12 de junio de 2018
El partido de fútbol de la Muerte: "Si ganabas morías"
A comienzos de los años treinta el régimen estalinista, con su programa de colectivización, había provocado una terrible hambruna que acabó con la vida de más de 7 millones de ucranianos (Holodomor o Genocidio Ucraniano); por lo que cuando los alemanes comenzaron la invasión de la Unión Soviética, en 1941, algunos ucranianos los apoyaron al verlos como sus salvadores de las garras del tirano Stalin. Aún así, la mayoría luchó junto al ejército rojo en la defensa de Kiev, donde tras dos meses de asedio sufrieron más de 700.000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros. El brutal régimen impuesto por los alemanes en los territorios ocupados convirtió a sus inicialmente partidarios en opositores. Los alemanes, conocedores de esta situación, decidieron congraciarse con el pueblo ucraniano y crearon un campeonato de fútbol entre varios equipos locales. Uno de estos equipos, el FC Start, estaba formado por varios jugadores del Dynamo de Kiev que, tras la ocupación, trabajaban en una panadería. El FC Start derrotó a todos los equipos locales e incluso a otros compuestos por húngaros y rumanos. Y aquí vieron los alemanes su ocasión para demostrar su superioridad… deportiva. En Kiev, el 6 de agosto de 1942, se disputó un partido entre el FC Start y un equipo de pilotos de la Luftwaffe alemana. Lo que iba a ser una muestra de la supremacía de la raza aria se convirtió, para alegría de los ucranianos, en una humillación… el FC Start venció por 5-1.
Pero aquello no iba a quedar así. Se organizó la revancha tres días más tarde y se preparó todo a conciencia: se reclutaron a los mejores jugadores alemanes, el árbitro era un miembro de las SS, antes del comienzo del partido recibieron una visita en los vestuarios para indicarles qué hacer y las consecuencias de su hipotética victoria… Además, el estadio fue tomada por las SS para controlar la euforia del público. Los equipos saltaron al terreno de juego e hicieron los correspondientes saludos: los alemanes brazo en alto al grito de Heil Hitler y los ucranianos, por su parte, parecía que iban a seguir las recomendaciones cuando extendieron el brazo… pero se llevaron la mano al pecho y gritaron Larga vida al deporte para regocijo de los espectadores. A pesar del nefasto arbitraje los ucranianos llegaron al final de la primera parte ganando 3-1. Durante el descanso, volvieron a recibir otra visita recordando el peligro que corrían sus vidas si ganaban. Cuando se quedaron solos discutieron qué hacer… si no podemos luchar contra ellos con las armas, los derrotaremos en el campo de fútbol y, además, devolveremos la esperanza a nuestros compatriotas. Saltaron al terreno de juego y consiguieron la victoria por 5 a 3. El público estalló de alegría y las SS comenzaron, como ellos sabían hacer, a rebajar la euforia. ¿Qué pasaría ahora con los jugadores?
A los pocos días del partido, los jugadores fueron detenidos por la Gestapo y llevados al cuartel de la policía secreta de Korolenko Street, donde fueron interrogados y torturados. Después los deportaron al campo de exterminio de Babi Yar. En este punto hay varias versiones pero todas coinciden en asegurar que tres jugadores fueron ejecutados: Nikolai Trusevich (portero y capitán del equipo), Alexei Klimenko (el jugador que poco antes de terminar el partido y a puerta vacía se giró 180º y disparó hacia el centro del campo) e Ivan Kuzmenko. Se cuenta que las últimas palabras de Trusevich fueron “el deporte rojo no morirá jamás“. En 1971, se erigió un monumento escultórico en el estadio Zenit de Kiev en memoria de aquellos héroes.
Fuente:
Historias de la Historia
22 de septiembre de 2013
¿Cuál es la bomba nuclear más potente jamás detonada?
El 30 de octubre de 1961 la Unión Soviética probó la bomba termonuclear AN6302, apodada "Bomba del Zar", sobre Nueva Zembla, al norte del Círculo Polar Ártico.
Fuente:
BBC Ciencia
16 de octubre de 2012
Rusia quiere volver a la Luna en el 2015
El experto ruso ha indicado que también se pretende enviar otra nave que se encargará de buscar muestras de hielo en la Luna y traerlas a la Tierra para su estudio. Además, planean la construcción de un vehículo robótico que explore el suelo lunar.
El programa lunar ruso consta de los proyectos Luna-Glob y Luna-Resurs relacionados, en particular, con la investigación de las zonas subpolares del satélite, donde deben existir grandes reservas de hielo.
Con estas iniciativas Rusia quiere limpiar la imagen de su programa espacial que desde 2011 ha sufrido varios reveses. Entre ellos, destaca la pérdida de la estación automática Fobos-Grunt, que, por un fallo en sus propulsores quedó en órbita terrestre y dos meses después de su lanzamiento cayó descontrolada en aguas del océano Pacífico.
"La lección más importante del fracaso de la Fobos-Grunt es que todas las grandes cosas hay que hacerlas paso a paso", ha señalado Jártov al respecto. En este sentido ha apuntado que Rusia no realizaba un proyecto como el de Fobos-Grunt desde hacía treinta años.
A su juicio, el problema es "querer dar un gran salto". "Primero hay que llegar a la superficie de la Luna y, después de un tiempo, con ayuda de un aparato más pesado, se sacará hielo a una profundidad de dos metros", ha explicado.
Del mismo modo, Jártov destacó que la conquista del espacio siempre se ha acompañado de fracasos y recordó que de las 58 misiones lunares soviéticas, la mitad fueron fallidas.
Fuente:
El Mundo Ciencia
22 de marzo de 2011
Astronauta ruso se inmoló en la primera tragedia espacial en favor de su amigo Gagarin
El 24 de abril de 1967, se vivió una de las historias más trágicas y ocultas de la carrera espacial, para el lanzamiento de la cápsula rusa Soyuz 1. Al ser designado como su único tripulante, el astronauta Vladimir Komarov sabía que no volvería a la Tierra. Mucha más gente también estaba en conocimiento de que era altamente probable de que así fuera, incluido su amigo Yuri Gagarin -el primer cosmonauta en ir al espacio exterior- e incluso gente en la KGB y el gobierno. Era una misión suicida.
Sucede que el presidente ruso Leonid Brezhnev estaba empecinado en celebrar los 50 años de la Revolución Rusa con este proyecto aeroespacial, donde la cápsula sería lanzada para luego conectarse con otra nave en el espacio y así Komarov volver en la nueva nave con sus dos colegas. Pero tanto éste como su amigo Gagarin sabían que el Soyuz 1 no aguantaría el viaje, convirtiéndose en la primera tragedia de los vuelos espaciales.
Gagarin y un grupo de capacitados técnicos inspeccionaron la nave y el informe fue concluyente: 203 problemas estructurales graves que hacían muy peligroso llevarla al espacio. Entonces el astronauta redactó un memo de 10 páginas, sugiriendo que la misión fuera postergada y se lo entregó a su amigo en la KGB Venyamin Russayev, pero nadie se atrevió a hacerlo llegar a manos de Brezhnev y todos los agentes que estuvieron en conocimiento del documento fueron degradados o mandados a Siberia.
Con la información del informe, Komarov estaba seguro de que moriría, pero ¿por qué no decidió marginarse de la misión suicida? Porque el segundo cosmonauta en la lista era el propio Gagarin, y él no iba a permitir la muerte de su amigo.
Como era de esperar, la nave comenzó a fallar apenas llegó al espacio; sus antenas no abrieron correctamente, se quedó sin potencia y se tornó innavegable. Ante ello, el lanzamiento del día siguiente de la nave de trasbordo fue cancelado y con ello, las últimas chances de que Komarov pudiera sobrevivir. Pronto la nave comenzó a caer de vuelta a la tierra y fallaron sus paracaídas, por lo que cruzó la atmósfera en llamas, estrellándose en suelo soviético.
NPR publica la historia completa con un audio de los últimos segundos de comunicación entre la base y el Soyuz 1, con Komarov notificando que el calor comenzaba a hacerse insostenible en la cápsula. Se despidió de su esposa en medio de llantos y le dedicó gritos de rabia a quienes lo mandaron a morir al espacio.
Dura historia. Y todo esto porque el próximo mes se lanza “Starman”, un libro conmemorativo -de Jamie Doran y Piers Bizony- con un completo detalle de la verdad detrás de la fallida misión rusa. Historia terrible y lección de amistad, de la cual recién ahora comienzan a conocerse todas sus realidades.
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16 de septiembre de 2010
Yuri Gagarin
Érase una vez una niña de seis años que se llamaba Rita. Rita vivía con sus papás en una granja colectiva a orillas de un río muy, muy grande, no lejos de un lugar llamado Engels. El papá de Rita era guardabosques y su mamá, que se llamaba Anna Akimova, se dedicaba a cuidar el ganado. Esta mañana, Rita había salido con su mamá para llevar a una vaca a pastar en los campos cercanos. Hacía un día muy bonito, con un cielo muy azul. Se acercaba ya el mediodía y el sol brillaba con fuerza, aunque era el mes de abril y aún hacía un poco de frío. De pronto, Rita señaló a lo alto y anunció:
–¡Mira, mamá! ¡Hay un señor que baja del cielo!
La mamá de Rita quiso decirle que no fuera tan fantasiosa (porque la verdad es que Rita, a veces, era un poquito fantasiosa); pero miró de reojo al punto donde señalaba la niña. Y entonces, ella también lo vio. Había, en efecto, un señor con un mono naranja y un casco blanco que bajaba del cielo en paracaídas. Anna y Rita se quedaron un poco pasmadas, viéndole descender en los campos cercanos. Y cuando el señor del mono naranja echó a andar hacia ellas arrastrando su paracaídas, la mamá de Rita la agarró con fuerza y ambas retrocedieron un poco asustadas. No hacía tantos años que terminó la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría estaba ya en su pleno apogeo y podía ser que los señores que bajan del cielo no trajeran buenas intenciones. Aunque, para ser espía o soldado enemigo, este tipo era más bajito que los de las películas. Y sonreía, como si estuviera inmensamente feliz. Además, en el casco blanco que llevaba ahora en la mano ponía “CCCP“: el acrónimo de su país.
Entonces, el señor bajito del mono naranja que había bajado del cielo les gritó:
–¡Eh, no tengáis miedo! ¡Soy soviético, como vosotras! ¡Vengo del espacio y tengo que encontrar un teléfono para llamar a Moscú!
El señor bajito del mono naranja, un joven de veintisiete años que resultó ser muy alegre y simpático, se llamaba Yuri Alekseyevich Gagarin. Era el 12 de abril de 1961, cerca del mediodía, hora de Moscú. Y lo más cañero de todo es que decía la verdad: acababa de regresar del cosmos con una nave espacial llamada Vostok-1, que tomó tierra automáticamente a alguna distancia de allí. ¡Esto sí era una cosa para contar mañana en el cole!
Rita y su mamá le llevaron a la granja colectiva, charlando amistosamente (aunque, la verdad, mamá no se acababa de creer mucho su historia). Mientras el supuesto kosmonavt hablaba por teléfono, alguien dijo que había oído en la radio un rato antes algo sobre el asunto este. Que el tipo era un héroe, el primer hombre en viajar al espacio, una cosa del otro mundo. Entonces, empezó una especie de locura colectiva, mucho más que cuando el Sokol de Saratov ascendió a segunda división. La gente se hizo fotos con él y se lo llevaron en un camión hacia la cercana base aérea de Engels. Pero apenas habían salido a la carretera cuando apareció un helicóptero a recogerlo. Al poco, el lugar se llenaba de soldados, científicos y cámaras. La radio repetía triunfalmente con palabras muy grandes que la Unión Soviética había llevado al primer hombre al cosmos. Y el señor bajito y simpático del mono naranja salió en la tele y en los periódicos y en las revistas de todo el mundo, una y mil veces. Pues, en efecto, la historia de la civilización terrestre acababa de cambiar ante los ojos atónitos de Rita, su mamá y una vaca –cuyo nombre, por desgracia, no recordamos–, que vieron el instante en que la Humanidad entraba definitivamente en la Era Espacial.
El amanecer en un lugar llamado Baikonur.
La aventura extraordinaria del joven bajito con mono naranja había empezado unas horas antes, esa misma mañana, en un lugar secreto situado mil quinientos kilómetros al sudeste de allí. Por aquel entonces ese lugar aún se llamaba Tyuratam, pero pronto el mundo entero lo conocería como Baikonur. El cosmódromo de Baikonur.
Esa mañana, todo el mundo se levantó muy temprano en Baikonur. Algunos ni siquiera habían dormido. Entre otros, un señor regordete, cuellicorto y cabezón cuyo nombre era tan secreto que sólo se le llamaba por las iniciales S. P. o número 20; aunque el mundo llegaría a conocerle como el Diseñador Jefe. Este señor Número 20 era quien ideó todo aquello y lo había llevado a cabo –con la ayuda de otros muchos casi tan geniales como él, claro–; y también quien decidió que el joven bajito, simpático y ligón llamado Yuri Gagarin se convertiría en el héroe de su fabulosa aventura. Le conocía en persona como al resto de sus aguiluchos –los elegidos para la gloria del programa espacial soviético–, eran amigos y hoy este aguilucho Gagarin se convertiría en águila… o moriría en el intento.
Yuri Gagarin era un joven piloto de la Fuerza Aérea Soviética que pertenecía ya a una nueva generación para quienes la Segunda Guerra Mundial era un recuerdo de la infancia y Stalin, un nombre de su adolescencia. Nacido en 1934, tenía once años cuando acabó el conflicto y diecinueve cuando desapareció el autócrata. Por aquel entonces, Gagarin era aún aprendiz de forjador en una fábrica, que había aprendido a pilotar avionetas en un aeroclub local y estudiaba para técnico aeronáutico en una escuela de formación profesional. Y es que procedía de una familia muy humilde: hijo de un carpintero y de una campesina a la que le gustaba mucho leer, se había criado en un suburbio industrial periférico de Moscú con no muy buena fama llamado Lyubertsy. Sus profesores decían de él que era buen estudiante pero bastante gamberro. Las muchachas de Lyubertsy coincidían en que era bastante gamberro, pero un gamberro simpático a pesar de su corta estatura –1,57, en un país donde los tipos suelen ser bastante inmensos– y esas cosas que se dicen antes de dejarse, uh, acaramelar.
En 1955, a los veintiún años, Gagarin terminó su curso de técnico aeronáutico con unas notas bastante estupendas a pesar de estos entretenimientos e ingresó en la Fuerza Aérea Soviética para convertirse en piloto militar. Recibió sus alas en la Escuela de Pilotos de Orenburg, a los mandos de un MiG-15; a continuación, se casó con una chavala de nombre Valentina Goryacheva, aunque dicen las malas lenguas que no sentó mucho la cabeza en el tema de faldas.
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22 de febrero de 2007
Jueves, 22 de febrero de 2007 - 06:03 GMT
Disminuye la expectativa de vida de los rusos luego de la caida del muro.
El gobierno ruso mantendrá una reunión de emergencia para analizar posibles medidas contra la dramática caída en la expectativa de vida de sus ciudadanos, que tiene lugar desde el colapso de la Unión Soviética en 1989.
Se espera que los ministros aprueben un nuevo paquete de financiamiento para el tratamiento de enfermedades como la tuberculosis, la diabetes y el SIDA.
El ministro de Salud de Rusia informó que la expectativa de vida promedio de los hombres en su país es menor a los 60 años, unos 15 años menos que en la mayoría de los otros países industrializados (en las mujeres es de 72 años).
El Comité Nacional de Estadísticas reveló este martes que la nación perdió más de medio millón de habitantes (561.200) en el año 2006, lo que deja su población total en 142,2 millones.
Como un país en guerra
Según las estadísticas oficiales, Rusia tiene desde hace años la mortandad de un país en guerra. Las principales causas tras estos números son el alcoholismo, el tabaquismo, la drogadicción y los accidentes laborales y domésticos.
Por otra parte, el índice de mortalidad infantil es uno de los más altos de toda Europa.
El pasado año murieron 2.165.700 rusos y nacieron 1.476.200. Si no hubieran ingresado 128.300 inmigrantes la situación sería peor.
Los expertos demográficos sostienen que una posible solución al decrecimiento de la población es flexibilizar los estrictos controles a la inmigración procedente de las antiguas repúblicas soviéticas.
Si la situación no se revierte, Rusia podría perder un tercio de su población para mitad del siglo.
Fuentes: