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17 de junio de 2007

La ciencia por las calles va...

Ciencia Ambulante.

La Cámara Popular de Libreros tiene su bastión en el jirón Amazonas. Aquí, entre los libros viejos, hay puestos donde se ofrece la posibilidad de ver la ciencia de cerca hecha a mano por personajes que reciclan materiales para hacer complejos experimentos.

Por Ricardo León

Stand A9. El profesor Segovia y sus experimentos y su rabia. Pegado en una pared, medio escondido, un papel pequeño anuncia una verdad que suena a advertencia teniendo en cuenta las dimensiones (3x4 metros) y la ubicación (al costado del río Rímac seco) del puesto: El aire ejerce presión.

Segovia lleva tres minutos buscando un embudo que está en el lugar más visible del mundo, encima del escritorio. Hay maneras de no ver las cosas. Reniega porque hay soluciones que tenemos ante los ojos --como el embudo-- y no las vemos. Y reniega porque lo normal para todos es importar tecnología, cuando lo normal para él es reciclar lo que hay a la mano y potenciarlo con peruanísimo ingenio marca Cachina: "Lo difícil lo hago fácil". Una brújula puede hacerse con dos alfileres y una tapa rosca. Un balde de pintura es una central hidroeléctrica. Dos botellas de gaseosa y un globo son los pulmones. Segovia, además, vende libros siempre didácticos, como uno del pintor francés André Derain, uno sobre Osama Bin Laden y uno que aspiró a 'best seller': "Cómo Fujimori jodió el Perú".

Todavía le dura el resentimiento: "Me botaron. Pensaron que era un tipo inservible". Después de 25 años como profesor en varios colegios, se había quedado en la calle. Un pariente suyo le sugirió que vendiera libros en Amazonas. Mientras esperaba clientes, armaba pequeños experimentos con lo que había a la mano, desde una lata de café hasta un imán. Experimento que hacía, experimento que registraba en un papel, a mano: "Son mis informes. Tengo 200. Con esos informes hice mi libro; ya he vendido 13.000 ejemplares". El libro se titula "Experimentos de Física Recreativa Siglo XXI".

La diferencia entre ser profesor de un colegio o asesorar alumnos en un puesto de Amazonas es la libertad de acción. Aquí no hay ni jefes ni horarios ni calificaciones. Aquí a uno no lo botan a patadas después de 25 años de trabajo. "Ya no quiero regresar a las aulas. Me trataron mal, eso me hace llorar". Un segundo después Segovia se seca las lágrimas y ensaya un cambio de tema: "Lo que pasa es que la educación peruana es una estafa".

Y que los jóvenes solo buscan las modas, y que el mundo tiende a mecanizarse, y que hasta ahora lo llaman profesor, y que él no maneja computadoras, y que recién se ha comprado un celular, y que sus 'alumnos' se ríen porque no tiene problemas para construir un ascensor a pequeña escala, pero sí para entender cómo diablos se carga la batería de ese celular.

Stand A23. Los esposos David Silvera e Isabel Higa: la ciencia al paso. David ha trabajado en carpintería (con unos empresarios chinos absolutamente meticulosos y detallistas y profesionales) y en pirotecnia (con unos peruanos valientes). Hoy se dedica a la electrónica.

Isabel es profesora de primaria, pero no ejerce. No formalmente, digamos. Ella enseña a quien quiera escucharla. Se encarga de hacer maquetas o de decorar los artefactos que hace su esposo.

David buscaba un libro, hace cinco años, y conoció a un profesor de ciencias. Se hicieron amigos y luego socios; se ubicó en este stand y empezó a vender sus experimentos. El primero fue un barco a vapor hecho con una lata de leche, agua, ron de quemar y un pedazo de manguera.

Isabel considera esto una labor educativa. Para hacer una maqueta sobre Paco Yunque, hay que explicarle al cliente quién es el personaje. "Las típicas maquetas que piden son la del volcán o el brazo hidráulico hecho con jeringas".

David era un niño cuando empezó a interesarse en lo que había dentro de sus carros de juguete, dentro del televisor. "La mecánica es como armar un rompecabezas. La electrónica es como la medicina porque terminas de aprender".

Isabel dice que le gusta enseñar. Que a veces vienen padres diciendo que sus hijos jamás podrían hacer una maqueta. Error. "Les digo que no hay que subestimar a un niño".

David hizo hace poco un robot que levanta pesas cuando alguien aplaude.

Isabel jamás trabaja con partes reales del cuerpo humano. "Ni con un hueso, nada". Un día un estudiante de Medicina le llevó un cerebro humano en un balde; quería dejarlo para que le hagan una réplica. Le tomaron foto al cerebro, no quisieron quedárselo.

David tiene ideas aún por incubar. En su casa de Santa Anita penan. Quizá algún día fabrique un detector de energías del más allá.

Isabel mira al techo preocupada: "No le den ideas, por favor".

Stand A1. Víctor Hugo Gutiérrez solo quiere hacer dinosaurios. (Cráneos de lagarto, una cabeza clava, un tumi, el caparazón de una tortuga, varios cráneos humanos, un cóndor disecado atrapando una culebra con el pico, un maniquí hiperrealista que grafica el aparato reproductor femenino, un telescopio, un busto de Eratóstenes).

De niño, Víctor Hugo vio en la televisión un dinosaurio y le dijo a su papá que quería ver uno de verdad. Su papá lo llevo al Parque de las Leyendas. El niño reclamó porque vio un león, pero no un dinosaurio. El papá le dijo que dinosaurios de tamaño real solo hay en Disney World o por ahí. El niño pidió ir. El papá le dijo que irían con la gratificación de diciembre. El niño sigue esperando esa gratificación.

En la puerta dice Museo Prehistórico, pero para Víctor Hugo es mucho más: "Yo lo llamo mi tabernáculo". Este museo, en realidad, se autofinancia con la venta de maquetas. Maquetas a pedido. A veces piden algunas sencillas, como una maqueta sobre el torrente sanguíneo. A veces unas de complejidad moderada, como la de un pene que debe erectarse y liberar orina y semen de mentira, todo a presión. Y unas difíciles, como la de un cráneo humano que debe mover la mandíbula con ligas y un motor de muñeca vieja. Víctor Hugo solo quiere enseñar. En su puesto, además, hay un televisor que transmite maratónicas sesiones de documentales de la National Geographic grabados en formato VHS. Es como un científico filántropo.

Nunca pudo terminar la carrera de Arquitectura. Un día llegó a Amazonas y presentó el proyecto: un museo de la prehistoria. Algunas piezas de este museo se consiguen en la Cachina. Desde un cráneo de lagarto hasta uno humano. En este museo no hay ningún letrero que diga "No tocar". Encima del techo hay una cabeza de tiranosaurio rex en tamaño real. Víctor Hugo está preparando el resto del cuerpo. Su proyecto a largo plazo incluye colocar dinosaurios en tamaño real en la ribera del río Rímac. Como hay poca agua la mayor parte del año, no hay problema. Tener al costado un río sucio y seco tiene sus ventajas.

Tomado de:

Diario El Comercio (Perú)


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