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26 de abril de 2015

Sr. Paulo Coelho: ¡Usted no es Dios!

En 1968 Arthur C. Clarke calculó que por cada persona que existe han existido otras treinta, «pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos».
Al menos lo era entonces, cuando publicó 2001: Una Odisea del espacio. Aquel año la población humana ascendía a tres mil quinientos millones de individuos frente a los cien mil millones que habían pasado por la Tierra en total, según C. Clarke, «desde el alba de los tiempos».
Casi cincuenta años más tarde los números han acumulado enteros y se han revisado al alza, pero siguen pareciéndose a los que concluyó el escritor inglés. En octubre de 2011, el Population Reference Bureau de Washington calculó que desde aquella alba de los tiempos —el año 50 000 antes de Cristo, cuando el Homo sapiens entró en la llamada modernidad conductual— hasta ese momento habían pasado por nuestro planeta 107 602 707 791 seres humanos.
Solo unos meses después, en algún momento entre finales de 2011 y principios de 2012, el censo planetario superó por primera vez la cifra de siete mil millones de individuos. Por monstruoso que resulte el número, siete mil millones son poco más del seis por ciento de todos los seres humanos que han existido jamás.
Y ahora, dígame. ¿De verdad piensa usted que es, en modo alguno, una persona especial?
El universo conspiranoico
Porque con frecuencia se le dirá que sí. Que entre tantísimas personas como existen, usted, de alguna manera, es diferente de todas. Tiene algo, un qué sé yo. Un it esquivo, un factor equis. Y usted lo intuye. Lo sabe con lo de atrás de la cabeza.
No es un talento ni una virtud. No le desplaza a usted de su posición en ese punto superpoblado donde confluyen las medias aritméticas. Es otra cosa. Un asterisco invisible que pende sobre su cabeza, como el protagonista de un videojuego. Y le distingue como a un Wally que encontrar inmerso en muchedumbres. Por eso, se le dirá, debe usted resultar encontrado. Por eso, se le dirá, usted va a ser encontrado. Porque habrá una cantidad inconcebible de personas pero usted tiene algo que ellas no: el poder de conjurar lo improbable. Tiene más papeletas, muchas más. Y concurre armado con ellas a las rifas del mundo, que así se inclinan todas a su favor.
Y por esa razón, se le dirá también, es un atropello que aún no le haya tocado nada. Y que ocupe usted la posición vitalicia que le ha sido asignada en el reparto de las cosas, que es la de un mindundi de mierda.
«No importa lo que haga, cada persona en la tierra juega un papel central en la Historia del Mundo. Y normalmente no lo sabe».
Palabras de Paulo Coelho, no nuestras. Nosotros no le conocemos de nada y no damos un duro por usted, disculpe la sinceridad. Pero Paulo Coelho sí. Paulo Coelho asegura que usted juega nada menos que «un papel central en la historia del mundo».
Como Newton o como Sócrates, para hacernos una idea, pero sin haber contribuido grandemente a la ciencia o la filosofía. En general, sin haber contribuido a nada porque usted, corríjame si me equivoco, ni ha conducido pueblos a la utopía ni ha descubierto la fórmula de la fusión fría. Por no hacer ni siquiera abona cinco euritos mensuales para honrar ese papel protagónico del que goza en la relojería elemental del mundo y acometer cambios, como erradicar el trabajo infantil o salvar de la extinción a las ballenas. Podría, pero no. Total, pst.
Para qué. El mismo Coelho lo dice, «no importa lo que haga». Y tampoco importa lo que razone, se lo puede ahorrar. Si llega usted a su conclusión estará en lo cierto, pero si resuelve lo contrario le dará igual, porque el caso es que «no lo sabe».
No hay escapatoria, ya lo ve. Se ponga como se ponga, es usted la hostia.
Lea el artículo completo en:

8 de julio de 2013

La odisea en el espacio del ADN de Arthur C. Clarke

Con sus novelas, Arthur C. Clarke ha permitido a todos sus lectores viajar al espacio más profundo. Sus protagonistas han explorado, de la mano del lector, desde la luna Titán de Saturno hasta las rojizas arenas de Marte. Ahora es el turno del autor británico, fallecido en 2008, de protagonizar uno de esos viajes. Varios pelos de Clarke viajarán al Sol a bordo de la nave 'Sunjammer', en homenaje a su obra homónima (traducida al español como 'El viento del sol'), propulsada gracias a una vela solar que aprovechará la energía del Sol.

En 'El viento del Sol', de 1964, Clarke ya parecía anticiparse a este viaje: "La vela estaba tiesa, su superficie de espejo brillaba y relucía gloriosamente hacia el Sol. Parecía complicado de comprender que este frágil espejo pudiera desprenderse de la Tierra únicamente gracias al poder del sol que podía atrapar". No era consciente de que, tras su muerte, sería partícipe de ese espectáculo que imaginó en su novela.
En el año 2000 ya se ofreció a participar y enviar uno de sus pelos a que se 'chamuscaran' junto a la superficie del Sol. "Aquí os envío los pelos. Os daría más, pero no tengo muchos para compartir", escribió en una carta tras enviárselos a Charles Chafer, director de Space Services Holdings, una de las empresa que desarrolla el proyecto.




El viaje está previsto que se realice a finales de 2014, y está organizado por la empresa Celestis, que envía cenizas de fallecidos al espacio. El diseño y desarrollo de la nave corren a cargo de la NASA y la empresa Space Services Holdings, que colabora con Celestis.

Clarke no será el único ni el primero que viajará al espacio una vez fallecido. Las cenizas del novelista Hunter S. Thompson fueron enviadas al espacio desde su granja en Colorado.

Fuente:

El Mundo Ciencia

2 de abril de 2013

Las tres leyes de Clarke (y la que podría ser la cuarta Ley)

Si hablamos de tres leyes formuladas por un famoso escritor de ciencia ficción, es inevitable pensar en Isaac Asimov y sus leyes de la robótica (del mismo modo que si hablamos de tres leyes formuladas por un tal Isaac, es inevitable pensar en Newton). Sin embargo, otro gran maestro de la fantasía especulativa, el recientemente fallecido Arthur C. Clarke, formuló tres leyes no menos interesantes que las del inolvidable autor de Yo, robot. Las tres leyes de Clarke son las siguientes:

1. Si un científico anciano y distinguido dice que algo es posible, probablemente esté en lo cierto; si dice que algo es imposible, probablemente esté equivocado.

2. La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse hacia lo imposible.


3. Una tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.


La más conocida es la tercera, y hay toda una rama de la ciencia ficción, que a su vez es una variante del fecundo tema del “primer contacto”, que viene a ser una formulación implícita de esta ley (pienso, entre otras grandes obras del género, en Qué difícil es ser Dios, de los hermanos Strugatski). El propio Clarke jugó a menudo con la idea de una civilización mucho más avanzada que la nuestra, con manifestaciones y poderes poco menos que divinos a nuestros ojos; los misteriosos monolitos de 2001: una odisea del espacio son un buen ejemplo. Pero ¿es necesario recurrir a historias imaginarias sobre avanzadísimas civilizaciones extraterrestres para ilustrar la tercera ley de Clarke? En absoluto. Nuestra propia tecnología ha alcanzado niveles que para la mayoría de la gente la hacen, en ocasiones, indistinguible de la magia. Y no me refiero a los gigantescos colisionadores de partículas ni a los últimos avances de la nanotecnología.

¿Qué porcentaje de la población tiene una idea aproximada de cómo funciona un televisor, un ordenador o un teléfono móvil, tres de los productos tecnológicos más utilizados? Muy pequeño, probablemente, y sin embargo todos manejan estos instrumentos con naturalidad y sin grandes muestras de asombro. La cuarta ley de Clarke podría decir algo así como: “La gente se acostumbra fácilmente a lo que parece magia, sin preocuparse por entender cómo funciona”. Lo cual no deja de ser preocupante, pues a quienes la ciencia les parece magia, la magia (el pensamiento mágico) puede parecerles ciencia (pensamiento racional). Solo así se explica el paradójico auge de las seudociencias en plena era tecnológica.

Fuente:

El Juego de La Ciencia
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