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30 de noviembre de 2012

En los últimos 10.000 años, hemos evolucionamos más rápido que en el pasado





Como si en realidad viviéramos en la película X-men, los seres humanos están sufriendo mutaciones mucho más rápido de lo que creía, calculándose la edad determinadas mutaciones presentes en el genotipo. Estamos hablando de un cantidad de tiempo insignificante a nivel genético: los últimos 10.000 años.


Las mutaciones se producen más en estos últimos 10.000 años que en el pasado (unas cien veces más deprisa), así que para explicarlas hay que recurrir a la creciente diversidad del entorno y a la reciente ciencia de la epigenética (el entorno modifica nuestros genes).


Jörg Blech lo explica así en su libro El destino no está escrito en los genes:
El descubrimiento de la agricultura y la formación de colonias más numerosas expusieron al hombre a un sinfín de novedades: la necesidad: la necesidad de tener un techo, el consumo de alimentos nuevos o la aparición de agentes patógenos transmitidos por cerdos, terneras y otro animales. El cerebro también ha debido adaptarse a los sucesivos y rápidos cambios en el entorno. Entre estos genes más “jóvenes” desde el punto de vista de la evolución, se encuentran los que controlan el metabolismo del azúcar en el cerebro.
Si analizamos la estructura genética humana, hace relativamente poco más de 300 posiciones en nuestro genoma han experimentado alteraciones. Una de estas mutaciones recientes nos protege de la malaria, por ejemplo. En el caso de los europeos del norte, por ejemplo, se han desarrollado los genes responsables de los ojos azules y la tez pálida (podéis leer más sobre ello en Esas anómalas personas de cara blanca llamadas europeos (I), (y II)).

Al menos el 7 % de los genes de 270 personas pertenecientes a distintas etnias han experimentado alguna transformación en los últimos 5.000 años, según los antropólogos estadounidenses Henry Harpending y John Hawks.
Por ejemplo, la capacidad de digerir el azúcar de la leche (lactosa) en la edad adulta se ha ido extendiendo en la especie humana en los últimos diez mil o seis mil años. Actualmente el 95 por ciento de la población en el norte de Alemania presenta la mutación del gen responsable de la tolerancia de la leche, a pesar de que ésta apareció por vez primera entre los masáis y los lapones. Sin duda, se trata de una evolución vertiginosa.

Tomado de:

Xakata Ciencia

28 de noviembre de 2012

Animales vertebrados: El secuestro de la vértebra


Radiación adaptativa del pico de las aves y algunas variantes poco explotadas 

Diez millones de años parece que es el tiempo de revolucionar un mundo. El Cámbrico y los esquistos de Burgess (Burgess Shale) demuestran que, dadas las circunstancias apropiadas, los fenómenos evolutivos pueden ser asombrosamente creativos, trepidantes e ingeniosos en un periodo de tiempo “relativamente corto”. En un mundo, en donde a partir de microorganismos tan simples como las bacterias se han originado, secuoyas, ballenas, arañas, y por qué no decirlo, ornitorrincos, tendemos a pensar que no hay límites impuestos en esto de evolucionar y crear nuevas especies con atributos nuevos, únicos y admirables. Sin embargo, las soluciones a veces no trasgreden ciertos límites sin que, aparentemente, entendamos bien una razón o un porqué.

150 millones de años tuvieron que esperar los mamíferos para su gran diversificación. La gloria tenía que llegar solo cuando desaparecieran los que la confinaban. De una fauna inicial basada en un puñado de arquetipos morfológicos del tipo ciervo ratón (tragúlidos), musarañas elefantes (macroscelídeos) o gálagos (galágidos) surgen en términos comparativos una pequeña y modesta versión (permítanme la comparación) de la explosión cámbrica. La radiación ecológica y versatilidad que los mamíferos podían exponer tenía el paso cerrado por culpa de los grandes reptiles marinos y dinosaurios que coartaron, con total seguridad, la capacidad creativa de los mamíferos. Solo 10 millones de años después de la extinción de los dinosaurios aparecen muchos de los actuales órdenes de mamíferos reconocibles, entre ellos primates lemuriformes (recordad a Ida) y ungulados (artiodáctilos y perisodáctilos). La fauna en este periodo empieza a apuntar a muchos de los diseños que reconocemos y nos resultan familiares.

Actualmente hay más de 5.000 especies de mamíferos catalogadas, y (casi) todos comparten un rasgo que va más allá de tener pelo o producir leche. Casi todos estamos atados a tener siete vértebras cervicales en el cuello. Las vértebras cervicales son los huesos en la parte superior de nuestra columna vertebral y forman la estructura del cuello. Tenemos exactamente siete de estos huesos, un rasgo que compartimos con todos los todos mamíferos “decentes” del planeta, es decir, el caballo, la jirafa, la ballena, los gatos, los Homínidos y por supuesto el ornitorrinco.

-¿Todos? ¡Espera! ¡Todos NO!- el perezoso es una excepción* porque tiene entre 8 y 10 según la especie. Una extraña anomalía hasta hace poco no resuelta de la clase Mammalia. En el resto de vertebrados (Tetrapoda) hay una enorme variabilidad en cuanto al número de vértebras cervicales. En las aves por ejemplo podemos encontrar desde 25 vértebras cervicales en el cisne hasta 16 en los patos comunes, en los cocodrilos 8 ó 9, y entre 10 y 17 entre los extintos dinosaurios.

¿Pero…? ¿Por qué los perezosos tienen más vértebras cervicales que el resto de mamíferos? ¿Por qué todos los mamíferos están atados al número 7 y en otros grupos no? La primera cuestión en principio parece clara, el anormal número de vértebras cervicales del perezoso permite que pueda girar su cabeza en ángulo de casi 300°, lo que le facilita mover la cabeza en casi todas las direcciones sin mover el cuerpo. Una clara ventaja para pasar más fácilmente desapercibido cuando se escruta el mundo desde la lentitud metabólica del perezoso. Sin embargo quienes no necesitan “cuello”, como los cetáceos, mantienen el mismo número de vértebras cervicales, y quienes necesitan muchas más como las jirafas se las arreglan para incrementar la altura del cuello sin llegar a incrementar el número de vértebras. Podemos entender el “por qué” desde el punto de vista de la selección natural, un mayor radio de visión y movilidad del cuello facilito que se asentara este rasgo, pero desconocíamos por completo cómo lo hizo el perezoso y por qué otros no lo hicieron igual.

A priori uno esperaría encontrar toda una panoplia de diseños numerarios en los cuellos de los diferentes órdenes de mamíferos. Solo el perezoso parecía erguirse frente a la limitada creatividad numeraria en las vértebras cervicales de la clase Mammalia. Por desgracia la liderada rebelión contra el “ortodoxo” número 7 del cuello ha resultado no ser tan pragmática ni óptima, aunque si ingeniosa, algo en lo que la evolución tiene una clara predilección.

En el año 2010 un grupo de científicos encabezados por Lionel Hautier dio a conocer en un estudio publicado en PNAS, que las vértebras cervicales adicionales de estos xenartros son en realidad vértebras torácicas, -si! has leído bien…, ¡torácicas!-. En el artículo, Hautier explica que en los mamíferos el desarrollo de las vértebras torácicas es mayor que el de las vértebras cervicales. Al parecer existe una diferenciación clara a nivel embrionario en el momento de la osificación de las vértebras torácicas y de las vértebras cervicales, gracias a lo cual pueden ser identificadas. Tradicionalmente las vértebras extras y más caudales del cuello de los perezosos se habían considerado cervicales, pero estas vertebras extranumerarias presentan patrones de osificación con mayor similitud con el desarrollo de las vértebras torácicas. En el individuo adulto estas vertebras “torácicas” no presentan costillas y eso quizás confundía su verdadero origen, según el desarrollo embrionario, estas vértebras extras son retenidas del resto de las torácicas para incorporarlas al cuello y esto permite al perezoso ganar algunas vértebras pero no generándolas de novo sino secuestrándolas del tórax.


Vista lateral del esqueleto del Perezoso de tres dedos, crédito/autor PNAS/Lionel Hautier

Llegados hasta aquí el lector podrá preguntarse ¿por qué entonces este conservadurismo en el cuello de los mamíferos? Este pequeño resumen, no cierra el debate sobre el número de vértebras en los mamíferos, sólo certifica el “consevadurismo mamiferoide” por el número 7. El perezoso no tiene más vértebras cervicales que cualquier otro mamífero, salvo por esas 2 ó 3 vértebras “secuestradas” del tórax, de la misma manera que el pulgar extra del panda es el resultado de la incorporación del hueso sesamoideo para una nueva función insospechada ya que el panda sí que disponía de un verdadero pulgar, aunque no oponible. Gould, en su ensayo “El pulgar del panda”, comentaba que para el panda, reorganizar la disposición del verdadero pulgar era tal vez más complejo genéticamente que reclutar un hueso de la muñeca. Quizás para los mamíferos aumentar el número de vértebras en el cuello puede ser a nivel genético de una complejidad tal, que cualquier otra solución, como la de secuestrar vertebras del tórax, donde sólo basten unas cuantas mutaciones en los genes hox (genes que regulan el desarrollo embrionario y morfogénesis del individuo) puede ser más factible que la mutación que origine el incremento de una sola vértebra, a lo mejor sea solo una cuestión de probabilidad estadística y esas mutaciones nunca aparezcan. La jirafa es, sin duda, un buen ejemplo de ello.

La solución óptima habría sido generar dos (o tres) nuevas vértebras, pero para los mamíferos generar vértebras cervicales de novo parece que es tan improbable como para los Tetrápodos generar nuevos dedos a partir de la generalizada pentadactilia.

A pesar de la explosión de formas que se produjo tras la extinción de los dinosaurios el número 7 se ha mantenido atado a nosotros como una configuración cardinal de nuestro pasado sinápsido. Las oportunidades de explotar todas las posibilidades están ahí, como por ejemplo si han sabido hacer las aves. Pero ya vemos que las soluciones, aunque eficientes, no son siempre las óptimas y la evolución es un bello ejemplo de esto.

*Un profesor me dijo una vez “la biología es la ciencia de las excepciones” por lo que en realidad hay otra excepción de la que no he hablado y que he obviado: ¡existe un mamífero que tiene menos de 7 vértebras! Hay un sirénido que tiene 6,
Fuente:

Habllando de Ciencia

5 de noviembre de 2012

La epigenética y el resurgir del lamarckismo (II)

























En un
artículo anterior iniciábamos nuestra aproximación a los diferentes mecanismos epigenéticos descritos actualmente y su posibles implicaciones para la validez del dogma central de la biología molecular y el resurgir de ciertas tesis lamarckistas. En él prestábamos especial atención a la metilación del ADN. En esta ocasión abordaremos el llamado código de histonas.


Las histonas son las proteínas responsables del alto grado de empaquetamiento del material genético en eucariotas y algunos procariotas. Junto con el ADN constituyen la cromatina, a partir de una unidad estructural fundamental denominada nucleosoma formada por cuatro pares de histonas (H2A, H2B, H3 y H4) en torno a las cuales se enrolla el filamento de ADN. Las proteínas que forman estas histonas son muy ricas en lisina y arginina, aminoácidos básicos que presentan gran afinidad por los grupos fosfato del ADN, lo que hace posible el empaquetamiento.

Esquema de cómo se empaqueta el ADN en torno a los nucleosomas formados por 4 pares de histonas (octámeros)

Pero además de esta función de soporte estructural,
las histonas participan en el control de la transcripción génica. Para que esta se produzca, es necesario que una serie de factores de transcripción se unan a secuencias específicas del ADN denominadas promotores, que permiten a la ARN polimerasa reconocer el lugar donde ha de comenzar la transcripción. Estos factores de transcripción modifican químicamente ciertos residuos presentes en las colas de las histonas haciendo que el nucleosoma se distienda, dejando accesibles las secuencias reguladoras del ADN.
Existe una variedad de modificaciones químicas diferentes que afectan a las histonas, tales como la metilación, ribosilación, fosforilación, acetilación, desaminación etc.

Pues bien, se ha postulado que las diferentes combinaciones de estas modificaciones
podrían constituir un código epigenético al que se ha denominado código de histonas. Este código sería capaz de almacenar información de forma independiente a la secuencia de nucleótidos del ADN, lo que pondría en cuestión el dogma central de la biología molecular que establece la existencia de una unidireccionalidad en la expresión de la información contenida en los genes de una célula: de ADN a ARN mensajero y de éste a las proteínas, que finalmente realizan la acción celular.

Por otro lado,
si el código de histonas fuese heredable, se heredaría también la modulación de la transcripción génica adquirida por los progenitores como respuesta a factores ambientales, lo que podría ser interpretado como una forma de lamarckismo.
Ejemplo de código de histonas en el que se representan las disntintas modificaciones químicas epigenéticas en los aminoácidos de cada una de las histonas (letras mayúsculas en negrita).

No cabe duda de que el potencial teórico de almancenamiento de información del código de histonas es enorme. Cada histona del tipo H3 contiene 19 lisinas susceptibles de ser (mono, di o tri) metiladas, lo que suponen 274.877.906.944 combinaciones distintas. Teniendo en cuenta que en un genoma humano altamente empaquetado hay unos 44 millones de histonas, es evidente que la capacidad de codificación de este sistema sería enorme. Todo ello sin tener en cuenta las otras posibles modificaciones químicas de la lisina y la arginina mencionadas anteriormente.

Sin embargo, una
cosa es que las histonas posean un gran potencial para el almacenamiento de información y otra cosa muy distinta es que constituyan un código epigenético heredable. 
Toda molécula biológica almacena información en su estructura. Las proteínas sufren numerosas modificaciones postraduccionales: son plegadas, cortadas y pegadas de multiples maneras diferentes antes de adquirir su forma y actividad biológica definitivas. Los aminoácidos que las forman también son alterados químicamente mediante procesos similares a los que afectan las histonas. Y a pesar de ello no se propone la existencia de un código epigenético proteico presente, por ejemplo, en los factores de transcripción. De la misma forma, la actividad de algunos enzimas que participan en el control de la expresión génica esta modulada por factores ambientales, pero nadie habla de una epigenética enzimática lamarckista, sino simplemente de activación enzimática dependiente del ambiente.

 Los factores de transcripción unidos al ADN y a las histonas regulan la transcripción génica.

Pero entonces ¿Hay algo que haga diferentes a las histonas de otras proteínas?
Como hemos visto, las histonas estan ligadas químicamente a los grupos fosfato del ADN, haciendo posible el empaquetamiento del mismo y modulando la transcripción. Pero el simple hecho de estar unidas al material genético de forma casi permanente no las hace distintas de los factores de transcripción. Para el tema que nos ocupa, lo importante no es el lugar en el que se encuentran las histonas, sino si su actividad contradice el dogma de la biología molecular o no lo hace. Y puesto que esta actividad
no implica en ningún caso la modificación de la secuencia de nucleótidos del ADN, la cadena de transmisión que llevaría la información desde el ambiente hasta el material genético no se completa, por lo que no se rompe la unidireccionalidad en la expresión de la información contemplada en el dogma.

Por otro lado, para que el código de histonas pudiese ser considerado como una forma de lamarckismo  sería necesario que fuese heredable, transmitiendo a la descendencia la modulación de la transcripción génica adquirida por los progenitores como respuesta a factores ambientales. Para que esto fuese posible en mamíferos, la pauta de modificación del código de histonas
debería estar presente en los gametos concretos que participan en la fecundación, lo cual a su vez implica que esté presente tanto en la espermatogonia como en la ovogonia que dan lugar al espermatozoide y óvulo afortunados respectivamente. Sin embargo, tanto espermatogonias como ovogonias son células madre indiferenciadas, por lo que no experimentan los mismos cambios epigenéticos que otras células del organismo. Tampoco cabe pensar en un mecanismo de transducción de la pauta de modificación de las histonas desde las células diferenciadas a las células madre de los gametos. Un mecanismo así sería de tal complejidad e involucraría a tal número de intermediarios bioquímicos que necesariamente habría sido descrito hace ya décadas.

Además de esto, durante la replicación de la fase S de la
meiosis las histonas se separan del ADN, para volver a unirse posteriormente de forma inespecífica, es decir, sin llevar a cabo un reconocimiento de una secuencia concreta de nucleótidos y semiconservativa, es decir, mezclando histonas antiguas con otras recién sintetizadas. Por ello cabe pensar que la información contenida en el código de histonas se pierde.

Esquema del reensamblado de las histonas al ADN tras la replicación.

Así pues  la modulación de la transcripción ejercida por la modificación de las histonas es un mecanismo epigenético, pero 
solo en el sentido de la definición de epigenética utilizada por la biología del desarrollo, esto es, entendida como un mecanismo bioquímico que afecta al desarrollo del individuo, pero que carece de implicaciones evolutivas.

Esto, que para muchos lectores familiarizados con la biología podría resultar hasta cierto punto evidente, parece no serlo tanto para algunos redactores y medios de comunicación especializados en divulgación científica, a juzgar por el tratamiento que con frecuencia se le da a las noticias relacionadas con la epigenética. Como ejemplo sirva el siguiente 
artículo de la fundación Biocat, entidad que coordina y promueve la biotecnología, la biomedicina y las tecnologías médicas innovadoras en Cataluña.
Se trata de una entrevista en la que Manel Esteller, referente internacional en el ámbito de la epigenética, explica la relación entre ciertos procesos epigenéticos como la metilación del ADN o las modificaciones de las histonas y el desarrollo del cáncer. Pues bien, en el pie de foto que acompaña a la noticia podemos leer lo siguiente:

"Si analizamos el cáncer en cuanto a evolución celular, la epigenética parece tener un papel central. Los tumores humanos sufren grandes cambios en su evolución natural."

Como es lógico Manuel Esteller no se refiere en ningún momento a la evolución natural darwinista, sino a la transformación de las células cancerosas y al desarrollo de los tumores, esto es, a los cambios epigenéticos que se producen en ellos. Sin embargo, el redactor del titular emplea el término evolución en dos ocasiones, sugiriendo una relación de la epigenética con la evolución darwinista, que no es planteada en ningún momento por el autor a lo largo del artículo.

Fuente:

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