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19 de diciembre de 2013

Alumnos asiáticos: Máquinas de estudiar...

ABC (diario de España) visitó uno de los institutos de Shanghái que lideran el informe Pisa. Sus alumnos estudian desde las 8:00 de la mañana hasta las 9:30 de la noche.

 

Alumnos chinos del instituto Jincai de Shanghái 
Hijo único de dos funcionarios del Gobierno, el adolescente Cai Zhendong estudia en el instituto público Jincai de Shanghái, uno de los que han participado en las pruebas del informe PISA de educación que ha evaluado a medio millón de estudiantes de 65 países. Como en 2009, los alumnos de esta ciudad china han vuelto a obtener los mejores resultados del mundo en sus tres categorías: matemáticas, lectura y ciencias.
Tan sobresaliente logro se explica perfectamente a la vista de la vida que llevan los escolares chinos como Cai Zhendong, que parece más propia de una cárcel o un cuartel que de un colegio. Interno a sus 16 años en el instituto Jincai, se levanta de lunes a viernes cuando suena la campaña del centro a las seis y media de la mañana. Tras hacer la cama de la litera con pupitre que ocupa en un cuarto compartido con otros cinco estudiantes, asiste a las siete a una clase de 20 minutos para repasar y preparar el día antes de desayunar. Con edades comprendidas entre 16 y 18 años, los alumnos de los institutos chinos estudian nueve asignaturas: matemáticas, física y química, literatura, inglés, geografía, historia, biología, política y tecnología, más otras materias optativas como dibujo, música o ajedrez.

Masajes y ejercicio diario

A las ocho empiezan las cinco clases de la mañana, que duran 40 minutos y se compaginan con media de hora de ejercicios físicos en los que participan los 1.500 alumnos del instituto, que inundan el campo de césped del instituto. Pero, cuando la contaminación está tan alta como estos días, en los que una espesa niebla cubre la ciudad y oculta el «skyline» con los futuristas rascacielos de Pudong, hacen deporte en el gimnasio.
A partir de las doce y cuarto, tienen 45 minutos para almorzar en el comedor y luego media hora de descanso antes de retomar las tres clases de la tarde hasta las cuatro, que vuelven a intercalar con otra sesión de deporte de 25 minutos y unos ejercicios de relajación en los que se masajean las sienes para evitar la fatiga en los ojos.
A las cuatro y diez acaban las clases, pero eso no significa que los alumnos terminen el estudio ni abandonen el aula, ya que hasta las cinco se imparte alguna asignatura optativa. En el caso de Cai Zhendong, ha elegido experimentos químicos.
La cena se sirve a las cinco de la tarde y, una vez terminada, los escolares vuelven al aula a las seis para ver el telediario vespertino de la televisión estatal CCTV, auténtico lavado de cerebro de la propaganda del régimen. Tras recibir durante una hora su dosis diaria de ideología comunista «con características chinas», permanecen en el aula estudiando hasta las nueve y media de la noche. En ese momento regresan a los dormitorios y tienen media hora para ducharse antes de que se apaguen las luces a las diez.

Sábados, clases de refuerzo

Para impedir que los chavales charlen o jueguen hasta altas horas de la madrugada, un vigilante recorre las habitaciones, pero Cai Zhendong asegura que, al final del día, «estamos tan cansados que caemos dormidos enseguida y ni siquiera hablamos entre nosotros». Los fines de semana regresa a casa con sus padres y aprovecha para «dormir más y acumular horas de sueño para la semana», pero también debe hacer tareas. Además, la mayoría de los estudiantes chinos, internos o no, tienen los sábados y domingos repletos de clases privadas de refuerzo.
«La educación se toma aquí más en serio que en Occidente porque hay tanta gente en China que la competencia para conseguir un trabajo es muy dura», compara Tian Hong, la profesora de matemáticas de Cai Zhendong. Con 31 años de experiencia, asegura que «la enseñanza china ha pasado de basarse sobre todo en la memorización a buscar más la motivación y participación del alumno», al menos en Shanghái, que desde hace dos décadas controla su propio sistema educativo y tiene unos libros de texto distintos a los del resto del país. Pero, aun así, reconoce que «las clases en China no pueden ser muy participativas porque tenemos una media de 45 estudiantes por aula y muchas materias que enseñar». A tenor de la maestra Tian, «los alumnos no vieron muy difíciles los exámenes de PISA porque se parecían a los que vienen haciendo en nuestros colegios, donde intentamos explicar las matemáticas con aplicaciones a la vida cotidiana para hacerlas más digeribles».

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2 de enero de 2013

España: Más competitivos, menos humanistas

Los planes de estudios tienden cada vez más hacia lo práctico y relegan otras materias clásicas

Los especialistas defienden su trascendencia para formar conciencias críticas y reflexivas

 


Visita escolar a un museo arqueológico. / SALVADOR BARKI (GETTY)

En lo más íntimo, cada español debe esconder un reformador de la enseñanza. Eso explicaría por qué cuando un español es nombrado ministro de Educación, va y la reforma. Desde 1978, cuando se aprobó la Constitución, se han aprobado seis leyes orgánicas. Alguna nació y murió sin rozar siquiera la vida de los escolares (la de 2002). Otras duraron un lustro, tiempo para acompañar escasamente a una promoción.

También el actual ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert tiene su idea para la escuela. De lo diseñado se confirma un rumbo que sí han compartido los sucesivos Gobiernos, junto a la hiperactividad legisladora (reveladora de que la educación nunca ha sido política de Estado): el refuerzo de una visión pragmática de la enseñanza, de su aproximación a las exigencias del mundo real, de encauzar cuanto antes a los alumnos hacia aquello que les facilitará el acceso a un empleo. Y el griego, por más que le espante al reciente premio Nacional de las Letras, el helenista Francisco Rodríguez-Adrados (“si no se tiene esa base se desdeña uno de los aspectos esenciales y ejemplares para aprender a razonar”), no se ve como una catapulta hacia el futuro.

Quienes defienden las humanidades suelen mirar al espíritu. Quienes propugnan pegarse a lo práctico miran al mercado de trabajo. Un bipartidismo casi perfecto. “Lo que nos estamos jugando no es un problema de que salgan más o menos eruditos, sino que salgan personas más libres”, advierte Víctor García de la Concha, actual director del Instituto Cervantes y antes de la Real Academia Española. “Se ha pensado que lo más útil es lo inmediatamente práctico, y no se consideran las ciencias del espíritu que es lo que configura al hombre”, agrega.

La reforma de Wert prima la lengua, las matemáticas y el inglés

“Sin entender modelos matemáticos sencillos, lo que estos pueden predecir y lo que no, los supuestos que requieren, la confianza que merecen, es prácticamente imposible participar activamente en campos aparentemente tan poco matemáticos como la biología, la economía, las finanzas, la contabilidad, la sociología, la ciencia climática, la ciencia política, la medicina o el marketing”, defendía con vehemencia en un artículo publicado en este periódico Luis Garicano, catedrático de Economía y Estrategia de la London School of Economics.

A grandes rasgos, la reforma de Wert contentará más a Garicano que a García de la Concha. El tronco sobre el que pivotará la enseñanza serán las matemáticas, la lengua y el inglés. Se revalorizan los idiomas (novedoso campo de las humanidades muy apreciado por el mercado) y se minimizan las clásicas, que cotizan cada vez más a la baja. Saber latín no es un pilar elemental de la formación. No digamos griego. En el anteproyecto, el latín aparece por vez primera en el currículo en 4º de la ESO, pero será solo opcional para aquellos alumnos que elijan el bloque de enseñanzas académicas para el Bachillerato. Filosofía, otra clásica de las Humanidades, será también una asignatura específica a elegir.

En el Bachillerato, Filosofía (1º) e Historia de España (2º) son troncales, y el latín se limita a los estudiantes de Humanidades. El griego es optativo en dos ramas. Junto a otros barridos, Wert también ha suprimido la Economía —lo que podría hacer pensar que corre contra los tiempos—, pero la ha sustituido con una materia de título pragmático: Iniciación a la Actividad Emprendedora y Empresarial.

García de la Concha: “Nos jugamos que salgan personas más o menos libres”

Para Charo Macías, profesora de Inglés en secundaria desde hace 28 años, el viento de los tiempos sopla a su favor: el inglés es capital, aunque su enseñanza siga dando pie a extrañas contradicciones, como el hecho de que la evaluación en Selectividad se limite a una prueba escrita y no se contemple un examen oral. A pesar de dedicarse a una materia en alza, Macías, acaso porque su formación original fue la Historia, lamenta el arrinconamiento de las Humanidades. “En estos años han sufrido una devaluación, vaivenes continuos y poca reflexión. Es una devaluación que cala en el alumnado, que siente cierta presión para estudiar contenidos que los padres y la sociedad consideran útiles. Ha calado tan hondo que se preguntan para qué sirve estudiar Literatura o Filosofía y las Humanidades van contra el pragmatismo de la enseñanza”, reflexiona. Considera que por el camino de las reformas educativas se ha caído algo sustancial: “El objetivo de contribuir a la formación integral de la persona”. “Falta una conciencia del individuo sobre sí mismo, se pierde la capacidad de reflexión y de crítica”, añade.

En las aulas está ganando la batalla el partido de lo útil, aunque no se trata de un endemismo español. En opinión de Ricardo García Cárcel, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona, “el mundo humanístico está devaluado a escala universal, no solo es un problema de España”. Y añade con rotundidad: “Para nosotros el alumno ideal es el latinoamericano, que está enormemente interesado por la Historia, ávido por saber. El nuestro es apático, más maleado por la influencia del entorno y nuestro mundo de fantasmas políticos”.

Ha de concederse a quienes legislan que el problema reside en priorizar. La entrada de nuevos conocimientos implica el arrinconamiento de otros. La jornada escolar es finita, aunque a veces la sociedad no parezca darse cuenta. “En cuanto surge un problema social, ya sea vial o sexual, se empieza a decir que hay que enseñarlo en el colegio. Eso me horroriza, porque no todo tiene que estar ahí”, advierte Charo Macías.

Los defensores de las humanidades miran al espíritu. Los que propugnan lo práctico, al mercado de trabajo

Contra la sobrecarga lectiva se pronuncia también Antonio Cabrales, catedrático de Economía de la Carlos III: “Comparados con otros países, nuestros chicos dan ahora más horas de clase que la media de los países de la OCDE, pero dan menos horas de Lengua y Matemáticas. Yo me centraría en estas asignaturas instrumentales en exclusiva. Eso es lo que hay que proteger. En el resto tener unos mínimos y a partir de ahí permitir que los estudiantes se construyan un currículum más flexible”.

Cabrales, además, no se arredra a la hora de denunciar presiones interesadas para mantener unas materias determinadas por los colectivos de profesionales que las imparten. Ya sean latinistas, historiadores o economistas. “Cada pequeño grupúsculo considera que su materia es más importante que las demás. En estas críticas influyen quienes defienden intereses particulares, pero el Gobierno tiene que defender el interés general”, subraya.

Sin embargo, el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova, disiente, aunque concede que las protestas pueden parecer corporativas —en su gremio se movilizaron cuando trascendió que la primera intentona de Wert era convertir la Historia Contemporánea en una asignatura optativa para determinados bachilleratos—. “La historia es una poderosa herramienta de búsqueda e interpretación, sobre las causas de los hechos, pero también sobre el cambio y la continuidad. 

La historia no trata sobre el pasado muerto, sino que es una disciplina dinámica, que plantea constantemente nuevas preguntas y que resulta muy molesta a quienes quieren simplificar las cosas y no les gusta explorar en profundidad la condición humana”, señala. Y añade: “Uno puede conmemorar el bicentenario de la guerra de la independencia, pero si es sobre la dictadura de Franco, entonces sale a la luz el famoso argumento de que es mejor no remover el pasado. La historia reciente, no la actual, es incómoda. En realidad, cuando se aplican los instrumentos críticos, como decía Edward H. Carr, toda historia es historia contemporánea. Por eso es mejor relegar la historia obligatoria a las instituciones medievales o a la España de Viriato”.

Más allá del informe PISA, que constata un nivel insuficiente en comprensión lectora, competencia matemática y competencia científica entre los escolares españoles, ¿hay evidencias de la influencia de las asignaturas?

Ricardo García Cárcel cree que hay un deterioro del conocimiento histórico

No, según el economista Antonio Cabrales. Cuando los profesores de Economía alentaron la protesta por la supresión de su asignatura del Bachillerato —reconvertida en algo de título imposible, la ya citada Iniciación a la Actividad...—, el catedrático de la Carlos III decidió hacer unas pesquisas. “Me puse a buscar la evidencia del impacto de las asignaturas. Se dice que es un desastre que quiten esto o aquello, pero no sabemos si es más importante tener latín, historia o física. No hay evidencias. Nadie se ha preocupado hasta ahora de evaluar la importancia de las materias”, explica.

De lo que sí tiene evidencias Ricardo García Cárcel, tras cuatro décadas de enseñanza de Historia en la Universidad Autónoma de Barcelona, es del deterioro del conocimiento histórico con el que llegan sus nuevos alumnos. Da un ejemplo ilustrativo: “Tienen dificultades para ubicar cronológicamente a Felipe II”. Su pesimista diagnóstico se debe sobre todo a la situación de su especialidad en los programas educativos. 

“Tenemos algunos alumnos muy politizados, impregnados de discursos nacionalistas. En mi ámbito veo que no solo ignoran la historia de España, sino también la historia de Cataluña. La reducen a símbolos, a una historia de buenos y malos. Conocen por ejemplo la figura de Companys en su aspecto simbólico de mártir, pero apenas saben la historia de la Segunda República o la Guerra Civil”, plantea.

Víctor García de la Concha recurre a algo tan poco científico como un poeta, Pedro Salinas, para apoyar una de sus impresiones, que tampoco es literatura de la evidencia, pero sí fineza de oído: “Muchos muchachos apenas articulan una frase, eso significa un empobrecimiento del ciudadano y, al final, de la sociedad. Muchos muchachos son, como decía Salinas, ‘tullidos de la expresión”.

Fuente:

El País Sociedad

2 de octubre de 2011

Estudiantes coreanos: ¿Por qué son los mejores del mundo?

Especial: Educación

El profesor puede azotarlos por no hacer sus deberes, cinco de cada seis estudiantes dice no ser feliz con el sistema educativo, el suicidio y el estrés entre los jovenes se incrementa; pero acaban de destronar a Finlandia en los resultados de las pruebas PISA. Cuando alcanzar estadísticas favorables y porcentajes de aprobación se convierte en una meta... pero ¿a qué precio?



SEONGGWANG KIM
El despertador de So-jung Kim suena cada día a las seis de la mañana.


Su jornada es de aúpa: de seis a siete horas de clase en una escuela pública, a las que se suman tres de refuerzo en academias privadas y una de guitarra, sin contar el gimnasio, los deberes y el trabajo voluntario como asistente de su padre, doctor en medicina oriental. Cuando se meta en la cama, a las once de la noche, todavía dará un último repaso a las lecciones del día siguiente y leerá unas páginas de una biografía antes de que se le cierren los ojos. So-jung Kim no es una excepción. Su día es de lo más típico. «Es duro ser adolescente en Corea del Sur. Pero supongo que es igual de duro ser adolescente en cualquier parte del mundo. A esta edad nos estamos jugando nuestro futuro», sentencia.


So-jung Kim tiene 15 años y vive en la capital, Seúl. Pertenece a una generación que asombra al mundo. Los adolescentes surcoreanos arrasaron en el último informe PISA, que compara el nivel académico de los países de la OCDE en matemáticas, ciencias y lectura. España cosechó unos resultados mediocres. Junto a la ciudad china de Shanghái, Corea del Sur dio la campanada desbancando a Finlandia del primer puesto. El sistema educativo del país asiático se considera un modelo de éxito en el resto del mundo. El 98 por ciento de los surcoreanos finaliza la educación secundaria y casi el 60 obtiene un título universitario; en España, donde el curso ha empezado de manera convulsa, con recortes presupuestarios y profesores en pie de guerra, el fracaso escolar llega al 30 por ciento.
Paradójicamente, no sacan pecho. Si los surcoreanos son los primeros de la clase, es a fuerza de codos. Su excelencia se basa en el sobreesfuerzo. Los alumnos están sometidos a una presión enorme. Su nivel de estrés es el mayor de la OCDE. Estudian 50 horas a la semana, 16 más que en el resto de los países desarrollados. Y su índice de felicidad es el más bajo; en contraste con los chavales españoles, que lideran esta clasificación. En este sentido hay que apuntar que unos doscientos menores se suicidaron en 2009, en parte por malas notas. Y su déficit de sueño, similar al español (un par de horas), no se debe al chat o la consola. Sencillamente, se llevan los apuntes a la cama.


Si se compara con Finlandia, donde las clases son muy cortas y apenas se mandan deberes, solo hay un elemento en común: la calidad de los profesores. «Es una profesión con mucho prestigio y muy respetada. Tanto que la mayoría de las chicas quieren ser profesoras», comenta So-jung Kim. Los maestros tienen buen sueldo y autoridad en clase. Pero también se quejan: las aulas están masificadas y los alumnos, con frecuencia, agotados por las clases extra. De hecho, dos de cada tres se apuntan a una o varias academias privadas, llamadas hagwon. «Como profesor, me duele que padres y alumnos confíen más en las tutorías privadas que en la enseñanza pública. La razón es que Corea ha sido una meritocracia desde la caída del sistema de castas. Solo hay una manera de escalar en la jerarquía social: llegar a una universidad de prestigio. Por eso, tantos padres obligan a sus hijos a lograr este objetivo a cualquier coste. La competencia es cada vez más despiadada y cualquier ayuda puede suponer una ventaja decisiva», se lamenta Un-ju Han, profesor de instituto.


El milagro económico de Corea del Sur es reciente y va de la mano de su apuesta educativa. En 1945, a mediados del siglo pasado, el porcentaje de analfabetos rondaba el 80 por ciento. En los años 60, su riqueza era comparable a la de Afganistán. Pero desde entonces la educación se convirtió en una prioridad nacional y contribuyó a compensar la escasez de recursos naturales. Hoy, Corea es la decimosegunda economía del mundo. Sin embargo, la educación es una obsesión de las familias, pero no tanto del Gobierno, que gasta menos en enseñanza que la media de la OCDE. La primaria es gratis; a partir de la secundaria, los padres destinan alrededor del 20 por ciento de sus salarios a la educación de sus hijos. Y eso que la mayoría opta por matricularlos en escuelas públicas. Pero las clases de refuerzo en las hagwon suponen una media de 400 euros al mes. Lo dan por bien invertido con tal de que entren en una buena universidad, se conviertan en ingenieros y puedan conseguir un trabajo en una gran empresa como Hyundai o LG.


El profesor Sun-woong Kim señala otra paradoja: Corea del Sur es el país que más estudiantes envía al extranjero; de hecho, copan los primeros puestos en las pruebas de selección de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos. Pero, de repente, algo falla. Cuando ya han conseguido lo más difícil, meter la cabeza en Harvard o Yale, se desfondan. Parece como si después de tanto esfuerzo la relativa libertad de la vida en el campus haga que se relajen en exceso. Además, aunque sean obedientes y memoricen como nadie, no destacan por su creatividad ni por el trabajo en equipo. Muchos acaban aislados y un 44 por ciento fracasa.


Algunos expertos lo achacan al excesivo énfasis en la disciplina. La impuntualidad o no terminar los deberes son faltas graves y pueden ser castigadas con unos azotes. En ocasiones, toda la clase paga por la ofensa de un solo alumno. El uniforme escolar tiene que estar impecable. Las chicas no se pueden maquillar y los chicos tienen prohibido llevar el pelo largo. El rigor se extiende al ámbito de las relaciones. Socializar se considera una pérdida de tiempo. Cuatro de cada cinco colegios censuran los noviazgos entre estudiantes. Un grupo religioso incluso premia con diplomas la virginidad. Se desquitan como pueden, enviando más mensajes de móvil que nadie: 2000 al mes. «En mi juventud, el trato de los profesores era mucho más severo; ahora es más cercano», matiza Jung-ah Yoo, la madre de Kim.

La quinceañera lo lleva con paciencia. «Mi padre quiere que me dedique a la medicina, como él; mi madre, que sea profesora. Pero no me siento presionada por sus expectativas. Yo tengo claro lo que quiero ser: guionista. Y ellos respetarán mi decisión. Estudiaré dos carreras: Periodismo y Comunicación Audiovisual. Me faltan cuatro años para presentarme a las pruebas de acceso a la universidad. Ya me estoy preparando. Pero por mucho que estudie, no sé si estaré entre las mejores», reconoce. ¿Agobiada? «Soy feliz», puntualiza. Cinco de cada seis estudiantes confiesan que no lo son.


Fuente:

XL Semanal
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