¿Alguna vez has tenido “el corazón en un
puño”, o has sentido una “corazonada”? ¿Nunca has oído en boca del
consejero emocional de turno esa frase que sintetiza milenios de
sabiduría popular y que reza “escucha y obedece a tu corazón”? Estas
expresiones seguramente contribuyen o, más bien, reflejan una creencia
bastante general y sin embargo falsa sobre nuestra psicobiología: que el
corazón es el órgano donde residen algunas de nuestras facultades
mentales más elevadas, especialmente el sentimiento. Para
ser justos, esta opinión es de algún modo razonable porque resulta
intuitiva. ¿Quien no ha sentido la presión en el cuello ante una
desgracia cercana, o el cosquilleo interior al enamorarse? Amor,
tristeza, alegría y muchas otras emociones y sentimientos se perciben
internamente como experiencias intensas que parecen tener lugar dentro
del cuerpo en algún lugar entre las entrañas y la garganta. Por esto,
puede parecer intuitivo tener la impresión de que esas emociones, y en
general el pensamiento o el conjunto de las funciones mentales, dependan
de ese órgano vital llamado corazón.
Pero no es así como sucede. Hoy en día,
los científicos tienen bastante claro que el pensamiento, el
sentimiento y todas las funciones mentales no residen en el corazón sino
en el cerebro. Curiosamente, en el pasado esto no era en absoluto
evidente. Se trata de hecho de un debate muy antiguo y que dio luz
accidentalmente a uno de los experimentos más famosos de la historia de
la neurociencia (donde se encontró por primera vez evidencia de que la
conducta depende del cerebro). La historia se remonta, nada más y nada
menos, a los pensadores de la Grecia clásica. En el siglo 4 AC, los
filósofos hipocráticos y el mismísimo Platón proponían un papel
hegemónico al cerebro en la sensación, movimiento y el pensamiento (una
idea que ya habían planteado dos siglos antes los médicos y filósofos
pre-socráticos). A pesar de su acierto, esta idea quedó en el olvido
durante mucho tiempo debido a las ideas contrarias de un pensador muy
influyente en la época. Contemporáneo del siglo 4AC, Aristóteles
defendía que el corazón era el órgano donde residía la mente. Esta
postura dominó el debate durante siglos, hasta tal punto, que cuando
Galeno mostro 400 años después la primera evidencia en su contra, muchos
de los allí presentes no pudieron aceptar lo que sus propios ojos
estaban viendo.
El experimento del cerdo chillón
Galeno fue un famoso médico en la época
del imperio Romano. Hizo los primeros estudios sistemáticos de anatomía
donde describió por primera vez la estructura general de muchísimos
órganos y sistemas corporales. Galeno conocía la organización general
del sistema nervioso central, formado por el cerebro y la médula
espinal, del que emanan los numerosos nervios del sistema nervioso
periférico que se extienden hacia casi todas las partes del cuerpo.
También conocía el ordenamiento de lo que hoy conocemos como sistema
vascular con el corazón en un lugar central del que salían arterias y al
que llegaban venas. Con todo, desconocía muchísimas cosas. No sabía por ejemplo que el corazón bombeaba sangre y
ni por asomo podía imaginar de qué forma el corazón o el cerebro podía
dar lugar a nuestra capacidad de reflexionar y pensar sobre nosotros
mismos. En aquella época, esta discusión entre cerebro y corazón era un
tema abierto. Un día y por accidente, en el transcurso de uno de sus
numerosos estudios anatómicos, Galeno encontró algo que le llevo a
decidirse.
Casi siempre en cerdos, Galeno hizo muchos experimentos para
identificar cuáles eran los nervios que controlan la respiración. En uno
de estos experimentos, por accidente seccionó los nervios laríngeos recurrentes (unas
fibras nerviosas que transcurren por la garganta, y que transportan
información sensorial sobre la temperatura de lo que tenemos en la boca y
también comandos motores para mover las cuerdas vocales). El resultado
no pasó desapercibido a Galeno: el cerdo siguió forcejeando como de
costumbre, pero dejó de gritar. Se quedó mudo (el cerdo, aunque me
imagino Galeno también). Sorprendido (Galeno, tal vez también el cerdo)
por esta observación, Galeno continúo sus estudios sobre este nervio
laríngeo. Primero analizó en detalle la trayectoria que siguen estos
nervios hasta el cerebro (descubrió su origen en el nervio vago que se
extiende hacia abajo más allá de la laringe y entonces rodea la arteria
aorta -en la izquierda- o subclaviana -en la derecha- para después
volver a la laringe). A continuación, reprodujo su experimento anterior
en muchos animales distintos (vacas, leones, cabras y otros) y en todos
observo que un corte de este nervio laríngeo consistentemente dejaba
mudos a los animales, confirmando así su observación anterior.
Entusiasmado por este descubrimiento, el patrón de Galeno en Roma,
Boethus, organizó una demostración pública de este experimento para una
prestigiosa audiencia compuesta de políticos e intelectuales. Galeno
comenzó su discurso explicando la morfología del nervio laríngeo y las
consecuencias de su interrupción. En sus propias palabras: “hay un par
de nervios con forma de pelo en ambos lados de la laringe, que si son
ligados o cortados dejan al animal sin voz sin afectar su vida o
actividad funcional”. Ya en ese punto algunos miembros del público
exclamaron su asombro e indignación. Antes siquiera de que Galeno
pudiera comenzar la cirugía, un conocido filosofo aristotélico llamado
Damascenus le interrumpió: “aunque nos muestres que la sección de estos
nervios en animales los deja sin voz, no necesariamente lo mismo tiene
por que suceder en lo seres humanos. Y en cualquier caso, no me lo
creería”. De algún modo, esta opinión reflejaba un escepticismo general
sobre el valor que la información sensorial en contraposición a la
lógica y la geometría tenían a la hora de establecer pruebas, así como
la visión Aristotélica de que el pensamiento y por tanto el lenguaje
debían estar controlados por el corazón y no por el cerebro.
El cerebro pensante en la actualidad
Con el tiempo y el paso de los años, el
experimento del cerdo chillón de Galeno ha llegado a ser uno de las
demostraciones fisiológicas más famosas de todos los tiempos. Algunos
historiadores de la neurociencia consideran este experimento como la
primera evidencia empírica a favor del cerebro pensante, es decir que el
cerebro (y no el corazón) es el principal órgano donde se produce el
control del comportamiento. También sabemos hoy que cambios en la
actividad cardiaca tienen influencia en el comportamiento, pero esto
ocurre debido a que afectan el funcionamiento del cerebro.
Evidentemente, el experimento de Galeno
queda todavía lejos de demostrar que el pensamiento se produce en el
cerebro. Hoy entendemos que aquello representa la primera evidencia
experimental de esta idea del cerebro pensante porque sabemos que los
nervios motores (como el nervio laríngeo que Galeno interrumpió)
transportan los comandos del cerebro hasta los músculos de la periferia
para realizar las acciones que en el cerebro se computaron. Pero nada de
esto se conocía en aquella época, seguramente de ahí la resistencia a
aceptarlo. Lo que hoy si tenemos es una gran colección de evidencias de
personas con lesiones en distintos lugares del cerebro que manifiestan
incapacidades en aspectos concretos de la mente, el pensamiento o la
emoción. Por ejemplo, los pacientes de Alzheimer, o el más extremo caso
de las personas en estado de coma que no pueden hablar ni seguramente
reconocer ningún estimulo pero que mantienen sus constantes vitales y el
corazón intactos. Y con todo, para ser precisos, todavía estamos lejos
de entender con detalle de qué manera la actividad en el cerebro da
lugar al proceso de pensar.
Referencia
Fuente:
Neuro Enredos