus, y ha llenado un vacío de varias décadas en las que nuestro planeta vecino no había sido visitado. Desde los pasados éxitos estadounidenses y soviéticos Venus parecía haber perdido algo de interés. Pero Venus Express cumple ya -este mismo mes- cuatro años en órbita de Venus y sus relevantes descubrimientos de nuevo han hecho este planeta un objeto de alto interés científico. VEX es, para entendernos, el Meteosat de Venus.

Aparte del estudio diario de la atmósfera, el ingenio robótico ha obtenido la primera confirmación de volcanismo reciente en Venus. También ha medido relámpagos en la atmósfera de este planeta, así como mejorado los modelos que explican el fenómeno de la súper-rotación de la atmósfera venusiana. Ha proporcionado imágenes de alta resolución de los vórtices polares y caracterizado globalmente los numerosos y complicados procesos atmosféricos.

Lea el artículo completo en:

El País (España)

26 de abril de 2010

Viaje al basurero de los abuelos de la Humanidad


Lunes, 26 de abril de 2010

Viaje al basurero de los abuelos de la Humanidad

Las obras de ampliación del vertedero de Can Mata, en Barcelona, han destapado un yacimiento de fósiles de hace 12 millones de años. Ya se han encontrado especies únicas que obligan a reescribir la historia de la evolución humana.



Dos científicos supervisan el trabajo de una excavadora en Can Mata.

Descender por la pista de tierra del vertedero de Can Mata, a 50 kilómetros al norte de Barcelona, es como viajar en el tiempo. En unos 500 metros, pasan ante la vista sedimentos que recorren un millón de años. En la parte más profunda, hay un estrecho barranco donde, durante las obras de ampliación de 2002, apareció el fósil de Pau. Vivió hace 12,5 millones de años y pudo ser el abuelo de los grandes simios y el hombre. Más cercano al otro extremo temporal, hace unos 11,7 millones de años, vivió el Pliopithecus canmatensis.

Las enormes excavadoras que abrían nuevas fosas destaparon mandíbulas y dientes de este mono que resultó ser de una especie nueva descrita este año. Es la última joya salida de un yacimiento único en el mundo, donde la necesidad de sepultar los desperdicios de hoy está desenterrando el mundo del Mioceno.

"Aquí aprendes a entrenar la vista para distinguir el color blanco de un hueso entre la tierra", explica Jordi Balaguer, codirector de los trabajos paleontológicos en Can Mata. Como otros técnicos de la empresa Fossilia, Balaguer lleva años siguiendo de cerca el trabajo de las excavadoras y los bulldozers. Llueva o haga sol, los paleontólogos pasan hasta diez horas al día escudriñando el terreno removido por las máquinas. Cuando aparece algo, avisan a los operarios para que se vayan a cavar a otro sitio y rescatan todo lo que pueden. "La gente está acostumbrada a los yacimientos ordenados, acordonados y cubiertos con una lona", explica Balaguer. "Esto es completamente diferente, algo así como paleontología preventiva", confiesa.

Lea el artículo completo en:

Publico.es

¿En qué se parece un televisor de plasma a un tubo fluorescente?

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Lunes, 26 de abril de 2010


¿En qué se parece un televisor de plasma a un tubo fluorescente?

¿Qué tienen en común un televisor de pantalla de plasma, un tubo fliorefluorescente, el interior de un reactor nuclear, un relámpago en una tormenta, una aurora boreal y el Sol?

Antes de responder a esta pregunta vamos a aclarar algunos conceptos. Desde pequeños repetimos de memoria, como si de un catecismo se tratara, la frase: “los estados de la materia son tres, sólido, líquido y gaseoso.” Sabemos también que si calentamos un sólido lo suficiente, éste pasará a ser líquido, y que si lo seguimos calentando, se transformará en gas.

Los estados de la materia hacen referencia al grado de cohesión que las moléculas de un cierto compuesto tienen entre sí, es decir a lo fuertemente unidas que están, a cierta temperatura (si consideramos la presión constante). Cuando un cuerpo se encuentra a una temperatura baja sus moléculas tienen un grado bajo de movimiento y se mantienen unidas unas a otras por fuerzas electromagnéticas. Según vamos calentando el cuerpo, aumentamos su temperatura o, lo que es lo mismo, aumentamos el grado de movimiento de sus moléculas. Éstas empiezan a vibrar más rápidamente hasta que, llegado el momento (el punto de fusión), rompen las uniones que las mantenían juntas y empiezan a fluir unas sobre las otras. Hemos pasado al estado líquido. Si seguimos calentando el compuesto las moléculas seguirán aumentando su grado de movimiento hasta que terminen perdiendo todo tipo de unión y se desplacen libremente por el espacio que las contiene.

¿Y si seguimos calentando el gas? Nuestros libros de primaria nunca respondían a esta pregunta...

Para responderla tenemos que ir al interior del Sol. Allí nos encontraremos con un gas (principalmente hidrógeno con un poco de helio) a muy altas temperaturas. Como es de suponer, a temperaturas tan elevadas los átomos de hidrógeno se mueven a velocidades extraordinarias, lo que provoca una gran cantidad de choques entre ellos. Estas colisiones son muy energéticas, tanto que consiguen separar el electrón del núcleo del átomo de hidrógeno ionizándolo, es decir, creando un catión con carga positiva (el núcleo del átomo), y un anión con carga negativa (el electrón). El gas en estas condiciones empieza a comportarse de manera muy diferente a como lo hacía antes de ser ionizado, tan diferente como si estuviera en estado líquido o sólido. Por esta razón se considera que un gas ionizado presenta en realidad otro estado de agregación de la materia. Este nuevo estado se denomina plasma. Lo podemos encontrar en el Sol, pero también en el interior de un reactor nuclear o en los motores de propulsión de los cohetes espaciales.

A diferencia de los otros tres estados más tradicionales, en los que las transiciones se producen a base de aumentar o disminuir la temperatura, podemos conseguir un plasma de otro modo además de calentando un gas.

Si introducimos el gas en un campo eléctrico, las partes positivas de los átomos (el núcleo) se verán atraídas hacia el polo negativo del campo, mientras que las partes negativas (los electrones) lo harán hacia el polo positivo. Aumentando la intensidad del campo eléctrico conseguiremos que las fuerzas de atracción contrarias sean tan grandes que finalmente rompan el átomo, produciendo de nuevo un catión y un ión, o lo que es lo mismo, ionizando el gas, es decir, transformándolo en plasma. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en un relámpago, cuando la diferencia de potencial entre la nube y la tierra llega a ser de millones de voltios, o en el tubo fluorescente que ilumina nuestra cocina.

Los plasmas, como podemos ver, son mucho más comunes y están mucho más cerca de lo que pensamos.

De hecho, hay una manera sencilla de producir un plasma en nuestra propia casa. [No hacer este experimento sin la presencia de un adulto]. Para ello necesitaremos una uva fresca, un vaso alto y un microondas. Cortamos la uva por la mitad, sin que las dos mitades lleguen a separarse del todo, y la introducimos dentro del microondas después de haber sacado el plato giratorio y su base. Tapamos la uva con el vaso, y conectamos el microondas a máxima potencia durante cinco segundos (ojo, más tiempo podría dañar el electrodoméstico). Al cabo de un par de segundos veremos cómo por encima de la uva se produce una especie de globo luminoso que flota en el interior del vaso. ¡Hemos creado nuestro propio plasma! Algo parecido a lo que ocurre en este experimento sucede también en una aurora boreal.

Ahora podemos responder a la pregunta con la que hemos comenzado este artículo. ¿Qué tienen en común un televisor de pantalla de plasma, un tubo fluorescente, el interior de un reactor nuclear, un relámpago en una tormenta, una aurora boreal y el Sol? Que todos ellos son, están compuestos o contienen algún tipo de plasma.

Pero hay otra característica común a estos seis elementos: todos emiten luz (efectivamente, el núcleo de un reactor nuclear emite luz). ¿Por qué se produce este fenómeno? Hemos dicho que el plasma es un gas en el que los electrones, ya sea por calor ya sea por la presencia de un campo eléctrico, se han separado del núcleo formando iones. Pero esto no sucede de una manera estática, sino que los electrones están continuamente entrando y saliendo de los átomos. Si pudiéramos seguir un electrón concreto, veríamos cómo se separa del núcleo de uno de los átomos del gas, flota por el plasma libremente hasta que choca con otro núcleo y queda atrapado en él, para de nuevo separarse y continuar flotando, chocar con otro núcleo, quedarse atrapado en él, etc. La energía que necesita el electrón para escaparse del núcleo la saca, como ya hemos visto, bien de los choques de los átomos, bien del campo eléctrico. Pero en el proceso inverso, cuando el electrón es atrapado por un núcleo, esa energía tiene que ser devuelta de alguna manera. En nuestro caso se hace en forma de radiación, de forma que cada vez que un electrón es atrapado por un átomo, se emite un fotón de luz. Dependiendo del gas de que se trate, el color de esa radiación (su longitud de onda) será diferente.

En el caso de los tubos fluorescentes, que contienen gas de mercurio a baja presión, esa radiación es ultravioleta, es decir, no es visible por el ojo humano. Para transformar esa radiación en luz se utiliza una propiedad poco común del fósforo y de otros compuestos similares (conocidos genéricamente como fósforos), la fluorescencia. Ése es precisamente el cometido que tiene el recubrimiento blanco de los tubos fluorescentes: transformar la radiación ultravioleta producida por el plasma de mercurio en radiación blanca, visible por el ojo humano.

Pero, ¿cómo se puede aplicar todo esto a la formación de imágenes en un televisor de pantalla de plasma?

En el artículo Televisor: por qué hay que cesar de llamarlo "caja tonta" ya contamos cómo se aprovecha la propiedad de fluorescencia del fósforo para crear una serie de puntos de luz con distintas intensidades. En el caso del televisor convencional hablábamos de una fluorescencia producida por los rayos catódicos (chorros de electrones), y no por la luz ultravioleta como en los tubos fluorescentes. Explicábamos cómo esos chorros de electrones impactan con distintas intensidades en cada píxel de la pantalla para formar la imagen, y que cada píxel está compuesto por tres líneas, recubiertas por fósforo rojo, fósforo verde y fósforo azul.

Para comprobar que una pantalla de plasma no utiliza chorros de electrones para provocar la fluorescencia, basta con pasar el brazo cerca de una pantalla de un televisor convencional, y luego cerca de una de plasma. En la primera notaremos cómo se erizan los pelos del brazo debido a la electricidad estática producida por los electrones que chocan contra la pantalla. En la segunda no notaremos nada.

En realidad una pantalla de plasma no es más que una serie de minúsculos tubos fluorescentes, iguales a los de las lámparas de nuestra cocina, agrupados de tres en tres. Cada uno de estos grupos forma un píxel y está compuesto por un tubo recubierto de fósforo rojo, otro de fósforo verde y otro de fósforo azul. Aplicando un campo eléctrico a cada uno de los tubos producimos un plasma al ionizar el gas que contienen. Este plasma emite una radiación ultravioleta que es transformada en luz visible por los fósforos. Mientras que los tubos fluorescentes de la cocina transforman la luz ultravioleta en luz blanca, los pequeños tubos que forman un píxel la transforman en luz roja, verde o azul, dependiendo del recubrimiento que tengan. Variando la intensidad del campo eléctrico que aplicamos a cada tubo obtendremos los distintos colores para cada píxel, que, unidos, nos darán una imagen clara y luminosa.

Fuente:

Caos y Ciencia

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