El aumento del nivel del océano, debido aparentemente al cambio climático, se está comiendo parte del litoral de El Salvador, incluso un bosque de manglares.La naturaleza demoró decenas de miles de años para formar los manglares de El Salvador, y todo el ecositema a su alrededor, y en pocos años el calentamiento global (producto básico de las emisiones de los países industrializados) los va destruir para siempre.
Los árboles muertos sobresalen de la arena como esqueletos gigantes. Son la prueba concluyente que aquí hace poco, en lugar de esta playa azotada por el viento y las fuertes olas del Pacifico, hubo un bosque de manglares. En la región costera del Bajo Lempa en El Salvador, el cambio climático – en forma de mares crecientes – ha llegado temprano.
Según los lugareños del pueblecito de La Tirana, el Océano Pacifico ha avanzado unos 300 metros desde 2005, empujando la playa delante de él y consumiendo así el frágil ecosistema del cual dependen, prácticamente su única fuente de ingreso monetario. Cuando la marea está baja, pasan por el espeso lodo del manglar buscando “punche”, una especie de cangrejo tropical.
Cuando les va bien, los habitantes de La Tirana encuentran hasta dos docenas de punche en un día de arduo trabajo, que se venden en el mercado local en unos 3,50 dólares (2,85 euros) cada uno. Con esto, atienden algunas necesidades básicas como ropa, aceite, sal y medicinas que complementan lo obtenido con sus actividades agrícolas y de pesca de subsistencia.
Pero apenas quedan 500 metros de manglar y, si la tendencia actual sigue, habrá desaparecido para el año 2025. “No tenemos ni agua potable ni luz pero tenemos nuestra vida aquí,” dice Nahun Díaz, de 26 años, y alcalde de La Tirana. “Aquí nos queremos quedar pero el mar lo decidirá”.
Según el IPCC, la comisión científica de la ONU dedicada a investigar el cambio climático, el nivel del mar subió durante el siglo pasado 1,7 milímetros al año, aproximadamente. Las corrientes causadas por el derretimiento de los polos y otras masas de hielo como los glaciares alpinos, por un lado, y la expansión termal del agua, por otro, están contribuyendo a este efecto.
Los científicos también informan que el aumento en el nivel del mar no es igual en todo el mundo debido a varios factores, incluido el efecto Coriolis, provocado por el giro de la tierra.
Mientras tanto, el Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (MARN) de El Salvador ya ha calculado que esta nación centroamericana perderá entre 10% y 28% de su litoral en los próximos 100 años. La predicción obedece a los dos extremos del aumento del nivel del mar pronosticado por los varios modelos actuales de simulación de cambio climático, que oscila entre 13 centímetros y 1,1 metros.
En el Bajo Lempa, estas cifras significan poco. Allí ven cómo cada día las olas empujan la arena, desplazándola hacia el corazón del bosque de manglares, y cómo los tocones desaparecen bajo el avance del Pacifico.
“Falta que los científicos vengan para estudiarlo, pero todos los índices nos sugieren que aquí ya está subiendo el mar y son los más pobres los que se ven más perjudicados”, dice Ricardo Navarro, presidente de CESTA, el brazo salvadoreño de Amigos de la Tierra.
Sin embargo, no es solamente por el mar creciente por lo que El Salvador está considerado entre los países más vulnerables al cambio climático. Cada año, huracanes y tormentas tropicales más fuertes asolan Centroamérica. El Salvador, con la segunda tasa más alta de América en deforestación, después de Haití, no podría ser más vulnerable a las inundaciones que estas tempestades implican.
Según el MARN, hubo una sola tormenta extrema en toda la década de los sesenta, otra en los setenta y dos en la de los ochenta. Y luego algo raro sucedió. Hubo cuatro en los noventa (incluido el huracán Mitch que mató a miles de personas por todo Centroamérica) y ocho en los el primer decenio del siglo XXI.
En el pueblo de Octavio Ortiz, a unos dos kilómetros de La Tirana, al lado del Río Lempa, la vía fluvial más grande del país, Herminia Arqueta, cuenta como las inundaciones ya se han vuelto comunes, convirtiéndose en un peligro estacional que asuela sus casas, cultivos y ganado todos los años.
“Esto nunca sucedió antes de Mitch”, dice la viuda de 46 años, que vive con dos de sus cuatro hijas y depende en gran parte de la agricultura de subsistencia. “Ya cada octubre, cuando empiezan las lluvias, tenemos que prepáranos para lo peor”.
El año pasado, lluvias provocadas por una depresión tropical, llamada 12E por los meteorólogos, dejo el piso de su casa inundado con 65 centímetros de agua durante tres semanas. Peor aún, destruyó toda la cosecha de maíz y arroz, que había sido financiada con un préstamo de 1.000 dólares (814 euros). Ahora, está a punto de vender cinco de sus siete vacas lecheras para cancelar la deuda.
“Apenas sobrevivimos gracias a ellas [las vacas]”, dice Arqueta frente a su casa. “Es lo mismo para todos aquí. Hemos comprado semillas y ganado con préstamos y ahora hemos perdido todo. Muchos no van a poder devolver el dinero”.
Asediado por un tsunami de violencia impulsado por las pandillas y el narcotráfico que lo ha llevado a tener la segunda tasa más alta del mundo de homicidios en 2010, El Salvador lo último que necesita es una crisis climática.
“Nuestro legado de deforestación y descuido ecológico nos ha dejado demasiado vulnerables al cambio climático”, dice Navarro. “Si el gobierno no aplica medidas significativas de adaptación, vamos a tener una ola de refugiados climáticos en el país”.
En la placidez de los manglares, tal advertencia parece incongruente. Mientras que remamos suavemente por el bosque, de regreso de la playa hacia La Tirana, en una visita a este ecosistema tan delicado auspiciada por una beca del Pulitzer Center on Crisis Reporting, de Washington DC, Nahun Díaz, con su hija Ingrid, de tres años, sentada en su rodilla, pregunta: “¿A dónde nos iríamos? Nuestra vida aquí es la única que conocemos. Sin el manglar, no somos nada”.
Fuente:
El País (España)