Alex Beard (Reino Unido) era maestro en una escuela en el sur de Londres hasta que, después de un tiempo de sentirse estancado en su oficio como profesor, decidió partir en búsqueda de nuevas alternativas.
¿Cuáles son los peores errores que se están cometiendo en educación estos días?
Creo que el
mayor error, que estamos cometiendo actualmente, es: las escuelas se quedaron
en el pasado y, bajo estos métodos caducos, nos pasamos 12 años dentro
de las aulas, por lo que es muy difícil cambiar nuestras ideas sobre
cómo debe ser la escuela.
El segundo reto que afronta la
educación de hoy es que no sabe con claridad en qué debe enfocarse, en
qué debe centrarse teniendo en cuenta el futuro. Cuando me veo de nuevo
en un aula de clases, me veo como un profesor que entrena a los niños
para que superen un examen.
Para que saquen una nota aceptable,
que es lo que necesitan, si hablamos en términos prácticos, para pasar
de grado en el colegio.
Y eso no tiene nada que ver con formar profesionales del futuro…
Exactamente,
los estamos entrenando para empleos y oficios que en el futuro van a
poder hacer los robots. Me queda claro que no los estoy preparando para
nada de lo que viene. Y el error que estamos cometiendo es que ponemos
mucha de esa culpa en los maestros.
Lo que creo que debemos hacer
es convertir al maestro o maestra en una de las personas más
importantes de la sociedad. Porque al final son ellos los que van a
moldear nuestra creatividad, nuestra cohesión social, los que van a
sentar las bases que lleven a crear una economía fuerte y sostenible.
Debemos
esforzarnos por darles autonomía y fortalecer su profesionalismo, en
vez de culparlos porque las generaciones más jóvenes no dan la talla.
En ese sentido, ¿qué habilidades deben enseñar los maestros en las aulas para afrontar el futuro?
Creo
que los niños requieren tres cosas.
La primera es aprender a pensar,
pero de una manera acorde a los retos del futuro. Deben pensar de forma
crítica sobre el mundo, sobre el rol que quieren ejercer a partir de un
conocimiento profundo de ellos mismos.
Lo segundo es aprender a
actuar, pero especialmente cómo ser unas personas creativas. Ahora
estamos afrontando retos inmensos en cuestiones ambientales, el aumento
de la desigualdad, un escenario donde los trabajos actuales serán
reemplazados por máquinas… Así que allí vamos a necesitar que los niños
desarrollen a fondo su creatividad. Y eso significa que los niños
no solo deben aprender a ser creativos, sino también a trabajar, con la
ayuda de las nuevas tecnologías, en conjunto con otras personas.
Y lo tercero, aplicar esa creatividad en la resolución de problemas
que afronta el mundo moderno. Para cuidarse a ellos mismos y a las
personas que los rodean.
Mientras la sociedad se polariza cada
vez más, los estudiantes necesitan desarrollar su inteligencia emocional
(a modo de una competencia transversal) para ser capaces de conectar y sentir empatía con otras personas, ya
sean de su comunidad o a nivel global.
Pero sobre todo que
aprendan a comprender su propio desarrollo emocional, para que sean
capaces de manejar su bienestar en un mundo en el que cada día es más
difícil vivir.
Hay un tema que está presente en su libro "Nuevas formas de aprender", el papel de la educación en ayudar a buscar "el sentido en las cosas que estamos haciendo".
Y una de las cosas que los científicos cognitivos han encontrado es que
hay una jerarquía en nuestras experiencias cuyos resultados nos llevan a
aprender. Si insistimos en repetir y memorizar, entonces vas a retener
una cierta cantidad de conocimiento y vas a aprender en alguna medida.
Pero,
pero si las cosas que estás aprendiendo te causan una reacción
emocional - o sea, te hacen sentir entusiasmado, triste, confundido, te
estremecen y así- es posible que retengas más conocimiento que a través
de la memorización.
Lo más importante de eso es que tanto los investigadores como los
psicólogos han llegado a la misma conclusión: que si ese aprendizaje
tiene un sentido para los estudiantes, es entonces cuando realmente
ocurre.
¿Y qué significa que el aprendizaje tenga sentido?
Por
lo tanto, es posible que te interese el cambio climático, que te
importe la creciente desigualdad dentro de la sociedad y si puedes
aplicar el aprendizaje que se está llevando a cabo en el aula a intentar
resolver problemas relacionados con esos temas que a ti te importan,
entonces encontrarás significado en el aprendizaje y en la aplicación de
ese aprendizaje.
El libro habla de
la conexión entre el aprendizaje, la tecnología y la inteligencia
artificial ¿es posible que el ser profesor pueda ser considerado una
profesión obsoleta en el futuro?
Veía cómo las nuevas tecnologías, las redes sociales y el surgimiento del big data
estaban tomándolo todo alrededor y, de un momento a otro, mi principal
interés fue saber cómo esas nuevas tecnologías, entre las que se cuenta
la inteligencia artificial, se aplicaban en el campo de la docencia. Si
realmente las nuevas tecnologías podían transformar el modo en que
aprendemos.
Por eso, si la premisa era que los robots nos iban a
quitar nuestro trabajo, mi primer destino fue Silicon Valley. Y allí vi por primera vez a
un robot profesor. Y no era un androide que estaba de frente a un salón
de clases: era, en cambio, un software de inteligencia artificial dentro de un ambiente de aprendizaje por internet.
¿Cómo funcionaba eso?
Ellos tenían un
laboratorio de enseñanza donde había un profesor y unos diez niños de 5
años, cada uno frente a un computador, con audífonos. Todos los niños
estaban callados, concentrados en su computadora, donde había programas
diseñados para ayudarles con su aprendizaje de lengua o con la solución
de problemas matemáticos.
Lo interesante allí era que mientras el
programa ayudaba a los estudiantes, a la vez "aprendía" con los datos
que obtenía en cada sesión cuáles eran las debilidades y fortalezas de
esos niños y automáticamente adaptaba esa experiencia para la siguiente
sesión.
Así que al final se ofrecía un trabajo casi personalizado
de aprendizaje, a la vez que estos datos se pasaban a los profesores,
que contaban así con más información sobre cada uno de sus estudiantes.
Este
es un ejemplo de lo que ha ocurrido: la inteligencia artificial no ha
sobrepasado a los maestros, sino que se ha convertido en una herramienta
útil, en un complemento muy necesario.
Otro ejemplo: en 2013, un
estudio de la Oxford Martin School reveló que había 700 profesiones que
podrían ser reemplazadas por robots en el futuro, pero ninguno de los
trabajos relacionados con la docencia -o sea, maestro de primaria,
preescolar, profesor bachillerato e incluso universitario- iban camino a
desaparecer. Y es verdad. Y eso ocurre porque enseñar es el proceso
humano definitivo.
¿Y no hay riesgos en esas convivencias con los datos y la inteligencia artificial?
Aunque
haya inteligencia artificial o robots, la educación depende de la
interacción humana. Aprendemos de manera natural, pero nacemos para
aprender en sociedad. Nosotros conocemos las cosas de otras personas. Y
en el futuro, vamos ver muchos avances tecnológicos, pero van a ser
incorporados y utilizados por los maestros.
El gran riesgo es que
esa inteligencia artificial logre ser mejor que los peores maestros en
algunas zonas del mundo. Y el riesgo existe porque la inteligencia
artificial es barata. Y tal vez no sea la mejor educación que un maestro
pueda dar, pero al menos va ser más barata. Y eso es un gran peligro.
Pero
esa es mi versión pesimista del futuro. Yo creo que podemos evitarla si
invertimos más en los maestros, en su formación, que dé como resultado
profesores más expertos y mucho más capaces de manejar adecuadamente las
herramientas tecnológicas.
Pero hablando de eso, varias veces has dicho que los profesores son bastante reacios a aceptar esas nuevas maneras de enseñar, ¿por qué ocurre esto y cómo se puede resolver?
Creo que, en primer lugar, la enseñanza va ser el trabajo más importante del siglo XXI.
Estamos viviendo una era en la que los recursos de la Tierra se están agotando, nos estamos quedando sin nada.
Y
lo único que es ilimitado, el único recurso ilimitado que tenemos, es
la inteligencia humana, el ingenio humano, nuestra capacidad para
resolver problemas. Los maestros son los que cultivan ese potencial
humano.
¿Cuál crees que son los principales desafíos que enfrenta la educación en América Latina?
El
principal es el tema de la inequidad. Creo que el sistema educativo en
América Latina es significativamente desigual en el mayor nivel con
relación al de los niveles más bajos.
Hay unos colegios
excelentes, pero la gran mayoría de ellos solo son accesibles para el
sector pudiente de la sociedad. Y al mirar hacia el otro lado del
espectro, tienes unas escuelas que realmente están luchando por
sobrevivir. Esa desigualdad es mucho más evidente entre centros
urbanos y zonas rurales.
El otro gran
desafío creo que es el acceso a la educación misma para muchos niños. Ya
ni hablar de educación de calidad: hay lugares donde los niños solo
tienen acceso a cinco años de colegio, no más.
Y el tercer punto,
creo que el más crítico, son los maestros. Que es el mayor desafío
también alrededor del mundo. Hay que resolver los problemas de
formación, pero no solo eso, sino de capacitación, de fomento de la
vocación y de que no dejen el oficio por otros trabajos mejor pagos.
Muchas de las escuelas en América Latina tienen un cariz
religioso o confesional, ¿eso no es un obstáculo para un proceso de
aprendizaje óptimo?
Bueno, creo que hay dos elementos que son fundamentales en el trabajo que realiza la escuela hoy en día.
Por
un lado, ayuda a los estudiantes a entender quiénes son como
ciudadanos, como miembros de una comunidad. Y transmite los valores de
esa comunidad.
Y por otro lado, está el objetivo de formar
personas creativas y comprometidas con la sociedad y que deseen acceder a
la mayor cantidad de conocimiento posible.
Los colegios
religiosos, en la mayoría de los casos, hacen muy bien lo primero, pero
el error en el que no pueden caer estos colegios es el de limitar la
ejecución de proyectos educativos excitantes que ayuden a desarrollar
las habilidades necesarias para afrontar el siglo XXI.
La entrevista completa en: BBC Mundo
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27 de febrero de 2020
30 de noviembre de 2018
“Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, un destacado diseccionador de la sociedad del hiperconsumismo, explica en Barcelona sus críticas al “infierno de lo igual”.
Las Torres Gemelas, edificios iguales entre sí y que se reflejan mutuamente, un sistema cerrado en sí mismo, imponiendo lo igual y excluyendo lo distinto y que fueron objetivo de un atentado que abrió una brecha en el sistema global de lo igual. O la gente practicando binge watching (atracones de series), visualizando continuamente solo aquello que le gusta: de nuevo, proliferando lo igual, nunca lo distinto o el otro... Son dos de las potentes imágenes que utiliza el filósofo Byung-Chul Han (Seúl, 1959), uno de los más reconocidos diseccionadores de los males que aquejan a la sociedad hiperconsumista y neoliberal tras la caída del muro de Berlín. Libros como La sociedad del cansancio, Psicopolítica o La expulsión de lo distinto (en España, publicados por Herder) compendian su tupido discurso intelectual, que desarrolla siempre en red: todo lo conecta, como hace con sus manos muy abiertas, de dedos largos que se juntan mientras cimbrea una corta coleta en la cabeza.
“En la orwelliana 1984 esa sociedad era consciente de que estaba siendo dominada; hoy no tenemos ni esa consciencia de dominación”, alertó ayer en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), donde el profesor formado y afincado en Alemania disertó sobre la expulsión de la diferencia. Y dio pie a conocer su particular cosmovisión, construida a partir de su tesis de que los individuos hoy se autoexplotan y sienten pavor hacia el otro, el diferente. Viviendo, así, en “el desierto, o el infierno, de lo igual”.Autenticidad. Para Han, la gente se vende como auténtica porque “todos quieren ser distintos de los demás”, lo que fuerza a “producirse a uno mismo”. Y es imposible serlo hoy auténticamente porque “en esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual”. Resultado: el sistema solo permite que se den “diferencias comercializables”.
Autoexplotación. Se ha pasado, en opinión del filósofo, “del deber de hacer” una cosa al “poder hacerla”. “Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, y si no se triunfa, es culpa suya. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”. Y la consecuencia, peor: “Ya no hay contra quien dirigir la revolución, no hay otros de donde provenga la represión”. Es “la alienación de uno mismo”, que en lo físico se traduce en anorexias o en sobreingestas de comida o de productos de consumo u ocio.
‘Big data’.“Los macrodatos hacen superfluo el pensamiento porque si todo es numerable, todo es igual... Estamos en pleno dataísmo: el hombre ya no es soberano de sí mismo sino que es resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba; lo vemos en China con la concesión de visados según los datos que maneja el Estado o en la técnica del reconocimiento facial”. ¿La revuelta pasaría por dejar de compartir datos o de estar en las redes sociales? “No podemos negarnos a facilitarlos: una sierra también puede cortar cabezas... Hay que ajustar el sistema: el ebook está hecho para que yo lea, no para que me lea a mí a través de algoritmos... ¿O es que el algoritmo hará ahora al hombre? En EE UU hemos visto la influencia de Facebook en las elecciones... Necesitamos una carta digital que recupere la dignidad humana y pensar en una renta básica para las profesiones que devorarán las nuevas tecnologías”.
Comunicación. “Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual; la comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos; estamos en una fase debilitada de la comunicación, como nunca: la comunicación global y de los likes solo consiente a los que son más iguales a uno; ¡lo igual no duele!”.
Jardín. “Yo soy diferente; estoy envuelto de aparatos analógicos: tuve dos pianos de 400 kilos y durante tres años he cultivado un jardín secreto que me ha dado contacto con la realidad: colores, olores, sensaciones... Me ha permitido percatarme de la alteridad de la tierra: la tierra tenía peso, todo lo hacía con las manos; lo digital no pesa, no huele, no opone resistencia, pasas un dedo y ya está... Es la abolición de la realidad; mi próximo libro será ese: Elogio de la tierra. El jardín secreto. La tierra es más que dígitos y números.
Narcisismo. Sostiene Han que “ser observado hoy es un aspecto central de ser en el mundo”. El problema reside en que “el narcisista es ciego a la hora de ver al otro” y sin ese otro “uno no puede producir por sí mismo el sentimiento de autoestima”. El narcisismo habría llegado también a la que debería ser una panacea, el arte: “Ha degenerado en narcisismo, está al servicio del consumo, se pagan injustificadas burradas por él, es ya víctima del sistema; si fuera ajeno al mismo, sería una narrativa nueva, pero no lo es”.
Otros. Es la clave de sus reflexiones más recientes. “Cuanto más iguales son las personas, más aumenta la producción; esa es la lógica actual; el capital necesita que todos seamos iguales, incluso los turistas; el neoliberalismo no funcionaría si las personas fuéramos distintas”. Por ello propone “regresar al animal original, que no consume ni comunica desaforadamente; no tengo soluciones concretas, pero puede que al final el sistema implosione por sí mismo... En cualquier caso, vivimos en una época de conformismo radical: la universidad tiene clientes y solo crea trabajadores, no forma espiritualmente; el mundo está al límite de su capacidad; quizá así llegue un cortocircuito y recuperemos ese animal original”.
Refugiados. Han es muy claro: con el actual sistema neoliberal “no se siente temor, miedo o asco por los refugiados sino que son vistos como carga, con resentimiento o envidia”; la prueba es que luego el mundo occidental va a veranear a sus países.
Tiempo.Es necesaria una revolución en el uso del tiempo, sostiene el filósofo, profesor en Berlín. “La aceleración actual disminuye la capacidad de permanecer: necesitamos un tiempo propio que el sistema productivo no nos deja; requerimos de un tiempo de fiesta, que significa estar parados, sin nada productivo que hacer, pero que no debe confundirse con un tiempo de recuperación para seguir trabajando; el tiempo trabajado es tiempo perdido, no es tiempo para nosotros”.
Fuente: El País (España)
13 de septiembre de 2017
Esto es lo que pasará si seguimos enganchados 24 horas al 'smartphone'
¿Viviremos en un futuro absorbidos por teléfonos más inteligentes que nosotros? ¿O acabaremos viendo esta adicción como algo vulgar?
El día que yo me muera (si es que tal cosa ocurre) veré imágenes de mis seres queridos pasar por mi cabeza. Pero no serán imágenes de aquellas vacaciones en la playa, con el cuerpo perlado de sal, ni de las comidas familiares los domingos, ni del festival aquel en el que perdimos la cabeza. Serán imágenes de todos ellos abismados sobre el móvil, la espalda curva, absorbidos en el agujero negro de la pantalla táctil, que es como les veo la mayoría de las veces, surcando el Facebook, poniendo un tuit, respondiendo un mail de trabajo (es urgente), mirando a ver quién ha llamado. Están aquí, pero están en otra parte. Cuando mis seres queridos me hablan yo no me entero porque estoy en Twitter enmendándole la plana a un concejal random. Cuando yo les hablo ellos se están haciendo un selfi en contrapicado para partir la pana en Instagram. Y así se nos va pasando la vida, mientras la web se carga.
No quiero parecer monjil, como un columnista cascarrabias, quejándome de las cosas de la vida moderna: quien esté libre de pecado que tire el primer smartphone. Pero sí que he de reseñar, por el bien público, la alucinante metamorfosis que la vida online ha producido en mi cabeza. Ya lo anunció hace años Nicholas Carr, aquel profesor de literatura que era incapaz de leer más de dos páginas seguidas de una novela sin que se le fuese el santo al cielo, hasta que se vio obligado a cerrar sus redes sociales, que habían triturado con su capacidad de atención. Lo contó en un libro: Superficiales, qué hace Internet con nuestras mentes (Taurus).
A mí me pasa parecido: si antes mi mente era una apisonadora lógica perfecta, una máquina de deshacer entuertos, capaz de concentrarse en mitad de una trinchera de la Primera Guerra Mundial, llamada a cambiar el mundo, ahora lo que tengo dentro del cráneo es una jaula de mariposas, o una triste papilla de neuronas. Un poema de John Ashbery. Leer una novela me parece una aventura decimonónica, las obras de teatro me las tiene que explicar mi acompañante porque yo estoy pensando en la lista de la compra y ni siquiera los más trepidantes cliffhangers de las series del momento logran atrapar mi atención. Es como si mi mente se estuviera disolviendo en carne picada. Como si estuviera perdiendo contacto con el mundo, iniciando un viaje solipsista hacia el interior de mi propio mecanismo, ocupado en otras cosas, a mi bola.
El artículo completo en: Tentaciones (El País, España)
El día que yo me muera (si es que tal cosa ocurre) veré imágenes de mis seres queridos pasar por mi cabeza. Pero no serán imágenes de aquellas vacaciones en la playa, con el cuerpo perlado de sal, ni de las comidas familiares los domingos, ni del festival aquel en el que perdimos la cabeza. Serán imágenes de todos ellos abismados sobre el móvil, la espalda curva, absorbidos en el agujero negro de la pantalla táctil, que es como les veo la mayoría de las veces, surcando el Facebook, poniendo un tuit, respondiendo un mail de trabajo (es urgente), mirando a ver quién ha llamado. Están aquí, pero están en otra parte. Cuando mis seres queridos me hablan yo no me entero porque estoy en Twitter enmendándole la plana a un concejal random. Cuando yo les hablo ellos se están haciendo un selfi en contrapicado para partir la pana en Instagram. Y así se nos va pasando la vida, mientras la web se carga.
No quiero parecer monjil, como un columnista cascarrabias, quejándome de las cosas de la vida moderna: quien esté libre de pecado que tire el primer smartphone. Pero sí que he de reseñar, por el bien público, la alucinante metamorfosis que la vida online ha producido en mi cabeza. Ya lo anunció hace años Nicholas Carr, aquel profesor de literatura que era incapaz de leer más de dos páginas seguidas de una novela sin que se le fuese el santo al cielo, hasta que se vio obligado a cerrar sus redes sociales, que habían triturado con su capacidad de atención. Lo contó en un libro: Superficiales, qué hace Internet con nuestras mentes (Taurus).
A mí me pasa parecido: si antes mi mente era una apisonadora lógica perfecta, una máquina de deshacer entuertos, capaz de concentrarse en mitad de una trinchera de la Primera Guerra Mundial, llamada a cambiar el mundo, ahora lo que tengo dentro del cráneo es una jaula de mariposas, o una triste papilla de neuronas. Un poema de John Ashbery. Leer una novela me parece una aventura decimonónica, las obras de teatro me las tiene que explicar mi acompañante porque yo estoy pensando en la lista de la compra y ni siquiera los más trepidantes cliffhangers de las series del momento logran atrapar mi atención. Es como si mi mente se estuviera disolviendo en carne picada. Como si estuviera perdiendo contacto con el mundo, iniciando un viaje solipsista hacia el interior de mi propio mecanismo, ocupado en otras cosas, a mi bola.
El artículo completo en: Tentaciones (El País, España)
1 de junio de 2014
BBC: Cinco preguntas incómodas sobre el mundo en 2039
¿Qué problemas y temores tendremos dentro de 25 años sobre el modo en que interactuaremos con las computadoras?
¿Confundido? Esta es una visión sobre cómo será el mundo en 25 años según investigadores especializados en tecnologías de interacción humano-computadora (CHI).
Humanos y computadoras
Normalmente, CHI significa investigar formas de interacción entre humanos y los dispositivos electrónicos. Pero en una conferencia celebrada recientemente en Toronto, Canadá, fueron más allá.
Crearon el programa de una conferencia imaginaria celebrada en el año 2039, donde se predicen los retos que enfrentaremos con las computadoras del futuro, muchas de las cuales serán implantadas.
"Se supone que es una especie de parámetro en la investigación de la interacción humano-computadora, lo que realmente es aterrador o provocativo", dice Eric Baumer, de la Universidad de Cornell en Ithaca, Nueva York.
"Hay una gran cantidad de pensamientos retrospectivos sobre el pasado, pero no se ha pensado mucho acerca de lo que es el futuro hacia el cual creemos que estamos trabajando".
New Scientist utilizó el resumen de esta hipotética conferencia para crear una lista de preguntas que, en el año 2039, podrían hacerse nuestros descendientes cyborg.
Lea el artículo completo en:
BBC Tecnología
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