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 Los que estudiamos biología, en algún que otro momento tuvimos que  aprendernos, casi seguro que de memoria y sin comprender muy bien a  cuento de qué, el dibujo de abajo. Representa el equivalente a la  semilla antes de ser fecundada, lo que suele llamarse saco embrionario:  un conjunto de siete células y ocho núcleos haploides que parece  diseñado para suspender exámenes de botánica. En uno de los polos está  la oosfera (el gameto femenino propiamente dicho), rodeada de dos células sinérgidas (que ayudan en la fecundación). En el centro, acaparando casi todo el citoplasma hay dos núcleos polares, y finalmente en el extremo opuesto hay tres células llamadas, precisamente, antípodas. Llegada la hora de la verdad, el grano de polen aporta no uno, sino dos núcleos espermáticos  haploides, que hacen de gametos masculinos. Uno de ellos fecunda la  oosfera formando una célula diploide y el subsiguiente embrión, es  decir, la futura planta. Hasta aquí lo normal y esperable, vaya. El otro  núcleo espermático, sin embargo, se une a los dos núcleos polares. Esta  segunda fecundación origina por lo tanto un insólito núcleo triploide (3n), que acaba generando lo que se conoce como endosperma, el “relleno” de la semilla.
  
 ¿Qué tiene de especial este endosperma triploide? Los cariotipos  triploides son, ya de por sí, algo muy excepcional, normalmente debidos a  divisiones celulares fallidas. Sin embargo aquí tenemos una situación  muy concreta en la que un tejido es habitualmente triploide y que sólo  se da en angiospermas. Se trata de un tejido nutritivo destinado a  alimentar al embrión durante la germinación, y al ser característico del  grupo de plantas que más éxito han tenido en la Tierra desde que  surgieron en el Cretácico, es razonable preguntarse si el endosperma  triploide ha supuesto alguna ventaja para su ciclo vital. Podría  pensarse, por ejemplo, en que favorece una maduración más rápida de la  semilla (y ciertamente, las angiospermas llegan a ser mucho más rápidas  en este aspecto que sus precursoras, las gimnospermas). Lo que es  indudable es que para nosotros mismos el endosperma triploide resulta  esencial en nuestra vida. Un rápido repaso nos permitirá darnos cuenta  de que la mayor parte de la ingesta calórica de la humanidad   depende, directa o indirectamente, de este endosperma triploide de las  angiospermas: a los cereales, que dan de comer al mundo entero  (el arroz, el trigo, el maíz y todos los demás) hay que añadir las  legumbres y los frutos secos, de los que también obtenemos calorías  fundamentalmente a partir del endosperma de las semillas. Pero es que si  además consideramos que en gran medida los animales domésticos se  alimentan a su vez de semillas o piensos procesados a partir de las  mismas, no debería parecernos una exageración admitir que este tejido  concreto está dando de comer al mundo entero.
 Un par de preguntas razonables que podemos hacernos ahora es cuándo y  cómo evolucionó este tejido tan relevante con esta dotación cromosómica  tan excepcional. A esta y otras preguntas lleva dedicándose Ned Friedman y su equipo de embriología vegetal de la universidad de Harvard, que hace unas semanas dio una conferencia en el Real Jardín Botánico de Madrid.  Uno de los objetos de estudio del equipo de Friedman han sido las  familias que, según las hipótesis filogenéticas más recientes, están más  cerca de la base de la evolución de las angiospermas, por ejemplo, los  nenúfares (Nymphaceae). El saco embrionario de los nenúfares es muy distinto al caso común que hemos visto antes.
  
 No se aprecian dos núcleos polares, sino sólo uno, y las antípodas  están ausentes. Los libros de embriología clásicos interpretaban esta  situación alegando que por algún motivo los núcleos polares se  fusionaban prematuramente y que las antípodas degeneraban. Sin embargo  lo que de verdad estaba ocurriendo era mucho más sencillos: esos núcleos  no se observaban porque nunca estuvieron allí. El  desarrollo de las semillas de los nenúfares, relacionados con las  angiospermas más primitivas, es diferente: en lugar de ocho núcleos y  siete células hay cuatro núcleos y cuatro células, y su endosperma es diploide, y no triploide.
  
 Sorprendentemente, que el famoso endosperma triploide no estaba  presente en el mismo origen de las plantas con fruto, sino que  evolucionó en algún momento determinado entre las angiospermas  primitivas. ¿Cómo? Podría pensarse que el aumento de complejidad que se  aprecia entre el saco embrionario de un nenúfar y el de la mayoría de  las angiospermas no pudo surgir sin una evolución compleja…
  
 …pero en realidad, si se atiende al desarrollo de ambas  configuraciones, se puede llegar a la conclusión de que ambos casos son  muy similares y que responden simplemente a una duplicación del módulo básico del caso del nenúfar. Es decir, la evolución del endosperma triploide se explica con la aparición de un módulo adicional  de cuatro núcleos, de forma que en el centro del saco quedan dos  núcleos polares en lugar de uno, como era la situación primitiva. Si nos  fijamos, esto se debe a algo tan sencillo como una mitosis adicional al  comienzo del desarrollo de la estructura. Tan simple como eso.
  
 Un dato que corrobora esta hipótesis es que existen otras excepciones  interesantes en algunas angiospermas, como en la familia de las  peneáceas (Penaeaceae), características del Reino Capense. Algunas de estas plantas tienen sacos con cuatro núcleos polares, y tras la doble fecundación producen endospermas pentaploides (5n). Efectivamente, se trata de sacos embrionarios con cuatro módulos.
 
 Hay muchos factores que han determinado el éxito evolutivo de las angiospermas (entre otros, la coevolución  con los insectos), pero muy posiblemente la aparición del endosperma  triploide fue uno de ellos. Lo interesante del estudio del desarrollo  modular de Friedman reside en que la explicación del cómo y el cuándo  surge este rasgo tan curioso es sencilla: una mitosis extra intercalada  en el desarrollo del saco embrionario, que sin embargo ha tenido  apetitosas consecuencias.
 Rafael Medina
 Referencias
 Friedman,  W., Madrid, E., & Williams, J. (2008). Origin of the Fittest and  Survival of the Fittest: Relating Female Gametophyte Development to  Endosperm Genetics International Journal of Plant Sciences, 169 (1), 79-92 DOI: 10.1086/523354
 Friedman,  W., & Williams, J. (2003). Modularity of the Angiosperm Female  Gametophyte and Its Bearing on the Early Evolution of Endosperm in  Flowering Plants Evolution, 57 (2) DOI: 10.1554/0014-3820(2003)057[0216:MOTAFG]2.0.CO;2
Tomado de:
Hablando de Ciencia