Si hablamos de tres leyes formuladas por un famoso escritor de
ciencia ficción, es inevitable pensar en Isaac Asimov y sus leyes de la
robótica (del mismo modo que si hablamos de tres leyes formuladas por un
tal Isaac, es inevitable pensar en Newton). Sin embargo, otro gran
maestro de la fantasía especulativa, el recientemente fallecido Arthur
C. Clarke, formuló tres leyes no menos interesantes que las del
inolvidable autor de Yo, robot. Las tres leyes de Clarke son las siguientes:
1. Si un científico anciano y distinguido dice que algo es posible,
probablemente esté en lo cierto; si dice que algo es imposible,
probablemente esté equivocado.
2. La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse hacia lo imposible.
3. Una tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
La más conocida es la tercera, y hay toda una rama de la ciencia
ficción, que a su vez es una variante del fecundo tema del “primer
contacto”, que viene a ser una formulación implícita de esta ley
(pienso, entre otras grandes obras del género, en Qué difícil es ser Dios,
de los hermanos Strugatski). El propio Clarke jugó a menudo con la idea
de una civilización mucho más avanzada que la nuestra, con
manifestaciones y poderes poco menos que divinos a nuestros ojos; los
misteriosos monolitos de 2001: una odisea del espacio son un
buen ejemplo. Pero ¿es necesario recurrir a historias imaginarias sobre
avanzadísimas civilizaciones extraterrestres para ilustrar la tercera
ley de Clarke? En absoluto. Nuestra propia tecnología ha alcanzado
niveles que para la mayoría de la gente la hacen, en ocasiones,
indistinguible de la magia. Y no me refiero a los gigantescos
colisionadores de partículas ni a los últimos avances de la
nanotecnología.
¿Qué porcentaje de la población tiene una idea aproximada de cómo
funciona un televisor, un ordenador o un teléfono móvil, tres de los
productos tecnológicos más utilizados? Muy pequeño, probablemente, y sin
embargo todos manejan estos instrumentos con naturalidad y sin grandes
muestras de asombro. La cuarta ley de Clarke podría decir algo así como:
“La gente se acostumbra fácilmente a lo que parece magia, sin
preocuparse por entender cómo funciona”. Lo cual no deja de ser
preocupante, pues a quienes la ciencia les parece magia, la magia (el
pensamiento mágico) puede parecerles ciencia (pensamiento racional).
Solo así se explica el paradójico auge de las seudociencias en plena era
tecnológica.
Fuente:
El Juego de La Ciencia