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18 de enero de 2014

¿Es verdad que si aspiras un plumón puedes drogarte?

En un incisivo (como la mayoría) capítulo de South Park titulado Major Boogage se pone de moda inhalar pis de gato para colocarse. Finalmente, las autoridades optaban por eliminar la libre circulación de gatos por la ciudad y se instala una suerte de narcotráfico gatuno.

Y es que no importa que una sustancia esté prohibida en aras de controlar los usos recreativos de la misma: el ser humano siempre buscará la forma de embriagarse de otro modo. Por ejemplo, esnifando las sustancias volátiles qude los rotuladores a fin de provocar un efecto psicoactivo o un estado de alteración mental. Pero ¿es realmente así? Si abrimos una caja de rotuladores del colegio, ¿podemos colocarnos con el rojo, el verde o el amarillo?

Pues lo cierto es que sí. Y, junto al alcohol, es una de las drogas más consumidas por los adolescentes. Y no sólo rotuladores, sino otra serie de productos que pueden adquirirse legalmente en una tienda, como líquido para encendedores, disolvente, betún para los zapatos, o incluso desodorante. Tal y como explica Ken Jennings en su libro Manual para padres quisquillosos:
En efecto, son más habituales que los cigarrillos entre los alumnos de doce y trece años, según un informe de 2010, y cinco veces más comunes que el hachís. Y es una lástima, porque inhalar sustancias puede conducir a numerosos problemas de salud: depresión, lesiones en órganos, embolias e incluso la muerte. Los que lo hacen por primera vez no están exentos de sufrir una forma poco habitual pero potencialmente letal de parada cardíaca conocida como “síndrome de la muerte súbita por inhalación”.
Dependiendo de la marca, en un rotulador escolar podemos encontrar sustancias como acetona, butanol, cresoles, tolueno y xileno. Son especialmente eficaces los rotuladores permanentes. Si en un rotulador pone que es “no tóxico” significa que no lo es en tanto en cuanto lo uséis para dibujar, no para inhalarlo.

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Xakata Ciencia

Así se vería la galaxia de Andrómeda en nuestro cielo nocturno



La imagen que podéis contemplar aquí arriba muestra el aspecto que ofrecería la galaxia de Andrómeda en el cielo nocturno si su magnitud aparente, en lugar de ser de 4,36, fuese más cercana a la de la Luna llena.


Con todo, la galaxia de Andrómeda es el objeto visible a simple vista que se halla a más distancia de la Tierra (contiene aproximadamente un billón de estrellas), y quizá algún día la contemplemos tal y como aparece en la fotografía, porque, si bien se halla a 2,5 millones de años luz, se aproxima a nosotros a unos 300 kilómetros por segundo, de manera que en un periodo de entre 3.000 a 5.000 millones de años podría colisionar con la Vía Láctea y fusionarse dando lugar a una galaxia elíptica supergigante.

No es tan extraño que Andrómeda se acerque a nosotros a tamaña velocidad. Todo lo que nos rodea, e incluso nosotros mismos, surcamos el universo a velocidades que harían saltar los radares de cualquier carretera. Por ejemplo, el planeta Tierra rota sobre sí misma a 1.000 kilómetros por hora. La Tierra se desplaza en el espacio alrededor del Sol. Y lo hace a la nada despreciable velocidad de 107.228 kilómetros por hora.

A su vez, el Sol no se está quietecito. Va lanzado a 790.000 kilómetros por hora hacia el centro de la Vía Láctea. Así pues, el Sol (y todos los planetas que le rodean, el Sistema Solar) dan una vuelta completa en el tiovivo de la Vía Láctea en 200 millones de años.

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Xakata Ciencia

¿A qué cosas deberíamos tener realmente asco?

A veces, a la hora de evaluar qué cosas repudiamos o hacia qué cosas sentimos asco, nuestro sentido común se equivoca. Por ejemplo, en un baño, el inodoro es uno de los lugares más higiénicos del cuarto. Sin embargo, el pomo de la puerta es un foco asombroso de gérmenes.

¿Para qué nos lavamos las manos si luego vamos a tocarlo? O peor: ¿para qué nos secamos las manos con el secador eléctrico si éste expulsa millones de bacterias cuando se enciende? No secarse las manos convenientemente también es peligroso: un 85 % de los microorganismos se trasmiten por las manos mojadas.

Tal y como señala Charles P. Gerba, de la Universidad de Arizona, uno de los mayores expertos en gérmenes del mundo que se dedicó a calcular el contenido bacteriano de diferentes habitaciones en diversas casas… el lugar más limpio de todos es el asiento del inodoro. La zona más sucia es el fregadero de la cocina, seguido muy de cerca por las superficies de la cocina. Pero el objeto más sucio es el trapo de la cocina.

Las cosas por las que debemos sentir verdadero asco, en ocasiones, no son evidentes. A continuación, una lista bastante obvia que seguramente ha pasado total o parcialmente desapercibida por muchos de nosotros.

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Xakata Ciencia

17 de enero de 2014

Estas islas no existen... ¡pero están en los mapas!



Los mapas solo son reducciones y deformaciones de la realidad. Por ejemplo, la proyección Mercator de un mapamundi obliga a que África sea más pequeña de lo que realmente es, y muchas otras cosas que no son como son ni están donde están sencillamente para que podamos verlas.


Durante cien años, también en África, existía una cordillera montañosa gigantesca… hasta que un explorador francés descubrió que no existía. Podéis leer esta trapisonda historia en Debéis viajar para comprobar que algo existe: la montaña irreal que estuvo 100 años en los mapas.

Incluso en Google Earth encontramos ejemplos de errores manifiestos, como la inexistente población de Eixt, en La Rioja.


Pero en el caso de las islas es más extenso, sí cabe, porque las islas son realidades que acostumbran a estar más aisladas, y si alguien no se toma la molestia de ponerse a navegar hasta llegar a ellas, pueden existir en el mundo de la cartografía aunque en el mundo real no sea así.

Por ejemplo, durante el siglo XIX, el Pacífico estaba sembrado de más de cien islas imaginarias que flotaron en todos los atlas durante años y décadas, hasta que el sistemático capital naval británico sir Frederick Evans se dedicó a visitarlas todas, para empezar a suprimirlas por erróneas. Finalmente, Evans tachó 123 islas en las Cartas de Navegación del Almirantazgo Británico.

A su juicio, la mayoría de estas islas no existían por error o por coordenadas erróneas, sino por las ansias de pasar a la posteridad de algunos marineros, tal y como explica Simon Garfield en su libro En el mapa:
Uno de los mayores culpables era un capitán estadounidense llamado Benjamin Morrell. Entre 1822 y 1831 Morell había navegado por el hemisferio sur en busca de tesoros, focas, riqueza y fama, y, al no tener mucho éxito con los tres primeros, optó por la posteridad. Los relatos publicados de sus viajes fueron lo suficientemente populares y convincentes como para que sus descubrimientos (incluidas las islas de Morrell, cerca de Hawai) y Nueva Groenlandia del Sur (cerca de la Antártida) entraran en las cartas navales y en los atlas, donde permanecieron durante más de un siglo. De hecho, hasta 1910 la isla de Morrell provocó una desviación hacia el oeste de la línea internacional de cambio de fecha y todavía en 1922 aparecía en The Times Atlas.

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Xakata Ciencia

La Bomba del Zar, el arma nuclear más potente de la historia


La bomba de hidrógeno soviética AN602, Bomba del Zar para los amigos, ha sido el dispositivo nuclear más potente de la historia. Fue detonado el 31 de octubre de 1961, sobre la zona de pruebas militares del archipiélago de Nueva Zembla, en el Océano Glacial Ártico.

La explosión fue algo terriblemente legendario (con una potencia diez veces superior a la de todos los explosivos de la Segunda Guerra Mundial juntos), y además nos arroja algunos datos que nos permite estimar su capacidad de destrucción.

Cinco datos sobre la Bomba del Zar

1.

Tenía un rendimiento de 50 megatones. Para que nos hagamos una idea de tal magnitud, nada como leer el siguiente fragmento de 100 analogías científicas de Joel Levy:
para reunir la cantidad equivalente de explosivos convencionales sería necesario un tren de 666.000 vagones de 15 metros de largo, cada uno con 75 toneladas de TNT, que ocuparía una longitud de 10.000 km.

2.

La Bomba del Zar era 1.400 veces más potente que las bombas de Hiroshima y Nagasaki juntas. La presión bajo la explosión fue de 211.000 kilos por metro cuadrado (20,7 bares), más de diez veces la que hay en el neumático de un automóvil.

3.

Durante su explosión, su emisión de potencia fue equivalente a aproximadamente el 1,4 % de la del Sol. La energía luminosa fue tan poderosa que pudo ser vista incluso a una distancia de 1000 km, con cielo nublado. La energía térmica fue tan grande que podría haber causado quemaduras de tercer grado a una persona que se encontrara a 100 km de la explosión.

4.

De explotar bajo tierra, la Bomba del Zar habría sido equivalente a un terremoto de 7,1 en la escala de Richter.

5.

Produjo una nube de hongo de 64 kilómetros de altura. Casi siete veces más alta que el Everest. La onda de choque fue lo bastante potente como para romper vidrios gruesos incluso a más de 900 km de la explosión, y fue grabada girando alrededor de la Tierra tres veces.



En el mundo, a pesar de los tratados de reducción de armamento, se estima que hay 23.360 cabezas nucleares almacenadas en 111 lugares distintos repartidos en 14 países, cuya potencia conjunto ronda los 7.000 megatones. Al menos es una cifra menos aterradora que la existencia en el punto culmen de la Guerra Fría, en 1973, cuando había 27.333 megatones.

Con todo, no es una potencia suficiente para destruir directamente a la civilización humana: sólo para arrasar con todas las ciudades serían necesarias 99.293 cabezas nucleares de alto rendimiento. Para arrasar la superficie terrestre: 1.241.166 cabezas. ¿Y qué tal algo más parecido al rayo de la Estrella de la Muerte?
Para superar la energía de cohesión de la Tierra y destruir el planeta por completo serían necesarios 50.000 billones de megatones.
Con todo, los efectos secundarios de un ataque estratégico con todo lo que tenemos probablemente aniquilaría a la especie humana habida cuenta de los efectos secundarios que se generarían.

Más información | Neoteo

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Xakata Ciencia

La muerte (poco heroica) de algunos científicos


Hay científicos que han muerto probando sus experimentos en sí mismos; otros lo han hecho tras un empacho al celebrar algún hallazgo; otros murieron por su exceso de confianza; otros por pura mala suerte.

Sea como fuere, a continuación os mostramos algunos casos de científicos que murieron de forma, digamos, indigna, impropia, poco heroica. De una forma que posiblemente los interfectos habrían preferido que no se aireara en un artículo como éste. Al estilo Humayun, el emperador indio al que se le enredó la túnica en el pie, cayó por las escaleras de su templo y se partió la crisma.

Empédocles se quemó

Al menos la leyenda nos cuenta que Empédocles (490-430 a. JC), el filósofo griego, saltó en secreto a un volcán en busca de preguntas acuciantes sobre su funcionamiento interno. El problema es que desapareció sin dejar rastro.

Celebrándolo hasta reventar

El filósofo y médico francés Julien Ofray de la Mettrie (1709-1751) estaba muy contento y ufano por haber curado a un paciente. Tanto que, en la fiesta que el propio paciente había celebrado en su honor, el médico murió por comer demasiado paté de trufa.

Transfusión de malaria y otras enfermedades

Alexander Bogdanov (1873-1928) fue un físico ruso que murió tras realizarse una autotransfusión de sangre… infectada de malaria y tuberculosis. Al mismo estilo cafre que Nicholas Chervin, de Gibraltar, que en el siglo XIX comió el “vómito negro y sanguinolento” de víctimas de la fiebre amarilla para dejar paladina constancia de que la enfermedad no se transmitía mediante contacto humano. Y el cirujano del siglo XVIII John Hunter, se infectó con “material venéreo” para comprobar si la sífilis y la gonorrea son la misma enfermedad.

Y En 1900, en Estados Unidos, durante el estudio de la transmisión de la fiebre amarilla en Cuba, el doctor William Lazear dejó que mosquitos infectados le picaran sin comunicarlo. Murió con 34 años y, posteriormente, su investigación fue reconocida como incalculablemente valiosa para el tratamiento de la enfermedad.

El abrigo paracaídas

Franz Reichelt (1879-1912), además de sastre, había hecho sus pinitos como inventor. Tanto es así que mezcló sus pasiones en un mismo objeto: un abrigo paracaídas. Lo probó él mismo saltando desde el primer piso de la Torre Eiffel, y ya nunca más lo contó.

Sadomasoquismo científico

El siguiente científico, finalmente, no murió, pero habida cuenta de todo lo que “sufrió”, podría haberlo hecho. A finales del siglo XIX, el doctor Hildebrandt puso a prueba la eficacia de la anestesia espinal permitiendo que su colega le sometiera a diversos actos de sadismo muy gráfico, tal y como explicita Ian Crafton en Historia de la ciencia sin los trozos aburridos:
permitiendo que lo quemara, le acuchillara el muslo, le oprimiera los testículos y le golpeara las espinillas con un martillo; de este modo demostró sin lugar a dudas que no podía sentir nada de cintura para abajo.

Tomado de:

Xakata Ciencia
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