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30 de julio de 2018

¿Por qué hay personas que le gustan las canciones tristes?

Existen muchas personas a las que les gusta las canciones tristes, ¿por qué sucede esto?

Pues porque las canciones tristes en realidad solamente son una simulación de la verdadera tristeza

Es cierto que las investigaciones revelan que, aunque una música triste y/o una letra del mismo tenor producen reacciones algo depresivas en el cerebro, la intensidad no es la misma. Es más, hay a quien efectivamente le produce placer porque le ayuda a purgar penas reales que no ha sabido procesar, para algunas personas escuchar canciones tristes (así como ver películas tristes) constituye una auténtica terapia de catarsis.

También es cierto que el aire melancólico está asociado culturalmente al romanticismo, y eso siempre es un atractivo. Por ello films como "Titanic" o "Coco" son grandes éxitos de taquilla.

Cómo la música puede manipular nuestras emociones

Una investigación japonesa del RIKEN Science Institute ha revelado que las composiciones en modo menor (que usan una cierta selección de notas) producen un mayor desánimo que las que suenan en modo mayor (otra selección diferente). Éstas últimas más bien producen alegría.

Por ejemplo, la canción "Recuérdame", ganadora de un Oscar, contiene muchas notas menores, empieza con un DO pero luego pasa rápidamente a notas menores como fa menor, la menor y sol menor. Las notas menores le dan un tono melancólico: 


Mientras la canción "Poco Loco" inicia con notas mayores como DO y RE, para luego pasar a las notas MI y LA. Al poseer notas mayores estamos ante una canción alegre... 



¡Hasta la próxima amigos!

Prof. Leonardo Sánchez Coello

 
Con información de: QUO y YouTube

2 de mayo de 2018

Oratoria: hazte más inspirador con las claves de Obama

Obama es uno de los grandes oradores de la historia y todos podemos aplicar cuatro de sus claves para que nuestras presentaciones en público sean más inspiradoras y efectivas. 

Seguramente alguna vez habrás tenido que hacer alguna presentación en público. Puede que tengas que remontarte a la época del colegio o puede que sea más reciente, delante de compañeros o de alguien a quien quieres proponerle una idea. La capacidad de hablar en público se puede mejorar si se sabe cómo y para ello, te sugiero apoyarte en algunas de las claves que ha utilizado el presidente Obama, uno de los grandes oradores de los últimos tiempos. Veamos cuáles.

Habla en clave de nosotros (no solo yo, yo y solo yo)

Cuando presentas tienes dos opciones: decir a la audiencia que ellos pueden conseguirlo o bien, que tú vas a conseguirlo por ellos. Son dos estrategias diferentes y dos invitaciones distintas. En el primer caso, la audiencia toma un papel protagonista para movilizarse y para trabajar en equipo. En la segunda, tú quedas como salvador y el resto, espera. Obama optó por la primera y muy probablemente, en la mayor parte de las ocasiones, sea tu mejor estrategia: hacer sentir que quien te escucha puede cambiar, que está en sus manos. “Yes, we can” (“sí, nosotros podemos”) fue el mensaje que le hizo famoso y que ha sido de inspiración para más de uno. Y en su discurso de despedida trasladó la misma idea: “os pido que creáis, no en mi capacidad de hacer cambios, sino en vuestra propia capacidad”.

Por tanto, si quieres movilizar a las personas para un fin y para que trabajen en equipo, habla en términos de nosotros. Si te pones tú de ejemplo, podrán admirarte, podrán votarte (si aspiras a presidente de algo), pero ten por seguro, que también esperarán que seas tú quien le saques del problema… y la parte de las dificultades son más fáciles si se trabaja en equipo.

Convence con la razón y con la emoción.

Una buena presentación en público requiere de una buena presentación. Y las buenas preparaciones son aquellas que llegan al mayor número de personas posibles tanto a los analíticos como a los emocionales, como hemos hablado en otras ocasiones. Si solo das datos, datos… podrás llegar solo a los primeros y si lo que dices tiene sobre todo mucha carga emocional, los analíticos se mostrarán escépticos. Por ello, combina análisis y emoción sin renunciar a ninguna de las dos. Un ejemplo de Obama fue su discurso en Newtown (Connecticut) después de que un tirador asesinara a 20 niños en un colegio. Expresó con dureza su rechazo a las armas y al mismo tiempo, se conmovió en público.

Sorprende positivamente
 
Es poco habitual que un equipo esté entusiasmado a la hora de escuchar a alguien. Normalmente, quien habla tiene que ganarse al público, aunque sea a los compañeros que asisten por rutina a una reunión. Una manera de ganarte su atención es cuando les sorprendes positivamente, con una broma o con un guiño a su trabajo. Así hizo Obama cuando en su primer discurso en Cuba habló en español y mencionó a un poeta cubano; o cuando terminó su discurso en la iglesia histórica de Charleston (Carolina del Sur) con una canción que unió a todos los oyentes.

Convence con lo que eres, no solo con lo que dices

Y no olvides algo. Como demostró Albert Mehrabian, profesor de UCLA, en una charla solo recordamos el 7 por ciento de las palabras, mientras que el resto son emociones o lenguaje no verbal de quien habló. Por ello, para hacer una buena presentación es fundamental trabajar también los miedos personales. Los discursos de Obama no son solo palabras, sino su elegancia, su templanza a la hora de hablar y la confianza que genera. Y todo ello, puedes trabajarlo revisando hasta qué punto te sientes seguro con lo que estás diciendo, entrenando el texto de lo que vas a decir y revisando los puntos que no acabas de tener claro. Con un trabajo personal previo harás una presentación con mayor confianza en ti mismo y tendrás más impacto positivo en quien te escucha.

Fuente:

El País (España)

31 de marzo de 2018

Cómo puedes tener más suerte: cuatro claves según la ciencia

La suerte es una cuestión de actitud: ¿qué estás dispuesto a hacer hoy para que te sonría?

Ni tocar madera o cruzar los dedos funciona. Si quieres tener más suerte, la ciencia ha descubierto cómo conseguirlo. Al menos, esa es la conclusión de Richard Wiseman, profesor de la Universidad de Hertfordshire en Reino Unido. 

Su investigación comenzó con una sencilla pregunta: ¿cómo es posible que haya personas que estén en el lugar adecuado en el mejor momento para que les ocurran cosas positivas y otras, sin embargo, parece que arrastran la mala suerte a sus espaldas? Wiseman, como buen científico social, quiso encontrar la respuesta y para ello realizó varios experimentos. 

Pidió a un grupo de voluntarios que se clasificaran conforme a su nivel de suerte y que participaran en distintas pruebas. Una de ellas era un experimento muy sencillo: tenían que contar el número de imágenes que veían en un periódico. En mitad del mismo, y sin que los participantes lo supieran a priori, dejó un mensaje fácil de leer que decía: “Dígale al investigador que ha visto esto y gane 250 libras". Las personas que consideraban que tenían suerte, paraban de contar y leían en voz alta el mensaje del periódico para cobrar el dinero. Así de fácil. Sin embargo, aquellas que previamente se habían considerado como poco afortunadas, se ponían tensas y llegaban incluso a no decir nada. Aquel resultado le inspiró la idea central para su investigación: la suerte es una cuestión de actitud. "La mayoría de la gente simplemente no está abierta a lo que le rodea", dice Wiseman. Es más, a su juicio, solo el 10% de nuestra existencia es aleatoria, el 90% restante se define por cómo afrontemos lo que no ocurre. Por tanto, estas son buenas noticias. Si queremos tener más suerte, tenemos que comenzar con nosotros mismos, con pensar de un modo más amable.

Así pues, veamos qué cuatro claves nos sugiere Wiseman para sentirnos más afortunados (y ojo, que suerte es diferente de azar; el azar sería que nos tocara la lotería, algo en lo que nuestro único margen de maniobra es comprar un décimo. La suerte es un concepto mucho más amplio):

Primero, ábrete a nuevas experiencias. Si buscas tener el control de todo al milímetro, se te escaparán cosas que se salen de tu objetivo inicial y que pueden ser muy positivas. Vivir de un modo más relajado no solo es bueno para la salud, sino también para la suerte.

Segundo, identifica tus corazonadas y préstales más atención. En nuestro sistema digestivo hay más de 100 millones de neuronas que nos dan pistas sobre lo que no vemos a priori de manera consciente y que nos aportan información muy relevante para tomar decisiones acertadas.

Tercero, confía en que lo que te puede ocurrir es positivo. Por supuesto, es una interpretación, pero ayuda. Sabemos que se vive mejor confiando en que estando siempre a la defensiva. Y parece que de este modo también se entrena la suerte.

Y cuarto, convierte las malas experiencias en positivas. Aprender de los errores con optimismo o imaginar que podría haber sido mucho peor nos alivia y nos hace relativizar los fallos.

Como vemos, la suerte es una percepción, depende de lo que hagamos y de cómo nos narramos lo que nos sucede. Por eso, se puede entrenar, como sugerían Fernando Trías de Bes y Alex Rovira en su libro La Buena Suerte, y como hicieron los participantes que asistieron a la Escuela de la Suerte que inauguró Wiseman en el Reino Unido. Escribieron un libro sobre todo lo bueno que les estaba ocurriendo y, pasado un tiempo, se sintieron mucho más afortunados. Así pues, como es una cuestión de actitud, ¿qué estás dispuesto a hacer hoy para mejorar tu suerte?

Fuente:

El País (España)

16 de marzo de 2018

Hipertimesia: la maldición y la bendición de la gente que recuerda todos los detalles de su vida


Para la mayoría de nosotros, la memoria es una especie de álbum de recortes, un revoltijo de fotos borrosas y descoloridas de nuestras vidas. Por mucho que nos gustase aferrarnos a nuestro pasado, incluso los momentos más conmovedores pueden ser difuminados con el tiempo.
Pero pregúntale a Nima Veiseh qué estaba haciendo cualquier día de los últimos 15 años y te dará los detalles de lo que llevaba puesto, o incluso en qué lado del tren estaba sentado en su viaje al trabajo.

"Mi memoria es como una biblioteca de cintas VHS, caminando todos los días de mi vida de la vigilia al sueño", explica.

Veiseh sabe cuándo comenzó esa grabación: el 15 diciembre de 2000, cuando conoció a su primera novia en la fiesta de cumpleaños número 16 de su mejor amigo.

Siempre había tenido una buena memoria, pero la emoción del amor joven parece haber cambiado un engranaje en su mente: de ahora en adelante, comenzaría a recordarlo todo en detalle.

Las personas como Veiseh son de gran interés para los neurocientíficos.

Algunas explicaciones rápidas -como que esto pueda estar asociado con el autismo- han demostrado ser infundadas.

Un par de investigaciones recientes finalmente han abierto una ventana hacia las mentes extraordinarias de estas personas.

Memoria autobiográfica extraordinaria

El concepto de "Memoria Autobiográfica Muy Superior" (HSAM por sus siglas en inglés) o hipertimesia, surgió a principios de 2000, a partir del caso de una joven llamada Jill Price.

Price le envió un correo electrónico al neurocientífico e investigador de la memoria Jim McGaugh, contándole que podía recordar todos los días de su vida desde los 12 años y pidiéndole que la ayudara a entender por qué.

Intrigado, McGaugh comenzó a estudiarla: le daba una fecha y le pedía que le contara los acontecimientos ocurridos en el mundo en ese día. Price acertaba casi siempre.

Su caso llegó a la prensa y otros individuos con una condición similar (incluyendo Veiseh) contactaron al equipo de la Universidad de California, Irvine.

Curiosamente, la memoria de estas personas es muy egocéntrica: aunque pueden recordar sucesos "autobiográficos" con extraordinario detalle, no parecen ser mejores que el resto para rememorar información impersonal, como listas aleatorias de palabras.

El artículo completo en:

BBC Mundo

4 de marzo de 2018

Niños mimados, adultos débiles: llega la 'generación blandita'

¿Mimamos demasiado a los pequeños? Una nueva ola de expertos aboga por endurecer su carácter.

Suma escolar: padres que llevan la mochila al niño hasta la puerta del colegio + padres que piden que no se premie a los mejores de la clase porque los demás pueden traumatizarse + padres que le hacen los deberes a los niños que previamente han consultado en los grupos de WhatsApp = niños blanditos, hiperprotegidos y poco resolutivos

Cuenta Eva Millet, la autora de Hiperpaternidad (Ed. Plataforma), que ya hay niños que, al caerse, no se levantan: esperan esa mano siempre atenta que tirará de ellos. En ciertos colegios han empezado a tomar nota. Y, en algunos países, el carácter ya forma parte del debate sobre la Educación. 

Esto no es la nueva pedagogía. Gregorio Luri, filósofo y autor del libro Mejor Educados (Ed. Ariel), suele recordar que la educación del carácter es tan tradicional en ciertos colegios británicos como para que haya llegado a nuestros días una frase atribuida al Duque de Welington: «La batalla de Waterloo se empezó a ganar en los campos de deporte de Eton». En los campos de Waterloo o en las canchas del mítico colegio inglés, cuna del establishment, ningún niño esperaba que le levantaran si podía solo. 

En España, se habla de «educación en valores», pero puede que no sea lo mismo. El carácter se entiende como echarle valor, coraje, actuar en consecuencia cuando se sabe lo que está bien o está mal, no limitarse a indignarse. Como dice Luri, «ahora mismo en España les fomentamos la náusea en lugar del apetito». En su opinión, los niños de ahora saben cuándo se tienen que sentir mal ante determinadas conductas, pero educar el carácter es animarles a dar un paso, a ser ejemplo, a que sus valores pasen a la acción. Si están acosando a un niño, no callarse y protegerle. Decir no a la presión del grupo. 

El carácter ha vuelto cuando se ha sido consciente de que podríamos estar criando a una oleada de niños demasiado blanditos. Con padres que se presentan a las revisiones de exámenes de sus hijos, que abuchean a los árbitros en los partidos y que han hecho el vacío a niños que no invitaban a sus retoños a los cumpleaños. «Yo he tenido a un chaval de 19 años que se me ha echado a llorar porque le suspendí un examen», cuenta Elvira Roca, profesora de instituto. «Le dije que no me diera el espectáculo. Vino su madre a verme y me dijo que había humillado a su hijo. Le tuve que decir que estaba siendo ella quien le humillaba a él». 

Lea el artículo completo en:

El Mundo (España)

Sin educación emocional, no sirve saber resolver ecuaciones

Los grados de Magisterio (facultades de Educación) no forman a los profesores en gestión de las emociones, clave para el desarrollo de los niños.

Rafael Guerrero es uno de los pocos profesores de la Universidad Complutense de Madrid que enseña a sus alumnos de Magisterio técnicas de educación emocional. Lo hace de forma voluntaria porque el programa académico de los grados en Maestro en Educación Infantil y Primaria -nombre de la carrera de Magisterio tras la llegada del Plan Bolonia- no incluye ninguna asignatura con ese nombre. “Muchos de los problemas de los adultos se deben a las dificultades en la regulación de las emociones y eso no se enseña en la escuela”, explica Guerrero.
 
Se trata de enseñar a los futuros maestros a entender y regular sus propias emociones para que sean capaces de dirigir a los niños y adolescentes en esa misma tarea. “Mis alumnos me cuentan que nadie les ha enseñado a regularse emocionalmente y que desde pequeños cuando se enfrentaban a un problema se encerraban en su habitación a llorar, era su forma de calmarse”, cuenta el docente. Inseguridad, baja autoestima y comportamientos compulsivos son algunas de las consecuencias de la falta de herramientas para gestionar las emociones. “Cuando llegan a la vida adulta, tienen dificultades para adaptarse al entorno, tanto laboral como de relaciones personales. Tenemos que empezar a formar a profesores con la capacidad de entrenar a los niños en el dominio de sus pensamientos”.

La inteligencia emocional es la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos, según la definición de quienes acuñaron el término a principios de los noventa, los psicólogos de la Universidad de Yale Peter Salovey y John Mayer. La inteligencia emocional se traduce en competencias prácticas como la destreza para saber qué pasa en el propio cuerpo y qué sentimos, el control emocional y el talento de motivarse, además de la empatía y las habilidades sociales.

Tras revisar los programas académicos de los grados en Magisterio, Pedagogía, Psicología y Psicopedagogía de las univerisdades públicas españolas en 2016, el Grup de Recerca en Orientació Psicopedagògica (GROP) de la Universidad de Barcelona (UB) concluyó que en España solo hay una universidad pública que ofrece desde 2012 la asignatura Educación Emocional en el grado de Magisterio, la Universidad de La Laguna, en Tenerife. “Cuando pensamos en el sistema educativo, por tradición creemos que lo importante es la transmisión de conocimientos de profesor a alumno, a eso se dedica el 90% del tiempo. ¿Qué pasa con el equilibrio emocional? ¿Quién habla de eso en la escuela?”, señala Rafael Bisquerra, director del Posgrado en Educación Emocional de la UB e investigador del GROP.

Los jóvenes con un mayor dominio de sus emociones presentan un mejor rendimiento académico, mayor capacidad para cuidar de sí mismos y de los demás, predisposición para superar adversidades y menor probabilidad de implicarse en comportamientos de riesgo -como el consumo de drogas-, según los resultados de varios estudios publicados por el GROP. “La educación emocional es una innovación educativa que responde a necesidades que las materias académicas ordinarias no cubren. El desarrollo de las competencias emocionales puede ser más necesario que saber resolver ecuaciones de segundo grado”, apunta Bisquerra.

El artículo completo en:

El País (España)

31 de enero de 2018

¿Qué sabe tu celular de tu tristeza?

La computación afectiva quiere dotar de inteligencia emocional a los dispositivos para lograr una comunicación más íntima y personalizada con el usuario.

Estás viendo la televisión. De repente, te das cuenta de que una avispa sube por tu brazo. ¿Cómo reaccionas?”. Esta es una de las preguntas del ficticio test Voight-Kampff, utilizado en Blade Runner para detectar la falta de empatía en un sujeto. Si las respuestas del interrogado desvelan esa incapacidad para identificarse emocionalmente con otros seres, el diagnóstico queda claro: estamos delante de un androide. 

Dejando a un lado la ciencia ficción, lo cierto es que en el mundo real esa capa emocional viene a ser la guinda del pastel de la robótica, ahora que la inteligencia artificial es cada vez más sofisticada, incluso aquella que habita en nuestros dispositivos móviles. Y la cosa no hace más que mejorar, como lo demuestra el reciente lanzamiento de la familia Huawei Mate 10, una serie de smartphones que dan otra vuelta de tuerca a la inteligencia artificial gracias a su procesador Kirin 970. Este chipset con unidad de procesamiento neuronal simula el pensamiento humano y es capaz de analizar el entorno, lo cual hace que en cierto modo los teléfonos sean más “conscientes” de las necesidades de los usuarios para ofrecerles servicios mucho más personalizados y accesibles en todo momento.

E¿Se conseguirá también pronto que un teléfono móvil o una tableta imite emociones o que, al menos, consiga interpretarlas y responder de manera consecuente? Eso es algo en lo que trabaja Javier Hernández, investigador del Grupo de Computación Afectiva del MIT, área que explora cómo dotar a las tecnologías de inteligencia emocional, una capacidad que muchos consideran crítica para lograr relaciones mucho más naturales entre los humanos y la inteligencia artificial. Entre otros objetivos, este grupo del MIT busca que en el futuro cualquier dispositivo sea capaz de entendernos mucho mejor y nuestra comunicación con estas máquinas sea más íntima y personalizada. “Por ejemplo, si el móvil detecta que estamos pasando por un mal momento, quizás filtre las noticias para discriminar las más negativas, nos recomiende escuchar una canción que nos gusta o nos sugiera hablar con alguien cercano para aliviarnos y mejorar nuestro estado de ánimo”, según Hernández.

Esta personalización de contenidos es una de las principales áreas en las que la computación afectiva aportará ventajas significativas. No en vano, se trata de una selección realizada a partir del estudio de las emociones del usuario, así que gracias a ella se proporcionará un remedio para una necesidad concreta de una persona y podrá garantizarse, casi con total seguridad, que causa el efecto deseado. Esto ya se está aplicando para mejorar anuncios publicitarios, pero en el futuro también se utilizará en videojuegos y películas cuyo argumento cambiará dinámicamente en función de nuestro estado emocional.

Lea el artículo completo en:

El País (Retina)

3 de agosto de 2017

El sentido del humor es un comodín fantástico a la hora de educar


A la hora de valorar que hacer frente a un “mal comportamiento” de un niño o niña, invito a una primera reflexión sobre si lo ocurrido es un mal comportamiento y para quien, y después planteo no quedarnos solo en cómo intervenir para enseñarles la forma adecuada de resolver un conflicto, sino ir más allá y tratar de entender por qué se provocó y qué está detrás de un mal comportamiento.

Y digo esto porque detrás de algunas “malas” conductas lo que hay es simplemente una falta de herramientas y/o de información que hubieran permitido al niño o niña actuar de otra manera.

Otras veces, las “malas” conductas encierran emociones dolorosas a situaciones para las que no tienen otra forma de gestionar ni de expresar, ni siquiera de identificar.

Por eso, como padres, como educadores, tenemos que trabajar en las dos direcciones paralelamente: la intervención y la reflexión. Y dado que está sobradamente demostrado que el castigo no sirve para crear aprendizajes a largo plazo, no cambia las causas que provocan la conducta inapropiada y conduce a emociones negativas hacia quien lo impone, tenemos que habilitar otras maneras de enseñar a nuestros hijos a manejarse de formas más constructivas, tanto para ellos como para los demás. Esto exige, desde luego el empleo de una gran dosis de inteligencia emocional por nuestra parte y también de creatividad. Dejarnos llevar por el impulso, por el castigo cargado de impotencia, por la falta de alternativas, por la agresividad que algunas situaciones nos generan, es lo fácil, lo automático, para lo que estamos programados. Pero eso no es educar. Eso es reaccionar.

Educar requiere un máximo de paciencia, empatía y de creatividad. Requiere una intención voluntaria de desprogramarnos, requiere muchas veces una “silla de pensar” para nosotros. Un lugar donde, a solas y apartado de nuestro hijo, seamos capaces de calmarnos y recuperar un lugar de serenidad. A partir de ahí, podremos “accionar” en lugar de “reaccionar”, podremos conectarnos con la situación objetiva y valorar con suficiente distancia lo que de verdad ocurrió y hasta qué punto era tan importante. Podremos ejercer como educadores, no como parte del problema.

Así pues, este sería el primer paso ante un conflicto que nos provoca emociones intensas de ira o agresividad: no actuar. Si se trata de una agresión entre hermanos, poner a salvo al agredido y tratar de hacer lo posible por no formar parte del círculo vicioso y añadir más agresividad y tensión. Parar. Buscar nuestra silla de pensar. Conectarnos con un lugar en calma porque es indispensable recuperar el equilibrio, por precario que sea, para poder ofrecérselo a ellos.

El siguiente paso sería neutralizar también la intensa emoción que tiene tanto el agresor, como el agredido, priorizando a este último. Si se trata de otro tipo de mal comportamiento, también suele desatar emociones muy fuertes en ellos y cuando su cerebro está inundado de cortisol (hormona del estrés) no escucha, no ve, no aprende. Está literalmente borracho de negatividad y nuestras palabras serán incluso contraproducentes, aún en el caso de que remotamente sean escuchadas.

El abrazo, si se deja, el acompañamiento tranquilo y silencioso, las palabras calmadas que no buscan culpables ni respuestas, hacer un chiste, unas cosquillas, ayudan a ir recuperando un estado donde sí será posible entenderse y tal vez, aprender algo.

Una comunicación efectiva, tras un conflicto requiere pautas muy sencillas pero que solo fluyen desde un estado de ánimo sereno y con ganas de construir:
  • Pedir al niño que describa lo ocurrido y escuchar sin corregirle, sin juzgarle.
  • Si no es capaz de hacerlo (por edad, por falta de recursos lingüísticos, etc.), ayudarle a la reconstrucción de lo que ocurrió, tratando de bajar el lenguaje de forma que nos podamos entender.
  • Que intente identificar la emoción que le llevó a hacerlo y la que sintió después de haberlo hecho: “me enfadé tanto con mi hermano que le di con la caja”.
  • Reconocer la emoción y darle importancia. No queremos inhibir el sentir, sino enseñarles a identificar sus emociones para poderlas manejar. No está mal sentir cualquier cosa, es parte de la naturaleza humana y juzgarlas como malas o buenas invita a la culpa e impide su canalización.
  • Explicarle cómo nos hemos sentido nosotros frente a su mal comportamiento, con palabras certeras, llamando a cada emoción por su nombre: frustrado, enfadado, triste… Desde el “yo me he sentido”, jamás utilizaremos “me has hecho sentir”. Debes hacerte cargo de tus emociones, son tuyas, no suyas. Bastante tiene él o ella con empezar a conocerlas como para además ocuparse de las tuyas. Se supone que eres el que tiene la mayor cantidad de información.
  • Ayudarle a empatizar, buscando ejemplos muy cercanos, cotidianos, que le conecten con una emoción parecida. Sirven los dibujos animados, los cuentos, algún incidente en clase… Recordemos que para educar necesitamos altas dosis de creatividad.
  • Algunas veces, tal vez más de las que nos damos cuenta, el conflicto se puede evitar. Ello implica estar presente, estar atento, y ser capaz de adelantarse a la situación. Y aquí quiero hacer una aclaración: la profecía autocumplida.
  • Prevenir un conflicto no significa decir “cuidado porque se te va a caer el agua”, porque hay muchas más posibilidades de que se caiga después de haberlo advertido. La profecía autocumplida es una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad.
  • La prevención en este caso es evitar la situación que hará más que posible que “se le caiga el agua”: acción, no reacción.
  • Otra cosa a tener en cuenta cuando educamos es saber que nuestro cerebro tiene serias dificultades para procesar el “No”. Por tanto, tengo muchas más opciones de ser escuchado cuando enuncio frases en positivo que en negativo: “no debes pegar a tu hermano” es mucho menos eficaz que “me gustaría que cuidaras a tu hermano un poco más”… hay mil ejemplos.
  • Tener conciencia de que costará una y mil veces aprenderlo, de que parecerá que no ha servido de nada. Estamos sembrando, compañeros, estamos sembrando. Grandes dosis de paciencia, dije al principio. También para no caer en la inmediatez de algo tan difícil.
  • Reconoceremos cada éxito, pero también (o más) cada intento. Y, si es posible, haremos una “marcha atrás” donde le damos al botón que vuelve a empezar para darles la oportunidad de hacerlo de otra manera, con la nueva, con la recién aprendida.
  • El sentido del humor es un maravilloso comodín a la hora de educar. La risa desbloquea y sustituye el cortisol por endorfinas, creando un cerebro abonado para el aprendizaje, el que perdura. Solo aprendemos aquello que está asociado a una emoción. Entonces, tratemos de hacerlo en positivo.
  • Confía, confía, confía… si mandas el mensaje emocional de que no crees que será capaz de cambiar, de hacerlo mejor, no lo hará. Y lo peor, esa sensación le acompañará el resto de su vida. Te necesita para construirse. CONFÍA, con el corazón, con honestidad. Tiene todo el potencial para hacerlo, solo necesita tu mirada positiva.
  • Recuerda lo hablado o vuelve a hablarlo las veces que hagan falta, cada vez que lo necesite. Sin caer en el hastío, en el “ya te lo he dicho” o peor, en el “te lo dije”.
  • Es esencial también tomar conciencia de que esto es una carrera de fondo, de que somos padres y educadores 24 horas al día siete días a la semana y que nadie hemos aprendido en un solo ensayo. Que es más fácil enseñar a leer o a hacer un logaritmo que enseñar comunicación emocional, estrategias de aprendizaje vital, recursos para preservar y construir su autoestima, poner los andamiajes del adulto feliz y pleno que pretendemos sea algún día.
No debemos nunca olvidar que están aprendiendo cómo vivir y construyendo como ser, sin apenas recursos, inundados de estímulos y de emociones intensas. Le educación emocional le enseñara a ser quien quiera ser, en libertad, sin depender de los otros en su trayecto personal y vital.

Fuente:

El País (España)

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