Un estudio con 28.000 personas muestra las penalidades que nos llegan de la promiscuidad de nuestros ancestros.
Hace solo diez años, la posibilidad de que los humanos modernos se hubieran apareado con los neandertales se consideraba una herejía. Hoy es ortodoxia, y lo que se discute no es si hubo cruzamientos –los hubo— sino si fueron solo un desliz de una noche o tuvieron alguna consecuencia importante.
Y cada vez está más claro que no solo la tuvieron, sino que la siguen
teniendo: enfermedades de la piel como la queratosis actínica, dolencias
del tracto urinario, problemas digestivos, trombos arteriales,
depresiones y adicciones tienen que ver de u modo u otro con el legado
neandertal en nuestro genoma. ¿Qué sentido tiene todo eso?
El genetista evolutivo John Capra y sus colegas de la Universidad de
Vanderbilt, en Nashville, Tennessee, y otra decena de centros
estadounidenses presentan ahora el primer estudio directo de asociación
entre el contenido genético neandertal de las personas actuales y sus
historias clínicas. La investigación demuestra que ese ADN arcaico tiene
un impacto “sutil pero significativo” sobre la salud de la gente de
ascendencia europea, vivan donde vivan ahora. Publican los resultados en Science.
“Nuestro principal hallazgo”, explica Capra, “es que el ADN neandertal
influye, en efecto, en los rasgos clínicos de los humanos actuales;
hemos descubierto asociaciones entre el ADN neandertal y una amplia gama
de problemas de salud, entre ellos los de tipo inmunológico,
dermatológico, neurológico, psiquiátrico y reproductivo”. La aportación neandertal a nuestro genoma es menor del 4%, pero no cabe duda de que nos ha dejado un legado notable.
El artículo completo en:
El País (Ciencia)
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4 de marzo de 2017
El legado de los neandertales: adicciones, depresión y problemas circulatorios
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4 de septiembre de 2012
La promiscuidad le sienta bien al sistema inmune (de los ratones)
En
las Montañas de Santa Cruz, en California, viven dos especies de
ratones que comparten hábitat y linaje genético, pero tienen una vida
social muy distinta. El ratón de California o Peromyscus californicus es monógamo, mientras que el ratón ciervo (Peromyscus maniculatus) es sexualmente promiscuo.
Estudiando sus diferencias a nivel genético, investigadores
estadounidenses han demostrado que la promiscuidad ayuda a fortalecer el
sistema inmune.
La monogamia es un rasgo poco común entre los mamíferos, presente en apenas un 5% de las especies. ¿Pero por qué tiene tanto éxito la promiscuidad? Comparando a estos dos roedores tan cercanos, Matthew MacManes y sus colegas de la Universidad de California en Berkeley han llegado a la conclusión de que las diferencias en el estilo de vida de estas dos especies tienen un impacto directo sobre las comunidades de bacterias que residen dentro del aparato reproductor de las féminas. Y lo que es más: estas diferencias afectan a la diversidad en los genes destinados a proporcionarles inmunidad a los roedores frente a enfermedades infecciosas. Concretamente, los ratones ciervo, sexualmente promiscuos, tenían el doble de diversidad bacteriana que los monógamos, y esto, generación tras generación, ha fortalecido el genoma de los primeros. “La especie, por sus hábitos sexuales, está en contacto con mayor número de individuos y expuesta a más variedad de bacterias, de modo que ha desarrollado un sistema inmune más robusto”, aclara MacManes.
Los resultados, publicados en PLoS One, confirman que las diferencias en el comportamiento social inducen cambios evolutivos a nivel genético. De hecho, el investigador también investiga cómo se modifica el ADN en función de otros aspectos del comportamiento social, por ejemplo la vida solitaria que llevan algunos animales frente a la coexistencia en amplios grupos por la que se decantan otras especies. “En los próximos años vamos a ver una explosión en los estudios que responden a una pregunta: ¿cómo pueden los genes controlar lo que hacemos y cómo nos comportamos?”, sugiere MacManes.
La monogamia es un rasgo poco común entre los mamíferos, presente en apenas un 5% de las especies. ¿Pero por qué tiene tanto éxito la promiscuidad? Comparando a estos dos roedores tan cercanos, Matthew MacManes y sus colegas de la Universidad de California en Berkeley han llegado a la conclusión de que las diferencias en el estilo de vida de estas dos especies tienen un impacto directo sobre las comunidades de bacterias que residen dentro del aparato reproductor de las féminas. Y lo que es más: estas diferencias afectan a la diversidad en los genes destinados a proporcionarles inmunidad a los roedores frente a enfermedades infecciosas. Concretamente, los ratones ciervo, sexualmente promiscuos, tenían el doble de diversidad bacteriana que los monógamos, y esto, generación tras generación, ha fortalecido el genoma de los primeros. “La especie, por sus hábitos sexuales, está en contacto con mayor número de individuos y expuesta a más variedad de bacterias, de modo que ha desarrollado un sistema inmune más robusto”, aclara MacManes.
Los resultados, publicados en PLoS One, confirman que las diferencias en el comportamiento social inducen cambios evolutivos a nivel genético. De hecho, el investigador también investiga cómo se modifica el ADN en función de otros aspectos del comportamiento social, por ejemplo la vida solitaria que llevan algunos animales frente a la coexistencia en amplios grupos por la que se decantan otras especies. “En los próximos años vamos a ver una explosión en los estudios que responden a una pregunta: ¿cómo pueden los genes controlar lo que hacemos y cómo nos comportamos?”, sugiere MacManes.
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2 de julio de 2012
¿Cuándo dejaron los homínidos de ser promiscuos?
Especial: Sexualidad
Investigadores
del Instituto Nacional de Matemáticas y Síntesis Biológica de la
Universidad de Tenessee (EE UU) han demostrado que hace más de cuatro millones de años los Ardipithecus dejaron a un lado la promiscuidad y se convirtieron en individuos fieles a sus parejas.
Según explican los autores, las hembras cambiaron ciertas reglas de
convivencia y comenzaron a elegir machos menos importantes en la
jerarquía grupal pero capaces de llevar alimento y protección a la
descendencia. A cambio, se convirtieron en sus fieles compañeras. Los Ardipithecus también fueron primeros en dar señales de reconocimiento entre padres e hijos,
así como del surgimiento de una nueva forma de sociedad con fórmulas de
cooperación dentro del grupo, aclaran los científicos en la revista PNAS.
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