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19 de abril de 2010

El peor olor del mundo

Lunes, 19 de abril de 2010

El peor olor del mundo


Aunque es difícil establecer un ranking de hedores, la mayoría de los expertos coinciden en que el olor más desagradable del mundo es el que genera el mercaptano. Se trata de un compuesto sulfurado que genera la materia en descomposición, y que en estado puro emite un “tufo” que puede hacernos sentir realmente enfermos. Quienes lo han olido comparan su hedor con el que desprenden los huevos podridos o unos calcetines muy usados.

No obstante, este aroma fétido también ha resultado ser útil: añadiendo un derivado, el metilmercaptano, al gas natural se consigue que este combustible, que es inodoro, pueda ser detectado por el olfato humano, alertando de posibles fugas. De ahí que se pueda afirmar que el mercaptano también ha salvado muchas vidas.

El mercaptano se añade además a los combustibles de los reactores y a los pesticidas.

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Muy Interesante

¿Producen electricidad las plantas?

Lunes, 19 de abril de 2010

¿Producen electricidad las plantas?


Desde hace tiempo se sabe que algunas plantas pueden producir señales eléctricas. Por ejemplo, los cambios de voltaje en las hojas de la mimosa, cuando alguien las toca, hacen que éstas se cierren.

En 1996, un grupo de investigadores de la Universidad de East Anglia, en Norwich (Reino Unido), registró actividad eléctrica en los brotes de las tomateras justo después de arrancarles las hojas. Esas señales eran más fuertes en el floema, el conducto que lleva la savia de las hojas al resto de la planta.

Mucho más recientemente, Frank Turano, un biólogo molecular del Departamento de Agricultura de EEUU, ha encontrado indicios de que las hojas envían señales eléctricas hacia la raíz y los brotes a través de canales iónicos para, por ejemplo, poner en marcha defensas químicas contra los insectos. Turano sospecha que, cuando ciertas proteínas de la planta detectan sustancias como el glutamato, envían señales eléctricas a lo largo del floema, cuyas células se conectan formando una estructura semejante a los nervios de los animales.

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Muy Interesante

18 de abril de 2010

La sangre en cifras

Domingo, 18 de abril de 2010

La sangre en cifras

Fluido vital, banquete de vampiros y otros monstruos, en un individuo de 75 kilogramos podemos encontrar unos 6 litros de sangre que discurren por una especie de autopista viscosa que comunica todas las células que integran el cuerpo humano a una velocidad de 2 kilómetros por hora.



- Está formada por un 55 % de un líquido amarillo llamado plasma. El otro 45 % son glóbulos rojos, blancos y plaquetas. Estos elementos son reemplazados a un ritmo de 3 millones por segundo.

- Los glóbulos rojos, también conocidos como eritrocitos, transportan el oxígeno a todas partes del cuerpo y, de paso, eliminan el dióxido de carbono. En la sangre de un adulto patrullan constantemente 25.000.000.000.000 glóbulos rojos. Todos ellos tienen un espesor y una longitud de 0,002 y 0,0007 milímetros, respectivamente. Así que si los dispusiéramos unos sobre otros, levantaríamos una torre de 50.000 kilómetros de altura y formaríamos una línea suficientemente larga como para dar 4 vueltas a la Tierra. Si los extendiéramos sobre una superficie plana, entonces tendríamos una alfombra roja de 3.800 metros cuadrados.

17 de abril de 2010

¿Puede ser el universo democrático, el calor comunista y el agua xenófoba?

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Sábado, 17 de abril de 2010

¿Puede ser el universo democrático, el calor comunista y el agua xenófoba?

A veces, puede ser recomendable usar cualidades humanas como metáforas para entender algunos conceptos físicos. Así, se podría hablar de que el universo es democrático, de que el átomo tiene personalidad e identidad, que el calor es comunista, el agua sociable pero xenófoba, que el neutrino es humilde o que el carbono es desvergonzadamente promiscuo.

El universo es democrático.

En una democracia la convivencia social se establece entre miembros libres e iguales. El universo es democrático porque todas las direcciones, lugares y tiempos son iguales. No existe un centro alrededor del que gire; un punto del espacio es tan bueno como cualquier otro para constituirse como centro del universo. Las leyes físicas no dependen de dónde nos encontremos en el espacio vacío, el espacio no tiene puntos especiales (exceptuando, quizá, los agujeros negros), ni de la disposición que adoptemos en el espacio, ni en el momento de tiempo que estemos.

El calor es comunista.

El comunismo es una doctrina que propugna una organización social en que los bienes son propiedad común. Y eso es lo que hace el calor. El calor es una forma de transmisión de la energía. Como lo expresaban los científicos y divulgadores británicos Peter Tait y Belfourt Stewart en un libro muy popular sobre la ciencia de la energía, “el calor es por excelencia el comunista de nuestro universo, y sin duda es el que llevará el sistema presente a su fin.” Su texto implicaba que el fin del universo, como el fin del capitalismo, era la consecuencia del comunismo. El calor reparte la energía homogéneamente por todo el universo, intenta repartir la misma cantidad de energía a todos, lo que hace que esta energía no sea útil.

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El agua es sociable y xenófoba.

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La xenofobia es odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros, hacia lo diferente.

El agua es una sustancia polar y rechazará a toda aquella molécula que no sea como ella. Por ejemplo, el aceite es apolar y todos sabemos lo mal que se llevan. Por otro lado, entre sus iguales, el agua es muy sociable. Por su polaridad y por la formación de puentes de hidrógeno puede enlazarse con multitud de compuestos. El agua es descrita muchas veces como el solvente universal, porque disuelve muchos de los compuestos conocidos. En términos químicos, el agua es un solvente eficaz porque permite disolver iones y moléculas polares. La inmensa mayoría de las sustancias pueden ser disueltas en agua. Sin embargo, como he señalado antes, no llega a disolver todos los compuestos.

Además, el agua es la molécula más abundante del universo.

Sobre elementos.

El hidrógeno es un poco simplón pero está en todos lados. Es el átomo más simple, un electrón y un protón, pero es el más abundante del universo.

El Francio es el más raro, tan raro que se piensa que puede haber en todo nuestro planeta, en cualquier momento dado, menos de 20 átomos de él.

El carbono es desvergonzadamente promiscuo. Se trata del juerguista del mundo atómico, que se une a muchos otros átomos (incluidos los propios) y mantiene una unión firme, formando hileras de conga moleculares de desbordante robustez. Por esto, podriamos decir que el carbono es muy “vivo”.

El átomo tiene identidad y personalidad. (ver: la personalidad y la identidad del átomo.)

Todos tenemos algo que nos caracteriza y nos diferencia de los demás. Es nuestra identidad, lo que somos. Por otra parte, tenemos personalidad. Popularmente la personalidad se entiende como el conjunto de actitudes y estilo de comportamiento de una persona (en realidad se trata de concepto bastante complejo). Las diferentes personalidades hacen que nos comportemos de una manera u otra.

El número de protones es lo que otorga a un átomo su identidad química. Un átomo con un protón es un átomo de hidrógeno, uno con dos protones es helio, con tres protones litio y así sucesivamente siguiendo la escala.

Los neutrones no influyen en la identidad del átomo, pero aumentan su masa.

La personalidad la determina el número de electrones. Si la identidad la cambiábamos con reacciones nucleares la personalidad la podemos cambiar a través de reacciones químicas.

Cuando un elemento o átomo forma parte de una molécula lo que está haciendo es compartiendo, aceptando o cediendo electrones. Por tanto, un átomo que forma parte de una molécula, aunque no cambia su identidad, cambia su personalidad.

Tanto cambian que el agua es incombustible, pero los dos elementos que la componente, hidrógeno y oxígeno son dos de los elementos más amigos de la combustión que existen (en verdad, el oxígeno no es combustible en sí, solamente facilita la combustión de otras cosas. Y menos mal porque, si fuese combustible, cada vez que encendiésemos una cerilla estallaría en llamas el aire que nos rodea).

El neutrino es humilde. (ver: La “madre de todas las explosiones” involucra a la partícula más humilde.)

El neutrino es una partícula elemental que parece ser la más inerte y menos llamativa de todas. Sin embargo, entra en juego en una de los eventos más violentos del universo, la explosión de una estrella masiva.

Fuente:

Ciencia On Line

El problema de los dos sobres

Sábado, 17 de marzo de 2010

El problema de los dos sobres

Imagina por un momento que se te acerca un desconocido y te entrega un sobre cerrado con dinero en su interior. Y que, antes que puedas reponerte de la sorpresa ante semejante actitud, te ofrece cambiarlo por otro que lleva con él, sabiendo que el nuevo sobre puede tener o bien el doble de dinero que el otro, o bien la mitad. ¿Qué deberías hacer? Si alguna vez te encuentras ante tan poco probable situación, estarás enfrentando el problema de los dos sobres, una curiosa paradoja estadística que debes conocer.

Hay situaciones ante las que conviene estar preparado. Dejando de lado que es muy poco probable que alguien te haga una oferta como la anterior, en caso de que te enfrentes a un dilema similar -participando de algún concurso, por ejemplo- seguramente te gustaría sacar el mejor provecho posible a la oferta que te plantean. El problema de los dos sobres, uno de esos maquiavélicos inventos que los matemáticos y filósofos utilizan para torturamos, es el siguiente: nos dan a elegir entre dos sobres con dinero, diciéndonos que uno tiene el doble de dinero que el otro. Una vez que elegimos uno, nos dan la opción de cambiarlo por el otro. ¿Qué debemos hacer para obtener la mayor ganancia posible? ¿Es más conveniente quedarse con el sobre elegido en primer lugar o, por el contrario, conviene más hacer el cambio? Eso es lo que trataremos de determinar.


El problema de los dos sobres no es más que una curiosa paradoja.

Supongamos que la cantidad de dinero que hay en el sobre que elegimos primero es A. Eso significa que el otro sobre tiene una probabilidad del 50% de poseer el doble de ese monto (2A) y el 50% de tener la mitad (A/2). Como ambas situaciones son igualmente probables, la “esperanza matemática” de la cantidad que contiene la otra caja es

0,5*2A + 0,5*A/2 = 1,25A

Es decir, si cambiamos de sobre, obtenemos un 25% de ganancia. ¿Estupendo, verdad? Pero antes de que salgas corriendo a cambiar el sobre, deberías pensar un poco. En efecto, el razonamiento anterior puede hacerse exactamente igual si hubieses elegido el otro sobre, por lo que quizás cambiarlo no sea tan buena idea después de todo. Pero, ¿dónde está el fallo?

Veamos un ejemplo concreto. Supongamos que en el sobre elegido hay 1000 euros. Eso significa que es igualmente probable que en el otro haya 500 o 2000 euros. Por lo tanto, si cambio el sobre elegido por el otro, o bien pierdo 500 o bien gano 1000. Puesto que lo que puedo ganar es mayor (el doble, de hecho) de lo que puedo perder, no hay dudas de que me conviene cambiar el sobre elegido por el otro. Pero la paradoja estriba en que el mismo argumento se puede aplicar al otro sobre. O peor aún: una vez cambiado el sobre, podría utilizar una y otra vez este argumento para seguir cambiando los sobres indefinidamente. ¿Cómo es posible que en ambos casos pueda ganar más de lo que pierdo si cambio el sobre?


En realidad, lo que ganas o pierdes es lo mismo.

En realidad, el fallo se produce al pensar que el monto que ganarás, si ganas, es mayor que el monto que perderás, si pierdes. En realidad, lo que ganas o pierdes es lo mismo. Si A es la cantidad de euros que contiene el sobre elegido en primer lugar y el otro tiene o 2A o A/2 euros, podemos llamar B a la diferencia de los importes en los dos sobres o, lo que es lo mismo, B es el menor de los dos montos, o -mejor aún- B = A. Si ganas en el intercambio (cambiando un sobre con A euros por uno con 2A euros) ganarás A euros. ¿Correcto? Y si pierdes en el intercambio (cambiando un sobre con 2A euros por uno que solo tiene A euros) estarás perdiendo A euros. Esto significa que el monto que puedes ganar o perder es el mismo y que no hay alguna ventaja en cambiar el sobre. Dado que la probabilidad de hallar el monto mayor es la misma si cambias o no el sobre, la paradoja desaparece. Esto significa que si alguien te ofrece un sobre con dinero, tranquilamente puedes tomarlo y marcharte sin esperar a que te ofrezcan cambiarlo por otro: la probabilidad de que ganes o pierdas en el intercambio son las mismas.

Fuente:

Neo Teo

Nuestro cerebro intolerante


Sábado, 17 de abril de 2010

Nuestro cerebro intolerante

La manera como piensa el cerebro, clave en la evolución de la especie

La amígdala es la zona del cerebro donde se crea y almacena el prejuicio

Los espequemas mentales son un filtro que distorsiona la realidad

Un hombre almuerza con su jefe y tiene una reunión de trabajo; si la reunión la tiene una mujer, es porque entre ellos hay algo. Los negros no son inteligentes y sólo son buenos para los deportes, los charapas (habitantes de la amazonía) son personas alegres y de sangre caliente. Los tópicos responden a prejuicios que, a menudo, están en la base de la discriminación


Si voy por la calle y me cruzo con una mujer mayor, se agarra fuerte el bolso, ¡como si yo le fuera a robar!", exclama indignado un chico marroquí veinteañero. "Que sea inmigrante no significa que vaya a hacer nada malo", añade en perfecto castellano. Seamos o no conscientes de ello, lo cierto es que los estereotipos, los prejuicios, los clichés, abundan en nuestras conversaciones y reflejan opiniones generalizadas en la sociedad. A menudo, responden a prejuicios que acaban llevando a discriminar a determinados colectivos. Las mujeres no saben aparcar y son parlanchinas; los judíos, tacaños; los franceses, chovinistas y estirados; los italianos, latin lovers; y así podríamos continuar enumerando tópicos hasta el infinito. Podemos alarmarnos al leerlos o escucharlos; rebelarnos contra ellos; pensar que son una sarta de calificativos sin fundamento. Podemos negarlos y afirmar que nosotros, claro, somos igualitarios. Pero lo cierto es que todos los conocemos y nuestro cerebro está lleno de ellos. ¿Y eso por qué?

Desde hace más de 25 años, Susan Fiske dirige un equipo de investigación en la facultad de Psicología de la Universidad de Princeton (Nueva Jersey, EE.UU.) con el que estudia grupos sociales y morales, analiza cómo se forman los prejuicios y cómo estos influyen en nuestra forma de actuar. Para esta psicóloga, "nos formamos juicios de valor en función de la percepción que tenemos de si aquel grupo de individuos nuevo es cooperativo o, por el contrario, competitivo". Y nos basta apenas una fracción de segundo para decidir si confiamos o no en una persona. "Cuando conocemos a alguien, nos fijamos, sobre todo, en su boca, en si nos parece que está ligeramente sonriente o denota enfado. Así inferimos si una persona es dominante o afable. También influyen los rasgos de madurez de sus facciones. Cuanto más masculinas, más seguras nos parecen". Fiske y su equipo tratan de averiguar qué vemos cuando miramos a la cara a miembros de otros colectivos."Hemos descubierto que la primera clasificación que hacemos tiene que ver con la etnia, la edad y el sexo. La clase social nos resulta algo más complicada, aunque también la acabamos pescando rápidamente. La estructura social determina el estereotipo; el estereotipo determina la emoción, y la emoción determina el comportamiento", señala Fiske.

La memoria caché del cerebro

Los estereotipos, cuentan los neurólogos, son un tipo de esquemas que elabora el cerebro. Forman parte del sistema que usa este órgano para organizar la información y poder actuar de forma más rápida. Cuando conocemos a una persona nueva, la observamos y en un santiamén la metemos en una categoría en función de su cultura, procedencia, edad, clase social, si es hombre y mujer. En definitiva, la clasificamos y le colgamos una etiqueta. Y los psicólogos cognitivos creen que todo lo que aprendemos de nuestro entorno se organiza así, bajo estos esquemas. Para explicar cómo funcionan, la neurocientífica Cordelia Fine, autora del libro A mind of its own. How your brain distorts and deceives (2005), (Una mente propia. Cómo tu cerebro distorsiona y decepciona), utiliza la siguiente metáfora: es como si nuestro cerebro fuera una gran cama llena de grupos de neuronas dormidas, ligadas entre ellas. Cada célula nerviosa representa una parte de un esquema.

Por ejemplo, si tomamos perro, al oír esa palabra, algunas neuronas se despiertan y activan para recordarnos que tiene cuatro patas; otras contienen la información de que ladra; otras te dicen que tiene pelo... De manera que pensar un concepto o esquema es como despertar a todas esas neuronas a la vez. Lo mismo ocurre si en lugar de perro decimos mujer, judío o pobre. La información "está muy entrelazada en el cerebro, lo que significa que si usas una parte del esquema, aunque sólo digas: "Este chico es gay", se activan todas las partes del esquema de homosexuales", dice Fine, aunque lo que ese esquema contenga variará según la cultura, la sociedad y el individuo.



Cuestión de supervivencia

Esos esquemas, cuando se refieren a otras personas, se rellenan de los juicios de valor que elaboramos de los otros. De esto se encarga la amígdala, una estructura muy pequeña y evolutivamente muy antigua, situada en el lóbulo temporal del cerebro; forma parte de los circuitos responsables de la emoción, de la motivación y del control autónomo. Junto con otras regiones –el hipocampo, el septum y el hipotálamo–, configura el sistema límbico, responsable directo de la codificación del mundo personal e instransferible de los sentimientos y emociones. La amígada la cumple con muchas funciones, desde las visuales más básicas hasta la capacidad para mantenernos alerta; de hecho, el binomio miedo-agresión está asentado aquí. Esta región también está relacionada con la percepción que tenemos de alguien: cuanto más sentimos que podemos depositar nuestra confianza en una persona, menos se activa esta zona, y cuanto más desconfiamos, más activa está. Y es en esta pequeña región, con forma de almendra, donde se gestan estereotipos y prejuicios.

Seguramente se originaron como una estrategia de supervivencia para tomar decisiones más rápido. Si ante cada nueva circunstancia el cerebro tuviera que procesar toda la información, recabar todos los datos, valorarlos y obrar en consecuencia, ya no estaríamos aquí. ¡Nos hubiéramos extinguido! Hace mucho mucho tiempo, unos 100.000 años, nuestros antepasados aún estaban en África y no habían comenzado su éxodo por el planeta, mientras los neardentales se expandían por todo el mundo. La población de seres humanos se redujo a unos 2.000 individuos, al borde de la extinción. "Para sobrevivir, tuvieron que aprender a cooperar, a ayudarse unos a otros, a formar equipos para cazar y defenderse de animales más fuertes", cuenta Scott Atran, antropólogo, profesor de la Universidad de Michigan y del Colegio Universitario de Justicia Penal John Jay (Nueva York), quien además dirige el Centro Nacional de Investigación Científica de París (CNRS). Nuestros antecesores cooperaban, eran compasivos, tenían cierta moral y justicia con aquellos que eran de su grupo y también desarrollaron mecanismos para protegerse de sus rivales. "En realidad, no puedes funcionar en un grupo a menos que hagas suposiciones sobre otras personas. Es así como hemos desarrollado maneras de emitir juicios de confianza y desconfianza. Si somos de grupos distintos, tenemos que estar seguros de que los otros no han venido a matarnos", añade este antropólogo. Y esos prejuicios que hacían que nuestros antepasados se acercaran a otros indivuos o salieran, por el contrario, pitando, se formaban al instante. "La manera más rápida de distinguir entre tu grupo y otro, de saber si puedes confiar en el que tienes delante en un segundo es mirando si habla el mismo idioma, tiene el mismo acento, la misma piel", explica Atran. "Sólo necesitamos una fracción de segundo, para decidir si confiamos o no en él. Y tenemos que hacerlo así para poder sobrevivir", añade Susan Fiske, de la Universidad de Princenton.



Lea el artículo completo en:

La Vanguardia (España)

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Spencer Wells: Las razas no existen, todos venimos de una misma familia

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