El primer
intento serio de “hacer ciencia”, o por lo menos algo que nosotros,
dudosos habitantes del siglo XXI, podamos considerar como ciencia,
ocurrió en Mileto, una próspera colonia griega del Asia Menor, donde
vivió Tales (de Mileto, obviamente) en el siglo VI a.C., del que cuentan
que, basado en viejos datos babilónicos, predijo el eclipse total del
28 de mayo de 585 a.C. Verdadero o no, a veces la fecha de ese eclipse
se pone como punto de arranque de la ciencia occidental.
Tales de Mileto y su escuela introdujeron una innovación absoluta en
el pensamiento griego: separar lo natural de lo sobrenatural y
establecer que los fenómenos naturales deben explicarse mediante causas
naturales. Es la escuela de la physis. La escuela de Mileto dejó
planteado un problema difícil: ¿por qué se debe aceptar tal o cual
explicación (desde ya, los milesios estaban muy lejos de la idea de
experimento)? Y ¿cómo podemos basar una teoría en la observación,
sabiendo lo poco fiables que son los sentidos, y la empiria en general?
Problemas que fueron enfrentados por la escuela eleática (por
Parménides de Elea, 540-470 a.C.), que frente al testimonio dudoso de
los sentidos, opone un Ser permanente, inmóvil, continuo, eterno y sin
atributos, al que sólo se puede acceder por la vía de la razón,
olvidando los fenómenos, puramente contingentes (como quiere demostrar
Zenón de Elea, discípulo de Parménides con la célebre paradoja de
Aquiles y la tortuga). Pero un Ser sin atributos no puede darnos
demasiado; el camino de Parménides no produce ciencia sino metafísica:
en realidad, la escuela eleática lleva a la incipiente ciencia griega a
un callejón sin salida. ¿Cómo salir del atolladero?
Los filósofos griegos siguieron: algunos tomaron un camino radical,
como los atomistas (Demócrito y Leucipo), que fracturaron el ser en
pequeñas partículas indestructibles y eternas: los átomos, infinitos,
“increados”, tienen distintas formas y que se mueven permanentemente en
el vacío. Y hubo, si se quiere, otra solución: las matemáticas, en las
que la razón no tiene que discutir ni ocuparse de fenómenos, sino de
relaciones puras. Ese es el camino que suscribió una escuela muy
importante que se desarrolló a partir del siglo V en el sur de Italia,
la escuela pitagórica. Los pitagóricos establecieron que la fuente de la
realidad son los números. A la pregunta ¿cuál es el origen de las
cosas?, respondieron: los números.

Es posible que esta idea haya partido del estudio de la música:
descubrieron que hay relaciones numéricas precisas entre los sonidos; y
estas relaciones, para nada evidentes, pudieron impulsarlos a dar el
paso audaz de generalizar y proclamar que todas las cosas consisten en
números.
Así, la escuela pitagórica opta por el pensar y resuelve el
problema milesio. Y fueron tal vez un poco más lejos de lo aconsejable:
identificaron a la Justicia con el número 4 por tratarse del primer
número cuadrado; al matrimonio con el 5, que representaba la unión del
macho (3) con la hembra (2). Además, creían que todo el cielo era una
escala musical, analizaron muchas propiedades de los números, trabajaron
sobre los poliedros regulares, las medias aritméticas, geométricas y
armónicas, acústica y astronomía, que era algo así como geometría
aplicada. Desde ellos viene esa ligazón entre aritmética, música,
astronomía y geometría que constituirá el quadrivium medieval.
Propusieron un sistema, integrado por un fuego central alrededor del
cual giraban veinte cuerpos envueltos en niebla, y dieron numerosas
demostraciones; la más famosa es, desde ya, el teorema de Pitágoras).

Pero he aquí que el teorema de Pitágoras llevó a una conclusión
asombrosa, que puso en jaque todo el sistema pitagórico. Al fin y al
cabo, si uno construye un cuadrado de lado 1, se puede ver fácilmente
que, como el cuadrado de la diagonal es la suma de los cuadrados de los
catetos, es 1 al cuadrado + 1 al cuadrado = 2. Y entonces la diagonal
mide la raíz cuadrada de 2.
Resulta que los pitagóricos descubrieron también que la raíz cuadrada
de 2 no es un número, que no hay ninguna fracción que la represente: la
raíz de 2 es “a-logos”, es inexpresable: es irracional. Y sin embargo,
la diagonal de un cuadrado de lado 1 está ahí, de manera neta y tan
evidente; tiene una longitud real y extremos fijos, puede construirse
una varilla de esa longitud concreta, pero esa longitud concreta no
parece ser nada, no parece pertenecer a la esfera de lo posible... y sin
embargo, está allí. Pero además, es imposible negar la existencia de la
raíz cuadrada de 2, que no se produce en el terreno de la empiria, sino
en el mundo puro de los números.
Ahora, ¡hay que imaginar el efecto que este descubrimiento tuvo que
tener en algunos de los primeros pitagóricos! Ellos suponían que todo
consiste en números y que el conocimiento expresa relaciones entre
números (enteros o fraccionarios). Pero he aquí que una entidad, que
ciertamente pertenece a la ciencia, la diagonal de un cuadrado, no puede
ser expresada con números enteros, no puede existir. Es decir, tenemos
algo concreto y ese segmento, que está ahí no es un número, no es nada. Y
la medida de la diagonal de un cuadrado de lado 1 tampoco es nada.
¡Pero la diagonal de ese cuadrado está ahí! ¿Cómo puede ser que a un
segmento no corresponda ninguna longitud?

Un ejemplo del terror que produjo ver que algo tan simple como la
raíz cuadrada de 2 era un irracional es la leyenda según la cual un
pitagórico, Hipaso, divulgó el secreto y pereció ahogado como castigo
divino por su acción. Y es que la escuela pitagórica se había embarcado
en un callejón sin salida. Construyeron todo un edificio científico,
místico, que les parecía muy sólido, y de repente aparece este asunto
que amenaza con precipitar toda la escuela en el abismo. Los pitagóricos
se enfrentan a este dilema y no lo pueden resolver. Han fracasado en su
teoría de que todo está constituido por números, aunque la influencia
que ejercieron siguió resonando a través de los siglos, y la encontramos
aún en Kepler.
Y es que el problema con que se enfrentaron no es fácil de resolver,
la raíz de 2, como descubrieron los pitagóricos, desde ya no es una
fracción: no hay número entero ni fraccionario alguno que multiplicado
por sí mismo nos reproduzca exactamente al 2. Actualmente escribimos
raíz cuadrada de 2 como 1,14142135624 y agregamos una serie de puntos
suspensivos que significan que la fracción decimal no tiene fin, que el
número de decimales (no periódicos) es infinito. Es lo que ahora
llamamos (quizás en homenaje a Pitágoras) un número irracional.
El terror de los pitagóricos ante la raíz de 2 es fácil de entender,
porque nosotros, hoy, en el fondo, seguimos siendo pitagóricos. No
creemos, como Pitágoras, que todo es número, pero sí que las matemáticas
subyacen al mundo empírico; que de un modo misterioso organizan la
empiria, que aquello que es matemáticamente posible es y que aquello que
no es matemáticamente posible, no es.
Tomado de:
Bonus:
La biografía de Pitágoras, y detalles curiosos de los pitagóricos, en esta presentación: