Este sesgo en el procesamiento visual se produce de forma inconsciente y afianza los prejuicios.
¿Está seguro de que sus amigos, o «menos amigos», son realmente como usted los ve?
Si la pregunta le parece extraña, espere a leer lo que ha descubierto
un grupo de neurocientíficos de la Universidad de Nueva York: Los
estereotipos que tenemos puede influir en el procesamiento visual del
cerebro, que hace que veamos las caras de los demás de manera que se
ajusten a nuestras ideas preconcebidas.
Si los expertos en comunicación nos habían advertido ya de que prestamos más atención a aquella información que está de acuerdo con nuestras creencias,
ahora este nuevo estudio viene añadir una prueba más de que nuestra
visión del mundo podría depender del "color del cristal con que
miramos", o sea de los prejuicios e ideas preconcebidas que tenemos. Ya
lo decían los clásicos: los sentidos nos engañan. Y de qué manera.
"Nuestros
resultados proporcionan evidencia de que los estereotipos que tenemos
pueden alterar sistemáticamente la representación visual de una cara en el cerebro, que distorsiona lo que vemos para estar más en consonancia con nuestras expectativas sesgadas",
explica Jonathan Freeman, del Departamento de Psicología de la
Universidad de Nueva York y autor principal del artículo que aparece en
la revista Nature Neuroscience.
Al parecer hay estereotipos ampliamente extendidos, como por ejemplo que los hombres son más agresivos mientras que las mujeres tienen una tendencia más apaciguadora.
Y el estudio sugiere que este tipo de asociaciones estereotipadas
pueden dirigir el procesamiento visual de otras personas, alterando la
forma en que el cerebro ve el rostro de una persona.
Las personas extraemos una gran cantidad de información de la cara de los demás,
incluyendo categorías sociales como el sexo, la raza, o la emoción que
están sintiendo. Tradicionalmente se pensaba que cada una de esas
dimensiones está representada de forma independiente. Sin embargo,
investigaciones recientes lo han puesto en duda, argumentando que esas
información que proporciona un rostro puede estar entrelaza.
Investigaciones previas han demostrado que los estereotipos filtran lo que pensamos de los demás y cómo interactuamos con ellos,
moldeando muchos aspectos de nuestro comportamiento, a pesar de
nuestras mejores intenciones. Pero el trabajo publicado en Nature
muestra que los estereotipos van más allá aún y pueden tener un impacto
más insidioso, llegando incluso a influir en nuestro proceso visual inicial de
una persona, de una manera que se ajuste a nuestros prejuicios. Y a su
vez, como han demostrado anteriores, la forma en que percibimos una cara
puede influir en nuestro comportamiento.
El artículo completo en:
ABC
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5 de mayo de 2016
19 de julio de 2015
Nuestro cerebro puede tener prejuicios incluso contra nuestra propia raza, y ni nos damos cuenta
La división del ser humano entre razas es una clasificación ideológica o estética cargada de prejuicios, no una verdad científica: las razas no existen. Y, aunque no lo parezca desde nuestra perspectiva, la discriminación racial sucede en todos los grupos étnicos, incluso dentro del mismo grupo.
Es un tipo de racismo menos evidente, que muestra algo que los antropólogos y neuropsicólogos llevan tiempo señalando: el prejuicio racial es una cuestión cultural, independiente incluso de nuestra propia etnia. Y un test de la Universidad de Harvard lo pone de manifiesto en poco más de 10 minutos.
¿Existe el racismo dentro de la misma raza?
La respuesta corta es sí. Den Fujita, por ejemplo, introdujo McDonald's en Japón en los años 70, y la convirtió en la primera cadena de comida rápida capaz de seducir a la sociedad japonesa. Con un marketing tan agresivo que, en varias de sus charlas durante los 70, Fujita llegó a aseverar que “los japoneses somos amarillos y bajitos porque no hemos comido nada más que arroz y pescado durante los últimos 2.000 años. Si comemos hamburguesas y patatas fritas de McDonald’s durante los próximos mil años seremos más altos, nuestra piel se volverá blanca y nuestro pelo, rubio”.
Fujita estaba reconociendo un prejuicio explícito hacia su propia etnia. El mismo que ahora mismo viven en Corea del Sur con una obsesión por la cirugía estética para "suavizar" sus rasgos que les ha llevado a ser líderes mundiales en gasto per capita en el asunto. Con una diferencia sobre Occidente: las operaciones buscan un look muy concreto, que algunos cirujanos surcoreanos denominan "occidentalizado".
La presión social -operarse antes de ponerse a buscar trabajo, por ejemplo- ha llevado a quecerca del 20% de los jóvenes del país se sometan a procedimientos para cambiar la forma de su cara y llevarla a un ideal de ojos más abiertos y mandíbulas limadas.
Con un problema adicional: la influencia de la cultura pop coreana en países como China está llevando a que el fenómeno se extienda fuera de sus fronteras, con miles de personas viajando al año al distrito de Gangnam -sí, ese Gangnam- para cambiar sus orígenes... Hacia un estereotipo clónico.
Ojo, también hay racismo "heredado"
Aunque no siempre sea evidente, o nuestra perspectiva de ello acertada. Por ejemplo, desde nuestra perspectiva eurocéntrica la mayor parte de los conflictos étnicos africanos pueden parecernos incomprensibles a priori, con el genocidio ruandés a la cabeza.
Pero la mayor desgracia racista desde el Holocausto nazi obedecía a raíces coloniales, a un racismo más conocido: el del hombre blanco sobre el “pobre salvaje” africano. Fueron los belgas quienes exacerbaron la separación entre tutsis y hutus. A principios del siglo XX, el Gobierno belga se apoyaba en teorías racistas para promover esa dominación entre etnias:
"El gobierno debe esforzarse en mantener y consolidar las estructuras tradicionales compuestas por la clase dirigente Tutsi, por sus importantes capacidades, su innegable superioridad intelectual y su potencial para liderar”.
El resultado: cerca de un millón de tutsis exterminados poco más de medio siglo después a manos de la mayoría hutu. A pesar de que entre ambos grupos no había diferencias étnicas evidentes, demostrando otra vez que cualquier creencia en la superioridad de un ser humano sobre otro -étnica, religiosa, política, clasista, de género- es un peligro para la Humanidad en general.
Pero sí, el prejuicio racial dentro de la propia raza existe, incluso en las mentes más progresistas. Y el estudio de los comportamientos implícitos lo pone de manifiesto.
¿Qué son los prejuicios implícitos?
Los comportamientos implícitos modulan nuestra existencia, aunque no seamos conscientes de ello. Atribuimos ciertos valores propios a los demás mediante su apariencia externa o ciertos detalles conocidos, desde la ropa que llevan hasta el color de piel, pasando por la religión, el trabajo o demás factores. Su estudio proporciona herramientas a varias disciplinas, desde la neurología hasta el marketing o la gestión empresarial. Y, lo más sorprendente, también nos descubren que ciertas actitudes inconscientes pueden sobrepasar incluso nuestra "pertenencia" a una raza, o lo que nos decimos a nosotros mismos sobre nuestras ideas.
El mejor ejemplo de este “prejuicio implícito” lo descubrió Theodore R. Johnson, escritor y exoficial de la Armada estadounidense, en The Atlantic. Johnson se sometió a los Test de Asociación Implícita de The Implicit Project. Los test son baterías de pruebas de entre 10 y 15 minutos de duración diseñadas por los psicólogos e investigadores de la Universidad de Harvard para enseñarnos que “no siempre sabemos todo lo que pensamos”.
Y cubren más de 90 materias: preferencias políticas, deportes, cultura… Entre ellos, destaca el de la percepción de las razas. Las pruebas son simples: piden clasificar imágenes de rostros incompletos entre razas y, al mismo tiempo, asociar palabras con los valores “bueno” y “malo”. Poniendo especial énfasis en que se hagan a la mayor velocidad posible, para que no podamos responder de forma consciente. Porque nos mentimos. Y mucho.
Johnson se sometió al test y su descubrimiento le provocó “una minicrisis existencial”: los resultados revelaban que tenía una “fuerte preferencia automática sobre los euroamericanos [los blancos] frente a los afroamericanos”. ¿La crisis vino porque Johnson comprobó que tenía prejuicios raciales a su pesar? Sí, pero con un problema añadido: Theodore R. Johnson es negro.
Johnson no está solo. Varios estudios que usan The Implicit Project -con más de cinco millones de pruebas realizadas durante la década pasada- demuestran que los norteamericanos en general tienen prejuicios implícitos hacia los negros aunque ellos mismos lo sean.
¿Todos tenemos prejuicios?
Todavía estamos intentando descubrirlo. Los estudios de Mahzarin Banaji, la principal impulsora de The Implicit Project, aún investigan si es posible cambiar nuestros estereotipos -respuesta actual: sí, pero poquito-, si es posible "curar" el racismo. Banaji cree que
"Los prejuicios implícitos vienen de la cultura. Creo que son la huella dáctilar de la cultura en nuestras mentes. Los seres humanos tienen la capacidad de aprender a asociar dos conceptos muy rápidamente. Eso es innato. Lo que podamos enseñarnos a nosotros mismos, lo que elijamos asociar, es cosa nuestra"
Banaji apunta a lo mismo que todos los estudios disponibles sobre el tema: es posible educarnos contra el racismo, implícito o no. Pero cómo hacerlo todavía es problemático, aunque existan algunas recetas.
La principal es el tiempo: nuestros cerebros pueden tomar decisiones inconscientes con muy poca información (unos 16 bits, comparado con los aproximadamente 11 millones de bit que puede procesar por segundo), que vayan incluso en contra de nuestros comportamientos explícitos. Contratar a alguien de la misma raza, en el caso de las minorías norteamericanas, puede verse afectado por esos prejuicios si el que decide no se toma su tiempo para considerar el asunto de forma consciente. Es sólo un ejemplo de cómo puede afectar el prejuicio implícito a la toma de decisiones dentro de la misma etnia.
El problema es que, cuando se intenta educar contra los estereotipos -otra de las recetas que dan los estudios sobre la materia- surge un problema de base: hay que hacerlo sobre los estereotipos ya construidos.
El experimento del Colegio Fieldston
Fieldston es un nombre propio en la educación progresista neoyorquina, un colegio de los de 40.000 dólares al año, galería de exalumnos notables (Sofia Coppola, por ejemplo) y énfasis en la "educación ética". Uno de sus experimentos de este año consistía en "segregar" temporalmente a los estudiantes de primaria en grupos raciales. Para que entendiesen que existe el racismo y empezar a meter en sus cabecitas la idea de que está mal. El problema -aparte del experimento en sí, discutible- es que los padres han montado en cólera... Porque se han quedado cortos de razas y etnias.
El colegio dividía a los alumnos en "grupos de afinidad étnica", dándose el caso de que un padre judío ha puesto el grito en el cielo porque "sentar a mi hijo con los blancos es negar los prejuicios a los judíos". Y sabe de qué habla: ese padre vio de niño como el Ku Klux Klan le prendía fuego a su sinagoga. O el caso de una madre dominicana que es "de raza negra y origen latino, ¿qué casilla tienen que marcar mis hijos?". Aunque se declara a favor del experimento porque "en la vida, hay gente que marca esas casillas por ti".
Los test ofrecidos por la Universidad de Harvard no se quedan sólo en la raza: también incluyen el género o, en el caso español, la percepción que tenemos de los nacionalismos y nuestros propios prejuicios hacia catalanes o madrileños. Con sólo 15 minutos, podremos empezar a aprender si nuestra mente inconsciente no es tan abierta como nos gustaría... Y dar el primer paso para arreglarla.
Fuente:
25 de marzo de 2011
La baja autoestima promueve prejuicios contra los demás
Cuando las personas se sienten mal consigo mismas, son más propensas a mostrar prejuicios contra las personas que son diferentes. Ésta es la demoledora conclusión de un nuevo estudio, que parece venir a confirmar una vieja idea de la sabiduría popular, la de que ver en otras personas defectos, reales o imaginarios, nos sirve de consuelo para los nuestros propios.
Jeffrey Sherman (Universidad de California en Davis) y Thomas Allen utilizaron el Test de Asociación Implícita (IAT por sus siglas en inglés) (una tarea diseñada para evaluar las reacciones automáticas de las personas a palabras y/o imágenes) para investigar la veracidad de esta creencia.
Con el fin de poner al descubierto los prejuicios de los sujetos de estudio, quizá no asumidos de manera consciente por ellos, se pidió a estas personas que observaran la pantalla de un ordenador mientras aparecía en ella una serie de palabras positivas, palabras negativas, e imágenes de rostros de personas blancas o de color. En la primera parte del test, a los participantes se les pidió que presionaran la tecla "E" al ver rostros negros o palabras negativas, y la tecla "I" al ver rostros blancos o palabras positivas.
En la segunda tarea, se invirtieron las normas, de modo que entonces los participantes tuvieran que asociar las palabras positivas con los rostros de color, y las palabras negativas con los rostros blancos.
Determinar prejuicios mediante el test IAT es bastante simple: Si el sujeto tiene ideas negativas sobre las personas de color, debería resultarle más difícil la segunda tarea.
Esto debería darse aún más cuando la persona se siente mal consigo misma.
En su experimento, Sherman y Allen pidieron a los participantes responder a un cuestionario de 12 preguntas muy difíciles que requieren de pensamiento creativo. Nadie logró más de dos respuestas correctas. A la mitad aproximada de los participantes se les dio a conocer el resultado de sus respuestas al test y se les dijo que el promedio de respuestas acertadas de los demás participantes era de nueve, para que se sintieran mal consigo mismos. A la otra mitad se les dijo que sus respuestas al test serían evaluadas posteriormente. Luego, todos los participantes pasaron por el test IAT, y, como era de esperar, quienes se sentían mal consigo mismos por sus resultados en la prueba mostraron más evidencias de estar ostentando prejuicios contra otras personas.
Noticias de la Ciencia
17 de abril de 2010
Nuestro cerebro intolerante
Sábado, 17 de abril de 2010
Nuestro cerebro intolerante
La manera como piensa el cerebro, clave en la evolución de la especie
La amígdala es la zona del cerebro donde se crea y almacena el prejuicio
Los espequemas mentales son un filtro que distorsiona la realidadUn hombre almuerza con su jefe y tiene una reunión de trabajo; si la reunión la tiene una mujer, es porque entre ellos hay algo. Los negros no son inteligentes y sólo son buenos para los deportes, los charapas (habitantes de la amazonía) son personas alegres y de sangre caliente. Los tópicos responden a prejuicios que, a menudo, están en la base de la discriminación
Si voy por la calle y me cruzo con una mujer mayor, se agarra fuerte el bolso, ¡como si yo le fuera a robar!", exclama indignado un chico marroquí veinteañero. "Que sea inmigrante no significa que vaya a hacer nada malo", añade en perfecto castellano. Seamos o no conscientes de ello, lo cierto es que los estereotipos, los prejuicios, los clichés, abundan en nuestras conversaciones y reflejan opiniones generalizadas en la sociedad. A menudo, responden a prejuicios que acaban llevando a discriminar a determinados colectivos. Las mujeres no saben aparcar y son parlanchinas; los judíos, tacaños; los franceses, chovinistas y estirados; los italianos, latin lovers; y así podríamos continuar enumerando tópicos hasta el infinito. Podemos alarmarnos al leerlos o escucharlos; rebelarnos contra ellos; pensar que son una sarta de calificativos sin fundamento. Podemos negarlos y afirmar que nosotros, claro, somos igualitarios. Pero lo cierto es que todos los conocemos y nuestro cerebro está lleno de ellos. ¿Y eso por qué?
Desde hace más de 25 años, Susan Fiske dirige un equipo de investigación en la facultad de Psicología de la Universidad de Princeton (Nueva Jersey, EE.UU.) con el que estudia grupos sociales y morales, analiza cómo se forman los prejuicios y cómo estos influyen en nuestra forma de actuar. Para esta psicóloga, "nos formamos juicios de valor en función de la percepción que tenemos de si aquel grupo de individuos nuevo es cooperativo o, por el contrario, competitivo". Y nos basta apenas una fracción de segundo para decidir si confiamos o no en una persona. "Cuando conocemos a alguien, nos fijamos, sobre todo, en su boca, en si nos parece que está ligeramente sonriente o denota enfado. Así inferimos si una persona es dominante o afable. También influyen los rasgos de madurez de sus facciones. Cuanto más masculinas, más seguras nos parecen". Fiske y su equipo tratan de averiguar qué vemos cuando miramos a la cara a miembros de otros colectivos."Hemos descubierto que la primera clasificación que hacemos tiene que ver con la etnia, la edad y el sexo. La clase social nos resulta algo más complicada, aunque también la acabamos pescando rápidamente. La estructura social determina el estereotipo; el estereotipo determina la emoción, y la emoción determina el comportamiento", señala Fiske.
La memoria caché del cerebro
Los estereotipos, cuentan los neurólogos, son un tipo de esquemas que elabora el cerebro. Forman parte del sistema que usa este órgano para organizar la información y poder actuar de forma más rápida. Cuando conocemos a una persona nueva, la observamos y en un santiamén la metemos en una categoría en función de su cultura, procedencia, edad, clase social, si es hombre y mujer. En definitiva, la clasificamos y le colgamos una etiqueta. Y los psicólogos cognitivos creen que todo lo que aprendemos de nuestro entorno se organiza así, bajo estos esquemas. Para explicar cómo funcionan, la neurocientífica Cordelia Fine, autora del libro A mind of its own. How your brain distorts and deceives (2005), (Una mente propia. Cómo tu cerebro distorsiona y decepciona), utiliza la siguiente metáfora: es como si nuestro cerebro fuera una gran cama llena de grupos de neuronas dormidas, ligadas entre ellas. Cada célula nerviosa representa una parte de un esquema.
Por ejemplo, si tomamos perro, al oír esa palabra, algunas neuronas se despiertan y activan para recordarnos que tiene cuatro patas; otras contienen la información de que ladra; otras te dicen que tiene pelo... De manera que pensar un concepto o esquema es como despertar a todas esas neuronas a la vez. Lo mismo ocurre si en lugar de perro decimos mujer, judío o pobre. La información "está muy entrelazada en el cerebro, lo que significa que si usas una parte del esquema, aunque sólo digas: "Este chico es gay", se activan todas las partes del esquema de homosexuales", dice Fine, aunque lo que ese esquema contenga variará según la cultura, la sociedad y el individuo.
Cuestión de supervivencia
Esos esquemas, cuando se refieren a otras personas, se rellenan de los juicios de valor que elaboramos de los otros. De esto se encarga la amígdala, una estructura muy pequeña y evolutivamente muy antigua, situada en el lóbulo temporal del cerebro; forma parte de los circuitos responsables de la emoción, de la motivación y del control autónomo. Junto con otras regiones –el hipocampo, el septum y el hipotálamo–, configura el sistema límbico, responsable directo de la codificación del mundo personal e instransferible de los sentimientos y emociones. La amígada la cumple con muchas funciones, desde las visuales más básicas hasta la capacidad para mantenernos alerta; de hecho, el binomio miedo-agresión está asentado aquí. Esta región también está relacionada con la percepción que tenemos de alguien: cuanto más sentimos que podemos depositar nuestra confianza en una persona, menos se activa esta zona, y cuanto más desconfiamos, más activa está. Y es en esta pequeña región, con forma de almendra, donde se gestan estereotipos y prejuicios.
Seguramente se originaron como una estrategia de supervivencia para tomar decisiones más rápido. Si ante cada nueva circunstancia el cerebro tuviera que procesar toda la información, recabar todos los datos, valorarlos y obrar en consecuencia, ya no estaríamos aquí. ¡Nos hubiéramos extinguido! Hace mucho mucho tiempo, unos 100.000 años, nuestros antepasados aún estaban en África y no habían comenzado su éxodo por el planeta, mientras los neardentales se expandían por todo el mundo. La población de seres humanos se redujo a unos 2.000 individuos, al borde de la extinción. "Para sobrevivir, tuvieron que aprender a cooperar, a ayudarse unos a otros, a formar equipos para cazar y defenderse de animales más fuertes", cuenta Scott Atran, antropólogo, profesor de la Universidad de Michigan y del Colegio Universitario de Justicia Penal John Jay (Nueva York), quien además dirige el Centro Nacional de Investigación Científica de París (CNRS). Nuestros antecesores cooperaban, eran compasivos, tenían cierta moral y justicia con aquellos que eran de su grupo y también desarrollaron mecanismos para protegerse de sus rivales. "En realidad, no puedes funcionar en un grupo a menos que hagas suposiciones sobre otras personas. Es así como hemos desarrollado maneras de emitir juicios de confianza y desconfianza. Si somos de grupos distintos, tenemos que estar seguros de que los otros no han venido a matarnos", añade este antropólogo. Y esos prejuicios que hacían que nuestros antepasados se acercaran a otros indivuos o salieran, por el contrario, pitando, se formaban al instante. "La manera más rápida de distinguir entre tu grupo y otro, de saber si puedes confiar en el que tienes delante en un segundo es mirando si habla el mismo idioma, tiene el mismo acento, la misma piel", explica Atran. "Sólo necesitamos una fracción de segundo, para decidir si confiamos o no en él. Y tenemos que hacerlo así para poder sobrevivir", añade Susan Fiske, de la Universidad de Princenton.
Lea el artículo completo en:
La Vanguardia (España)
Lea también:
El Origen del Racismo (para los Marxistas)
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Spencer Wells: Las razas no existen, todos venimos de una misma familia
La raza humana se dividirá en dos...
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