Que
necesitamos recibir caricias y abrazos para sobrevivir es más que
evidente durante los primeros años de vida. Pero la importancia del
contacto físico no disminuye cuando crecemos, sino todo lo contrario.
Incluso un fugaz roce entre dos personas puede producir cambios inmediatos en el comportamiento humano.
Por ejemplo, los estudiantes que reciben un palmadita en el brazo por
parte de un profesor se muestran hasta dos veces más dispuestos a salir
voluntarios a la pizarra que el resto de sus compañeros de clase.
Un roce amable en la consulta del médico
hace que los pacientes tengan la impresión de que la visita ha durado
el doble que si no se produce contacto físico. Si antes de dar un
discurso o hacer una presentación en público nuestra madre nos da un fuerte abrazo los niveles de cortisol, la hormona del estrés, caen. Y un estudio de la Universidad de Berkeley (EE UU) publicado recientemente en la revista especializada Emotion apuntaba a que, en el ámbito del deporte, los equipos con mejores resultados son aquellos en que los jugadores no escatiman en abrazos y chocan más "esos cinco". Los investigadores sugieren que este fenómeno podría deberse a que el contacto físico libera oxitocina, que aumenta la sensación de seguridad y confianza.
Fuente:
Muy Interesante
23 de abril de 2014
¿Por qué se cristaliza la miel?
La miel es una solución supersaturada de glucosa y fructosa. Esto es inherentemente inestable y por lo tanto, con el tiempo, tiende a cristalizarse de forma natural.
La glucosa es menos soluble que la fructosa así que se cristaliza primero.
La miel hecha de flores con contenido más alto de glucosa en su néctar, incluidos el diente de león y la colza, se cristaliza más rápido.
La miel comercial es calentada y filtrada para retirar los pequeños cristales y granos de polen que actúan como semillas para el crecimiento de cristales, así que éstas pueden permanecer líquidas por más tiempo.
La temperatura de almacenamiento también es un factor.
La miel se cristaliza más rápidamente a entre 10º C y 15º C.
Fuente:
BBC Ciencia
¿Por qué sobarnos un golpe ayuda a aliviar el dolor?
Al parecer la forma como pensamos en el dolor tiene un efecto importante en la forma como realmente sentimos ese dolor.
También se cree que puede haber una correlación ilusoria.
Es decir, la mayoría de los golpes sólo duelen agudamente unos segudos. Si gastamos esos segundos sobándonos la zona lesionada, lo más seguro es que pensemos que la sobada fue lo que alivió el dolor.
Fuente:
BBC Ciencia
22 de abril de 2014
¿Por qué los chistes nos hacen reir?
No todos estamos igual de dotados para los chistes. Muchos, de
entrada, se declaran insolventes en este campo, y seguramente tienen
razón. Y luego está ese embarazoso silencio que se hace tras contar la
presunta gracia: “¿No lo pilláis?”, preguntamos incrédulos. Solo nos
carcajeamos, nerviosamente, nosotros. ¿Qué hace que un chiste sea bueno o que algunas personas cuenten chistes mejor que otras?
Desde sus inicios, la psicología moderna ha estudiado los mecanismo de ese pequeño relato humorístico, probablemente tan antiguo como la humanidad: Paul McDonald, de la Universidad de Wolverhampton, asegura que el primero es este proverbio sumerio del año 1.900 antes de Cristo: "Algo que nunca ha ocurrido desde tiempos inmemoriales: una joven mujer tirándose un pedo sobre las rodillas de su esposo". Sigmund Freud ya abordó profundamente el tema y, en los años sesenta, el experto Edward de Bono creía que la risa se producía porque nuestro cerebro, siempre buscando patrones para ordenar la información, encuentra de repente una conexión inesperada.
¿Es, pues, la sorpresa el secreto de un buen chiste? Hasta cierto punto… Una investigación que acaba de publicar el psicólogo cognitivo Sascha Topolinski, de la Universidad de Wurzburgo (Alemania), aparentemente demuestra que a veces es más importante aún la fluidez con que los narras. En sus experimentos, presentó a los sujetos palabras importantes del golpe final, del remate chistoso, minutos antes de contarlo, y muchos voluntarios lo puntuaron más alto en la escala de “gracioso”. Cuando se anticipaban palabras del principio, no tenía efecto. La conclusión que saca Topolinski es que contrariamente a lo que dice el sentido común, hacer un “spoiler” a veces aumenta la eficacia del gag, porque los oyentes lo entienden mejor. Como todos sabemos, Eugenio, Chiquito de la Calzada, ese cuñado tronchante y otros artistas del humor se ganan a la audiencia por su manera de contar el chiste, aunque nos sepamos el final de antemano o lo hayamos oído mil veces.
Fuente:
Muy Interesante
Desde sus inicios, la psicología moderna ha estudiado los mecanismo de ese pequeño relato humorístico, probablemente tan antiguo como la humanidad: Paul McDonald, de la Universidad de Wolverhampton, asegura que el primero es este proverbio sumerio del año 1.900 antes de Cristo: "Algo que nunca ha ocurrido desde tiempos inmemoriales: una joven mujer tirándose un pedo sobre las rodillas de su esposo". Sigmund Freud ya abordó profundamente el tema y, en los años sesenta, el experto Edward de Bono creía que la risa se producía porque nuestro cerebro, siempre buscando patrones para ordenar la información, encuentra de repente una conexión inesperada.
¿Es, pues, la sorpresa el secreto de un buen chiste? Hasta cierto punto… Una investigación que acaba de publicar el psicólogo cognitivo Sascha Topolinski, de la Universidad de Wurzburgo (Alemania), aparentemente demuestra que a veces es más importante aún la fluidez con que los narras. En sus experimentos, presentó a los sujetos palabras importantes del golpe final, del remate chistoso, minutos antes de contarlo, y muchos voluntarios lo puntuaron más alto en la escala de “gracioso”. Cuando se anticipaban palabras del principio, no tenía efecto. La conclusión que saca Topolinski es que contrariamente a lo que dice el sentido común, hacer un “spoiler” a veces aumenta la eficacia del gag, porque los oyentes lo entienden mejor. Como todos sabemos, Eugenio, Chiquito de la Calzada, ese cuñado tronchante y otros artistas del humor se ganan a la audiencia por su manera de contar el chiste, aunque nos sepamos el final de antemano o lo hayamos oído mil veces.
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