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7 de agosto de 2013

Lo que comíamos antes y lo que comemos ahora

Entrar en una cocina es como entrar en un laboratorio. De hecho, si sabes mirar, las cocinas pueden ser más interesantes que un museo de ciencia.

Mirad la cubertería de acero inoxidable, un efecto secundario del invento de Harry Bearley, un hombre de Sheffield que concibió el acero inoxidable en 1913 para mejorar los cañones de las pistolas. (Con todo, nos cuesta librarnos de nuestros tradicionales cucharones de madera, ya sean de haya, compacto arce o artesanal olivo).

O echad un vistazo al horno microondas, un artefacto que sólo hace unos años podría pasar por un gadget de Star Trek: el estadounidense que lo creó, Percy Spencer, estaba trabajando inicialmente en sistemas de radar navales y se topó con una forma de cocinar completamente nueva, tal y como explica Bee Wilson en su libro La importancia del tenedor.

Con los alimentos sucede lo mismo. Si bien un desayuno típico compuesto por café, pan tostado, mantequilla, mermelada y zumo de naranja no ha evolucionado a lo largo de los últimos siglos (en Inglaterra se consume café desde la mitad del siglo XVII, naranjas para el zumo y mermelada desde 1290 y pan con mantequilla desde mucho antes), la forma de elaborar estos productos, empleando nuevas tecnologías, ha progresado de forma inaudita. Por ejemplo, no sé si habréis probado alguna vez una cafetera de sifón japonesa.

La mantequilla ya no está rancia ni dura, como la mayoría de la mantequilla que se tomaba antes. El pan de molde de pan integral se hornean en panificadoras automáticas. El café es de comercio justo. 

Pero no sólo la forma en que tenemos de elaborar la comida nos indica en qué época y qué cultura estamos viviendo: también lo hace el volumen de las raciones diarias de comida que ingerimos. A continuación, algunas estimaciones en base a las asignaciones diarias que solían entregarse semanal o mensualmente. En algunos casos, la gente no recibía esta cantidad: las raciones sólo reflejan los objetivos de los gobiernos.
  • Un solado romano (27 a.J.C – 250 d. J.C.): 1,5 kg de trigo.
  • Un esclavo de galera italiana (XII): 700 g de galletas, 70 g de carne salada, 40 g de queso y 99 g de verduras.
  • Un marinero inglés (XIX): 454 g de galletas, 227 g de harina de avena, 454 g de cerdo o ternera, 28 g de mantequilla y 3,8 litros de cerveza (o 473 ml de ron).
  • Un soldado unionista (Guerra Civil Americana): 340 g de pan, 57 g de arroz o maíz molido, 500 g de carne salada, 85 g de judías, 57 g de azúcar, 14 g de sal, 15 ml de vinagre, 57 g de granos de café, 1 vela.
  • Un soldado británico (Primera Guerra Mundial): 454 g de galletas, 454 de carne salada, 85 g de queso, 227 g de verduras, 113 g de mermelada, 43 g de azúcar, 14 g de sal, 57 g de teé, 57 g de granos de café.
  • Un soldado australiano (Segunda Guerra Mundial): 85 g de galletas, 3 paquetes de cereales de trigo, 1 lata de atún, 1 lata de carne en conserva, 1 paquete de caremelos de menta y 1 paquete de cerillas.
  • Un civil británico (Segunda Guerra Mundial): 17 g de jamón, 17 g de bacon, 11 g de manteca de cerdo, 85 g de carne, 65 g de azúcar, 14 g de dulces, 7 g de mermelada, 8,5 g de mantequilla, 85, g de queso y 8,5 g de hojas de té.
  • Un soldado ruso (Guerra Fría): 99 g de galletas, 1 bote de carne en conserva, 1 bote de queso, 1 terrón de azúcar, 1 bolsa de té.
  • Un civil norcoreano (1970): 700 g de arroz y 8,5 g de carne.
  • Un civil cubano (2000): 99 g de arroz, 45 g de azúcar, 45 g de azúcar moreno, 227 g de plátanos, 227 g de patatas, 1 docena de huevos al mes, 1 litro de leche para los menores de 7 años.

Fuente:

Xakata Ciencia

19 de diciembre de 2011

Comer poco mantiene el joven el cerebro... de los ratones

Científicos italianos descubren, por primera vez, el mecanismo molecular que provoca que una dieta hipocalórica tenga beneficios contra el envejecimiento cerebral.

Desde hace tiempo, distintas investigaciones científicas han coincidido en que, para mantenerse joven y conservar el cerebro en plena forma, no hay fórmula más eficaz que comer menos. Sin embargo, el mecanismo molecular preciso que hay detrás de los efectos positivos de una dieta hipocalórica seguía siendo un misterio. Ahora, un grupo de investigadores italianos de la Universidad Católica del Sagrado Corazón en Roma ha descubierto en el cerebro de los ratones una molécula, llamada CREB1, provocada por la restricción calórica, que activa los genes relacionados con la longevidad y el funcionamiento apropiado del cerebro. La investigación, que aparece publicada en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., podría dar lugar a nuevos fármacos que permitieran activar esta molécula «mágica» sin necesidad de pasar hambre.

Los ratones que participan en los experimentos y están sometidos a restricción calórica solo pueden comer hasta un 70% de los alimentos que consumen normalmente, una manera conocida -al menos de forma experimental- de prolongar la vida. Por lo general, si comen poco, los ratones no se convierten en obesos ni desarrollan diabetes, además de mostrar un mayor rendimiento cognitivo, más memoria y ser menos agresivos. Además, no desarrollan -y si lo hacen, sucede mucho más tarde-, la enfermedad de Alzheimer.

Futuras terapias

El equipo italiano descubrió que la molécula CREB1, que regula importantes funciones cerebrales como la memoria, el aprendizaje y el control de la ansiedad, se activa por la restricción calórica y provoca beneficios en el cerebro al «encender» a su vez otro grupo de moléculas relacionadas con la longevidad, las sirtuinas. Por otra parte, los investigadores se dieron cuenta de que la acción de CREB1 puede aumentar drásticamente por la mera reducción de la ingesta calórica y que la molécula es esencial para que ésta «funcione» en el cerebro. Es decir, los ratones que carecen de esta molécula no se ven premiados por los beneficios de comer menos y muestran las mismas discapacidades que sus compañeros viejos o sobrealimentados.

«Este descubrimiento tiene importantes implicaciones para desarrollar futuras terapias para mantener el cerebro joven y prevenir su degeneración y el proceso de envejecimiento», concluye Giovambattista Pani, responsable del estudio.

Fuente:

ABC Ciencia


2 de septiembre de 2011

El fin de un mito: Las grasas no nos hacen engordar



Durante décadas nos han dicho que comer grasa es el problema. El problema es otro.

Un poco de historia. En los años 70 las enfermedades cardíacas se estaban disparando en EEUU. Los infartos eran cada vez más frecuentes. Por entonces se descubrió el colesterol “malo” o LDL, responsable de las placas que bloquean las arterias. Comer grasa hace que aumente el colesterol total, así que la solución parecía evidente: comer menos grasa. Las autoridades sanitarias empezaron la campaña que después se exportó a todo el mundo occidental. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Son los años de la pirámide nutricional, en la que se aconsejaba basar la dieta en una gran cantidad de hidratos de carbono (cereales, pan, pasta), poca proteína y casi nada de grasa. En 30 años el consumo de grasa se redujo de un 30% de las calorías totales al 20%. Comenzó el auge de la comida light, baja en grasas, que hoy todavía perdura, y con el que muchas empresas han ganado y ganan mucho dinero.

Sin embargo, en todos estos años, el número de casos de enfermedad cardíaca ha aumentado en EEUU. Hay menos muertes gracias a la cirugía, pero hay más enfermos. Para colmo, se han disparado los casos de obesidad y diabetes. Reducir la grasa no ha funcionado.

Los últimos estudios están por fin liberando a la grasa de falsas acusaciones. El verdadero culpable hay que buscarlo en el otro ingrediente de los donuts: el azúcar. Mientras que bajaba el consumo de grasa, el de azúcar se disparaba. La comida sin grasa pierde sabor, así que a ese yogur bajo en grasa se le añadía más azúcar para hacerlo más apetecible. El azúcar está en todas partes, especialmente en la comida de los niños. El azúcar es el principal responsable de la actual generación de niños obesos en todo el mundo.

Además, el azúcar se descompone al digerirla en glucosa y fructosa. La glucosa se puede usar como energía inmediatamente, pero la fructosa pasa directamente al hígado donde se transforma en triglicéridos, es decir, grasa. Según los últimos estudios, estos triglicéridos procedentes de la fructosa son los verdaderos responsables de las enfermedades cardiovaculares y las arterias obstruídas. La yema de huevo es inocente.

Así que olvídate del azúcar y consume grasa sin culpa. Pero cuidado, porque simplificar es peligroso. Todo lo anterior no quiere decir que la grasa “no engorde”. Un gramo de grasa contiene muchas calorías, y comiendo más calorías de la cuenta engordaremos.

Una buena regla es mantener la grasa entre el 20% y el 30% de nuestras calorías diarias. Es fácil pasarse. Si comes 2.500 calorías al día, eso son 60 gramos de grasa, o cuatro cucharadas de aceite. Otros alimentos, como la carne, el pescado, los frutos secos y los lácteos contienen grasa, y esos gramos se suman en seguida.

La otra norma es comer grasas de buena calidad. Sobre todo aceite de oliva, frutos secos, aguacates, pescado azul que no sea de piscifactoría o (esto es más difícil) carne de vacuno que no haya sido criada con grano. Huye de cualquier cosa que contenga “grasa vegetal hidrogenada”, también llamada grasa trans, un verdadero tóxico que ya es ilegal en muchos países. Y elige la mantequilla antes que la margarina.

Fuente:

QUO

9 de mayo de 2011

A mayor uso del biberón, mayor riesgo de obesidad


Algunas organizaciones sugieren que se debe eliminar el biberón cuando el bebé tenga un año.

Los bebés que son alimentados con biberón, o mamadera, hasta los dos años están en riesgo de ser obesos para cuando inicien la escuela, concluye un estudio en Estados Unidos.

La investigación, publicada en la revista de pediatría Journal of Pediatrics, encontró que los niños que continúan el uso regular del biberón hasta los 24 meses de edad tienen 30% más de probabilidad de ser obesos para cuando tengan cinco años y medio.

Los científicos analizaron datos de casi 7.000 niños a través de Estados Unidos.

Los expertos afirman que el alimento con el biberón aumenta el consumo de calorías entre los bebés.

Entre los niños estudiados, 22% de estos utilizaban el biberón como su principal recipiente de bebidas, o eran puestos a dormir con un biberón que contenía una bebida alta en calorías.

Casi una cuarta parte de este grupo resultó siendo obesa a la edad de cinco años, comparado con el 16% de niños que para los dos años ya habían abandonado el biberón.

Demasiadas calorías

Los autores de la investigación, de universidades en Ohio y Filadelfia, calcularon que las probabilidades de obesidad en niños que usan el biberón a los 24 meses son 1,33 veces mayor que los que no usan el biberón.

Sugieren que se debe fomentar en los padres a que le retiren el biberón a los bebés cuando cumplan un año para evitar el riesgo de alimentación excesiva.

Enlace

"El uso prolongado del biberón puede conducir a que el niño consuma un exceso de calorías, particularmente cuando los padres utilizan el biberón para calmar a la criatura en lugar de en respuesta a sus necesidades alimenticias", dice el estudio.

La coautora del estudio, Rachel Gooze, del Centro de Investigación de la Obesidad de la Universidad Temple, en Filadelfia, explicó: "Una niña de 24 meses, de peso y estatura promedio, que se pone a dormir con un biberón con ocho onzas de leche entera, recibiría aproximadamente 12% de su cuota calorífica de ese biberón".

La fundación británica de asistencia a los padres, National Childbirth Trust, aconseja que los niños deberían ser estimulados a consumir bebidas en taza antes de cumplir un año.

El Real Colegio de Parteras del Reino Unido concuerda con esto. Según la asesora de políticas, Janet Fyle, la práctica alimenticia en la familia determina si el niño sigue utilizando el biberón para cuando tenga dos años.

"Si el niño sigue con el biberón, la madre podría estar tentada a llenarlo de otra cosa como una bebida azucarada. Después el niño se acostumbra a tener dulce en su dieta", señaló.

"Los bebés deberían ser inculcados a usar una taza o vaso desde los seis meses y retirarles el biberón al año de edad", concluyó.

Fuente:

BBC Ciencia

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8 de marzo de 2011

4 corporaciones controlan el 70% de los alimentos


Esta nota, en Conocer Ciencia, nos ha dejado pasmados. Estamos convencidos de que el actual sistema neoliberal es demencial, tanto en sus principios como en su actuar. Pero no sabíamos que el grado de concentración de los alimentos en el planeta estaba en tan pocas manos. Este artículo es, simplemente, fascinante. Lea:


Estos son los nombres:

Greg Page

Bunge

Patricia Woertz

Louis Dreyfus

XLSemanal se ha encargado de hacer auténtico periodismo de investigación y nos muestra una de las paradojas de la globalización, aquella globalización que prometía democracia, libertad e igualdad para la humanidad del nuevo milenio. Además con toda esta información se puede concluir, sin lugar a dudas, de que la pax económica que vive el planeta beneficia a unos pocos, demasiado pocos, y genra miseria para toda la Humanidad.

Los dejamos con la primera parte:

Greg Page

Tiene 59 años y jamás concede entrevistas. Seguramente, su nombre y el de su empresa no le digan nada. Pero por sus manos pasa la mayoría de los alimentos que usted pueda imaginar. Cargill es una de las cuatro compañías que controlan el 70 por ciento del comercio mundial de comida. Mientras el mundo se enfrenta a la mayor crisis alimentaria en décadas, ellos hacen caja ‘leyendo los mercados’… Así funciona.

Usted no lo sabe, pero la tostada de su desayuno es una mercancía más valiosa que el petróleo. La harina con la que está hecha tiene nombre: Cargill. ¿Le suena? Pues también se llaman Cargill la grasa de la mantequilla que unta su tostada y la glucosa de la mermelada que la endulza. Cargill es el pienso que engordó a la vaca lechera y a la gallina que puso los huevos que se fríen en la sartén. Cargill es el grano de café y la semilla de cacao; la fibra de las galletas y la bebida de soja. ¿El endulzante del refresco, la carne de la hamburguesa, la sémola de los fideos? Cargill. Y el maíz de los nachos, el girasol del aceite, el fosfato de los fertilizantes... ¿Y qué me dice del biocombustible de su coche, ese almidón que las petroleras han refinado para convertirlo en etanol y mezclarlo con gasolina? Adivine.

No, no busque marca o etiquetas; no las encontrará. Cargill ha pasado de puntillas por la historia. ¿Cómo puede ser que una empresa fundada en 1865, con 131.000 empleados repartidos en 67 países, con unas ventas anuales de 120.000 millones de dólares que cuadruplican la facturación de Coca-Cola y quintuplican la de McDonald’s, sea tan desconocida? ¿Cómo se explica que una compañía tan gigantesca que sus cuentas superan la economía de Kuwait, Perú y otros 80 países haya pasado tan inadvertida hasta ahora? En parte, porque es una empresa familiar. Sí, sus números pasman, pero Cargill no cotiza en Bolsa y no tiene que dar explicaciones. Sus socios son un enjambre de tataranietos de los fundadores, los hermanos William y Samuel Cargill, campesinos de Iowa que levantaron un imperio en el siglo XIX gracias a un ascensor de cereal arrimado a la vía del tren en un pueblecito de la pradera que no venía en los mapas. Más tarde, un cuñado -John MacMillan- tomaría las riendas. Durante décadas, los Cargill y los MacMillan fueron añadiendo silos de grano, molinos harineros, minas de sal, mataderos y una flota de barcos mercantes. Hoy, unos 80 descendientes se reparten los dividendos y juegan al golf. Poco más se sabe de ellos, salvo que los varones visten falda escocesa en las fiestas para honrar a sus antepasados. Y que siete se sientan en el consejo de administración y están en la lista Forbes de los más ricos del planeta, con fortunas que rondan los 7000 millones por cabeza. El presidente de la compañía es Greg Page, un tipo flemático al que le gusta decir, con cierta sorna, que Cargill se dedica «a la comercialización de la fotosíntesis».

Pero no está el patio para bromas. Los precios de los alimentos básicos se han disparado en el último año: el trigo, un 84 por ciento; el maíz, un 63, y el arroz, casi un diez; los tres cereales que dan de comer a la humanidad. Son máximos históricos, advierte la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Por encima de los que en 2008 causaron revueltas en 40 países y condenaron a la hambruna a 130 millones de personas. Y los precios seguirán subiendo, pronostica Financial Times. «El coste de los cereales es crítico para la seguridad alimentaria porque es la materia prima de referencia en los países pobres. Si los precios continúan elevándose, habrá más algaradas.»

Las razones son múltiples. Un cóctel de sequías, malas cosechas y especulación. Pero los ganadores son muy pocos. Y entre ellos están las mastodónticas empresas que controlan el comercio mundial de cereales. Cargill ha triplicado sus beneficios en el último semestre y sus ganancias superarán los 4000 millones de dólares, récord alcanzado en 2008 en el río revuelto de la crisis alimentaria. La compañía apostó a que la sequía en Rusia, uno de los grandes productores mundiales, obligaría a Vladimir Putin a prohibir las exportaciones para asegurar el consumo interno. Y acertó. «Hicimos un buen trabajo ‘leyendo los mercados’ y reaccionamos con rapidez», explicó una portavoz de Cargill. ¿En qué consiste esa reacción? En esencia, se trata de jugar al Monopoly comprando cosechas en el mercado de futuros, en ocasiones antes de que se plante una sola semilla. Y moviéndolas de un lugar a otro del planeta, allá donde resulte más rentable.

Lea el reportaje completo en:

XLSemanal

10 de febrero de 2011

Comer mal, pensar más lento



Dos niños toman refrescos y patatas fritas.


  • Asocian la mala dieta a los tres años con un menor rendimiento en la infancia
  • Estudios con ratas muestran cambios neuronales debidos al exceso de grasas
Una mala dieta durante los primeros años de vida, con demasiadas grasas y azúcares, podría estar vinculada, según ha mostrado un nuevo estudio estadístico, con un descenso en el rendimiento intelectual del niño cuando se encuentre en edad escolar. Por el contrario, quienes se alimentan en su más tierna infancia de abundantes vitaminas y nutrientes obtienen, como media, mejores resultados en los tests de inteligencia que realizan durante la educación Primaria, siempre según la citada investigación.

El estudio, dirigido desde la Universidad de Leeds (Reino Unido) y publicado en 'Journal of Epidemiology and Community Health', ha mostrado una leve asociación entre la mejor alimentación recibida a los tres años y la puntuación obtenida en las pruebas de destreza. Esta relación, según admiten los propios autores, ofrece una evidencia aún "modesta" sobre los efectos de la nutrición en la inteligencia.

Sin embargo, los resultados son coherentes con anteriores investigaciones, que ya sugerían un peor rendimiento escolar a causa de la mala dieta, así como con otros estudios que han mostrado -por el momento en ratas de laboratorio- que el aumento de grasas puede causar desórdenes neuronales. Los autores atribuyen este efecto a que hasta los tres años el cerebro se está formando a gran rapidez, por lo que cualquier cambio en las condiciones alimentarias amplifica sus efectos a esa edad.

El presente estudio ha utilizado datos de unos 4.000 niños obtenidos durante los años 90 en el Reino Unido, y que ya habían sido usados para diversas investigaciones. Los padres rellenaron formularios con las bebidas, comidas y cantidades de cada producto que les daban a sus hijos, desde los tres años hasta los ocho y medio, que es la edad a las que se les somete a las 'pruebas de inteligencia Weschler', que tienen en cuenta tanto destrezas verbales como manuales.

Partiendo de estos datos, se distinguieron tres clases de dietas: 'procesada', alta en grasas y azúcares; 'tradicional', rica en carnes y vegetales; y 'preocupada por la salud', dominada por ensaladas, pasta y arroz. A partir de esta clasificación, se pudo comprobar una asociación entre la comida 'procesada' y bajas puntuaciones en el 'test Weschler', al mismo tiempo que la dieta 'preocupada por la salud' se relacionaba con mejores resultados en las pruebas.

Clase social y educación

Cabe destacar, sin embargo, que la estadística dejaba de ser significativa cuando se tenían en cuenta el resto de factores sociales y ambientales que pueden influir negativamente en la inteligencia, tales como la clase social, la educación de los progenitores, la edad de la madre y otros. Del mismo modo, no se pudo relacionar la dieta entre los cuatro y los siete años con la puntuación recibida a los ocho.

Con todo, los autores concluyen que "en la población de niños británicos contemporáneos, una dieta pobre, asociada con una gran ingesta de comidas procesadas, grasas y azúcar en la infancia temprana podría estar asociada con un menor cociente intelectual a la edad de 8,5 años".

"No existen evidencias al respecto", comenta sobre estos resultados el doctor Jesús Argente, catedrático de Pediatría en la Universidad Autónoma de Madrid. "Yo cogería las conclusiones con pinzas hasta que no hubiera resultados más concluyentes", añade.

En todo caso, este experto recuerda que "la mala nutrición desde la infancia no sólo genera obesidad", de manera que "parece presumible que provoque algún tipo de deterioro en la inteligencia". "Pero el tema es lo bastante serio como para no decir que está comprobado hasta que no lo esté realmente", resume.

Argente, que es también director del Laboratorio de Investigación del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús y miembro de la red Ciber de Nutrición, formó parte de un grupo internacional que publicó el pasado mes de agosto, en 'Proceedings of the National Academy of Sciences' (PNAS), un experimento con ratas que también relacionaba la mala alimentación con un deterioro cerebral.

"Las ratas que se habían sometido desde época neonatal a dietas altas en grasa presentaban claramente una alteración neuronal", explica el pediatra.

Fuente:

El Mundo Salud

7 de febrero de 2011

Cinco alimentos que combaten el cáncer

El cáncer es una de las principales causas de mortalidad en todo el mundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que, de no mediar intervención alguna, 84 millones de personas habrán muerto de cáncer entre 2005 y 2015. Estos son algunos de los alimentos que, según recientes investigaciones, pueden ayudarnos a poner freno a la enfermedad.

Brócoli


A principios de 2011, científicos descubrieron la base bioquímica de la capacidad del brócoli para combatir el cáncer. La clave está en su elevado contenido en isotiocianatos. El gen p53 , también conocido como el "guardián del genoma", se ocupa de mantener a las células sanas y evitar que se inicie el crecimiento anormal propio del cáncer. Sin embargo, cuando este gen se vuelve defectuoso su falta de control hace que las células anormales proliferen y den lugar a cáncer de pulmón, mama, colon, vejiga o linfoma. Los isotiocianatos presentes en el brócoli, así como en el repollo y la coliflor, son capaces de eliminar la proteína del gen p53 defectuoso y dejar libres las proteínas sanas para suprimir el desarrollo de tumores.

Ketchup

El tomate fresco y sus derivados, entre ellos el kétchup, podrían convertirse en buenos aliados para la prevención de distintos tipos de cáncer después de que una revisión de 28 ensayos clínicos de los últimos diez años, realizada por un grupo de científicos de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid, haya relacionado el licopeno que contienen con un efecto protector que reduce la incidencia de distintos tipos de cánceres, especialmente del cáncer de próstata. El licopeno, sostienen los investigadores, ha demostrado su capacidad para inhibir la proliferación celular, al tiempo que posee un efecto anti-carcinogénico y anti-aterogénico, al intervenir en la comunicación intercelular y modular los mecanismos inmunológicos.

Vino

De acuerdo con un estudio del Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson, los hombres que beben alrededor de cuatro copas de vino tinto a la semana reducen en un 50% el riesgo de contraer cáncer de próstata. Este efecto se debe a que la bebida contiene un antioxidante llamado resveratrol, que entre otras cosas reduce los niveles de hormonas masculinas, como la testosterona, que estimulan el crecimiento de este tipo de tumores.

Nueces

En 2009, científicos de la Escuela de Medicina de la Universidad Marshall en Estados Unidos demostraron que tomar un puñado de nueces al día reduce el riesgo de padecer cáncer de mama. Según explicaron a sus colegas durante el encuentro anual de la Asociación Estadounidense de Investigación del Cáncer, estos frutos secos contienen muchos ingredientes que, individualmente, han demostrado desacelerar el crecimiento del cáncer, incluidos los ácidos grasos omega-3, los antioxidantes y los fitosteroles. Otro estudio más reciente, realizado por científicos de la Universidad de California-Davis (EE UU), ha demostrado que las nueces también reducen el tamaño y la tasa de crecimiento del cáncer de próstata en experimentos en animales.

Ciruelas y melocotones

Un artículo publicado hace unos meses en la revista Journal of Agriculture and Food Chemistry por investigadores de Texas ( EE UU) revelaba que usando extractos de ciruela y melocotón se puede destruir a las células del cáncer de mama, incluso a las más agresivas, sin dañar a las células sanas. Los científcios aseguran que estas propiedades podrían aprovecharse para desarrollar nuevos tratamientos de quimioterapia sin efectos secundarios.

Fuente:

Muy Interesante

28 de abril de 2010

Elija mejor a sus frutas y verduras


Miércoles, 28 de abril de 2010

Elija mejor a sus frutas y verduras

¿Fresas o frambuesas? ¿Naranjas o papaya? ¿Col o espinacas? Parecería que la elección no importa y que basta con comer regularmente frutas y verduras, cualesquiera que sean. Pero no es así.

Fuentes ricas de micronutrientes

  • Batata (camote): rico en betacarotenos
  • Arándanos: ricos en antocianinas
  • Papaya: rica en betacriptoxantina
  • Col rizada: rica en luteína/zeaxantina
  • Frambuesas: ricas en ácido elágico
  • Berro: rico en isotiocianatos
Papaya

La papaya contiene 15 veces más betacryptoxantina que las naranjas.

Según un nuevo estudio hay peores y mejores frutas y verduras y si las elegimos cuidadosamente podemos lograr una gran diferencia en nuestra salud.

Por ejemplo, dicen los científicos del Instituto de la Salud Nutrilite, en Estados Unidos, si hacemos cambios simples en nuestra dieta como comer batata (boniato o camote) en lugar de zanahorias y consumir papaya en lugar de naranjas podemos disminuir el riesgo de varias enfermedades crónicas, incluidas las cardiovasculares, cáncer y diabetes.

La investigación, presentada durante la Conferencia de Biología Experimental que se celebra en California, Estados Unidos, esos y otros productos son una fuente muy rica de fitonutrientes, los compuestos químicos que se cree pueden proteger al corazón y las arterias y evitar ciertos tipos de cáncer.

Los fitonutrientes, o fitoquímicos, son compuestos que se encuentran de forma natural en los alimentos de origen vegetal.

Aunque se les conoce desde hace cientos de años, en las últimas décadas se han reconocido sus efectos positivos en la salud.

Nivel concentrado

Aunque todos los productos vegetales son fuente de fitoquímicos, hay ciertos alimentos que tienen un nivel mucho más alto de estos nutrientes.

Además de la batata y la papaya, dicen los científicos, otros productos que contienen cantidades concentradas de fitonutrientes son las frambuesas, el berro y la col rizada.

Los investigadores analizaron los datos de estudios llevados a cabo en Estados Unidos sobre los hábitos alimenticios de la gente y las fuentes más comunes de fitonutrientes que se consumían.

Encontraron que la mayoría de los participantes obtenían fitonutrientes de un número relativamente pequeño de alimentos específicos que no necesariamente eran las fuentes más concentradas.

Frutas y verduras

Los alimentos más populares no siempre son los más nutritivos.

Los principales contribuyentes de fitonutrientes en la dieta de los participantes eran las naranjas, el jugo de naranja, las zanahorias, uvas, ajo, tomates, fresas, mostaza, té y varios productos de soya.

"La gente puede mejorar su consumo de fitonutrientes eligiendo fuentes más concentradas de estos compuestos así como una variedad más amplia" dice el doctor Keith Randolph, quien dirigió el estudio.

"Por ejemplo, las uvas son los principales contribuyentes de antocianinas (un tipo de fitonutriente) en la dieta de la mayoría de los estadounidenses".

"Pero los arándanos en realidad contienen cantidades más altas de estos compuestos. Y los estudios sugieren que las antiocianinas mejoran la salud del corazón", agrega el investigador.

Los científicos agregan que si se reemplaza a las zanahorias por la batata se puede duplicar el consumo de betacarotenos y si comemos papaya podemos obtener 15 veces más beta cryptoxantina que si ingerimos naranjas.

De la misma forma, la col rizada contiene tres veces más luteína-zeaxantina que la espinaca; las frambuesas tienen tres veces más ácido elágico que las fresas; y una taza de berro contiene tantos isotiocianatos como cuatro cucharadas de mostaza.

"Estos resultados no sólo subrayan la importancia de la cantidad sino también el impacto que la calidad y la variedad de las frutas y verduras que consumimos pueden tener en nuestra salud" dice el doctor Randolph.

Fuente:

BBC Ciencia

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