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30 de enero de 2011

El pensamiento mágico aumenta la creatividad de los niños

Estudio demuestra que puede ser una herramienta complementaria en educación

Investigadores de la Universidad de Lancaster han demostrado que fomentar el pensamiento mágico en niños pequeños ayuda a que éstos incrementen su creatividad y su capacidad de pensamiento divergente (uso de juicios ilógicos o "marginales" para buscar soluciones innovadoras). Los resultados obtenidos en dos experimentos realizados deberían ser tenidos en cuenta en el terreno de la educación, en el que el pensamiento mágico podría servir como herramienta complementaria para el desarrollo cognitivo de los pequeños, afirman los investigadores. El pensamiento mágico, que ha cumplido desde sus inicios un papel fundamental para la supervivencia y la cultura humanas, sigue teniendo vigencia en supersticiones y religiones actuales, según la psiquiatría.




Eugene Subbotsky, psicólogo de la Universidad de Lancaster, en el Reino Unido, ha demostrado que el pensamiento mágico puede aumentar la creatividad de niños de cuatro, seis y ocho años de edad.

En un artículo publicado por la revista Perceptual and Motor Skills, Subbotsky y sus colaboradores explican que realizaron dos experimentos destinados a examinar la posible relación entre el pensamiento mágico y la creatividad en niños pequeños.

Promover el desarrollo cognitivo

El pensamiento mágico, escriben los investigadores, consiste en imaginar que los pensamientos, las palabras e incluso los deseos puedan tener efectos físicos directos sobre objetos inanimados.

Por otro lado, este tipo de pensamiento comprende las ideas sobre eventos u operaciones sobrenaturales (como que un hombre vuele), así como la capacidad de construir un mundo alternativo al mundo real.

Los científicos explican, además que el pensamiento mágico es diferente a las creencias mágicas: el primero pertenece sólo a la imaginación (sueños, arte, fantasías), mientras que las creencias mágicas son aquéllas que suponen que la magia tiene un efecto en el mundo real.

Teóricamente, se había argumentado ya que la fantasía podría jugar un papel clave en el sentimiento de competencia y efectividad de los niños y, por tanto, promover su desarrollo cognitivo. El trabajo de Subbotsky y de sus colaboradores ha intentado constatar este efecto concreto del pensamiento mágico infantil.

Dos experimentos

Para ello, los investigadores realizaron dos experimentos. En el primero, se les mostraron a niños de Londres, de cuatro y seis años, fragmentos de 15 minutos de la película “Harry Potter y la piedra filosofal”.

A un grupo de estos niños se le hizo ver un fragmento de dicha película con contenido mágico, y a otro grupo un fragmento de contenido no mágico.

Posteriormente, los científicos aplicaron a ambos grupos de niños utilizando el llamado Test de Pensamiento Creativo de Torrance, con el que se evaluó, entre otros elementos, su capacidad de pensamiento divergente, que es la que permite utilizar juicios ilógicos o "marginales" para buscar soluciones innovadoras.

Los resultados obtenidos mostraron que las puntuaciones medias de los niños que habían visto el fragmento “mágico” de película fueron significativamente más altas que las de aquellos niños que no la vieron en ambos grupos de edades, y también más altas que las obtenidas por todos los participantes en pruebas realizadas antes del visionado de los vídeos.

Educación y magia

En un segundo experimento participaron niños de seis y ocho años de Shropshire. Aunque similar al primer experimento, en este caso los científicos añadieron un nuevo test a la prueba, con el que se evaluaron también las creencias mágicas de los niños, antes y después de ver los vídeos de Harry Potter.

Los resultados obtenidos volvieron a constatar un aumento de la creatividad en los pequeños tras los vídeos de contenido mágico.

Además, revelaron que la exposición de los niños a este tipo de películas no condicionó sus creencias mágicas que, según los investigadores, dependen de factores más profundos, como la actitudes familiares, la educación o las experiencias personales.

Los científicos concluyen de ambos experimentos que resulta, por tanto, posible condicionar e incrementar la creatividad infantil mostrando a los niños películas de contenido mágico, que por otro lado no alterarán sus creencias mágicas.

En consecuencia, escriben que: “en lugar de ser un mero subproducto del desarrollo cognitivo que acompaña el desarrollo central y que en ocasiones puede ser utilizado para el entretenimiento, el pensamiento mágico puede ser visto como una fuente adicional de desarrollo de la imaginación y del pensamiento divergente en niños”.

Así, junto con otros elementos que promueven el desarrollo de la imaginación infantil (como el juego y la función simbólica), el pensamiento mágico permitiría a los niños crear mundos fantásticos imaginarios, aumentando su capacidad de ver el mundo y actuar en él desde múltiples perspectivas.

Según los investigadores, por tanto, los resultados obtenidos en la presente investigación deberían ser tenidos en cuenta en el terreno de la educación.

Herramienta de la evolución

Según la psiquiatría, el pensamiento mágico es más frecuente entre los niños que entre los adultos y, en general, desde sus inicios, ha cumplido un papel fundamental para afianzar la supervivencia del ser humano e impulsar su desarrollo cultural.

La conjunción entre los elementos naturales (agua, tierra, fuego, etc) y el pensamiento mágico fue lo que permitió construir, mediante analogías, las primeras abstracciones con las que interpretamos el micro y del macrocosmos, alejando así a nuestra especie de la completa incertidumbre.

De la utilidad del pensamiento mágico como herramienta cognitivo-evolutiva da testimonio el hecho de que dichas abstracciones aún pervivan y tengan vigencia incluso en supersticiones y religiones actuales.

Fuente:

Tendencias 21

26 de agosto de 2010

El entrelazamiento cuántico puede ser una medida del libre albedrío

El mismo experimento que revela la naturaleza del entrelazamiento, también puede interpretarse como una medida del libre albedrío, dicen los investigadores.

La naturaleza de la mecánica cuántica ha forzado a los investigadores a reconsiderar su propio papel en el proceso de la ciencia. Ya se fue la idea Victoriana de que la medida es objetiva y absoluta. Hoy, sabemos que en el mundo cuántico, es imposible separar la medida del medidor. Pero exactamente qué papel desempeñan en el universo, aún hay que aclararlo.

Una intrigante idea es que ciertos tipos de experimentos pueden burlar la naturaleza de la medida. Y una clase particularmente importante de experimentos implica el entrelazamiento cuántico, el desconcertante fenómeno en el cual objetos separados por una gran distancia comparten la misma existencia (o, en términos científicos, se describen mediante la misma función de onda).

Imagina dos partículas que están entrelazadas de esta forma. Antes de que tenga lugar ninguna medida, estas partículas están en una superposición de estados. Entonces una medida en una inmediatamente influye sobre la otra, de alguna forma determinando el resultado de la medida sobre ella.

Muchos experimentos han demostrado que esta “influencia” tiene lugar tan cerca de la instantaneidad como es posible medir, y ciertamente no puede ser transportada por una señal a la velocidad de la luz. Los mismos experimentos también descartan cualquier correlación oculta entre partículas en las que el resultado de cualquier medida es acordado de antemano. Imagina, por ejemplo, alguna mano oculta que fuerza a los experimentadores a llevar a cabo sin saberlo medidas que siempre parecen como si estuviese teniendo lugar esta acción fantasmal a distancia.

Hoy, Jonathan Barrett de la Universidad de Bristol y Nicolas Gisin de la Universidad de Ginebra nos ofrecen una nueva e interesante aproximación a este problema. Asumen que el entrelazamiento ocurre como prescribe la mecánica cuántico, y se preguntan cuánto libre albedrío debe tener el experimentador para descartar la posibilidad de una interferencia oculta.

La respuesta es curiosa. Barret y Gisin demuestran que si hay información compartida entre los experimentadores y las partículas que miden, entonces el entrelazamiento puede explicarse mediante algún tipo de proceso oculto determinista.

En términos prácticos, esto significa que no puede haber información compartida entre los generadores de números aleatorios que determinan los parámetros de los experimentos a realizar, y las partículas a medir.

Pero lo mismo es cierto para los propios experimentadores. Esto significa que no pueden haber información compartida entre ellos y las partículas tampoco. En otras palabras, deben tener un completo libre albedrío.

De hecho, si un experimentador carece de incluso un sólo bit de libre albedrío, la mecánica cuántica puede explicarse en términos de variables ocultas. Inversamente, si aceptamos la veracidad de la mecánica cuántica, entonces podemos colocar un límite sobre la naturaleza del libre albedrío.

Esta es una forma interesante de enunciar el problema del entrelazamiento, y sugiere un prometedor número de obstáculos relacionados: ¿qué hay de los sistemas parcialmente entrelazados, y de otros en los que se entrelazan más de dos partículas?

El libre albedrío nunca fue tan fascinante.

Fuente:

Ciencia Kanija

17 de junio de 2007

La ciencia por las calles va...

Ciencia Ambulante.

La Cámara Popular de Libreros tiene su bastión en el jirón Amazonas. Aquí, entre los libros viejos, hay puestos donde se ofrece la posibilidad de ver la ciencia de cerca hecha a mano por personajes que reciclan materiales para hacer complejos experimentos.

Por Ricardo León

Stand A9. El profesor Segovia y sus experimentos y su rabia. Pegado en una pared, medio escondido, un papel pequeño anuncia una verdad que suena a advertencia teniendo en cuenta las dimensiones (3x4 metros) y la ubicación (al costado del río Rímac seco) del puesto: El aire ejerce presión.

Segovia lleva tres minutos buscando un embudo que está en el lugar más visible del mundo, encima del escritorio. Hay maneras de no ver las cosas. Reniega porque hay soluciones que tenemos ante los ojos --como el embudo-- y no las vemos. Y reniega porque lo normal para todos es importar tecnología, cuando lo normal para él es reciclar lo que hay a la mano y potenciarlo con peruanísimo ingenio marca Cachina: "Lo difícil lo hago fácil". Una brújula puede hacerse con dos alfileres y una tapa rosca. Un balde de pintura es una central hidroeléctrica. Dos botellas de gaseosa y un globo son los pulmones. Segovia, además, vende libros siempre didácticos, como uno del pintor francés André Derain, uno sobre Osama Bin Laden y uno que aspiró a 'best seller': "Cómo Fujimori jodió el Perú".

Todavía le dura el resentimiento: "Me botaron. Pensaron que era un tipo inservible". Después de 25 años como profesor en varios colegios, se había quedado en la calle. Un pariente suyo le sugirió que vendiera libros en Amazonas. Mientras esperaba clientes, armaba pequeños experimentos con lo que había a la mano, desde una lata de café hasta un imán. Experimento que hacía, experimento que registraba en un papel, a mano: "Son mis informes. Tengo 200. Con esos informes hice mi libro; ya he vendido 13.000 ejemplares". El libro se titula "Experimentos de Física Recreativa Siglo XXI".

La diferencia entre ser profesor de un colegio o asesorar alumnos en un puesto de Amazonas es la libertad de acción. Aquí no hay ni jefes ni horarios ni calificaciones. Aquí a uno no lo botan a patadas después de 25 años de trabajo. "Ya no quiero regresar a las aulas. Me trataron mal, eso me hace llorar". Un segundo después Segovia se seca las lágrimas y ensaya un cambio de tema: "Lo que pasa es que la educación peruana es una estafa".

Y que los jóvenes solo buscan las modas, y que el mundo tiende a mecanizarse, y que hasta ahora lo llaman profesor, y que él no maneja computadoras, y que recién se ha comprado un celular, y que sus 'alumnos' se ríen porque no tiene problemas para construir un ascensor a pequeña escala, pero sí para entender cómo diablos se carga la batería de ese celular.

Stand A23. Los esposos David Silvera e Isabel Higa: la ciencia al paso. David ha trabajado en carpintería (con unos empresarios chinos absolutamente meticulosos y detallistas y profesionales) y en pirotecnia (con unos peruanos valientes). Hoy se dedica a la electrónica.

Isabel es profesora de primaria, pero no ejerce. No formalmente, digamos. Ella enseña a quien quiera escucharla. Se encarga de hacer maquetas o de decorar los artefactos que hace su esposo.

David buscaba un libro, hace cinco años, y conoció a un profesor de ciencias. Se hicieron amigos y luego socios; se ubicó en este stand y empezó a vender sus experimentos. El primero fue un barco a vapor hecho con una lata de leche, agua, ron de quemar y un pedazo de manguera.

Isabel considera esto una labor educativa. Para hacer una maqueta sobre Paco Yunque, hay que explicarle al cliente quién es el personaje. "Las típicas maquetas que piden son la del volcán o el brazo hidráulico hecho con jeringas".

David era un niño cuando empezó a interesarse en lo que había dentro de sus carros de juguete, dentro del televisor. "La mecánica es como armar un rompecabezas. La electrónica es como la medicina porque terminas de aprender".

Isabel dice que le gusta enseñar. Que a veces vienen padres diciendo que sus hijos jamás podrían hacer una maqueta. Error. "Les digo que no hay que subestimar a un niño".

David hizo hace poco un robot que levanta pesas cuando alguien aplaude.

Isabel jamás trabaja con partes reales del cuerpo humano. "Ni con un hueso, nada". Un día un estudiante de Medicina le llevó un cerebro humano en un balde; quería dejarlo para que le hagan una réplica. Le tomaron foto al cerebro, no quisieron quedárselo.

David tiene ideas aún por incubar. En su casa de Santa Anita penan. Quizá algún día fabrique un detector de energías del más allá.

Isabel mira al techo preocupada: "No le den ideas, por favor".

Stand A1. Víctor Hugo Gutiérrez solo quiere hacer dinosaurios. (Cráneos de lagarto, una cabeza clava, un tumi, el caparazón de una tortuga, varios cráneos humanos, un cóndor disecado atrapando una culebra con el pico, un maniquí hiperrealista que grafica el aparato reproductor femenino, un telescopio, un busto de Eratóstenes).

De niño, Víctor Hugo vio en la televisión un dinosaurio y le dijo a su papá que quería ver uno de verdad. Su papá lo llevo al Parque de las Leyendas. El niño reclamó porque vio un león, pero no un dinosaurio. El papá le dijo que dinosaurios de tamaño real solo hay en Disney World o por ahí. El niño pidió ir. El papá le dijo que irían con la gratificación de diciembre. El niño sigue esperando esa gratificación.

En la puerta dice Museo Prehistórico, pero para Víctor Hugo es mucho más: "Yo lo llamo mi tabernáculo". Este museo, en realidad, se autofinancia con la venta de maquetas. Maquetas a pedido. A veces piden algunas sencillas, como una maqueta sobre el torrente sanguíneo. A veces unas de complejidad moderada, como la de un pene que debe erectarse y liberar orina y semen de mentira, todo a presión. Y unas difíciles, como la de un cráneo humano que debe mover la mandíbula con ligas y un motor de muñeca vieja. Víctor Hugo solo quiere enseñar. En su puesto, además, hay un televisor que transmite maratónicas sesiones de documentales de la National Geographic grabados en formato VHS. Es como un científico filántropo.

Nunca pudo terminar la carrera de Arquitectura. Un día llegó a Amazonas y presentó el proyecto: un museo de la prehistoria. Algunas piezas de este museo se consiguen en la Cachina. Desde un cráneo de lagarto hasta uno humano. En este museo no hay ningún letrero que diga "No tocar". Encima del techo hay una cabeza de tiranosaurio rex en tamaño real. Víctor Hugo está preparando el resto del cuerpo. Su proyecto a largo plazo incluye colocar dinosaurios en tamaño real en la ribera del río Rímac. Como hay poca agua la mayor parte del año, no hay problema. Tener al costado un río sucio y seco tiene sus ventajas.

Tomado de:

Diario El Comercio (Perú)


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30 de noviembre de 2008

La libertad es una ficción cerebral

La libertad es una ficción cerebral

Estamos determinados, como el resto del Universo, por las leyes naturales.

La libertad es una ficción cerebral, según confirman las últimas investigaciones sobre neurociencias. Estas investigaciones han determinado que la actividad cerebral previa a un movimiento, realizado por el sujeto en un tiempo por él elegido, es muy anterior (hasta 10 segundos) a la impresión subjetiva del propio sujeto de que va a realizar ese movimiento. Y aunque la falta de libertad es algo contraintuitivo, los experimentos indican que estamos determinados por las leyes de la Naturaleza. Por eso en Alemania algunos especialistas están reclamando la revisión del código penal para adecuarlo a los resultados de la neurociencia. Y aunque sigamos encarcelando a los que violen las leyes, cambiará la imagen que tenemos tanto de esos criminales como de nosotros mismos.

Por Francisco J. Rubia.

Portada del libro

La libertad, la voluntad libre o el libre albedrío es una ficción cerebral. Eso es el resultado de experimentos realizados recientemente en neurociencia que indican que la actividad cerebral previa a un movimiento, realizado por el sujeto en un tiempo por él elegido, es muy anterior (350 ms) a la impresión subjetiva del propio sujeto de que va a realizar ese movimiento (200 ms antes del movimiento). Esto quiere decir que la impresión subjetiva de la voluntad no es la causa del movimiento, sino que, junto con éste, es una de las consecuencias de una actividad cerebral que es inconsciente.

Los experimentos fueron realizados por Benjamín Libet en California hace más de 20 años; luego han sido confirmados sus resultados por un grupo de neurocientíficos en Inglaterra, y este mismo año, 2008, han vuelto a realizarse en Berlín con técnicas modernas de imagen cerebral, llegando a la conclusión que el cerebro se pone en marcha mucho antes que en los experimentos de Libet, a saber, que la actividad cerebral del lóbulo frontal tiene lugar hasta 10 segundos antes de la impresión subjetiva de voluntad.

El propio Libet intentó salvar su hipótesis de la existencia de la libertad diciendo que en los 200 ms que separan la impresión subjetiva del propio movimiento el cerebro podría ejercer un veto, es decir, inhibir el movimiento. Los críticos de esta hipótesis argumentaron que si el cerebro se tenía que activar de nuevo para ejercer el veto se emplearía de nuevo el mismo tiempo y eso era demasiado para los 200 ms que quedaban.

Frente a estos resultados se puede argumentar que todos y cada uno de nosotros tiene la impresión subjetiva, la intuición, la firme creencia, que somos libres para elegir entre varias opciones o que podemos hacer algo distinto a lo que hacemos en cualquier momento.

Antecedentes de creencias falsas

Pero las impresiones subjetivas, intuiciones o firmes creencias han resultado ser a veces falsas, como ha ocurrido a lo largo de la historia de la Humanidad.

Recordemos la creencia en la teoría geocéntrica, planteada por Aristóteles en el silgo IV a. C. y refrendada por Ptolomeo en el siglo II de nuestra era. Tuvieron que pasar nada menos que 20 siglos, hasta el siglo XVI, para que esta teoría fuera refutada por la teoría heliocéntrica de Copérnico y Galileo.

Nuestra impresión subjetiva estaba basada en la experiencia que todos tenemos de que el sol sale por Oriente y se pone por Occidente, un lenguaje que aún conservamos. Si le hubiésemos hecho caso a Aristarco de Samos, quien en el siglo IV a.C. ya había planteado que la tierra se movía alrededor del sol, no hubiera sido quemado Giordano Bruno en la Piaza Campo dei Fiori en Roma en 1600.

Por otro lado, que hayamos tardado 20 siglos en corregir esa impresión subjetiva falsa de que el sol giraba alrededor de la tierra la debemos, sin duda en parte, a la Sagradas Escrituras. En la Biblia (Josué 10, 13) se dice que Yahvé “paró el sol” para permitir que los israelitas terminasen de masacrar a los amorreos. Por tanto, si Dios paró el sol es porque este se movía y no la tierra.

Hay otros ejemplos de impresiones subjetivas que terminaron siendo falsas, como la teoría de la que la tierra es plana, que todavía hoy algunos desinformados sostienen. También la esfericidad de la tierra, sostenida por Eratóstenes (siglo III a. C.) chocó con las Sagradas Escrituras, tal y como sostenía el obispo de Salzburgo Virgilio o nuestro Isidoro de Sevilla.

Estamos determinados

No podemos, pues, fiarnos de nuestras impresiones subjetivas porque pueden ser falsas. A veces, como en este caso, la falta de libertad es algo contraintuitivo, como suele expresarse en inglés, pero los experimentos indican que, efectivamente, estamos determinados, como el resto del Universo, por las leyes deterministas de la Naturaleza.

Si asumiésemos, como hacen los dualistas, la existencia de un alma inmaterial que interacciona con la materia, en este caso el cerebro, entonces no habría ningún problema. Ese dualismo, que se remonta a los órficos, que consideraban que el cuerpo (soma) era ‘sema’ (la tumba) del alma, y que influyeron decisivamente sobre Pitágoras y Platón, dando lugar a un dualismo que ha durado hasta nuestros días, hoy día la neurociencia lo ha superado.

Las facultades mentales, antes anímicas, son consideradas hoy por la inmensa mayoría de neurocientíficos producto del cerebro. El gran problema del dualismo es que no ha habido posibilidad de explicar cómo es posible que un ente inmaterial, el alma, interaccione con la materia.

La razón es que para interaccionar con la materia se requiere energía y un ente inmaterial, por definición, no tiene energía. Por tanto, esa interacción violaría las leyes de la termodinámica. Además, no se ha descubierto en el cerebro ninguna región de la que pueda decirse que se activa por algún factor externo al cerebro, como sería el caso si fuera activada por el alma. Por tanto, el alma no es ninguna hipótesis neurocientífica.

Algunos filósofos, llamados compatibilistas, aceptan el determinismo del Universo y también del hombre, pero lo compatibilizan con el libre albedrío, que, según ellos, tiene el ser humano. La mayoría confunde lo que en biología llamamos ‘grados de libertad’ con la liberta propiamente dicha.

Todos los animales poseen diferentes grados de libertad, es decir, posibilidades de elegir entre varias opciones. El número de opciones depende del grado de encefalización del animal en cuestión. Nosotros tenemos muchos más grados de libertad que un perro, y éste más que un lagarto, y éste, a su vez, más que una ameba. Pero la posibilidad de escoger entre varias opciones no nos dice por qué elegimos la que elegimos, o, con otras palabras, si esta elección es voluntaria y consciente. En suma, poseer grados de libertad no significa ser libres.

El problema de la libertad es que está íntimamente ligada a la responsabilidad, la culpabilidad, la imputabilidad y el pecado. Este último es la base de las tres religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo e islamismo. El concepto de culpabilidad es también la base del derecho penal internacional.

Neurociencias y Derecho


Esto explica por qué en Alemania, algunos especialistas en derecho penal están reclamando la revisión del código penal para adecuarlo a los resultados de la neurociencia. Evidentemente no vamos a cambiar los castigos que hay que infligir a aquellos que transgredan las reglas que la propia sociedad se ha impuesto a sí misma. Seguiremos encarcelando a aquéllos que violen esas reglas. Pero lo que sí va a cambiar será la imagen que tenemos tanto de esos criminales como de nosotros mismos.

Que la libertad pueda ser una ficción no nos llama mucho la atención. Hace tiempo que sabemos que los colores no existen en la Naturaleza. En ella encontramos diversas longitudes de onda del espectro luminoso. Estas longitudes de onda inciden sobre fotorreceptores que poseemos en la retina y los impulsos nerviosos, llamados potenciales de acción, que son exactamente iguales que los provenientes del oído o del tacto, llegan a la corteza visual y allí se les atribuye una determinada cualidad, como la de rojo, azul o verde. Los colores, pues, son atribuciones de la corteza cerebral, pero no cualidades que existan en la Naturaleza. Algo que ya sabía Giambattista Vico, filósofo napolitano del siglo XVII, o el propio Descartes.

Para terminar quisiera citar a dos personalidades: un filósofo, Baruch Spinoza que sobre este tema decía: Los hombres se equivocan si se creen libres; su opinión está hecha de la consciencia de sus propias acciones y de la ignorancia de las causas que las determinan.

Y la de un científico, Albert Einstein: “El hombre puede hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera”. Y también: El hombre se defiende de ser considerado un objeto impotente en el curso del universo, pero, ¿debería la legitimidad de los sucesos, tales como se revela más o menos claramente en la naturaleza inorgánica, cesar su función antes las actividades de nuestro cerebro?.

Un psicólogo alemán, Wolfgang Prinz ha acuñado la frase: No hacemos lo que queremos, sino que queremos lo que hacemos.




F. J. Rubia es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Este texto fue leído por su autor en el encuentro de bloggers de Tendencias21, celebrado en Madrid el pasado 21 de noviembre. F.J. Rubia es el editor del blog Neurociencias de Tendencias21.

Fuente:

Tendencias 21

Si el tema le intereso puede leer también:

El Mito de la Tabula Rasa

Las neurociencias han superado el dualismo cerebro-mente

5 de mayo de 2011

¿Existe el libre albedrío?

Intente no pensar en un oso blanco. Inténtelo con ganas: no piense en un oso blanco. ¿A que no puede evitarlo? Este es el experimento al que sometió a sus alumnos Daniel Wegner, un profesor de psicología de Harvard. Después les pidió que hablaran durante cinco minutos sobre cualquier cosa que se les ocurriera. “Mencionaron un oso blanco enseguida”, comenta Wegner. “Si después les pedía que pensaran en cualquier cosa, mencionaban más veces a un oso blanco que a los que les dije que pensaran en él”. Un experimento tan sencillo como éste nos revela lo difícil que resulta cumplir con lo que consciente y libremente hemos escogido.

El libre albedrío, que viene a ser la relación entre nuestros pensamientos y nuestras acciones, es una posesión muy querida. E, irónicamente, es lo primero que intentamos sacudirnos de encima para exculparnos de ciertos actos, por supuesto negativos. También resulta curioso cómo ponemos el grito en el cielo por cualquier alusión a un determinismo biológico –no nos gusta que nos digan que parte de lo que somos se encuentre en los genes- pero aceptamos con agrado el determinismo ambiental que pulula por telediarios, consultas de psicoterapeutas y juzgados. Lo usamos como excusa de todo: nuestras malas acciones son causa de los malos tratos en la infancia, de la pornografía, del alcohol, las drogas, las letras de ciertas canciones…

La revista New Yorker publicaba hace unos años una viñeta donde una mujer decía ante un tribunal: “Es verdad, mi marido me pegaba por la infancia que tuvo; pero yo le maté por la que tuve yo”. En los juicios, los famosos atenuantes que alega la defensa son legión. En 2007 el abogado de Ricardo, un hombre que disparó dos cargadores sobre un conductor por atropellar levemente a su hija, adujo que padecía una “patología psicológica grave” desde pequeño, derivada de que presenció el atropello mortal de un hermano suyo. Este hecho, señalaba el abogado, había marcado su vida “y pudo influir en su actitud cuando vio a su hija tendida en el suelo”. ¿Dónde queda aquí el libre albedrío?

El experimento del oso blanco de Wegner –que se ha repetido hasta con animales imposibles como un conejo verde- se engloba en lo que se conoce como supresión del pensamiento, dejar de tener en la mente ciertas ideas. Como técnica de control mental, puede crear obsesiones. Dicho de otro modo: si nos pasamos el día apartando de nuestra mente la idea de comida porque estamos a dieta, no dejaremos de pensar en ella. Es mucho peor que tenerla todo el día en la cabeza: “Puedes llegar a cansarte si piensas siempre en algo. Intentar no hacerlo es lo que lo mantiene en nuestra cabeza”, sentencia este físico metido a psicólogo que colecciona gafas con narices y mostacho de Groucho Marx. Nuestra libertad de acción con lo que sucede dentro de nuestro cerebro no es tan amplia como creemos. Y al parecer, tampoco la tenemos fuera.

En 1983 Benjamin Libet y sus colegas de la Universidad de California en San Francisco realizaron un peculiar ensayo. Los participantes debían observar un reloj cuya manecilla daba una vuelta completa cada 2,56 segundos. Mientras estaban atentos a la manecilla, eran libres de flexionar la muñeca en el momento que quisieran. Lo único que debían hacer era tomar nota mentalmente de la posición de la manecilla cuando decidían mover la mano. En otra variante del experimento, los sujetos debían estimar en qué momento habían movido realmente la mano. Por su parte, Libet medía con electrodos la actividad eléctrica en las áreas motoras del cerebro –lo que se llama el potencial de alerta- y en los músculos implicados en el movimiento de la muñeca. Dicho de otro modo: podía determinar cuándo el cerebro mandaba la señal a los músculos para actuar y cuándo éstos se ponían en marcha.

Libet encontró que, como era de esperar, el deseo de mover la mano aparecía antes de que el sujeto tuviera conciencia subjetiva de que había realizado el movimiento. Sin embargo, la sorpresa surgió cuando descubrió que la preparación nerviosa real para el movimiento, el potencial de alerta, aparecía entre 0,3 y 0,5 segundos antes de que el sujeto decidiera conscientemente que quería mover la mano. Según los psicólogos S. S. Obhi, de la Universidad de Ontario Occidental, y P. Haggard, del Colegio Universitario de Londres, especialistas en acción y percepción humanas, “el sentimiento de intención puede ser efecto de la actividad de preparación motora del cerebro y no una de sus causas”.

El experimento de Libet fue el primer impacto en la línea de flotación del libre albedrío. Los realizados desde entonces demuestran que el cerebro va por delante de nuestra intención consciente a la hora de realizar un movimiento; sale con ventaja antes de sentir que hemos decidido hacer algo. Aún más, los experimentos de Libet muestran que creer que estamos empezando a mover la mano empieza 86 milisegundos antes de que realmente suceda. Para este psicólogo el cerebro responde a los estímulos exteriores y la consciencia es la forma que tiene de racionalizar las acciones que ya ha decidido realizar. Esto no quiere decir que no ejerzamos ningún control sobre ellas: podemos modificar las que están en marcha. Así, Libet sustituye el libre albedrío por la libre censura: el cerebro propone y la mente dispone.

El problema no puede ser más interesante: Si no estamos al tanto de lo que hacemos cuando lo estamos haciendo ¿qué percibimos? Es más, ¿cómo surge la idea de que controlamos nuestras acciones? Para estudiarlo Wegner diseñó, junto a Emily Pronin de Princeton, un experimento vudú. Un voluntario realizaba la clásica maniobra de pinchar con agujas un muñeco mientras su ayudante, otro voluntario que secretamente estaba conchabado con los investigadores, o bien mostraba desagrado o apoyaba efusivamente la acción.

Como en todo vudú que se precie, al cabo de un rato la víctima empezaba a decir que sufría dolor de cabeza. A partir de este momento, en el caso en que el ayudante se mostraba en desacuerdo, el hechicero tendía a responsabilizarse del dolor de cabeza. Es un claro ejemplo de pensamiento mágico y supersticioso, como creer que por usar cierto bolígrafo se aprueba un examen. Estamos ante lo que se llama una ilusión de control. ¿Pasa lo mismo con el libre albedrío? Para Wegner la situación es clara. Percibimos dos situaciones, el pensamiento y la acción, y nuestro cerebro une los puntos independientemente de que exista una relación causa-efecto. El cerebro la asume y punto.

Otro descubrimiento llamativo es que nuestro cerebro percibe más próximos en el tiempo de lo que en realidad están el acto de volición consciente y la acción. Esto lo probó Patrick Haggard con un peculiar experimento. El voluntario debía pulsar con la mano izquierda un botón. Al hacerlo se disparaba una estimulación magnética transcraneana que le producía un tic en el índice de la mano derecha. Mirando un reloj el voluntario debía fijarse cuándo pulsaba el botón y cuándo sentía el tic. En otra tanda de experimentos la estimulación magnética la provocaba una palanca accionada por un motor que obligaba al voluntario a pulsar el botón de manera involuntaria.

Pues bien, el intervalo de tiempo transcurrido entre pulsar el botón y aparecer el tic era percibido de forma distinta en el caso de que la pulsación fuera voluntaria o involuntaria. Si creemos que hemos decidido nosotros, la causa y el efecto son percibidos como temporalmente más cercanos. ¿Será que el cerebro crea una intensa sensación de asociación temporal entre nuestros deseos y las acciones subsiguientes? ¿Querrá así afianzar la idea de nuestra responsabilidad consciente en esa acción?

Para Wegner el sentimiento del libre albedrío requiere, primero, ser consciente de que las intenciones preceden a las acciones; segundo, que las intenciones han de ser consistentes con las acciones y, tercero, no ha de haber otra causa perceptible de la acción. Para comprobar que estos tres requisitos bastan para provocar la ilusión de control en las personas Wegner diseño otro experimento peculiar. Dos sujetos debían desplazar el cursor sobre la imagen de uno de los objetos presentados en la pantalla del ordenador al oír el nombre correspondiente. Pero lo que uno de ellos no sabía es que era el otro quien movía su cursor. Pues bien, si la palabra relevante, por ejemplo pan, la escuchaba entre 1 y 5 segundos antes de moverse el cursor hacia la imagen, creía que él lo había movido. Pero si se la escuchaba 30 segundos antes o un segundo después, no existía esa falsa sensación de control. La moraleja es que el cerebro decide que es el causante de lo sucedido después de realizar una acción. No obstante, otros trabajos indican que para que surja esa sensación de control tanto las acciones como sus efectos deben coincidir con las intenciones del sujeto. Si no es así, la ilusión de control desaparece.

Todos estos resultados hacen pensar a muchos científicos que el libre albedrío no es más que un espejismo creado por el cerebro. Mark Hallett, del National Institute of Neurological Disorders and Stroke, dice: “El libre albedrío existe, pero es una percepción, no una fuerza rectora. La gente experimenta el libre albedrío. Creen que son libres. Pero cuanto más escudriñas, más te da cuenta de que no lo tenemos”. A los investigadores como Wegner no les interesa decidir si existe o no, sino por qué creemos que lo tenemos. Sus experimentos le indican que nuestro cerebro está programado para creer que si pensamos en algo, ese algo va a suceder; nos hace creer que controlamos nuestras acciones.

Para ilustrar este punto veamos qué sucedió cuando Wegner llevó al laboratorio un número clásico de los cómicos. Una persona, delante de un espejo, viste un traje, pero son los brazos de otra persona situada detrás los que pasan por las mangas. Lo curioso es que si lleva puestos unos cascos que le predicen un momento antes cómo se van a mover los brazos, aparece en el sujeto una sensación de control sobre ellos. El cerebro, automáticamente, asumía que controlaba esos brazos.

¿A qué conclusión nos llevan todos estos trabajos? Suponiendo que existiera el libre albedrío, no hay manera de distinguir cuándo nuestras acciones responden a nuestros deseos (por ejemplo, estirar la mano para coger una galleta) de aquellas en las que se trata de una ilusión. Si nuestro cerebro es incapaz de diferenciar ambas, ¿Cómo podemos estar seguros de que existe el libre albedrío? ¿Es siempre esta sensación de control una quimera? No lo sabemos. Wegner compara la elección consciente con un mago realizando su espectáculo. Aparentemente, los efectos que realiza el ilusionista son causados por el movimiento que percibimos de sus manos, pero no es así. Ahí algo más que no vemos y es la verdadera causa. Del mismo modo, la simple decisión consciente de hacer algo no tiene por qué ser la causa de que lo hagamos.

Tanto si es una ilusión como si no, la noción de libre albedrío es útil y adaptativa, esto es, da ventaja evolutiva. Lo necesitamos para vivir; el mundo no tendría sentido para nosotros si creyésemos que los comportamientos de los demás no estuviesen causados por ellos mismos. Diversos investigadores, como Elizabeth Spelke de Harvard, en experimentos con bebés con tan solo unos pocos meses, han demostrado que poseen diversas habilidades mentales, como estimar si hay muchos o pocos objetos en una imagen, o que tienen (o creen tener) algo parecido a una noción de libre albedrío.

Sin embargo no todo está perdido. En 2007 Bjorn Brembs, de la Universidad Libre de Berlín parece haber encontrado la tabla de salvación en una de las mejores amigas de los biólogos, la mosca de la fruta. Los animales, y particularmente los insectos, suelen compararse con robots que solo responden a estímulos externos. ¿Qué pasaría si no los tuvieran? Para explorarlo Brembs colocó la mosca en una habitación blanca, sin ningún tipo de pista visual.

En lugar de volar siguiendo un patrón totalmente aleatorio, como el ruido blanco de una radio no sintonizada, “el análisis de los datos descubrió una variabilidad en las elecciones de la mosca que revelaba una firme componente no-lineal, propia de los procesos biológicos”: el cerebro de la mosca iba generando espontáneamente un plan de vuelo predeterminado. “La decisión de torcer a la izquierda o la derecha de la mosca, que cambiaba todo el tiempo, provenía del cerebro”, dice. ¿Ha encontrado una base biológica para el libre albedrío? Brembs lo cree así. Para él es una función básica del cerebro. “No hemos demostrado que exista el libre albedrío, sino que puede existir”, sentencia George Sugihara, el matemático del The Scripps Institution of Oceanography de la Universidad de California en San Diego que analizó los datos. “Hemos eliminado las dos propuestas clásicas contra el libre albedrío: la aleatoriedad y el determinismo puro”. Esto no implica, por supuesto, que la simpática mosca tenga conciencia.

Otro golpe al anti-libre albedrío ha venido de la Facultad de Psicología de la Universidad de Queensland, Australia. Allí los trabajos desarrollados en 2007 por Derek Arnold sobre cómo enfermedades como el autismo, la esquizofrenia o la dislexia modifican la percepción del tiempo, ponen en duda una cuestión que subyace a los experimentos de Libet y compañía: la percepción subjetiva del paso del tiempo. Arnold ha descubierto que detectamos los grandes cambios más rápidamente que los pequeños. No sólo eso, también nos parece que tienen lugar antes que los cambios pequeños. “La magnitud del cambio tiene un mayor impacto en la percepción del tiempo transcurrido en una secuencia de hechos (timing) que en la capacidad para detectar ese cambio”, comenta Arnold. Dicho de otro modo, somos conscientes de que algo ha cambiado (por ejemplo, si hemos tenido un tic) cuando estamos seguros de ello, no cuando lo detectamos por primera vez.

¿Qué implica este descubrimiento sobre el libre albedrío? Los experimentos de Libet parten de una suposición básica: tenemos un acertado sentido del timing. Pero los experimentos de Arnold sugieren todo lo contrario. “Somos conservadores; nuestra valoración del timing refleja cuándo estamos seguros de la detección, no de cuándo lo detectamos por primera vez”. El retraso encontrado por Libet puede estar relacionado con este hecho: no nos fijamos en la hora del reloj cuando decidimos por primera vez mover la mano, sino cuando estamos convencidos de que lo hemos decidido. “Somos responsables de nuestras decisiones –dice Arnold-. Simplemente no estamos muy seguros de cuándo las hemos tomado”.

En dos experimentos recientes, los psicólogos Kathleen Vohs de la Universidad de Minnesota y Jonathan Schooler de la Universidad de Columbia Británica han puesto a prueba el efecto que tiene creer en el libro albedrío sobre nuestro comportamiento ético. Para ello, propusieron a varios estudiantes realizar un examen de matemáticas ante un ordenador, pero se les advertía que el programa no funcionaba del todo bien porque a veces las respuestas aparecían en la pantalla. Para evitar verlas debían presionar la barra de espaciado tan pronto como asomaran. En definitiva, se apelaba a la honradez de los estudiantes. Previo al examen se les habían dividido en dos grupos. A uno se les había entregado un texto donde se afirmaba que estaba científicamente demostrado que el libre albedrío era una ilusión, un efecto espurio de la química cerebral. A la otra mitad no se les dijo nada. ¿Qué grupo copió más en el examen? El primero. En un segundo ensayo los psicólogos dieron a sus estudiantes un test cognitivo muy difícil. Debían resolverlo sin ayuda y al final les cantaban las respuestas para que se autocorrigieran. Por cada acierto podían levantarse y coger un dólar de un sobre situado en el otro extremo de la habitación. Aquellos que creían en el libre albedrío fueron más reticentes a autorregalarse el dólar.

Ahora bien, para estos investigadores sus resultados no son generalizables ni explican nuestras formas de conducta éticas, mucho más importantes que el mero hecho de copiar en un examen. Sin embargo, muchos creen que si no existe el libre albedrío nos dedicaríamos a hacer lo que quisiéramos por obra y gracia del mantra “qué importa”. No tiene por qué ser así, del mismo modo que no creer en un ser superior deviene en una falta de moral absoluta. ¿No es más probable que dudar de la existencia del libre albedrío nos sirva para proporcionar una excusa ante los demás por haber hecho lo que nos dio la gana? Dice un viejo aforismo que el carácter es hacer aquello que debes hacer aún sabiendo que puedes hacer cualquier otra cosa. El problema fundamental se encuentra, como apunta el psicólogo Steven Pinker, en que acabamos confundiendo explicación con exculpación. ¿Saben que es lo más curioso? Sea el libre albedrío una ilusión o no lo sea, todo seguiría como hasta ahora.

Fuente:

La Ciencia de tu Vida

2 de marzo de 2012

Nuevo giro en misterio de la antimateria

Estadísticas de un 'descubrimiento'

Un cuarto de dólar
  • La Física de Partículas tiene una definición aceptada para un "descubrimiento": un nivel sigma cinco de certeza
  • El número de desviaciones estándar, o sigmas, es una medida de cuán improbable es que un resultado experimental sea simplemente consecuencia del azar en lugar de un efecto real
  • Del mismo modo, lanzar una moneda y obtener una cantidad de caras seguidas podría ser sólo producto del azar, más que un indicio de una moneda trucada
  • El nivel "sigma tres" representa la misma probabilidad que sacar más de ocho caras consecutivas
  • El sigma cinco, por otra parte, correspondería a sacar más de 20 seguidas
  • Con la confirmación independiente por otros experimentos, los hallazgos de sigma cinco se convierten en descubrimientos aceptados
Acelerador Tevatron

CDF fue uno de dos experimentos polivalentes en el Acelerador Tevatron cerca de Chicago.

Un equipo de físicos han dado un paso en sus esfuerzos para entender por qué el Universo está dominado por la materia, en lugar de su oscuro opuesto, la antimateria.

Un experimento estadounidense confirmó hallazgos previos que insinúan fenómenos fuera de nuestro entendimiento de la física.

Los resultados muestran que ciertas partículas de materia se deterioran de un modo diferente que sus contrapartes de antimateria.

Tales diferencias podrían ayudar potencialmente a explicar por qué hay en el cosmos mucha más materia que antimateria.

Los hallazgos de los científicos que trabajan en el experimento CDF fueron presentados en una reunión de Física de Partículas en La Thuile, Italia.

El CDF fue uno de dos experimentos polivalentes en el ahora extinto Acelerador de partículas Tevatron en Illinois.

Los físicos creen que el intenso calor del Big Bang debería haber forjado cantidades iguales de materia y su "imagen en el espejo", antimateria. Aún así, hoy vivimos en un Universo compuesto abrumadoramente de materia.

La antimateria es relativamente poco común, al ser producida en aceleradores de partículas, en reacciones nucleares o por rayos cósmicos. Llegar al fondo de a dónde fue toda esta antimateria sigue siendo uno de los grandes esfuerzos de la física de partículas.

Los resultados más recientes respaldan los hallazgos del experimento LHCb en el Gran Colisionador de Hadrones, que se anunciaron en noviembre de 2011.

Hablando de partículas...

Gran Colisionador de Hadrones

El LHCb es un enorme detector diseñado para examinar la violación CP.

Tanto el CDF como el LHCb han estado observando el proceso por el cual partículas subatómicas llamadas Mesón-D se deterioran -o transforman- en otras. Por ejemplo, las Mesón-D están hechas de partículas conocidas como Quarks encantados, y pueden desmoronarse en kaones y piones.

Nuestra mejor comprensión de la física hasta ahora, conocida como el Modelo estándar de Física de Partículas, sugiere que las complicadas cascadas de desmoronamiento de Mesones-D en otras partículas deben ser casi las mismas -menos de 0,1%- que una cadena similar de desmoronamientos de antimateria.

Pero el equipo del LHCb reportó una diferencia de un 0,8%, mientras que el equipo del CDF ha presentado ahora datos que muestran una diferencia de 0,62%.

Obtener una medida tan similar al LHCb fue "un poco sorpresiva" según el portavoz de CDF, Giovanni Punzi, porque fue un "resultado muy inusual".

Punzi dijo a la BBC que "el hecho de que dos experimentos separados hayan encontrado esto usando métodos diferentes -ambientes diferentes- es muy interesante".

El profesor Punzi, de la Universidad de Pisa y el Instituto Nacional de Física Nuclear de Italia (INFN), expresó que es probable que esto "haga cambiar la opinión de mucha gente acerca de que sea apenas uno de esos efectos, a algo que será considerado una observación confirmada, debido a este resultado independiente".

¿Una nueva física?

Explicó que cuando los resultados del CDF y el LHCb se combinan, la significación estadística casi alcanza el nivel sigma cuatro de certeza. Esto equivale a aproximadamente una oportunidad en 16.000 de que la observación se reduzca a un capricho estadístico en la información.

La doctora Tara Shears, una física de partículas de la Universidad de Liverpool que trabaja en el experimento LHCb, dijo a la BBC: "Todavía no sabemos si estamos viendo las primeras señales de una nueva física o si estamos empezando a entender mejor el Modelo estándar de física de partículas.

"Lo que hemos visto es un indicio que vale la pena explorar. Y el hecho de que el CDF vea el mismo efecto que el LHCb es una confirmación de que realmente vale la pena".

Punzi se hace eco de estos puntos de vista: "Este efecto es definitivamente mucho más grande que nada que se haya pronosticado. Así que habrá discusiones entre los teóricos, preguntando: 'Es esto realmente una nueva física, o nos equivocamos con nuestros cálculos?'"

El dominio de la materia en el Universo es posible sólo si hay diferencias en el comportamiento de las partículas y las antipartículas.

Los físicos ya habían visto semejantes diferencias, conocidas como "Violación CP". Pero estas diferencias conocidas son demasiado pequeñas para explicar por qué el Universo parece preferir la materia a la antimateria.

Hay otro experimento que mostró una significativa "asimetría" de la materia sobre la antimateria. En junio de 2010, los físicos que trabajaban en el experimento DZero de Tevatron reportaron haber visto una diferencia de 1% en la producción de pares de partículas muones (materia) y pares de antimuones (antimateria).

El Tevatron fue cerrado en septiembre del año pasado, después de que el gobierno estadounidense rechazó una propuesta para financiarlo hasta 2014, pero los científicos continúan analizando datos recogidos hasta el mismo final de las operaciones.

Fuente:

BBC Ciencia

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27 de junio de 2010

Experimentos con champán


Domingo, 27 de junio de 2010

Experimentos:

Experimentos con champán

La bebida espumante habitual de las celebraciones adquiere sus burbujas debido a una segunda fermentación del vino en la botella para conseguir la carbonatación, esto es, que el dióxido de carbono acabe disolviéndose en el líquido elemento. El gas se mantiene disuelto en el champán hasta el momento de abrirlo debido a la llamada ley de Henry, que dice que la solubilidad de los gases aumenta al aumentar la presión que ese mismo gas ejerce sobre el líquido si mantenemos la temperatura constante.


“Una botella de Bollinger y Beluga, por favor”. Si un camarero de un hotel de lujo escucha estas palabras no hay duda que quien se lo pide es James Bond… o un imitador. Tanto el famoso champán como el no menos famoso caviar simbolizan el lujo y la buena vida.

La bebida espumante habitual de las celebraciones adquiere sus burbujas debido a una segunda fermentación del vino en la botella para conseguir la carbonatación, esto es, que el dióxido de carbono acabe disolviéndose en el líquido elemento. Esta fermentación se provoca mediante el denominado líquido de expedición, característico de cada bodega y que lleva una cierta cantidad de azúcares, o sin él, como es el caso del brut nature.

El gas se mantiene disuelto en el champán hasta el momento de abrirlo debido a la llamada ley de Henry, que dice que la solubilidad de los gases aumenta al aumentar la presión que ese mismo gas ejerce sobre el líquido si mantenemos la temperatura constante. Así, en el cuello de la botella el dióxido de carbono puede llegar a ejercer una presión de 30 atmósferas, lo que obliga al gas a volver al champán en cuanto sale de él. Pero al abrirse la botella con el característico ¡pop! ese gas sale, se nivela la presión a la atmosférica y el dióxido de carbono obligado a mantenerse disuelto puede salir del líquido, formando las clásicas burbujas.

Pero para que éstas se formen necesitamos puntos de nucleación en forma de partículas de polvo, irregularidades en el interior de la copa de champán… que promuevan la formación de burbujas. Y esto es lo que sucede cuando echamos un poco de ceniza, azúcar o sal en nuestra copa ya calmada. Añadimos nuevos puntos de nucleación provocando una nueva liberación de gas.

Si queremos evitar que se forme ese clásico rosario de burbujas que surge en nuestra copa una vez “calmada”, lo que tenemos que hacer es “limar” la superficie de la copa. ¿Cómo? Untándola con aceite. Si lo hacemos así, como en el experimento, veremos que la producción de burbujas en nuestra copa –que ya hemos dejado que se calme tras servir el dorado líquido- es prácticamente inexistente.

Champán y método científico


Como no podía ser de otro modo, la pseudociencia no podía andar lejos de esta bebida. ¿Quién no ha oído comentar lo de la cucharita? Esta leyenda urbana nos viene muy bien para explicar lo que es el método científico.

La manera que tenemos para comprender el funcionamiento del mundo recibe el nombre de método hipotético-deductivo. En esencia consiste en formular hipótesis explicativas sobre un determinado fenómeno y comprobar su validez mediante experimentos controlados. En nuestro caso la hipótesis de partida es que poner una cucharilla en el cuello de una botella de champán abierta evita que pierda el gas (en Aragón este hecho se denomina con una palabra de lo más pintoresca, esbafar). Para comprobarlo planteamos el siguiente experimento: abrimos dos botellas de champán y a una le colocamos la cucharita mientras que la otra, la botella de control, la dejamos abierta sin más. Al cabo de dos semanas comparamos el resultado con otra recién abierta. La conclusión es obvia...

Así de sencillo y así de directo. Si aplicásemos este método a videntes, astrólogos, curanderos y demás "sensitivos" muy pronto se quedarían sin negocio. Claro que lo que queda es lo más difícil: aceptar las conclusiones del experimento a pesar de nuestras propias expectativas.

Fuente:

Muy Interesante

12 de octubre de 2011

Un túnel en los Andes para explorar el Cosmos

Xavier Bertou, junto a un acelerador de partículas en Bariloche.|EL MUNDO.ES

Xavier Bertou, junto a un acelerador de partículas en Bariloche.|EL MUNDO.ES

Las estructuras que más asociamos con el estudio del Cosmos son los observatorios astronómicos, ubicados en la cima de las montañas donde la atmósfera es transparente. Pero a la hora de estudiar los fenómenos más evasivos del espacio que nos rodea, los investigadores deben descender a las profundidades de la Tierra.

La comunidad científica pretende aprovechar la construcción de un túnel a través de los Andes, para establecer el primer laboratorio subterráneo del Hemisferio Sur. El propósito de los investigadores que conforman el Consorcio Latinoamericano de Experimentos Subterráneos (CLES), es avanzar en la solución de dos de los mayores enigmas de Universo: la composición de la materia oscura y las propiedades de los neutrinos.

El túnel de Agua Negra, de 14 kilómetros de longitud, es un proyecto de los gobiernos de Argentina, Brasil y Chile para comunicar la costa del Atlántico con la del Pacífico por medio de la así llamada carretera bioceánica. Su construcción, correspondiente al objetivo de integrar las economías de la región, comenzaría a mediados del 2012. Tras ser aprobada en el 2010, sus promotores repararon en que podría tener otros usos, aparte de la circulación de vehículos.

Fue así como nació la idea de crear el laboratorio ANDES (siglas en inglés de Agua Negra Deep Experimental Site) como elemento adicional, en la parte más profunda del túnel. Vale decir a 1.700 metros bajo la superficie.

Xavier Bertou, coordinador del programa en que participan científicos de los tres países mencionados, explicó a ELMUNDO.es que gran parte de los estudios de la materia oscura y de los neutrinos sólo se pueden realizar a tales profundidades para evitar la interferencia de los rayos cósmicos que permanentemente caen sobre la Tierra.

Provenientes del Sol, de explosiones de supernovas o de agujeros negros situados en el centro de remotas galaxias, unos 15 millones de partículas impactan cada metro cuadrado en un solo día. Pero una ínfima parte de esa radiación podría atravesar el manto rocoso, con lo cual el estudio de partículas con interacciones tan débiles como los neutrinos o de un "elemento fantasma" como es la materia oscura, se llevaría a cabo sin el estorbo de "ruidos" ajenos a los experimentos.

Comprobación de experimentos

Bertou, físico del Observatorio de Rayos Cósmicos Pierre Augel (Argentina) afirma que uno de las tareas del equipo será blindar los experimentos que se realicen por medio del acelerador de partículas, del ruido de los vehículos que transiten por el túnel.

Los científicos creen que la materia oscura conforma cerca del 85% de nuestro Universo y más del 90% si se le suma la energía oscura. En consecuencia, lo visible sólo constituye una parte ínfima del cosmos. "Determinar la naturaleza de esa materia es uno de los mayores desafíos de la cosmología moderna y de la física de altas energías", sostiene Bertou.

Los neutrinos son partículas subatómicas que atraviesan la Tierra a miles de millones por segundo. Se sospecha que su velocidad es superior a la de la luz, por tanto desafían uno de los fundamentos de la Teoría de la Relatividad de Einstein. A juicio del científico argentino-francés, entender su comportamiento es "descender al nivel más básico de la Física".

El laboratorio estaría conformado por dos galerías perpendiculares al túnel vehicular, de 25 metros de altura por 20 de ancho y 50 de longitud, conectadas a un pozo cilíndrico de 15 a 20 metros de diámetro por 20 de profundidad. La superficie total del complejo sería de 2.500 metros cuadrados y el coste de su construcción rondaría los 11 millones de euros.

"Los aparatos de medición funcionarán de forma permanente y por muchos años -el tiempo de vida de un detector de partículas es de entre tres y cinco años- siendo operados por tres investigadores que cumplirá un horario normal de trabajo", señala Bertou. A la pregunta de si estar encerrados en las profundidades de la Tierra no puede afectar la salud del equipo, el físico responde "no más de lo que les afectaría trabajar en el sótano de su casa".

Fuente:

El Mundo Ciencia

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